Oriente Medio: alianzas en tiempos revueltos

Oriente Medio: alianzas en tiempos revueltos
Middle East-Global Research

Ver la versión en inglés Middle East: alliances in times of turmoil y en francés Moyen-Orient: les alliances en temps de troubles.

Tema[1]: Oriente Medio se está convirtiendo en una región con múltiples focos de inestabilidad y un creciente grado de complejidad en los conflictos que la atraviesan.

Resumen: Ante el aumento de la inestabilidad regional y el avance –relativo pero firme– de las fuerzas que luchan contra el statu quo desde posiciones muy distintas, existe el riesgo real de que se produzca una implosión que acabe por desfigurar Oriente Medio. Los crecientes niveles de inseguridad que sienten los diferentes actores regionales afectan directamente a su elección de alianzas y a la forma de ejecutar su política exterior. Un cúmulo de factores hace presagiar un futuro poco estable en el corto plazo en Oriente Medio, donde las alianzas coyunturales pueden modificarse de forma abrupta y donde habrá que estar preparados para esperar lo inesperable.

Análisis: Si algo define a Oriente Medio en 2014 es su carácter de región enmarañada y en rápida transformación. En esa zona del mundo, como en otras, las inseguridades generan luchas por el poder. Las políticas exteriores de sus países tienen como objetivo eliminar o contener las amenazas, percibidas o reales, a la “seguridad” entendida de distintas formas. La seguridad nacional es, con frecuencia, confundida con la seguridad del régimen y su capacidad de perpetuarse en el poder. También abarca intereses de Estado como son la soberanía, la integridad territorial y la capacidad de influir. Esa voluntad de influir puede tener como objetivo alcanzar el liderazgo regional, avanzar intereses económicos o lograr el reconocimiento de las grandes potencias.[2]

Desde una perspectiva realista, cuando los Estados se enfrentan a una amenaza seria, éstos suelen o bien buscar equilibrios mediante la formación de alianzas o sumarse al efecto de arrastre (bandwagoning) desde posiciones oportunistas. Dicho de otra forma, la elección es entre formar alianzas contra amenazas compartidas o alinearse con la fuente de la amenaza para tratar de evitar un daño.[3] Esto, a su vez, conlleva dilemas de seguridad sobre cómo defenderse sin que por ello los rivales se sientan amenazados y se inicie una carrera armamentística. Otro dilema de seguridad que se les presenta a varios países de Oriente Medio es la elección entre desarrollar capacidades defensivas propias o “contratar” su defensa con las grandes potencias internacionales. Es común que estos dilemas generen paradojas y contradicciones.

Durante décadas los países de Oriente Medio han formado diferentes alianzas, han sido objeto de múltiples amenazas y han sufrido numerosos conflictos superpuestos. Estos procesos parecen haberse vuelto mucho más complejos en los últimos pocos años. Tres factores –que se detallarán más adelante– contribuyen a esa creciente complejidad: (1) la invasión de Irak en 2003 y las consecuencias de haber roto equilibrios internos y regionales; (2) el “despertar árabe” y las transformaciones sociopolíticas que se manifiestan en la región desde 2011; y (3) la política exterior de la Administración Obama hacia la zona, en parte condicionada por los dos factores anteriores.

Oriente Medio se está convirtiendo en una región con múltiples focos de inestabilidad y un creciente grado de complejidad en los conflictos que la atraviesan de norte a sur y de este a oeste. La destrucción de Siria, la descomposición de Irak, las convulsiones en Egipto y Libia, las rivalidades entre las petromonarquías del Golfo, las complicadas relaciones con Irán, el malestar social extendido, la explotación de las divisiones etnosectarias, la expansión de yihadismo, la confusión de la política de EEUU en la zona y la perpetuación del conflicto israelo-palestino son algunos síntomas –y también resultados– de la creciente complejidad que está experimentando Oriente Medio.

El panorama arriba descrito está provocando un aumento rápido de los niveles de incertidumbre y, con ello, de la inseguridad que sienten los diferentes actores regionales. Eso afecta directamente a su elección de alianzas y a la forma de ejecutar su política exterior. Frente a distintas amenazas, reales o potenciales, surgen alianzas que no requieren de un carácter de exclusividad. Los aliados contra una amenaza concreta no tienen por qué ser los mismos aliados contra otra amenaza. En el actual Oriente Medio existen rivales que comparten enemigos comunes, aliados que apoyan a cada uno de los bandos enfrentados en un mismo conflicto, intereses contradictorios entre países “amigos”, intereses confluyentes entre “enemigos”, socios hasta hace poco inimaginables y pactos contra natura. Algunas viejas amistades y enemistades están siendo reemplazadas por nuevas alianzas en un entorno altamente volátil.

