La emergencia de Turquía como potencia regional (ARI)

La emergencia de Turquía como potencia regional (ARI)

Tema: Turquía se postula como un renovado y emergente poder regional.

Resumen: Son numerosos los hechos y acontecimientos internos e internacionales que vienen sucediendo últimamente y que muestran un cambio en la orientación de la Política Exterior de Turquía. Todos ellos parecen indicar que Turquía aspira a recuperar una posición de relevancia en su ámbito regional.

Análisis

Evolución de la geo-política de Turquía
Desde el fin de la Guerra Fría y en buena parte debido a la doctrina Truman, Turquía jugaba un importante papel como aliado de EEUU y sus aliados occidentales contra el bloque comunista liderado por la Unión Soviética. Con ello, pretendía ser considerado como un país occidental más y conseguir ser aceptado como miembro de pleno derecho de la UE.

Turquía, durante este período, renunció en buena medida a una defensa nacionalista de sus intereses, que a menudo subordinó a los de las potencias occidentales en general y a los de EEUU en particular.

Pero tras la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, los turcos han avanzado en el sentido de ir ganando mayores dosis de independencia en la elaboración de su Política Exterior, en su radio de acción e influencia en la región y a la hora de escoger nuevos aliados.

Además del fin de las dinámicas políticas y estratégicas que el conflicto bipolar global implicaba, contribuyen a explicar estos movimientos los cambios operados en la economía y en la sociedad turca, así como en las relaciones con EEUU y otros actores, antes considerados enemigos.

Referente a su economía, es un hecho evidente que desde los años ochenta ha despegado, creciendo de forma sólida y sostenida y abriéndose a las dinámicas de la economía global. Este crecimiento le ha permitido dotarse de recursos y capacidades de las que no disfrutaba desde la caída del Imperio Otomano. Además, le ha posicionado en el umbral económico mínimo para ser considerada su incorporación a la UE, presentando incluso indicadores iguales o mejores que los de Rumanía y Bulgaria, las dos últimas incorporaciones a la UE. En 2006 Turquía tenía la economía número 18 del mundo, mayor que cualquiera de todos los países musulmanes, crece a un ritmo del 6% y ha desarrollado una apreciable y pujante clase media. Todo ello es sinónimo de prosperidad e implica el deseo de buscar nuevas rutas, algunas en solitario, otras en compañía, de cara a mejorar sus prestaciones económicas. 

La sociedad turca también ha cambiado y si bien se muestra de acuerdo con los valores seculares que han propiciado su desarrollo en todos los campos, lo cierto es que hay una incorporación de una mentalidad más tradicional, nacionalista e islamista en la vida política. Ha primado especialmente desde los años 70 el componente nacionalista, si bien en la actualidad el elemento religioso aparece como uno a ser tenido en cuenta a la hora de analizar las decisiones y las políticas de Ankara.

En lo relativo a sus relaciones con EEUU, cabe señalar un primer e importante punto de inflexión y desencuentro. Concretamente, fue en los años 70 cuando las relaciones con EEUU, a raíz de la invasión turca de Chipre, sufrieron un duro revés, teniendo como resultado la suspensión de las mismas entre los años 1975 y 1978. No obstante, las dinámicas políticas de la Guerra Fría restablecerían la alianza entre ambos, que se extendería hasta la última década del siglo XX. Pero en la década de 1990 y tras las tensiones provocadas por la primera Guerra del Golfo, la naturaleza de las relaciones ha ido cambiando de forma progresiva.

Acontecimientos desde el año 2000, tales como la segunda Guerra del Golfo, la posguerra en Irak y el acercamiento de EEUU a los kurdos, entre otros, han motivado que Ankara abandone la subordinación de sus intereses a los de los estadounidenses y promueva una estrategia propia que incluye la búsqueda de aliados más allá de Washington y la OTAN.

Consecuencias y nuevos objetivos de Turquía
Esta nueva dinámica ha hecho que Turquía establezca lazos con países que en otra época se consideraban enemigos –como, por ejemplo, Rusia y China– y otros –Siria e Irán– cuya aproximación causa no pocas suspicacias en sus aliados estadounidenses. El acercamiento ruso a Turquía, contando con el beneplácito de ésta última comenzó durante el mandato del presidente Yeltsin, con la construcción del gasoducto Blue Stream, que conecta a estos países y cuyo recorrido transcurre de forma submarina a través del Mar Negro. Y continúan hoy en día estas buenas relaciones con la invitación de Putin a Erdogan a unirse en calidad de observador a la Organización para la Cooperación de Shangai (OCS), que cuenta entre otros miembros –además de los países de Asia Central– a Rusia y China, sin olvidar que como observadores están la India e Irán.

