Las armas de Sadam

Las armas de Sadam

Tema: En este primer ARI de una serie de dos se plantean las grandes cuestiones que ha suscitado la incapacidad de encontrar hasta el momento el armamento de destrucción masiva que se le atribuía a Sadam (armamento, inteligencia y utilización política) y se estudia la primera de ellas: ¿qué puede haber pasado con el armamento?

Resumen: El gran debate internacional y nacional sobre el destino de las supuestas armas de destrucción masiva en manos de Sadam puede costarle a Tony Blair su supervivencia política, puede pesar en las próximas elecciones presidenciales americanas y tendrá una influencia decisiva en la credibilidad internacional de Estados Unidos. Para analizar esa gran polémica conviene distinguir entre las cuestiones concernientes al armamento mismo, las que se refieren al trabajo de los servicios de inteligencia y finalmente las líneas de propaganda esgrimidas en el enfrentamiento político entre partidarios y opositores de la guerra. En cuanto a las armas, objeto de este primer ARI, nada seguro se sabe en ningún sentido. Los saqueos, sin duda, han destruido gran cantidad de pistas, pero los dos remolques-laboratorios pueden ser una comprobación importante sobre la existencia de lo que se suponía, pero es poco y no es decisivo. La hipótesis más sencilla es suponer que las armas no existían, pero eso supone explicar comportamientos del régimen de Sadam que desafían nuestro sentido de la lógica.

Análisis: No podemos saber con ningún grado de precisión a) qué ha pasado con las armas de destrucción masiva de Sadam, b) cuál era el conocimiento que sobre las mismas tenían los servicios de inteligencia americanos y británicos y c) cómo trasmitieron estos conocimientos a los líderes políticos y cómo estos los utilizaron en la propaganda a favor de la causa bélica, pero a la luz de la intensa polémica que se está desarrollando sobre estas tres cuestiones, hay ya bastantes elementos para hacerse una idea general aproximada, aunque obviamente provisional, de por dónde pueden ir las respuestas a esas tres grandes incógnitas, del contexto político en el que se plantean y de sus principales implicaciones políticas. 

Tres cosas pueden haber sucedido con las armas iraquíes de destrucción –o desaparición- masiva. Que tal y como las autoridades iraquíes alegaban, hubieran sido destruidas por los propios iraquíes y por los inspectores de Naciones Unidas de los años noventa -UNSCOM-, en su mayoría a partir de mediados de esa década, de manera que cuando se fueron en diciembre de 1998 ya no quedaba nada y nunca las volvieron a reconstruir. Que, en segundo lugar, las hubiesen destruido después de esa fecha o las hubiesen preservado, como aseguraron los inspectores por la absoluta carencia de pruebas en sentido contrario, y hubieran seguido desarrollándolas posteriormente, pero que en algún momento de la crisis que precedió a la guerra o durante la guerra misma las hubieran destruido. Finalmente, que estén a buen recaudo, escondidas dentro o fuera de Irak, o dentro y fuera.

Respecto a las declaraciones de Bush y Blair sobre ese armamento y su peligrosidad, podemos también clasificar las posibilidades en tres categorías: que mintieran, que dijeran la verdad o que se equivocaran. Ello tiene que ver con la calidad de la Inteligencia y el uso que hayan hecho de la misma. Pueden haber manipulado una información que no corroboraba sus afirmaciones sobre la existencia del armamento. Pueden haber sido fieles a los informes de los servicios de inteligencia, los cuales pueden ser correctos o erróneos. Pueden, por último, haberse equivocado en la interpretación de ese material secreto. Pero lo más probable es que las cosas no se hayan desarrollado de una manera tan tajante, sino que se den situaciones mixtas o intermedias.

Aclararlo depende de muchos factores, pero es independiente de cuál sea la posibilidad que se confirme respecto a lo sucedido con el armamento. Puede no aparecer nunca sin que eso empañe la veracidad de los líderes y puede aparecer sin que eso los exima de la acusación de haber manipulado los datos conocidos.