Tres ondas de choque
Tres factores –llamados aquí “ondas de choque” por su capacidad de elevar mucho la presión y de generar explosiones– están contribuyendo a desfigurar Oriente Medio y a alterar las alianzas y los equilibrios de fuerzas entre sus integrantes. La primera onda de choque la produjo la invasión de Irak, liderada por EEUU en 2003, y el consiguiente cambio de régimen en Bagdad. Según los neoconservadores, dicha invasión serviría para transformar a ese país en un aliado fiel de EEUU y para convertirlo en un modelo para la democratización de sus vecinos. La realidad, una década después, es bien diferente: Irak es un país fracturado, plagado de violencia y radicalismo y cuyo gobierno sectario está en manos de aliados estrechos de Irán.

Las acciones estadounidenses en Oriente Medio tras el 11-S han contribuido –sin haberlo previsto– al auge regional de Irán. Por un lado, en 2001 EEUU acabó con el régimen talibán en Afganistán (enemigo de los ayatolás iraníes), lo que situó en el poder en Kabul a grupos aliados de Teherán. Por otro lado, en 2003 la Administración de George W. Bush derrocó a Saddam Husein, quien había actuado como barrera de contención frente a las ambiciones hegemónicas iraníes en su vecindario árabe. Una consecuencia esperable ha sido el aumento de la influencia iraní en el arco que va de Irán a Líbano, pasando por Irak y Siria. Eso, por un lado, ha generado reacciones fuertes de los rivales de Irán y, por otro, rechazo en EEUU a meterse en nuevas aventuras medio-orientales.

La segunda onda de choque la ha provocado el llamado “despertar árabe” que, desde 2011, está generando sacudidas internas en varios países. Los efectos de los cambios sociopolíticos se dejan notar en toda la región y han puesto a todos los regímenes autoritarios a la defensiva ante el riesgo de verse cada vez más cuestionados por sus poblaciones. Esto ha llevado a que cada régimen esté tratando de “blindarse” con todos los recursos que tiene a su alcance: económicos (intentando apaciguar el malestar social o influyendo en otros países que pueden crearle problemas), ideológicos (ejerciendo influencia a través de ciertas interpretaciones religiosas-políticas), identitarios (movilizando a actores sociopolíticos mediante la apelación a sus identidades primarias de tipo tribal, religioso o étnico) o de dependencia (buscando la protección de proveedores de seguridad externos a cambio de garantizar ciertos intereses estratégicos).[4]

La tercera onda de choque ha sido el cambio en la política de la Administración Obama hacia Oriente Medio. Mucho se ha debatido sobre si Washington se está desvinculando de esa región como resultado de su giro hacia Asia. Lo que parece claro es que, más que tener una “política” hacia la región, lo que Obama muestra es una “actitud” desde el convencimiento de que involucrarse a fondo en esas tierras arrastra a EEUU hacia más problemas y le resta energías para abordar retos serios en otras regiones.[5] Ese cambio de actitud está alterando los cálculos de los aliados tradicionales de EEUU, lo que está generando cierto nerviosismo y recelos en países como Arabia Saudí, Israel, Egipto, Turquía y las pequeñas petromonarquías del Golfo.

La creciente autodependencia energética de EEUU, sumada a las traumáticas experiencias en Irak y Afganistán, hacen que la Administración Obama esté pidiendo a sus aliados (y también a su otrora enemigo Irán) que asuman más responsabilidades para garantizar un marco de seguridad regional que no dependa casi plenamente de Washington. Este enfoque explica que en noviembre de 2013 se firmara en Ginebra un acuerdo interino –calificado por muchos de “histórico”– entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania. El acuerdo se centraba en el programa nuclear iraní, aunque su alcance iría mucho más allá con el levantamiento progresivo de las sanciones internacionales contra Irán y su apertura al resto del mundo. Una cuestión clave para los iraníes consiste en el reconocimiento que supone haber negociado “de tú a tú” con las principales potencias mundiales.

Alianzas inciertas en una región convulsa
Los marcos de análisis tradicionales para explicar las alianzas que se forman en Oriente Medio están mostrando serias limitaciones. Esto se debe a que varios de esos Estados se están fragmentando y han dejado de operar como actores cohesionados. De hecho, en Siria e Irak los Estados dejaron de ejercer como tales en sus territorios internacionalmente reconocidos hace ya algunos años. El cuestionamiento del concepto de “Estado” en el conjunto de la región va en aumento. También se cuestionan las fronteras heredadas del colonialismo europeo (derivadas de los acuerdos de Sykes-Picot), así como los modelos de liderazgo tradicionales en sociedades con muchos jóvenes, malas expectativas en el reparto de la riqueza, poco respeto a las libertades y cada vez más abiertas al mundo exterior.

