Nuevos atentados de Yakarta: algunas consideraciones sobre los riesgos y las amenazas terroristas en Indonesia (ARI)

Nuevos atentados de Yakarta: algunas consideraciones sobre los riesgos y las amenazas terroristas en Indonesia (ARI)

Tema: Este ARI se aproxima a los atentados del 17 de julio en la evolución reciente del terrorismo internacional que afecta a Indonesia y señala hacia sus probables autores, teniendo en consideración el contexto nacional y los problemas de seguridad que existen en dicho país surasiático.

Resumen: Podríamos hablar de un retorno del terrorismo internacional en Indonesia, pero difícilmente cabe hacerlo del inicio de una campaña terrorista o de un fenómeno en auge. Situando los nuevos atentados del 17 de julio en Yakarta en una perspectiva histórica, lo llamativo es que durante los últimos cuatro años, pese a riesgos y amenazas que se han mantenido de manera invariable en niveles más bien altos, no se hubiesen perpetrado en el país surasiático otros episodios de similar magnitud. Estamos, eso sí, ante unos incidentes que, por el modo en que han sido llevados a cabo, el perfil de los blancos afectados y las características de las víctimas, se corresponden con el estilo propio de al-Qaeda y apuntan como autores de aquellos a miembros de su principal filial en la región, Yemaa Islamiya. Aunque esta estructura terrorista se encuentra debilitada tanto por la persecución policial como por sus desavenencias internas, lo que queda de ella o alguna de sus facciones seguirá suponiendo un problema terrorista en Indonesia mientras cuenten con bases sociales de autorreproducción y las autoridades no mejoren las estructuras nacionales de seguridad.

Análisis: El viernes 17 de julio, hacia las 7:30 de la mañana, hora local, estallaron dos bombas en sendos hoteles ubicados en el centro de Yakarta, concretamente el Marriott y el Ritz Carlton, ocasionando, según las autoridades indonesias, siete víctimas mortales –sin contar dos terroristas suicidas que intervinieron en los atentados– y en torno a 50 heridos, además de notables daños materiales en los edificios afectados. Los artefactos explosivos habían sido colocados en una planta del primero destinada a aparcamiento de vehículos y en un restaurante localizado en el interior del segundo establecimiento. Al menos uno de los terroristas suicidas, y quizá algún otro individuo implicado en los hechos, se encontraba alojado en el hotel Marriott, según los datos preliminares aportados por las autoridades indonesias y sin que esta circunstancia se haya explicado convenientemente. En la habitación 1808 de dicho establecimiento se encontró una tercera bomba que no había llegado a estallar y pudo ser desactivada, así como más sustancias explosivas. Estos incidentes se asemejan a otros ocurridos en la misma populosa ciudad hace seis años y que ya afectaron a uno de los hoteles que ahora ha vuelto a ser seleccionado como blanco por los terroristas, quizá tratando de poner de manifiesto su vulnerabilidad. En lo que sigue se proporcionan algunas claves tanto para situar los nuevos atentados de Yakarta en su contexto actual como para valorar, a corto o medio plazo, los riesgos y amenazas del terrorismo internacional en Indonesia.

De 2002 en Bali a 2009 en Yakarta
Desde finales de 2005 no se producía un atentado terrorista particularmente grave en territorio indonesio. El 31 de diciembre de ese año, la deflagración de un artefacto explosivo en un mercado de cerdos en Palu, en la isla de Sulawesi, causó la muerte a ocho personas y heridas a más de 40, todas ellas cristianas. Otra bomba, colocada a poca distancia, no estalló y pudo ser desactivada por las fuerzas de seguridad. La responsabilidad de los hechos fue atribuida a la organización terrorista Yemaa Islamiya, relacionada con al-Qaeda. Integrantes de esa misma habían perpetrado, en octubre de ese mismo año, unos atentados más espectaculares y cruentos en Bali, que ocasionaron 20 muertos, de nuevo sin contar a los terroristas suicidas. En un complejo turístico de esa misma localización, terroristas de Yemaa Islamiya, con la colaboración de miembros de la propia al-Qaeda, perpetraron en 2002 los atentados más letales conocidos en la historia de Indonesia y uno de los peores actos de terrorismo en todo el mundo desde los del 11 de septiembre de 2001, que ocasionaron 202 muertos, 88 de los cuales eran turistas australianos. Meses después, en agosto 2003, el hotel Marriot de Yakarta fue objeto de un acto de terrorismo imputable asimismo a militantes de Yemaa Islamiya. Hubo 13 fallecidos y docenas de heridos. Esa misma organización terrorista se responsabilizó también del atentado suicida frente a la Embajada de Australia en la misma ciudad y en septiembre de 2004, como resultado del cual murieron ocho personas, al igual que en el anterior episodio descrito casi todas de nacionalidad indonesia.