Lo que sí es importante es saber lo que realmente dijeron, pues no todas las atribuciones que se hacen corresponden a la realidad, y sobre todo analizarlo situándolo en su contexto, no sólo el textual, sino especialmente el político, el cual ha resultado ser extraordinariamente controvertido por las pasiones ideológicas que la guerra ha suscitado y, por lo tanto, implica también lo que dijeron o dejaron de decir los críticos de Bush y Blair.

En cuanto a la inteligencia, va habiendo muchas revelaciones sobre su contenido y se conocerá con mucho más detalle cuando se lleven a cabo las investigaciones parlamentarias que se están iniciando en ambas cámaras del Congreso americano y que, sin duda, se efectuarán también en el Parlamento británico. Pero, a diferencia de la cuestión sobre la veracidad de los líderes políticos, el juicio acerca de la calidad de la Inteligencia depende enteramente de lo que realmente haya sucedido con las armas objeto de polémica. Por último, respecto al uso de la Inteligencia por los propios servicios y por los gobiernos, habrá que entender las condiciones estructurales en las que trabajan los funcionarios de esas ramas tan especiales de los gobiernos, condiciones que por la propia naturaleza de esos servicios son muy poco conocidas y, en consecuencia, muy mal comprendidas por parte de la opinión pública.

El misterio de las armas
El hecho de que las armas no aparezcan no quiere decir que no hayan existido o sigan existiendo. Si existen, su escondite es un gran misterio, pues parece extraordinario que con la magnitud de los esfuerzos puestos en la búsqueda no se haya obtenido absolutamente ningún resultado o casi ninguno. Pero si no existen, el misterio no es menos denso, puesto que entonces habrá que explicar qué sentido tiene que Sadam las haga destruir y se niegue rotundamente a suministrar pruebas de esas destrucciones hasta el punto de provocar una guerra que supone el exterminio de su régimen y quizá de su vida, cuando todo el mundo daba por seguro que su objetivo primordial era sobrevivir. Quienes ahora utilizan el tema de la desaparición de las armas para acosar a los gobiernos implicados en la guerra no son mejores en su parte de la explicación del misterio que los que defendieron la tesis de la existencia y la amenaza que implicaban y que ahora no dan con ellas.

Dado que el misterio es total, las especulaciones han de tener en cuenta posibilidades en todos lo sentidos. La más sencilla es que sigan escondidas. Al fin y al cabo, también ha desaparecido sin dejar rastro todo el numeroso clan de Sadam y nadie duda de que existió y sigue existiendo, incluido, probablemente, el mismo Sadam. Si eso puede suceder con las personas, por qué no con las cosas. Además, nunca se ha hablado de cantidades enormes, puesto que lo que da a esas armas su cualidad de “destrucción masiva” es que con cantidades relativamente pequeñas se puede conseguir una letalidad muy alta. La cifra manejada respecto al ántrax tanto por los inspectores como por todos los informes hechos públicos en los meses que precedieron a la guerra es de 25.000 litros: un camión cisterna. En cuanto a productos químicos armamentizables, se ha hablado de entre 100 y 500 toneladas: un almacén de dimensiones medianas. No es impensable que la familia de Sadam y sus allegados estén alojados en el mismo refugio que el armamento. De ser así, encuéntrese a las personas y aparecerán las armas.

Puede pensarse que a los constructores de un tan recóndito refugio les haya sucedido lo mismo que a los que crearon pasadizos secretos desde la época de las pirámides egipcias hasta la de los castillos medievales, que pagaron el secreto con la vida. Rocambolesco puede ser, pero dada la naturaleza del régimen de Sadam, no tiene nada de absurdo. 

En todo caso, estén juntos o separados personas y armas, lo que es altamente probable es que la gestión de los stocks del hipotético armamento estuvieran en manos de un número muy reducido de responsables y todo el proceso de investigación, adquisición de material, producción y almacenamiento sumamente fragmentado, de modo que cada una de las personas que participaban en el proceso conocía solamente una parcela muy reducida del mismo. Así, por ejemplo, es muy probable que no se pueda obtener absolutamente nada de los científicos sobre el paradero del armamento biológico o químico o sus precursores y pueda, por el contrario, resultar clave el conocimiento de un chofer o el cabo de un pelotón que proporcionaba seguridad a un desplazamiento o traslado.