Varios de los conflictos que afectan actualmente a Oriente Medio son presentados con frecuencia como una guerra sectaria entre los miembros de las dos ramas principales del islam: sunníes y chiíes. Aunque es cierto que el elemento religioso está muy presente en los discursos de los ideólogos de los distintos bandos enfrentados, la clave no está en una guerra de religión, sino en una lucha encarnizada por el poder ante el aumento de las inseguridades, en la cual las identidades religiosas rivales están reemplazando al nacionalismo como agente movilizador. Es fácil identificar una especie de “guerra fría” en Oriente Medio entre Arabia Saudí e Irán, donde cada uno de ellos cuenta con clientes y aliados (tanto estatales como no estatales) a los que apoyan con recursos, garantías e implicación directa cuando es posible.

En la actualidad se pueden identificar tres bloques regionales: (1) el bloque bajo liderazgo iraní-chií (en el que están el régimen sirio de Bachar al-Asad, el régimen iraquí establecido por Nuri al-Maliki, Hezbolá y de forma más o menos intermitente milicias palestinas como Hamás y Yihad Islámica); (2) el bloque saudí-sunní (del que depende el régimen egipcio encabezado por Abdelfatah al-Sisi, con países como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Jordania y en cierto modo la Autoridad Nacional Palestina); y (3) por último un bloque muy debilitado formado principalmente por Qatar y las distintas organizaciones vinculadas a los Hermanos Musulmanes. El golpe militar/civil contra el gobierno egipcio de Mohamed Morsi en julio de 2013 alteró sensiblemente la composición de esas alianzas, pues su gobierno islamista era cercano a Qatar y también a Turquía. Por su parte, aunque Israel no es un miembro declarado de ninguno de esos bloques, de facto es un aliado del eje Riad-El Cairo.

A pesar de la aparente claridad de los bloques antes descritos, el grado de complejidad de sus alianzas e interacciones es muy elevado. Mientras que Arabia Saudí y Qatar compiten y tienen fuertes fricciones en relación con el destino de los Hermanos Musulmanes de Egipto, esos dos países se alían contra Irán y su protegido al-Asad apoyando a grupos rebeldes sirios compuestos, entre otros, por Hermanos Musulmanes. Por su parte, Irán apoya masivamente al régimen de al-Asad contra los rebeldes islamistas sirios apoyados por los Hermanos Musulmanes y el movimiento palestino Hamás, los cuales llamativamente también han recibido apoyo de Teherán. En cuanto a Turquía, este país mantiene buenas relaciones con los Estados árabes del Golfo y se posiciona con ellos en contra de al-Asad, aunque difieren seriamente en cuanto al apoyo que debe recibir el régimen egipcio sostenido por los militares. A lo anterior hay que añadir la irrupción de daesh (el mal llamado Estado Islámico o ISIS) que en 2014 se ha apoderado de territorios a ambos lados de la frontera entre Siria e Irak y que ya amenaza a países de los cuales recibió apoyo.

Conclusión

¿Hacia dónde va Oriente Medio?
Ante el aumento de la inestabilidad regional y el avance –relativo pero firme– de las fuerzas que luchan contra el statu quo desde posiciones muy distintas, existe el riesgo real de que se produzca una implosión que acabe por desfigurar Oriente Medio. Esto podría venir provocado por la dilución de algunas fronteras, la descomposición de más Estados, guerras entre vecinos o una conflagración regional. La pregunta es si será posible frenar a tiempo los procesos que podrían desembocar en alguno de esos escenarios y, de ser así, qué políticas pueden evitar ahora la aparición de problemas mucho más graves en un futuro no muy lejano.

EEUU parece estar intentando lograr la cuadratura del círculo: alcanzar un acuerdo definitivo con Irán, mantener sus alianzas tradicionales en Oriente Medio, contener los efectos devastadores de la descomposición de Siria e Irak y, al mismo tiempo, evitar verse arrastrado a una nueva intervención militar en la región. No parece que alcanzar todos esos objetivos sea fácil, ni siquiera probable, y eso es algo con lo que muchos cuentan y que intentarán aprovechar llegado el momento. Todo lo anterior hace presagiar un futuro poco estable en el corto plazo en Oriente Medio, donde las alianzas coyunturales pueden modificarse de forma abrupta y donde habrá que estar preparados para esperar lo inesperable.

Haizam Amirah Fernández
Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en el Instituto de Empresa | @HaizamAmirah


[1] Una versión de este análisis aparecerá en el Anuario IEMed del Mediterráneo 2014, publicado por el Instituto Europeo del Mediterráneo. Más información aquí.

[2] Raymond Hinnebusch y Anoushiravan Ehteshami (eds) (2014), The Foreign Policies of Middle East States, Lynne Rienner, Boulder, 2ª edición.

[3] Stephen M. Walt (1990), The Origins of Alliances, Cornell University Press, Ithaca.

[4] Haizam Amirah Fernández (2011), “Relaciones internacionales del Golfo: intereses, alianzas, dilemas y paradojas”, ARI, nº 48/2011, Real Instituto Elcano, 8/III/2011.

[5] Rami Khouri (2013), “A New Age in United States-Mideast Relations”, Agence Global, 29/X/2013.