Por tanto, aunque los nuevos atentados ocurridos en Yakarta el 17 de julio se inscriben en una serie de graves incidentes terroristas ocurridos en ese país entre 2002 y 2005, desde este último año no se habían vuelto a registrar incidentes de esa magnitud. Si bien podríamos hablar de un retorno del terrorismo internacional en Indonesia, difícilmente podemos hacerlo –a menos que se produzca algún suceso comparable en los meses venideros– del inicio de una campaña terrorista y menos aún de un fenómeno en auge. Lo verdaderamente llamativo, situando los nuevos atentados de Yakarta en perspectiva, es que desde 2006, pese a riesgos y amenazas que se han mantenido de manera invariable en niveles más bien altos, no se hubiesen perpetrado en el conjunto de Indonesia otros episodios terroristas de una espectacularidad equivalente, que entre 2002 y 2005 habían ocurrido en una secuencia aproximada de uno al año. Algo que obedece en gran medida a las actuaciones en materia de seguridad emprendidas por las autoridades indonesias después de los atentados de Bali de 2002, no sin que con anterioridad a los mismos hubiesen negado o minimizado la realidad del problema, así como también a los avances en la cooperación antiterrorista en el conjunto del Sudeste Asiático.

Yemaa Islamiya o sus facciones
Estamos, sí, ante unos incidentes que, por el modo en que han sido llevados a cabo –explosiones en serie, casi simultáneas y con participación de terroristas suicidas–, el perfil de los blancos afectados –conocidos establecimientos hoteleros de lujo a los que se identifica con intereses occidentales y en particular estadounidenses, uno de los cuales había sido con anterioridad blanco del mismo terrorismo– y las características de las víctimas –clientes extranjeros alojados en dichos establecimientos y trabajadores autóctonos de los mismos–, a todas luces se corresponden con el estilo propio de al-Qaeda y apuntan como autores de aquellos a miembros de su principal filial en la región, Yemaa Islamiya. Esta organización terrorista ambiciona, en lo que constituye su agenda propiamente regional, coadyuvante de una más extensa en la que coincide con el conjunto de actores implicados en la actual urdimbre del terrorismo global, el establecimiento de una suerte de califato que incluya Indonesia, Malasia, Singapur, Brunei y porciones de Tailandia, Camboya y Filipinas que están mayoritariamente habitadas por musulmanes. No en vano, desde al menos el inicio de la década de los 90 del siglo pasado, Yemaa Islamiya mantiene relaciones con otros grupos habitualmente implicados en actividades terroristas fuera de Indonesia, como el Frente Moro Islámico de Liberación y el Grupo Abu Sayyaf, ambos activos en distintas demarcaciones de Filipinas y cuenta o ha contado con destacados componentes procedentes de Malasia o Singapur, por ejemplo. Una de sus estructuras territoriales incluso cubre Australia.

Yemaa Islamiya, o alguna de las facciones o reagrupamientos que genéricamente podemos considerar parte de esa entidad terrorista –como, en concreto, Tanzim al-Quaedat al-Yihad untuk Gugusan Kepulauauan Melayu u organización de al-Qaeda para Yihad en el Archipiélago Malayo, liderada por el terrorista más buscado de Indonesia, Noordin Mohamed Top, nacido en Malasia, a quien se busca por su implicación en buen parte de los atentados terroristas ocurridos en el país entre 2002 y 2005– tendría la determinación y dispondría de la capacidad necesaria para ejecutar atentados suicidas como los más recientes en Yakarta. Con todo, estos últimos fueron unos atentados algo menos espectaculares que otros posibles en entornos menos restrictivos para la acción terrorista por sus condiciones de seguridad o si quienes los perpetran disponen de mayores recursos materiales y humanos. Así, los ocurridos el 17 de julio en los dos aludidos hoteles de Yakarta no han resultado tan cruentos como otros episodios acontecidos antes en suelo indonesio, lo que en buena medida se explica por las medidas de protección existentes en ambos establecimientos y, en términos más amplios, por la persecución policial existente sobre Yemaa Islamiya. Esta acción policial –respaldada sobre todo por Australia, pero también por EEUU, el Reino Unido y otros países– ha fragmentado y debilitado a Yemaa Islamiya en los últimos años. Esto, y las disputas internas sobre el uso de la violencia que se han producido desde los primeros atentados de Bali, explican a su vez tensiones entre dirigentes y faccionalismo.