Con todo, si el armamento existe, lo que todo el mundo esperaba, empezando sin duda por los líderes del bando de la guerra y los jefes militares que dirigieron la invasión, es que fuera apareciendo poco a poco de la misma manera que han ido cayendo en manos de los americanos los dirigentes baasistas, aunque todavía muchas de las cartas de la baraja no tengan ni siquiera una fotografía.

Ya a medida que avanzaban las tropas durante la guerra hubo una serie de falsas alarmas o esperanzas frustradas e indicios que demostraban la familiaridad de las fuerzas iraquíes con el armamento biológico y químico, pero nada en concreto respecto a las armas mismas. Una búsqueda sistemática no empezó hasta después de finalizada la guerra y corrió a cargo de unidades militares, especialmente de la infantería de marina, no muy especializadas en el trabajo. Su jefe no se mordió la lengua expresando su decepción por los nulos resultados del esfuerzo.

Durante la guerra se dio prioridad al avance de los ejércitos y la destrucción del enemigo. Sólo se investigaba cuando esporádicamente aparecía algo sospechoso. Cuando empezó una labor más sistemática tras la suspensión de las operaciones militares, ya se habían desencadenado los saqueos que siguieron inmediatamente a la caída del régimen. Los saqueos sin duda han destruido toneladas de documentación importante para despejar la incógnita de armamento iraquí y en ello hay que ver, al menos parcialmente, la mano de las gentes del régimen. Han destruido también muchas otras pruebas que, de haber sido respetadas, quizás hubieran conducido a ciertos resultados positivos.

Por ejemplo, en el gran complejo nuclear de al Tuwaita, había material radioactivo arrojado al suelo para apoderarse de los bidones que lo contenían, los cuales han estado siendo utilizados por las poblaciones vecinas para usos domésticos, con gravísimo peligro para la salud. Ese material radioactivo era susceptible de ser utilizado para construir bombas radiológicas, también llamadas bombas atómicas sucias. Si había alguna actividad en ese sentido que hubiera podido pasar desapercibida a los inspectores de Naciones Unidas que visitaron el lugar en varias ocasiones antes de la guerra, las pruebas han quedado destruidas.

Los primeros equipos de búsqueda, predominantemente militares, como se ha dicho, tabajaban con la información suministrada por los servicios de inteligencia americanos y se dedicaban a visitar los lugares recogidos en una lista de sitios sospechosos que en la inmensa mayoría de los casos habían sido previamente saqueados.

El único éxito, aunque no del todo claro, hasta el momento, procede de las proximidades de Mosul, donde las milicias kurdas encontraron dos grandes remolques del tipo de los descritos por Colin Powell en su intervención del 5 de febrero ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. A lo que Powell se refería entonces eran laboratorios móviles para la producción de armas biológicas, según información de inteligencia procedente de tránsfugas iraquíes. Los remolques respondían a las mismas características, pero, como tantas otras instalaciones, también habían sido robados, con lo que no conservaban de su equipo interior más que sus partes fijas y, además, parece que previamente habían sido tratados con cal viva, con lo que no se pudo encontrar ningún germen que atestiguase el uso que se había hecho de sus equipos.

Tras exhibirlos inicialmente como prueba irrefutable de las actividades ilícitas de los iraquíes, surgieron algunas dudas técnicas sobre la posibilidad de que hubieran estado destinados al uso que se les atribuía. Esas dudas fueron adecuadamente respondidas. Con determinados complementos técnicos, los camiones, en efecto, podían materialmente haber sido usados como laboratorios. Por lo demás, tampoco ha podido demostrarse ningún otro destino. Pero ha quedado una sombra de duda sobre la verdadera utilización de ese material. Lo que sin embargo es absolutamente claro, según manifestaciones de los inspectores de UNMOVIC, es que los iraquíes estaban obligados a declararlos, cosa que nunca hicieron, lo cual incrementa las sospechas sin que pueda llegarse a certezas.

