Tema: Se analiza la variedad de posibles efectos de la detención de Sadam, especialmente en lo que respecta a la efectividad de la guerrilla y a los movimientos de opinión y a las oportunidades que ello crea para los norteamericanos.
Resumen: La captura de Sadam hace casi imposible la restauración de su régimen, objetivo central del núcleo más importante y decisivo del movimiento de una resistencia que nunca ha conseguido rebasar su carácter puramente suní. Crea inseguridad entre los guerrilleros, que no pueden saber qué es lo que Sadam conocía y hasta donde está dispuesto a hablar. Elimina el paralizante temor de la mayoría kurdo-chií a un retorno al poder del tirano. Contribuye a disipar el mito de que la resistencia es atribuible a la totalidad del pueblo iraquí y por tanto puede crear dudas en las opiniones árabe, occidental y americana opuestas a la guerra y a la ocupación. Pero nada de eso es un cheque en blanco a los ocupantes, que tienen que darse prisa en explotar y consolidar el éxito logrado.
Análisis: El impacto de la captura de Sadam en el drama político que se desarrolla en, y en torno a, Irak es múltiple y en todos los aspectos favorable para los americanos y quienes los apoyan, y negativo para quienes desean el fracaso de la hiperpotencia. La magnitud de ese impacto varía y probablemente en ningún caso será completamente decisivo, y menos en el corto plazo.
De entre los distintos aspectos que se verán afectados por las consecuencias de este éxito de las tropas americanas, el clave, por influir poderosamente en todos los demás, es el que se refiere a la guerrilla. El clima de inseguridad que sus acciones crean y la actividad de sabotaje que desarrollan en contra de la reconstrucción del país socavan la moral de la población y alimentan el resentimiento contra los ocupantes por parte de los muchos que tienden a hacerlos responsables de todo lo que sucede. Si en este terreno el impacto es grande, las consecuencias serán importantes y diversificadas; si no lo es, las mejoras de posición en otras áreas se irán disipando con el tiempo.
La manera en la que se produce esa incidencia múltiple es predominantemente psicológica, inyectando optimismo en la moral de unos y sembrando el desánimo en la de otros, proporcionando elementos a la propaganda americana y restándoselos a la de los contrarios. Podría también darse una influencia mucho más directa si Sadam pudiera y quisiera, ninguna de las dos cosas es segura, proporcionar información de alto valor militar y político sobre la estructura de la insurgencia y sus fuentes de aprovisionamiento por un lado, y sobre el destino que corrieron las armas de destrucción masiva por otro. Lo que concierne a las armas prohibidas habría más bien que encuadrarlo igualmente en la guerra psicológica, a no ser que algo estuviera todavía al alcance de la guerrilla, con posibilidades de ser usado en algún momento, lo cual, mientras no se sepa qué pasó con ese tipo de armamento, no puede descartarse al cien por cien.
Resaltar los aspectos psicológicos del impacto de la captura de Sadam no es en absoluto disminuir su importancia. La “moral”, el estado de ánimo, cuenta mucho en una guerra. De hecho, es central al conflicto en curso en su sentido más amplio. Uno de los numerosos objetivos americanos en lo que llaman la guerra contra el terror, respecto a la cual el episodio de Irak es considerado en Washington como una batalla, era demostrar la capacidad americana de respuesta, a cualquier precio, a los ataques de al Qaida. Y uno de los supuestos en los que se basa la ofensiva de al Qaida es que Estados Unidos, como todo el Occidente, es una civilización corrompida, incapaz de hacer sacrificios y sin ideales por los que sacrificarse, que no tiene agallas para asumir bajas propias, ni siquiera para contemplar las bajas producidas al enemigo. De ahí que un tema dominante en el equipo de Bush sea que la retirada del Líbano en el 84 y la de Somalia en el 93, bajo la presión de matanzas militarmente poco relevantes, resultó devastadora para la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe y que en último término les costó la vida a las víctimas del 11 de Septiembre y a todos los que se convierten en objetivo de los terroristas.
Ahora cambian las tornas y el juego de imágenes se vuelve contra la resistencia sadamista y sus circunstanciales aliados los jihadistas internacionales conectados a al Qaida. La cuidadosa presentación televisiva del prisionero Sadam como un manso león sin garras ni dientes busca el máximo efecto. No podemos saber hasta donde correspondía a la realidad, pues no hubo ni parece que vaya a haber periodistas y cámaras en directo, pero lo que se nos mostró choca en alguna medida con los relatos de los cuatro miembros del llamado Consejo de Gobierno Iraquí que visitaron al detenido a las pocas horas de su captura. Su descripción nos presenta a un individuo desafiante y sarcástico, sin el más leve signo de arrepentimiento. Podía haberse hecho matar ofreciendo resistencia o haberse suicidado. Sadam ha probado ampliamente que es inhumano, pero nada en su historial hace suponer que sea un cobarde. Más bien todo lo contrario. Ha hecho toda su carrera asumiendo grandes riesgos. Puede que haya perdido el contacto con la realidad, y las imágenes difundidas apuntan a ello, pero puede también que haya calculado que le queda una oportunidad de hacer más daño en un juicio con las garantías propias de un proceso público.