La relación entre turcos y rusos es de importancia capital, máxime cuando se está discutiendo el posible trazado para un nuevo gasoducto, el Blue Stream II, que tendría como función traer el gas del Mar Caspio a Europa. El acercamiento entre Rusia y Turquía podría arruinar el deseo de la UE y de EEUU de que el recorrido del mismo fuera a través de Turkmenistán, Kazajistán y Uzbekistán, evitando así a Rusia.

Y también cabría referirse a la exploración de acuerdos puntuales con Irán y Siria, que desde luego causan bastante inquietud en Washington, más aún cuando las relaciones con estos países pasan por su peor momento.

Todos estos datos y dinámicas se han ido desarrollando de forma paralela a una buena relación (aunque menguante) con EEUU, pero ponían de manifiesto la voluntad de Ankara de aspirar a algo más que ser un aliado importante en la región. No obstante, los acontecimientos de octubre de 2007 han podido acelerar los planes al respecto, pero no cabe duda de que han puesto en marcha el proceso de recuperación de la hegemonía regional por parte de Turquía.

El conflicto con el PKK: un impulso hacia la hegemonía regional turca
A finales del citado mes, en las proximidades de la frontera con Irak, el ejército de Turquía sufrió un atentado con víctimas mortales. Éste fue perpetrado por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El ataque devolvía a la actualidad a este grupo terrorista[1] tras una etapa de cierto ostracismo, como resultado de la captura de su líder Abdullah Öcallan en 1999. No obstante, ya desde 2004 había comenzado una escalada de actos violentos contra las Fuerzas Armadas, la población y los intereses turcos.

El Gobierno turco se enfrentaba así a una renovada espiral de violencia por parte del PKK y a las acusaciones de debilidad, formuladas por los grupos y partidos opositores al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Erdogan. Unas imputaciones que se presentaban en un triple sentido: el gobierno estaba cediendo no sólo ante el PKK, sino también ante los kurdos iraquíes y de nuevo ante las políticas e intereses de EEUU en la zona.

Ningún gobierno con aspiraciones de primacía regional puede permitirse trasladar al entorno físico y político inmediato una imagen débil, pues las relaciones en el escenario internacional no lo son entre actores sino entre imágenes de actores. Siendo consecuente con esta máxima, Erdogan solicitó a finales de octubre de 2007 al Parlamento Turco la autorización para una operación a gran escala en el norte de Irak con el objetivo de erradicar de ese territorio la infraestructura del PKK. A esta iniciativa se unieron acciones diplomáticas con EEUU, el Gobierno de Irak y el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK). A los primeros se les solicitó su apoyo en caso de una intervención, algo que ya había solicitado Erdogan a la Administración Bush cuando visitó EEUU en febrero de 2007. De los norteamericanos recibió en ambos momentos llamadas a la contención y a insistir en medidas de corte diplomático.

Respecto a las entidades oficiales iraquíes, con las que le une un débil y poco promovido lazo,[2] les solicitó la entrega de una lista de destacados líderes y militantes del PKK, obteniendo la siguiente respuesta de Jalal Talabani, presidente de Irak: “Esa entrega es un sueño que nunca será realizado, dado que se esconden en montañas inaccesibles”.

Ante el más que probable fracaso de la vía diplomática, Turquía se preparó para hacer una demostración de fuerza y a tal efecto concentró más de 100.000 soldados en la frontera con el Kurdistán iraquí. Esta decisión del primer ministro Erdogan, más allá del problema que para la seguridad nacional turca representa el PKK, no pierde de vista los presentes, futuros y esenciales intereses que para los turcos están en juego en el norte de Irak, tales como: la evolución geopolítica del Kurdistán, el estatus de la región de Kirkuk y las minorías kurda en Turquía y turca en el norte de Irak. Y sabe que para afrontar y gestionar con eficacia a favor de los intereses turcos los acontecimientos que depara el futuro, ha de hacerlo desde una posición de fuerza y poder respecto al entorno.

En consecuencia con sus argumentos, acciones y previsiones, Ankara llevó a cabo durante el mes de diciembre diversos ataques en suelo iraquí contra el PKK.

Esta nueva actitud de Ankara preocupa, como es obvio, a Irak, pero también y en gran medida a EEUU, que observa con preocupación cómo el Kurdistán –la única zona no hostil y de relativa tranquilidad de Irak, pues incluso el PKK no ha atacado a sus fuerzas–, puede verse arrastrado a un conflicto bélico. Ello no sólo contribuiría a una mayor desestabilización de Irak, sino que para Washington las partes enfrentadas son por distintas razones aliados suyos.