Con tan exiguo, aunque no irrelevante, éxito en la búsqueda del material incriminante, los americanos han reestructurado completamente sus equipos y métodos de indagación. El proceso se ha centralizado y el control se ha distribuido más equitativamente entre el Pentágono y la CIA. Esto forma parte de una lucha en curso entre ramas de la Administración Bush de la que hablaremos en el próximo ARI. Al haber fracasado el Pentágono en una tarea que no era muy de su competencia, la CIA ve de nuevo incrementado su papel. Es un gran equipo, de más de 1.400 personas con gran variedad de especialidades: una parte residenciada en Washington, analizando el material que recibe y dando instrucciones; otra en Qatar, utilizando los sistemas de comunicación del cuartel general del general Tommy Franks y otra sobre el terreno, en Bagdad.

La tarea prioritaria de este Iraq Survey Group no será recorrer sitios vacíos tomados de una lista que se ha revelado estéril, sino buscar información analizando una montaña de documentos salvados de los saqueos y averiguar quién puede saber algo para interrogarlo sistemáticamente. Su misión, por lo demás, desborda el armamento de destrucción masiva. Se ocupará, por ejemplo, del estudio de las violaciones de los derechos humanos bajo el depuesto régimen iraquí, haciéndose cargo de las fosas colectivas que se descubren casi a diario y tratará también de explorar las relaciones del régimen con el terrorismo, lo que quiere decir que sus recursos humanos dedicados al tema que nos ocupa no son tantos como los efectivos totales del grupo. De momento se han curado en salud diciendo que no esperan resultados definitivos más que en meses, quizás años.

Un aspecto interesante de la composición de la nueva unidad es que incluye a antiguos inspectores –americanos- de la misión de Naciones Unidas de los años noventa. Mientras Washington se obstina en su resentimiento contra el equipo de Blix y lo mantiene apartado de la nueva búsqueda a pesar de la legitimidad que su presencia prestaría a cualquier hallazgo, reconoce implícitamente el valor de la experiencia acumulada por los técnicos que trabajaron por cuenta del Consejo de Seguridad. El fichaje más significativo es el de David Kay en calidad de superasesor, dependiendo directamente de Tenet, el director de la CIA. Kay dirigió uno de los equipos de la Agencia Internacional de Energía Atómica que en los años noventa andaba a la caza de las actividades nucleares iraquíes, y mantuvo entonces un duro enfrentamiento con Blix, en aquellos tiempos director de la Agencia vienesa, que certificó la ausencia de un programa nuclear en Irak, sólo para descubrir un tiempo después, gracias a un desertor, que el programa era mucho más amplio y avanzado de lo que nadie había sospechado antes de la primera guerra del Golfo. El Iraq Survey Group cuenta también con la colaboración de algunos expertos británicos y australianos.

Descartada la búsqueda de las armas dando palos de ciego, el trabajo se va a concentrar ahora sobre los programas. La evolución es decisiva. Últimamente, el presidente Bush en sus discursos tiende a mencionar lo segundo y silenciar lo primero. Por un lado, disminuyen claramente las expectativas, sin abandonarlas por completo, de encontrar algo sustancial en cuanto a armamento. Por otro, no se trata sólo de oportunismo o de la necesidad de encontrar un sustitutivo a las evanescentes armas, sino que los programas son lo verdaderamente importante, lo que revela las intenciones y supone un peligro a largo plazo, aunque no de forma inminente.

Algunas declaraciones recientes de científicos iraquíes a periodistas occidentales apuntaban ya en ese sentido. Se perfila así la posibilidad de que Sadam pudiera haber considerado que el armamento era demasiado peligroso o difícil de mantener y hubiera concentrado sus esfuerzos en preservar y tener actualizado el know-how para reconstruir sus arsenales en el mínimo tiempo posible a partir del momento en que las circunstancias se volvieran propicias. Esto pudo haberlo realizado incluso con programas reducidos, pues parecen haberse comprobado algunos casos de científicos que fueron recolocados en actividades legales en la industria química y biológica.

