La débil posición de Rusia en la crisis con Corea del Norte

La débil posición de Rusia en la crisis con Corea del Norte

Tema: Transcurridos 50 años desde una guerra que concluyó sin tratado de paz, asistimos a la posibilidad teórica de un enfrentamiento intercoreano y norcoreano-norteamericano. Con tropas, armamento e ideología soviética, Moscú contribuyó decisivamente a instaurar el régimen norcoreano. Pero tras el colapso de la URSS, la influencia de Moscú se ha debilitado acusadamente. Con Vladimir Putin, Rusia ha desplegado una nueva política coreana que incluye una ofensiva diplomática destinada a acabar con la larvada crisis que bloquea manifiestamente sus intereses nacionales a medio y largo plazo.

Resumen: A medida que transcurre la crisis, aumenta la sensación de perplejidad en todos los vecinos de Corea del Norte y la percepción de irrelevancia de Moscú en su autoasignado papel mediador en el marco de una solución multilateral que se dilata. Más allá de los detalles de la conocida crisis, este análisis se detiene en la capacidad de influencia que tiene Moscú en Pyongyang, así como en sus bazas no sólo para enfriar la escalada, sino también para activar un diálogo y comprometer a Pyongyang en una normalidad que facilite la integración económica de toda Asia septentrional. Tal integración convendría a Rusia, pero no a Washington. La salida dependerá en parte de las prioridades del orden internacional que emerja de la guerra en Irak y de la propia escalada al borde del abismo del régimen norcoreano durante la guerra en curso.

Análisis: Con la reciente interceptación de un avión de reconocimiento estadounidense cerca de la costa norcoreana y las últimas amenazas de Pyongyang de “autodestrucción” lanzadas contra Japón si éste pone en órbita un satélite para espiar territorio norcoreano, la tensión continúa. El aún más reciente anuncio de Pyongyang de suspender los contactos militares con EEUU aumenta la escalada. Y Rusia puede ser un actor activo, pero no una pieza clave de la solución. Se da la situación bien curiosa de que Washington, el Estado más importante a ojos de Pyongyang para acabar con la crisis, se decanta oficialmente por un tratamiento multilateral diferido, lo que equivale a un estancamiento o a un empeoramiento de la tensión. Y esto porque, primero, en el ámbito de los esquemas defensivos heredados de las alineaciones de la Guerra Fría, Seúl y Japón no han adoptado ninguna iniciativa para el desbloqueo intercoreano sin consultar con Washington. Segundo, Rusia se inserta en un Asia que carece de mecanismos de seguridad institucionalizados y de alcance regional compartidos. Además, Moscú aún mantiene un contencioso territorial con Japón, con el que ni siquiera ha firmado un tratado de paz. A su vez, el nuevo tratado de amistad ruso-norcoreano, suscrito en el año 2000 y que reemplaza al de 1961, no incluye la defensa mutua en caso de guerra –que Moscú no quería–, pero al precio de disminuir su influencia en Corea del Norte.

En la actualidad, EEUU otorga prioridad a Irak y, para contener a un régimen megalómano con síndrome de fortaleza sitiada, confía el flanco coreano a arreglos defensivos clásicos y a una racionalidad de la escalada tácitamente compartida con Pyongyang. Así las cosas, Moscú aparece impotente y reactivo frente a las iniciativas de la administración Bush en el Golfo Pérsico, mientras que balbucea una contención de Washington en el contexto de un paralelismo preciso, aunque de futuro incierto, junto a París, Berlín y Pekín, pero no con Tokio ni Seúl. Pese a que la diplomacia soviética tiene una tradicional experiencia en Extremo Oriente, su reimpulsada vocación euroasiática no se plasma en una diplomacia de peso porque carece de los recursos económicos para contrarrestar la abrumadora presencia norteamericana en Asia- Pacífico. La precariedad rusa se realza dada su incapacidad para actuar concertadamente con China en asuntos que no sean estrictamente bilaterales. Pekín es el tercer socio comercial de Corea del Sur y no quiere arriesgar su relación con EEUU, puesto que sus intercambios comerciales son diez veces superiores a los que tiene con Moscú.

Los intereses de Rusia en Corea
Rusia desempeñó un papel fundamental en el período transcurrido entre la fundación de Corea del Norte y la guerra de 1950-53. Kim Il-Sung llegó a la península con pasaporte soviético. Y las armas soviéticas, manejadas por tropas chinas y norcoreanas, contribuyeron a repeler el contraataque autorizado por Naciones Unidas. Pero durante el conflicto sino-soviético (1960-1989) Pyongyang mantuvo una equidistancia alternada respecto de Pekín y Moscú, lo que le otorgó un margen de independencia y cierta capacidad para manipularles, obteniendo ventajas económicas. A finales de los ochenta, Pyongyang era uno de los mayores importadores de tecnología militar soviética (incluyendo la nuclear). Pero el establecimiento de relaciones entre Moscú y Seúl, en 1990, alienó a la recelosa Corea del Norte, aunque pareció dar a Moscú un nuevo estatus como potencial mediador en las relaciones intercoreanas. Sin embargo, al año siguiente, con la disolución de la URSS, se redujeron drásticamente todos los contactos y la nueva barrera ideológica se acentuó con la prioridad que otorgó Boris Yeltsin a su relación con Seúl en perjuicio de Pyongyang. Este giro fue visto como una traición por Pyongyang y tiene consecuencias hasta hoy pese a las apariencias de relación privilegiada con el antiguo aliado comunista.