Entre radicalización y revancha
Respecto al contexto más inmediato de lo sucedido el 17 de julio en Yakarta, es preciso aludir, además, a que en Indonesia, con una trayectoria de democratización política iniciada a finales de los 90 y una población mayoritariamente musulmana –en torno a un 88% de sus más de 240 millones de habitantes se adscriben al credo islámico–, el apoyo a los partidos islamistas es limitado pero las corrientes conservadoras e incluso radicales de entender la religión han crecido en influencia. Esta es una ambivalencia que los terroristas pueden y tratan de explotar en beneficio propio, dados los constreñimientos que ello impone a una respuesta gubernamental contra el terrorismo que a menudo es ambigua. Algunos datos sobre la opinión pública de Indonesia resultan como poco preocupantes respecto a dicho fenómeno. Una encuesta realizada en la primavera de 2006 por el Pew Research Center permitía deducir que un 10% de los entrevistados en la muestra elaborada para dicho país mostraba su apoyo a los atentados suicidas. La buena noticia es que un año antes esa cifra estaba cinco puntos porcentuales por encima y que en el verano de 2002, meses antes de que tuvieran lugar los atentados de Bali, ascendía al 27%. Hasta un 33% de los indonesios entrevistados en el sondeo de 2006, por su parte, expresó confianza en Osama bin Laden.

Otro estudio, esta vez más reciente, del Program on International Policy Attitudes, de la Universidad de Maryland, concluyó en abril de 2007 que un 21% de los indonesios entrevistados exhibía sentimientos positivos hacia el líder de al-Qaeda. Un dato consistente con el que esa misma investigación aporta respecto al apoyo que, entre los incluidos en esa misma muestra, reciben los atentados de al-Qaeda, especialmente contra blancos estadounidenses. Por lo que conocemos del perfil sociodemográfico que caracteriza a quienes en Indonesia han terminado por implicarse en actividades terroristas, se trata sobre todo de varones y jóvenes, por lo común veinteañeros, reclutados en escuelas o pequeños círculos religiosos, que a menudo son radicalizados en escuelas coránicas afines ideológicamente a Yemaa Islamiya y reciben entrenamiento en campos situados en el propio archipiélago indonesio o en otros situados en territorio filipino. También es preciso aludir, en relación al contexto en que han ocurrido los más recientes atentados en dos hoteles de la capital de Indonesia, a que las autoridades del país desarrollan actualmente un programa de rehabilitación de terroristas presos y a que en noviembre de 2008 fueron ejecutados tres miembros de la Yemaa Islamiya, condenados a muerte precisamente por su participación en los atentados de Bali de 2002. Lo que sugiere un posible deseo de venganza por parte de los líderes de esa organización terrorista o de alguna de sus facciones violentas –un conocido fundador de Yemma Islamiya que se convirtió en líder del grupo en 1999, Abu Bakar Basyir, había hecho un llamamiento a reaccionar agresivamente a las mencionadas ejecuciones–, unida a la voluntad de demostrar a sus miembros y seguidores que no están acabados.

¿Existe una respuesta adecuada?
Como ya he señalado, las autoridades de Indonesia tardaron en asumir que tenían un problema interno relacionado con el terrorismo internacional, un problema que no sólo afectaba al mundo occidental, algo que quizá no acabaron de reconocer plenamente hasta que ocurrieron los segundos atentados de Bali en 2005, aunque ya en 2003, tras los primeros ocurridos en esa isla, se introdujo con celeridad una legislación antiterrorista. El actual presidente del país, Susilo Bambang Yudhoyono, que ocupa el cargo desde octubre de 2004 –habiendo sido reelegido en julio de 2009, poco antes de los nuevos atentados de Yakarta, por otro mandato de cinco años– anunció un posicionamiento más firme en relación con aquel fenómeno al asumir inicialmente sus funciones. Y en los últimos años Indonesia ha sido frecuentemente elogiada por sus avances en materia de prevención y lucha contra el terrorismo, que sin duda constituyen una variable fundamental a la hora de explicar por qué no se habían vuelto a producir atentados de significación en los últimos casi cuatro años. Avances en la adaptación de sus instrumentos y agencias para los que dicho país se ha beneficiado sobre todo de un programa estadounidense de asistencia técnica, pero también de las lecciones aprendidas en distintas naciones occidentales con experiencia en la respuesta democrática a la violencia terrorista, incluida España.