El estudio de estas industrias quizá pudiera proporcionar algunas de las claves del misterio de las armas iraquíes, y es de esperar que atraiga la atención del nuevo equipo. Podría ser revelador conocer su calidad, diversidad y volumen. ¿Están realmente proporcionadas a las necesidades y sobre todo a las limitadas posibilidades del país o están claramente sobredimensionadas? ¿En qué medida estaba planificada y controlada desde el centro y por quién? La respuesta a estas preguntas podría indicarnos si el tejido industrial químico y biológico estaba concebido como una fuerza de reserva que en poco tiempo podría reconvertirse en una maquinaria de producción de agentes letales prohibidos por las resoluciones de Naciones Unidas. Eso sería tan revelador o más que los mismos programas de I+D. Además, si es ese el caso, y dada la gran afinidad entre la industria química y biológica legal y la que no lo es, los programas pueden haber sido drásticamente reducidos, haciendo tanto más difícil la tarea de localizarlos.

La reorientación de la búsqueda hacia los programas adopta el planteamiento que se siguió respecto a los temas nucleares desde el principio de la última fase de la crisis iraquí. Los informes de inteligencia, puestos tan intensamente en solfa en estos momentos, daban por descontado que Irak no poseía ningún artefacto atómico o nuclear ni la materia prima para fabricarlo, el material fisible, uranio enriquecido o plutonio, pero que seguía manteniendo activos sus equipos de científicos y técnicos especializados y que no sólo poseía diseños de bombas atómicas operativas sino que los había ido mejorando en el sentido de la miniaturización, de manera que debía estar ya próximo a un modelo susceptible de ser alojado en la cabeza de uno de los misiles de mayor alcance que sobrevivieron a la guerra de 1991 y a la cacería de UNSCOM. Irak estaría, así, en condiciones de producir bombas atómicas en muy poco tiempo una vez pudiera conseguir el material fisible.

Este material había tratado de procurárselo Irak simultáneamente por varios métodos, desde que en 1981 la aviación israelí destruyera el reactor nuclear de Osirak, construido con tecnología francesa. Algunos de esos métodos eran tan laboriosos y científicamente primitivos que quedaron fuera del radar de los espías occidentales, de ahí la infravaloración de los avances en la materia en la época de la guerra del Golfo. Finalmente se habrían concentrado en un método lentísimo pero con grandes posibilidades de mantener oculto: las centrifugadoras de gas, que producen cantidades muy pequeñas de uranio enriquecido pero que tienen la ventaja de que, por sus dimensiones, se pueden instalar en la habitación de una casa. Basándose en informes de desertores iraquíes, los servicios anglosajones, pero también los alemanes, que fueron a este respecto los más alarmistas, estaban convencidos de que la gente de Sadam había conseguido salvar alguna de esas máquinas a las destrucciones de UNSCOM y que, tras haber expulsado a los inspectores a finales de 1998, pudieron clonarlas. La importación, documentada, de tubos de aluminio altamente endurecidos, parecía ser la prueba concluyente y así la presentó Powell en su comparecencia del 5 de febrero ante el Consejo de Seguridad. Posteriormente, todo este asunto se ha convertido en uno de los escándalos de Inteligencia de los que nos ocuparemos en la continuación de este ARI.

Basándose en los anteriores supuestos, los servicios secretos concluían que Irak debía tener ya una cierta cantidad de uranio de calidad armamentística y que al ritmo de producción que se suponía, llegaría a tener la cantidad suficiente como para construir una bomba atómica en unos 5 ó 6 años, pero que dada su preparación científica y tecnológica podría tenerla en muy pocos meses si se hacía con el material fisible adquiriéndolo clandestinamente, por ejemplo, de Rusia.

Lo cierto es que las inspecciones que precedieron a la guerra en el marco de la resolución 1441 no encontraron nada y El Baradei, como años antes había hecho su predecesor y ahora colega Hans Blix, volvió a certificar la ausencia de un programa nuclear en Irak; si acertada o, como años atrás, equivocadamente, es lo que tratará de averiguar el nuevo equipo americano de rastreadores. En todo caso, merece la pena llamar la atención sobre la escasa insistencia que se ha puesto en los temas nucleares en el curso de la apasionada polémica actual en torno a las armas iraquíes.