Pero de momento lo que cuenta es la imagen. Las percepciones de los partidarios armados del líder caído, del conjunto de los iraquíes, de los gobiernos y de la calle árabe, de la opinión occidental y la doméstica americana. Ante todas esas audiencias Estados Unidos ha marcado varios puntos, sembrando el desaliento entre sus enemigos y dando ánimos a los partidarios.
Para la masa árabe la situación recuerda la que se produjo con la caída de Kabul, a mediados de noviembre de 2001. El repentino desplome de los talibán y el espectáculo de los kabulíes acudiendo jubilosos a las barberías para deshacerse de sus muy islámicas pilosidades faciales desinflaron de la noche a la mañana la oposición a la guerra afgana. Ahora se viene abajo un mito de resistencia árabe contra el imperialismo americano y el mundo ha podido enterarse del verdadero sentimiento de lo que constituye la mayoría de la población de Irak, con manifestaciones espontáneas, conciertos de cláxones y niños agitando banderitas americanas y británicas de papel. Los americanos han podido saborear unas mieles que vislumbraron fugazmente el 9 de abril, con la caída de Bagdad, y que fueron casi instantáneamente agriadas por la tremenda inseguridad que creó el imprevisto fenómeno de los alibabás entregados a un saqueo generalizado.
Hay que tener en todo momento presente lo inexacto y confuso que resulta atribuir actitudes y posturas políticas a los “iraquíes” indiscriminadamente. Así como el mundo se acostumbró en los 90 a pensar en los problemas de la desintegración de Yugoslavia en términos de sus componentes étnicos, también respecto a Irak es indispensable distinguir siempre entre sus tres principales comunidades: árabes chiíes, árabes suníes y kurdos, estos últimos también suníes pero que no se identifican por su adscripción religiosa sino por su carácter étnico y lingüístico no árabe. Tampoco debe creerse que se trate de comunidades homogéneas. Existe pluralismo político en su seno y además hay que contar con una importante persistencia del tribalismo en las tres comunidades. Con todo, respecto a algunas actitudes básicas, la distinción tripartita es insoslayable.
Esa distinción tiene también un enorme peso en las ramificaciones exteriores de la política iraquí. Los kurdos se extienden también por Irán y Turquía, constituyendo un continuo territorial, con la consecuencia de que una solución más o menos federal para Irak, adecuada respuesta a su pluralismo étnico, es percibida por sus vecinos del norte, en especial los turcos, como la creación de un foco de atracción del independentismo kurdo que amenaza su integridad nacional. Por su parte los chiíes son percibidos por los vecinos árabes, casi exclusivamente suníes, como una larga mano de Irán, su rival histórico y perpetuo aspirante a la hegemonía regional, mientras que jordanos, sirios y saudíes ven en la tradicional dominación sobre el país de sus afines de la minoría suní el acomodo político menos perjudicial para sus propios intereses.
Pero los sunís no representan más que entre el 15% y el 20%, frente a más o menos otro tanto los kurdos y sobre el 60% los chiíes, quedando un 5% para otras pequeñas minorías cristianas o turcomanas. Kurdos y chiíes fueron salvajemente represaliados por el régimen de Sadam, por lo que no tiene nada de sorprendente que ahora celebren ruidosamente su caída y repudien decididamente la guerrilla que quisiera restablecerlo en el poder. Juntos constituyen una clara mayoría de en torno al 80% y en ese sentido se puede decir que los “iraquíes” han festejado la detención de Sadam.
Pero eso no incluye en absoluto a los suníes. Aparte del grave problema de seguridad que crea la insurgencia, la gran cuestión política del Irak actual reside en el papel que hayan de jugar estos tres grupos en el futuro del país. Y los suníes viven horrorizados por la pérdida de su posición hegemónica y las consecuencias que puede reportarles. Esto explica su apoyo activo o pasivo a la guerrilla.