Desde el visionario discurso de Mijail Gorbachov en Vladivostok, en 1986, que delineaba el futuro de Moscú en Asia-Pacífico, Rusia se ha integrado mejor en Asia septentrional, pero no ha logrado una política cualitativamente privilegiada con ninguno de los países de la región. En realidad, Rusia presenta unos indicadores económicos tercermundistas e incluso una relativa fragmentación de soberanía en sus territorios de Oriente. Proyecta una imagen de debilidad frente a sus pragmáticos vecinos orientales, y al parecer, los dos Estados coreanos han dejado de considerar a Moscú como un interlocutor clave en la península. Esto no significa que Moscú comparta esta percepción. Si bien es cierto que los asuntos coreanos no ocupan un lugar central en la opinión pública rusa, con la llegada de Putin se reactivó el flanco norcoreano como componente relevante del interés nacional de Rusia.

Pese a los datos del Ministerio de Economía de Rusia, que indican que el comercio bilateral Moscú-Pyongyang se está incrementando en un 10% anual, el volumen en 2001 fue de 115 millones de dólares, un pálido reflejo de los 1.500 millones de dólares registrados durante la época soviética. En el largo plazo, la normalización en la península coreana, junto con la normalización de las relaciones Moscú-Tokio, podría permitir la materialización del plan ruso de construir una línea adicional del ferrocarril transiberiano a través de la península coreana. Para Rusia, esto supondría un extraordinario beneficio como puente de mercancías asiáticas a Europa y contribuiría realmente a convertirla en la potencia euroasiática que dice ser.

Pero igualmente atractiva para Moscú es la perspectiva de reactivar la economía de Siberia oriental y revertir la decadente tendencia demográfica, que representa un problema de seguridad nacional. La administración Putin está preocupada por las estadísticas que proyectan para 2050 un declive de la población rusa, de 145 a 104 millones, y un incremento de la población de China, de 1.300 millones a 1.600. Esto se traduciría en menos de 10 millones de habitantes en toda Siberia. Por otro lado, siguiendo el modelo inmediatista que tiene con China, a Moscú le interesa la venta de armas a Pyongyang, y hay un interés compartido por modernizar la industria pesada norcoreana fundada en modelos soviéticos, en el que destacan las refinerías de petróleo, la industria metalúrgica y los reactores nucleares.

Una realidad muy distinta
Pero si bien Corea del Norte ha recibido aprovisionamiento eléctrico y alimentos de Rusia, las modestas cantidades no remplazan el declive de las importaciones de petróleo de la URSS. En una gran paradoja realista, nada se asemeja a ojos norcoreanos al potencial de aprovisionamiento energético y alimentario que puede proveer EEUU y a su deseo de cortar el problema de raíz estableciendo un pacto de no agresión al que hoy Washington se niega. Y ya que el nuevo tratado de amistad ruso-norcoreano firmado en el año 2000 no incluye defensa mutua en caso de ataque de terceros, precisamente sería Washington quien debería directamente garantizar lo que no puede hacer Moscú. Si la tesis de Kim prevaleciera tras la escalada actual, el futuro norcoreano no estaría tan hipotecado por las engorrosas relaciones con sus vecinos.

En un nivel más global hay más limitaciones para Moscú. Es cierto que en la fluida aunque volátil dinámica de alineaciones tras el 11-S, Rusia es la única potencia cercana a EEUU que tiene buenas relaciones diplomáticas con los tres miembros del denominado “eje del mal”. En enero pasado, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexander Losyukov, un experto en Oriente, presentó en Washington, Pyongyang y Pekín un plan que demanda el respeto de una península coreana desnuclearizada, un estricto acatamiento del Tratado de No Proliferación Nuclear y la observancia de las obligaciones de los acuerdos internacionales, que incluyen el acuerdo de 1994. A la vez, la posición rusa insiste en el diálogo y descarta la utilidad de las presiones, argumentando que nunca han surtido efecto con Corea del Norte

Pero dos factores muestran con toda su crudeza la impotencia rusa. Uno de ellos es la velada amenaza de Colin Powell, quien hace poco ha dicho que “con un PIB del tamaño de Holanda, Rusia debería ser muy cauta respecto a sus relaciones con los Estados delincuentes, porque acercarse mucho a ellos podría asustar a los inversores que pretende atraer Moscú”.