Si de lo nuclear se está hablando poco, la cuestión de los misiles se puede decir que ha pasado casi al olvido. No son propiamente armas, sino medios de transporte de las mismas y a Irak se la había prohibido tenerlos de un alcance superior a los 150 km, tratando mediante esa limitación de confinarla a los medios puramente defensivos, disminuyendo así la amenaza que pudiera ejercer sobre sus vecinos. Sin embargo, los análisis basados en los informes de UNSCOM concluían que el régimen de Sadam habían conseguido escamotear a los inspectores de entonces entre una y dos docenas de Scuds modificados con un radio de al menos 600 km. A ese hecho, o supuesto, se le atribuyó una gran importancia por sus implicaciones político-estratégicas. De ser cierto, el ejército iraquí tendría a su alcance a Israel, disparando desde el Oeste del país, en las proximidades de la frontera con Jordania.

En caso de guerra, podría muy bien ser del interés de Sadam implicar a los israelíes, por el impacto negativo que ello tendría en el mundo árabe. Por eso, esta eventualidad tuvo un carácter prioritario en la planificación bélica de Washington, que antes incluso de que se desencadenase el primer ataque contra Bagdad tenía ya comandos, con fuerte participación australiana, operando en esa área occidental a la caza de los engorrosos misiles. En esas unidades no hubo nunca periodistas insertados y sus actividades se cuenta entre las más opacas de toda la guerra, pero lo único seguro es que de los misiles no apareció ni rastro.

Y aquí sí que estamos ante un acto de escamoteo digno de Houdini. Las centrifugadoras de gas son fáciles de esconder y podrían desarmarse y desaparecer entre montañas de chatarra. Los productos químicos y biológicos podrían, en algunos casos, ser incinerados sin dejar rastro identificable, aunque no es fácil y en ocasiones se prefiere almacenarlos ya desactivados e inutilizables a tratar de eliminarlos, lo que resulta más complejo. De hecho, en la última ronda de inspecciones, las autoridades iraquíes llegaron, en una de sus graduales concesiones, a mostrar a los expertos de Naciones Unidas “cementerios” en los que estaban sepultados los restos de las destrucciones de ese tipo de productos realizadas más de una década antes. ¿Por qué no los supuestamente destruidos en los últimos años? Pero lo que con toda seguridad no puede disolverse en el tórrido aire del desierto son las voluminosas masas de los misiles.

Y ello nos llevaría a la otra hipótesis sencilla y al tiempo sumamente enigmática: nada se ha encontrado porque nada existía. Esta explicación de por qué nada aparece no puede ser más simple. Pero todo lo que ella implica es casi inexplicable y pulveriza todos los esquemas interpretativos que se han utilizado para dar sentido a los datos conocidos. Pautas de interpretación utilizadas antes de la guerra por tirios y troyanos -guerra si, guerra no- entre los que han seguido profesionalmente la personalidad y la política de Sadam durante años. Por el contrario, en aquellos poco interesados habitualmente por las cuestiones internacionales, movilizados en grandes masas por su aborrecimiento de la guerra, o por su aversión a lo que perciben como imperialismo americano, en no pocos casos incapaces de señalar Irak sobre un mapa, puede haber influido poderosamente la idea tan extendida de que un país del tercer mundo, pobre o empobrecido y relativamente atrasado no puede nunca representar una amenaza para una superpotencia, ni siquiera para países lejanos y más desarrollados y que, desde luego, es poco creíble que pueda tener cantidades apreciables de armamento sofisticado, caro y difícil de adquirir.

Pero tanto analistas independientes como toda clase de servicios gubernamentales, no sólo en los países partidarios de la intervención militar sino también en Francia, Alemania o Rusia o en los países árabes, veían como altamente improbable que Sadam accediese a desarmarse bajo ninguna clase de presión, mucho menos que lo hiciese motu propio, y en todo caso nadie entendía, y sigue sin entender, que hubiera destruido el armamento, que hubiera renunciado a los programas de investigación y que se negara a presentar pruebas hasta el punto de que esa actitud le acarrearse una guerra que le podía costar la vida y, desde luego, todo el poder y una gran parte de las riquezas acumuladas a lo largo de tantos años.

Si finalmente esos han sido los hechos, y la prueba negativa de que todavía no se ha encontrado nada o casi (laboratorios móviles) dista de ser concluyente, habrá que explicarlos y las especulaciones ya se han disparado. Una de las más salvajes es que Sadam, en último término, deseaba la guerra en las peores condiciones políticas para Estados Unidos, con el mundo en contra. Si deseaba la guerra es necesariamente porque esperaba ganarla, cosa pensable dada su proclividad a cometer grandes errores de cálculo. Eso explicaría por qué no estuvo dispuesto a demostrar que no poseía el armamento incriminador, pero no explica por qué había renunciado al mismo tras haber demostrado durante años un tan extraordinario apego.

Otras explicaciones de esa obstinada ocultación del supuesto cumplimiento de lo que Naciones Unidas venía exigiéndole durante años puede hallarse en el argumento de la humillación, sin duda a sus ojos peligrosa expresión de debilidad, que le supondría confesar ante su pueblo que había sido obligado por la presión internacional a renunciar a sus amadas armas. O bien el temor a mostrarse desarmado ante sus enconados vecinos iraníes, o despojado de una buena parte de su capacidad de intimidación frente a sus vecinos árabes.

Respecto al por qué de la renuncia, caso de que se demuestre, la cronología es decisiva. Si realmente ha llegado a alcanzar la lucidez suficiente como para comprender que la posesión de ese armamento podía resultarle más peligrosa que su carencia, pudo haberlo destruido en varios momentos y el significado no es el mismo en cada caso. La mayor parte de las especulaciones que están circulando apuntan a momentos recientes: antes de que los inspectores volviesen a suelo iraquí el pasado diciembre, por ejemplo. Declaraciones de fiabilidad desconocida de un científico supuestamente implicado en el programa químico a el New York Times pocos días después del fin de la guerra, precisaban con todo detalle que la eliminación comenzó cuatro días antes del ultimátum de Bush, es decir seis antes del comienzo de la guerra y todavía continuó durante los primeros días de la misma.

Se trata de explicar hechos tan contradictorios con todos nuestros conocimientos que incluso hipótesis jocosas se han presentado con visos de seriedad. Por ejemplo que los responsables del armamento prohibido, hartos y asustados de sus peligrosas implicaciones, lo hicieron desaparecer por su cuenta y cancelaron los programas, todo ello a espaldas de Sadam, de manera que todo el esfuerzo subsiguiente ha sido mantenerlo en la ignorancia. Esta estrambótica explicación tendría la ventaja de dar cuenta del terror que los científicos abordados por los inspectores de UNMOVIC mostraron en los interrogatorios. Decían que no había nada, pero con sus gestos transmitían el mensaje contrario. Según esta inverosímil hipótesis, el destinatario del mensaje no sería la comunidad internacional, sino el propio Sadam.

Hasta el momento en que las investigaciones descubran la verdad, seguirán surgiendo interpretaciones a cual más imaginativa. Lo prudente es esperar.

Conclusiones: Las armas de destrucción masiva que 17 resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le habían prohibido poseer a Sadam bajo amenaza de acción punitiva de la comunidad internacional, no han aparecido defraudando las manifiestas expectativas de los líderes que llevaron a sus países a la guerra basándose, preferente pero no exclusivamente, en el argumento de su peligrosidad. Qué ha pasado con ese armamento es objeto de toda clase de especulaciones, pero nada se ha demostrado en un sentido u en otro. Podría perfectamente seguir escondido. Los dos remolques equipados como laboratorios que se han encontrado pueden constituir una prueba de su existencia, pero ofrece algunas dudas. La hipótesis de que haya sido destruido antes de la guerra hay que analizarla minuciosamente, pero requiere explicaciones que chocan frontalmente con todo el conocimiento acumulado durante más de treinta años sobre el régimen baasista. Lo prudente es seguir haciéndose preguntas y reservar el juicio hasta que la investigación vaya sacando a la luz hechos seguros y probados.

Manuel Coma
Investigador Principal, Área de Seguridad y Defensa
Real Instituto Elcano

Manuel Coma

Escrito por Manuel Coma