Para evitar este escenario, EEUU ha redoblado esfuerzos diplomáticos y de cooperación en materia de inteligencia, con el objetivo de asfixiar física y económicamente al PKK en suelo europeo y asiático y de señalar a las autoridades iraquíes y turcas los emplazamientos y movimientos del PKK en Irak y Turquía. No obstante, para los turcos dichas acciones no son suficientes e insistirán en la vía militar como fórmula para defender sus intereses y promover una agenda propia.

Una solución que no incluya el poder militar de los turcos se antoja complicada, especialmente por el delicado momento por el que pasan las relaciones entre Washington y Ankara. Desde la crisis de Chipre no pasaban por tal trance. Concretamente, dos hechos han contribuido al distanciamiento entre los en otra hora firmes aliados: primero la denegación en 2003 del Parlamento Turco al despliegue y tránsito de la IV División del Ejército de EEUU en Turquía para atacar Irak y, después, la reciente declaración en octubre de 2007 del Congreso de EEUU calificando (y condenando) como genocidio las matanzas llevadas a cabo contra la población armenia por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial.

A ambos factores hay que sumar la doble percepción turca de que, por un lado, EEUU comenzó la segunda guerra de Irak sin tener en cuenta las consecuencias para su seguridad, y, por otro lado, los objetivos actuales de la política exterior estadounidense en la zona, que no les favorecen en absoluto.

Al hilo de estas percepciones, Ankara elabora el siguiente razonamiento: dado que los kurdos son aliados necesarios e importantes para los norteamericanos en su anhelado deseo de dotar de estabilidad a Irak, los turcos estiman (y temen) que progresivamente el Kurdistán iraquí vaya ganando autonomía. En el peor de los casos, desde el punto de vista de Ankara, Irak podría dividirse y el Kurdistán conquistar su independencia. Y, entonces, quienes dispondrían de una reforzada posición en el entorno geográfico y político serían los kurdos, que podrían promover una suerte de guerrilla kurda en Turquía para conseguir la consecución de objetivos territoriales y políticos, y que básicamente consistirían en la integración de territorios turcos de mayoría kurda en un futuro Estado independiente kurdo.

Así, la interpretación de los últimos ataques del PKK y su posterior refugio en el Kurdistán iraquí refuerzan la teoría de Turquía antes mencionada, que entiende que estos actos terroristas son un indicio de lo que podría suceder más adelante. Si bien se pueden apreciar rastros de la tendencia político-psicológica, por la cual los actores internacionales son proclives a identificar los estímulos que reciben del entorno con sus expectativas, tampoco puede decirse que la argumentación turca sea inexacta.

Por ello, siendo consecuentes con sus teorías y razonamientos, para Ankara la respuesta que ha de darse a los grupos violentos kurdos y quienes de forma diversa los amparan no puede ser exclusivamente defensiva o diplomática, sino que entiende que en ocasiones la mejor defensa es atacar, con el objetivo de tratar de crear una zona de seguridad en Irak. Al hacerlo, no sólo se conseguirá rebajar la amenaza del PKK, sino establecer un área de influencia desde la que asentar una futura primacía regional.

Una nueva Política Exterior turca: posibles restricciones
Los nuevos objetivos de la Política Exterior de Turquía podrían verse amenazados por las presiones que sobre Turquía pueden ejercer dos actores: la UE y EEUU.

El primero de ellos, una vieja y anhelada aspiración de los turcos, está perdiendo de forma creciente su influencia sobre Turquía, debido a su mal disimulada intención de complicar (y si es posible evitar) el acceso de ésta como miembro de pleno derecho. Los turcos gozan del estatuto de miembro asociado desde 1963, solicitando su plena adhesión en 1987 y abriéndose negociaciones formales al respecto en 2005. Desde entonces, las relaciones de Turquía con la UE han empeorado, en buena parte por las continuas exigencias de esta organización hacia Ankara, percibiendo ésta última que sus esfuerzos económicos y políticos[3] no son apreciados en su justa medida. La UE ha virado en sus intenciones hacia Turquía, y ahora considera que es demasiado grande y demasiado musulmana como para poder implementar un proceso de adaptación e integración eficaz. Todo ello no ha pasado inadvertido para la población turca, cuyos sentimientos nacionalistas comienzan a sentirse de forma sensible en las encuestas. Éstas mostraban en 2004 un apoyo a la adhesión a la UE de un 60%. En 2007 este porcentaje ha descendido hasta un 30%.[4] A la vista de datos como estos, más las (impopulares) presiones europeas a favor de los kurdos y las actuales relaciones entre la UE y Turquía, el gobierno de Erdogan, tiene más libertad de acción y capacidad para diseñar una Política Exterior más allá de los intereses y presiones de los de la organización europea.