Por otro lado están los impredecibles pasos del dirigente norcoreano, que paradójicamente son hoy más independientes que nunca y que Putin ha intentado capitalizar con una diplomacia ostentosa y contraproducente para su prestigio interno y externo. Por un lado, Kim ha querido apurar su agenda con su propio sentido de la oportunidad. Es de conocimiento público que entre los grandes líderes mundiales sólo Putin se ha reunido con Kim Jong-Il tres veces. Kim ha visitado Moscú en dos oportunidades. La última, en 2001, cuando llegó a la capital rusa en el Transiberiano, en un tren blindado, tras un viaje dilatadísimo de varios días que dislocó el tráfico entre la Rusia europea y asiática. En Moscú, donde es visto por los observadores como un dirigente de otra época, depositó una ofrenda floral en el mausoleo de Lenin, algo que ningún líder extranjero había hecho en una década. Pero ya antes de la actual crisis, Corea del Norte desconcertó a los rusos mostrándoles los límites de su influencia en la península. En efecto, poco antes de la reunión del G-8 en Okinawa, en 2000, Putin se entrevistó con Kim Jong-Il en Pyongyang en el marco de una bienvenida triunfal con cientos de miles de personas en las calles. Putin llegó al G-8 fortalecido con la noticia de que Kim le había manifestado su disposición a aceptar la cancelación de la producción de misiles si la Comunidad Internacional le ayudaba a lanzar satélites para uso civil. Aparentemente, el salto diplomático ruso le daba un lugar entre las potencias indispensables en la solución del conflicto intercoreano. De hecho, Japón alabó las gestiones de Putin como una gran contribución a la cumbre. Pero poco después Kim dijo que su confidencia había sido una broma informal, dejando en ridículo las nuevas aspiraciones rusas. La realidad es que, como indica el subdirector del Instituto de Estudios del Lejano Oriente de la Academia de Ciencias de Rusia, Vasily Mikheev, parecen ser representativas de la visión del régimen de Pyongyang las declaraciones de un diplomático norcoreano de alto rango afirmando que “Rusia sigue manteniendo la imagen de traidora a ojos de Corea del Norte por haber detenido su ayuda en la década de los noventa, lo que causó el colapso económico del país”.

Al parecer, en la unilateralidad de fortaleza sitiada de Pyongyang ya no es plausible que Rusia cumpla un papel como mediador ante el despliegue norteamericano en la península. Tampoco Kim echará mano del antiguo modelo de manipulación de sus antiguos aliados ideológicos, Pekín y Moscú, porque es imposible en la práctica. También habría que descartar la suposición, a veces mencionada, de que Pyongyang cuente en el medio o largo plazo con una involución de régimen en Rusia.

Conclusiones:
1.- Pese a la vocación euroasiática de Putin, en esta crisis Rusia no es clave ni en Pyongyang ni aún menos en Seúl, dos capitales pragmáticas a su manera. Además, hay que tener en cuenta que el PIB de Rusia es notablemente menor que el de Corea del Sur.

2.- Una forma teórica de apaciguar esta crisis, pero no de resolver el problema de seguridad tal y como desea Pyongyang, es el esquema multilateral. Pero sin un marco de seguridad compartido por todas las potencias vecinas y sin una normalización real de las relaciones Moscú-Tokio, no hay una salida decisiva.

3.- A priori, mientras no se involucre directa y constructivamente Washington, no habrá salida a la escalada. Pero a Washington le preocupa que el modelo de chantaje de Pyongyang siente un precedente internacional. Tampoco está en su interés nacional acabar totalmente con el conflicto, lo que podría rápidamente acelerar la integración panasiática.

4.- Pero Pyongyang presiona y no hay certeza absoluta de que la escalada no siga aumentando. Tal y como está planteada la actual lógica bélica de la administración Bush, un teórico pero irreal ataque preventivo, que forzosamente implicaría el objetivo de “decapitar” el régimen de Kim Jong-Il, dañaría gravemente las relaciones norteamericanas con Moscú y con todos los países asiáticos. Parece, por tanto, impensable en estos momentos.

5.- Los conflictos anteriores con amenaza nuclear en los que Moscú tiene experiencia parecen ser de poca utilidad en este caso. No lo son ni la crisis de los misiles de Cuba ni las estudiadas y contenidas crisis periódicas entre India y Pakistán. Pyongyang dosifica una escalada unilateral acompasada para atraer la atención de Washington, relegando decididamente a Rusia.


Augusto Soto es profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona

Augusto Soto

Escrito por Augusto Soto

Ex-investigador asociado para Asia-Pacífico del Real Instituto Elcano y profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Antiguo periodista en la agencia de noticias Efe en Pekín