Ésta tiene como núcleo fundamental los restos del aparato de dominación del partido Baas: servicios de seguridad, milicias del partido y elite militar. Tienen los recursos financieros y armamentísticos y la organización y constituyen la mayor parte de los efectivos. Luego están los islamistas de la órbita de al Qaida, muchos de ellos llegados de fuera, minoritarios y dependientes en gran parte de la infraestructura que los anteriores les proporcionan. Su gran aportación es la de conductores suicidas de coches bomba, responsables de los atentados de mayor número de víctimas. Han atacado esencialmente a organizaciones internacionales (ONU y Cruz Roja), a líderes chiíes y a iraquíes que colaboran con los ocupantes, matando a muchos transeúntes circunstanciales, en todo caso, iraquíes. El tercer elemento de la guerrilla son delicuentes comunes que cobran por atentado y víctima causada. Habría que contar por último con individuos más o menos aislados que se mueven por puro nacionalismo u odio a la ocupación, pero que también pertenecen a la comunidad suní.
La reacción suní a la caída de Sadam es una mezcla de rabia, desaliento e incredulidad. Según los testimonios de todos los observadores, se manifiestan dispuestos a seguir la lucha y le quitan importancia a la detención, proclamando que su lucha no es una cuestión de personas. Algunos llegan a decir que la desaparición de un símbolo tan comprometido, que incluso entre los suníes estaba lejos de suscitar la unanimidad, viene realmente a facilitarles las cosas. Al mismo tiempo, con esa ingenua suspicacia tan propia de las sociedades que han vivido largo tiempo bajo regímenes enormemente represivos, muchos se niegan a creer lo que han visto. Bien se trata de un doble o sino fue gaseado, de ahí su atolondramiento y falta de resistencia. O, por qué no, ambas cosas al tiempo.
Esos rumores con seguridad están siendo alimentados por los dirigentes de la guerrilla, que tras la caída de su jefe, aunque sólo lo fuera honorífico, tienen ahora que concentrar sus esfuerzos en la limitación de daños. No sólo se han quedado sin un símbolo muy importante sino que su posibilidad de recuperar el poder restaurando el régimen depuesto sufre un tremendo golpe. Las dictaduras personales, con una estructura partidista que es una pura maquinaria de poder unida por los intereses y el terror, difícilmente se perpetúan más allá de su fundador. Aunque precisamente el Oriente Medio parece presentar una excepción a esta regla, por las tendencias hereditarias de las repúblicas árabes, la desgracia para los baasistas es que a Sadam ya no le quedan herederos. Ese hecho mina la moral de los combatientes de la cúpula a la base.
Dado el estado en que se encontraba Sadam, sin sistemas de comunicación y escasamente protegido por sólo un par de guardaespaldas, hay que suponer que no estaba dirigiendo personalmente la guerrilla. Puede que los verdaderos jefes sepan cual era el alcance de sus conocimientos, pero las bases no pueden sentirse seguras. El sistema de compartimentación propio de las organizaciones clandestinas, que evita que la caída de una unidad arrastre a las restantes, tiene el inconveniente que aísla a la base de sus superiores y reduce su visión de conjunto. No pueden saber en qué medida están expuestos. Todo el aparato tiene que reorganizarse, modificar sus procedimientos, buscar nuevos escondites, cambiar sus canales de financiación y sus depósitos de armamento. En muchos casos tendrán que elegir entre usarlos o perderlos.
Al mismo tiempo, tienen que demostrar a sus desolados simpatizantes que el golpe no les ha afectado, que están más activos que nunca. Y tienen que mantener el miedo en la generalidad de la población, en esa mayoría de no suníes que tras unas pocas horas de asombro han decidido creerse la noticia y se han lanzado a la calle a mostrar su exultación. Tienen que cortar esas manifestaciones que son agua para el molino de los ocupantes y tienen un efecto tan corrosivo en los sentimientos antiamericanos, antiguerra y antiocupación, tanto dentro como fuera del mundo árabe. Esas opiniones y emociones son sus aliados objetivos, por encima de la repulsa hacia el viejo régimen sadamista. El terrorismo tiene cómo objetivo primordial mantener la presión sobre Washington, desde fuera y especialmente desde dentro de las fronteras de Estados Unidos. Es imposible derrotar militarmente a los americanos. Pero esperan hacerlo políticamente. Para ello es indispensable seguir manteniendo la ficción de que la guerrilla representa el sentimiento nacional herido del conjunto del pueblo iraquí. Necesita cortar las manifestaciones de alborozo. De ahí el rosario de atentados que se está produciendo tras el arresto.
Pero algo ha cambiado sustancialmente para los sectores mayoritarios de la población. Se han desembarazado del paralizante temor del retorno de Sadam al poder. Han aumentado, al menos por algún tiempo, su confianza en la eficacia americana. Y, lo que no es en absoluto trivial y si permanente, se ha disipado su recelo, no por irracional menos real, de que desde antes de la guerra existiese alguna forma de connivencia entre la administración Bush y el régimen de Sadam.
No entendieron la escasa resistencia que el régimen opuso a las tropas atacantes, la facilidad con la que se dejó derrotar en la guerra. La incapacidad para encontrar a Sadam la ponían en la misma cuenta. De ahí el interés de los americanos en mostrar los cadáveres de sus hijos. Pero el carácter chapucero de aquella operación de captura siguió dejando muchas dudas en el aire. Hay que tener en cuenta que estamos hablado de poblaciones, chiíes y kurdos, que históricamente se han sentido traicionadas por todos los poderes con los que han estado en contacto, y en fechas tan recientes como el final de la guerra del golfo, en 1991, se consideraron vendidos por los americanos que después de incitarlos al levantamiento dejaron que Sadam los aplastara sin piedad.
El sentimiento de liberación y vindicación que ahora experimentan esos sectores mayoritarios es una conquista definitiva que juega a favor de la autoridad ocupante, pero no es en absoluto un cheque en blanco y eso también ha quedado registrado en las manifestaciones recogidas por los informadores en la calle iraquí el mismo día 14. Los americanos también tienen prisa.
Si la guerrilla, por los motivos expuestos, se ve impelida a la acción, los americanos, por su parte, tienen que aprovechar el momento y explotar el éxito. Desde la segunda mitad de noviembre pasaron a una postura más ofensiva en el triángulo suní. Han decidido arrostrar los costos de hostilidad entre la población que eso supone. Consideran que ya poco pueden conseguir en la lucha por “los corazones y las mentes” entre la gente de esa área. Por el contrario, la exhibición de fuerza les ha permitido reducir a casi la mitad el número de atentados.
Han mejorado mucho su inteligencia. Ya tienen a varios miles de detenidos, se habla unos cinco mil, lo que significa una desarticulación de numerosas células de insurgentes, pero también una importante fuente de información. Sobre todo han mejorado los métodos para adquirirla. La inteligencia es por definición secreta y comporta un elemento de desinformación. Nunca podemos estar seguros de que lo que nos dicen sea verdad. Pero lo que han hecho público tiene sentido. De ser cierto, la captura de Sadam sería mucho más que un mero golpe de suerte, un afortunado soplo. Los responsables de la inteligencia se han creado su propia suerte. Cambiaron sus métodos de investigación. Dejaron de buscar por arriba y reconstruyeron por abajo la red de la parentela de Sadam y sus propiedades. Fueron metódicamente apretando las tuercas uno por uno hasta que llegó la información decisiva.
Muchas de las acciones que ahora emprenden y de los éxitos que están consiguiendo provienen de esos incrementos en la información que ya estaban obteniendo. Pero como parte de la guerra psicológica, los militares americanos se los están atribuyendo a la colaboración del dictador, para seguir manteniendo la incertidumbre entre sus enemigos y obligarlos a moverse más deprisa de lo que las consideraciones de seguridad requerirían.
Conclusión: Según este análisis, lo importante no es el recrudecimiento de la violencia en los días inmediatamente posteriores a la detención. La cuestión es si la guerrilla va a ser capaz de seguir manteniendo su nivel de actuación y los americanos el suyo de éxitos.
La respuesta ha de llegar en 10 o 15 días, y la expectativa es que sea favorable para los americanos. Si en aproximadamente ese plazo las tropas americanas continúan deteniendo a guerrilleros y dando caza a figuras del régimen mientras que decae la actividad guerrillera, se habrá superado de manera decisiva una fase de la posguerra iraquí y se habrá iniciado un giro, sin duda lento, medible sólo en meses, hacia una mejora de la situación en el desgraciado país.
Por otro lado, si se debilita el elemento sadamista de la guerrilla, su componente islamista pierde operatividad y queda aislado de casi cualquier apoyo de la población, por minoritario que sea. Esto puede tener repercusiones importantes a escala de la guerra global contra el terrorismo o de la jihad global que bin Laden propugna. Para al Qaida una derrota en Irak es un fracaso que compromete su prestigio ante los ojos de su clientela natural. A lo largo de los 90 al Qaida realizó un golpe de envergadura cada, aproximadamente, dos años. Ya han pasado desde el 11 de septiembre del 2001. Debe estar sintiendo la presión para reverdecer sus laureles.
Manuel Coma
Investigador Principal
Área Seguridad y Defensa
Real Instituto Elcano