En lo referente a EEUU, el hecho más significativo es la inversión del factor dependencia en las relaciones turco-americanas. Hoy en día, los americanos necesitan más a los turcos que Turquía a EEUU. Tal y como señaló en septiembre de 2007 el subsecretario de Estado Nicholas Burns: “Turquía es un aliado indispensable para nosotros en Oriente próximo”.[5] Y es cierto, Washington no puede perder el uso de la base aérea de Incirlik, pues desde ésta se abastecen los esfuerzos bélicos en Irak y Afganistán. O bien no puede prescindir de los turcos como aliados en su doctrina y estrategia de “Guerra contra el Terror”. Como tampoco, dadas las actuales circunstancias que rodean a Irán, puede permitirse un acercamiento coyuntural entre turcos e iraníes, bien por razones energéticas –de obtención de recursos económicos–, bien porque ambos países coinciden en su voluntad de contener el nacionalismo kurdo.[6] Así pues, la influencia de EEUU sobre Turquía, si bien se mantiene, lo hace con menor intensidad y posibilidades de éxito que antes, como demuestra el hecho de que desde 2003 los turcos dejaron de necesitar de forma exclusiva a los norteamericanos como garantes y protectores de su seguridad nacional. Como resultado, las dinámicas de sus relaciones se orientan hacia la consecución de intereses mutuos, pero difícilmente hacia la subordinación de los objetivos y políticas turcas respecto a las de EEUU.

Un escenario geopolítico favorable para los intereses de Ankara
Todo lo expuesto va poniendo de manifiesto que la situación en la región ha cambiado y que lo hace a favor de Turquía. Las complicadas características geoestratégicas del entorno próximo posicionan a los turcos como el actor más próspero y estable en una región marcada por la inestabilidad: Irak al sur, un Cáucaso sometido a constantes turbulencias políticas al norte y el nudo gordiano de los Balcanes al noroeste. La evolución y el papel de Egipto tras Hosni Mubarak son una incógnita; Irán afronta una posible intervención militar de EEUU y, en cualquier caso, bien por la fuerza, bien por la propia renuncia, Teherán sin poder nuclear no puede desafiar a Turquía; y Grecia, su otrora enemigo, no es actualmente un posible rival con las capacidades necesarias para aspirar al liderazgo que pretende Ankara. Mención aparte habría que hacer al actor más importante y poderoso de la zona, Israel, pero el Estado judío tiene su atención concentrada en otros (obvios) objetivos e intereses. Y dadas sus evidentes capacidades económicas y militares, no necesita y no figura en su agenda disputar el poder regional a Turquía ni generar cualquier situación que pudiera poner en riesgo sus buenas y sostenidas relaciones bilaterales.

Turquía desea ser el agente estabilizador que la región (y sus intereses) necesitan, percibiendo que como resultado del entorno internacional, EEUU no puede jugar enteramente ese papel y la UE, dividida por los intereses particulares de sus miembros, se muestra incapaz de ser un actor relevante, no ya en esa región sino en su propio territorio, como la gestión de la situación en los Balcanes demuestra día a día. Los acontecimientos actuales en el norte de Irak son muestra visible de que los turcos están desarrollando su propia agenda política, diferente y diferenciada de la de otros actores occidentales y orientales.

Conclusión: En este escenario, Turquía se postula, y así debería ser visto, como un renovado y emergente poder regional que ha comenzado el proceso para recrear la hegemonía, la presencia e influencia regional que anormalmente había dejado de ostentar desde el final de la Primera Guerra Mundial. La pregunta no es, hacia dónde va Turquía, sino hasta dónde quiere llegar.

“El camino de miles de kilómetros comienza con un solo paso” (Lao-Tse).

Rubén Herrero de Castro
Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Relaciones Internacionales en la misma universidad


[1] Así calificado, obviamente por Turquía y por la UE y EEUU.

[2] Desde su establecimiento y por su vinculación obvia con la cuestión kurda, Ankara ha tratado de ignorar al GRK. Así, por ejemplo, el coordinador turco para Irak, Oguz Celikol, ha rechazado mantener reuniones con representantes del GRK. Y respecto al presidente de Irak, Jalal Talabani, por su condición de kurdo, de momento no ha sido invitado a Ankara por su homólogo turco el presidente Ahmet Sezer.

[3] En la última década Turquía ha conseguido, incrementar sus niveles económicos y administrativos hasta un estándar próximo a los europeos: mejora sustantiva en materia de derechos humanos; supresión de la pena de muerte; y promoción en 2004, entre la población turco-chipriota, de la aceptación de un referéndum para crear una confederación en Chipre.

[4] Omer Taspinar, “Turkey’s Fading Dream of Europe”, Current History, vol. 206, nº 698, marzo de 2007, p. 124.

[5] http://www.state.gov/p/us/rm/2007/92066.htm.

[6] Cabe recordar que iraníes y turcos sufren ataques del PKK y del PJAK (rama iraní del PKK).