En la práctica, sin embargo, persisten notables rivalidades entre agencias de seguridad y hay carencia de recursos contraterroristas, además de que aún no se han implementado adecuados mecanismos para contrarrestar la financiación del terrorismo. Diríase incluso que el comportamiento del Gobierno de Indonesia ha sido más ambiguo de lo que pudiera parecer, tal y como ya se ha indicado. Las autoridades de dicho país han intentado estar a la altura de las expectativas que en materia de prevención y lucha contra el terrorismo generaban los programas de cooperación internacional auspiciados desde el mundo occidental, en particular desde EEUU, así como satisfacer las demandas formuladas por otros países de su mismo entorno geopolítico, especialmente –pero no sólo– Australia. Pero al mismo tiempo se han mostrado muy preocupadas de que las medidas adoptadas para combatir el terrorismo alienaran a segmentos relevantes de su propia población, mayoritariamente musulmana. Pese a que el credo islámico que se profesa en Indonesia es comparativamente abierto y tolerante, las corrientes conservadoras y radicales continúan extendiéndose y no siempre los mensajes que la sociedad recibe desde algunos de los órganos y entidades de referencia nacional en asuntos religiosos cuando de explicar el verdadero significado del Islam o de la noción de yihad se trata, son suficientemente inequívocos.

Conclusión: Atentados como los del 17 de julio en Yakarta ponen de manifiesto que el terrorismo global continúa siendo una amenaza para la seguridad nacional y la cohesión social, tanto para el sudeste asiático en general como para Indonesia en particular. Ahora bien, de sus tendencias recientes, en dicho país y en el conjunto de la región, no se deduce necesariamente que se trate de un fenómeno en auge, aunque el entramado que lo sustenta sea aún, pese al estado de fragmentación en que se desenvuelve en la actualidad, relativamente robusto. Haber contenido sus manifestaciones durante los últimos cuatro años, en cualquier caso, ni invitaba ni menos aún ahora invita a la complacencia. La respuesta, decidida si bien algo ambivalente en ciertos momentos, de las autoridades indonesias tras los atentados de 2002 y 2005 en Bali y de 2003 en Yakarta, habiendo negado antes la realidad del problema, ha modificado sustancialmente la naturaleza del mismo y a medio plazo cabe esperar que persista en su actual configuración. En el futuro, caso de ocurrir nuevos actos de terrorismo en Indonesia –una posibilidad sin lugar a dudas real, pues a pesar de que los terroristas sean aparentemente pocos y estén debilitados, las redes sociales sobre las cuales se asientan son suficientemente amplias–, lo verosímil, tal y como están las cosas en estos momentos, es que se asemejen más a incidentes como los ocurridos en Bali en 2005 o en Yakarta en 2003 y julio de 2009 que a los atentados mucho más espectaculares y letales perpetrados en Bali en 2002.

Para evitar la reproducción del terrorismo, el Gobierno de Indonesia ha de continuar desarrollando sus estructuras de seguridad interior, al tiempo que deberá mantener tanto los programas encaminados a revertir procesos de radicalización violenta y rehabilitación de terroristas en prisión, que están resultando razonablemente exitosos también para labores de inteligencia, como las iniciativas destinadas a erradicar el extremismo en círculos religiosos. Hasta ahora, entre quienes asisten a madrazas vinculadas de uno u otro modo con Yemaa Islamiya o mantienen otras formas de asociación con dichas escuelas coránicas se incrementa muy notablemente, respecto al conjunto de la población indonesia, la probabilidad de que terminen participando en actividades violentas de dicha organización terrorista. Y si de prevenir la radicalización se trata, habría que revisar si la pena de muerte que actualmente contempla la legislación antiterrorista es un castigo adecuado para los terroristas o resulta contraproducente –dicho sea esto al margen de otras posibles consideraciones de índole normativa–. Por otra parte, el hecho de que el entramado de Yemaa Islamiya haya venido manteniendo conexiones con otros grupos habitualmente implicados en actividades terroristas fuera de Indonesia, como el Frente Moro Islámico de Liberación o el Grupo Abu Sayyaf, ambos activos en distintas demarcaciones de Filipinas, así como que cuente o haya contado con destacados componentes de Malasia o Singapur pone de manifiesto la importancia de una efectiva cooperación internacional para reducir o aminorar los riesgos y las amenazas para aquel país, y para el conjunto del sudeste asiático.

Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional y director del Programa de Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos