Irak, tercera cita con las urnas

Irak, tercera cita con las urnas

Tema: Se analizan, encuadran y comentan las elecciones del 15 de Diciembre antes de que se conozcan los resultados.

Resumen: Las elecciones son un éxito por la tranquilidad en la jornada electoral y por lo que parece una elevada participación, lo cual no quiere decir que ningún problema de los que aquejan al país tenga segura solución. Lo importante ha sido que la guerrilla suní en su mayoría las ha apoyado con un alto el fuego que proclaman absolutamente provisional e incluso que les hayan parado los pies a los yihadistas. La alta participación tampoco puede interpretarse como pura devoción democrática pues sobre ella se cierne el espectro de las cerradas lealtades étnicas en vías de intensificación.

Análisis: El más importante elemento del contexto internacional en que el que los iraquíes acuden a las urnas por tercera vez en diez meses y medio es la repercusión que su comportamiento político pueda tener en Washington.

De esta cita, como de las dos anteriores e incluso de otros plazos en el calendario político diseñado por el diplomático americano Bremer, jefe en su momento de la autoridad ocupante, se ha podido siempre sostener la misma afirmación: si el yihadismo internacional y la guerrilla baasista hubieran conseguido imponer aplazamientos o impedir por completo su desarrollo, el resultado hubiera sido un desastre para la administración Bush que hubiera acelerado el ya rápido deterioro de su prestigio en relación con el tema iraquí.

El hecho de que todas las etapas se hayan podido cumplir con exacta puntualidad ha aliviado la presión sobre Washington y evitado el empeoramiento sobre el terreno pero ha contribuido escasamente a resolver los problemas materiales del país, especialmente el problema de los problemas, el de seguridad. El fracaso los hubiera agravado desesperadamente; el éxito ha dejado en cada momento las cosas más o menos como estaban pero ha permitido continuar el proceso y mantener un rayo de esperanza entre la población, pues las encuestas, en todos los casos, han dado siempre una mayoría de contestaciones positivas a la cuestión de si “tiene esperanza de que la situación mejore”, desde los inicios mismos de la ocupación hasta el momento actual.

Aunque el presidente americano ha criticado recientemente a los que reclaman en su país un calendario para la retirada de topas, arguyendo que una guerra no se puede hacer con plazos fijados de antemano que llegado el momento resultarán peligrosamente artificiales, sin embargo ha imbuido el proceso político precisamente de esa perentoriedad, y en consecuencia las posiciones de partidarios y críticos de la administración han estado cruzadas en gran medida en esos dos temas.

Los plazos de la transición política en Irak han sido tan artificiales y precipitados como podrían haberlo sido las fechas para retirar las tropas, pero han tenido la virtud de forzar a los actores políticos a tomar decisiones que de otra manera podrían haber sido aplazadas ad kalendas graecas, si bien nada garantiza que las que se tomaron fueran las más adecuadas. Es necesariamente dudoso si el compromiso entre urgencia y sabiduría ha sido siempre el mejor de los posibles, aunque dadas las dificilísimas circunstancias no cabe hacerse ningún tipo de ilusiones sobre una combinación perfecta de ambos requerimientos. Naturalmente, el mismo razonamiento general podría aplicarse a la idea de fijar plazos para la retirada de tropas, forzando así a los responsables del país y a sus vecinos a asumir cuanto antes sus responsabilidades en materia de seguridad. La cuestión no se puede resolver formulando una ley general, sino analizando caso por caso, teniendo siempre en cuenta que las conclusiones son altamente especulativas.

En cuanto al tema político, la administración Bush ha corrido un riesgo real en cada uno de los momentos claves. En cada paso concreto siempre se ha podido decir con buenas razones que la situación no estaba madura, que requería más tiempo, pero en cada caso –transferencia formal de soberanía a un gobierno provisional el 29 de junio del 2004, primeras elecciones a una asamblea constituyente y gobierno transitorio el 30 de enero del 2005, referéndum de la constitución el pasado 15 de octubre–, las cosas le han salido más bien que mal, al menos en apariencia y a corto plazo,  y el presidente no ha dudado en anotarse un tanto como ha hecho de nuevo una vez más con la cita del 15 de diciembre.

En lo que a los comicios se refiere, ahora como en los dos momentos anteriores en el curso del año, lo decisivo desde el punto de vista del polémico recuento de éxitos y fracasos, ha sido tanto la participación popular como la calma más que relativa en la que se ha desarrollado el proceso. Aunque se prevé que las cifras oficiales no se proclamen hasta finales del mes dos cosas sabemos ya con seguridad sobre el transcurso de la jornada: la votación ha sido la más tranquila de las tres, con sólo unas pocas explosiones en un número limitado de ciudades problemáticas a primeras horas de la mañana, en el momento de abrirse los colegios electorales, y la participación ha sido la más alta de todas. Ambos fenómenos son sumamente significativos.

El día transcurrió con mucha más seguridad que cualquier otro ordinario. Los corresponsales de prensa cuentan cómo los niños jugaban al fútbol en calles a diario mortalmente peligrosas. La gente acudía a las urnas vestida de fiesta y expresando un orgullo y satisfacción similar a los que exhibieron el 30 de enero, pero que resultaron mucho menos visibles el 15 de octubre, cuando se refrendó la constitución. Este fenómeno refleja sin duda la creciente efectividad de las fuerzas militares y policiales autóctonas, y el perfeccionamiento del dispositivo que se monta por tercera vez, siempre con los soldados y guardias iraquíes presentes en los centros de votación y las tropas americanas o aliadas patrullando en las proximidades, como mínimo a 100 metros de distancia, dispuestas a prestar ayuda si les era demandada.

Pero mucho más importante políticamente ha sido que en esta ocasión no sólo los lideres religiosos y civiles de los árabes suníes han pedido el voto a su gente, sino que incluso una parte de la guerrilla baasista/nacionalista, imposible de evaluar en términos de proporciones numéricas pero con certeza importante, ha procedido de la misma manera y éste puede ser el hecho más trascendental de todo el espasmódico proceso político iraquí desde que Bush declaró terminada la guerra el 1 de mayo de 2003.

Quienes ciertamente no han seguido esa línea ha sido la otra rama de la insurgencia, el yihadismo internacionalista, únicos a quien la administración Bush, en su reciente “Estrategia Nacional para la Victoria” ha denominado “terroristas”. Aunque minoritarios y en gran medida extranjeros, son especialmente letales y responsables de la casi totalidad de las masacres porque atacan a poblaciones civiles totalmente vulnerables con un arma contra la que no existe defensa: el suicida conduciendo un coche bomba o haciéndose saltar por los aires con un cinturón de explosivos. Lo que ha sido una novedad absoluta y podría significar un cambio trascendental es que en esta ocasión han sido amenazados públicamente por organizaciones armadas baasistas, que los han conminado a permanecer inactivos y no ejecutar sus planes para ensangrentar la celebración de los comicios.

Poco se sabe en general de la insurgencia, de sus componentes, efectivos, estructura, logística y financiación, pero lo que es seguro es que los yihadistas, precisamente por su origen mayoritariamente foráneo, necesitan buenas relaciones y posiblemente una cantidad apreciable de apoyo material por parte de los militantes del régimen de Sadam, así como cobertura más o menos entusiasta o forzada de la población entre la que se alojan. Si esos elementos se vuelven contra ellos están perdidos. Su situación podría llegar a ser similar a la de sus correligionarios que viven agazapados en occidente y consiguen dar un golpe cada muchos meses. Si el divorcio llegase a ser definitivo estas elecciones marcarían un hito en el angustioso problema de seguridad que condiciona toda la vida política y económica de Irak.

De momento es prematuro hacerse ilusiones al respecto. No sólo la decisión de acudir a las urnas no ha sido del todo unánime entre los grupos de rebeldes suníes locales, sino que todos ellos, en su conjunto, han dejado claro que se trataba de una tregua temporal y que incluso una nutrida presencia de políticos de su comunidad en el nuevo parlamento no significa en absoluto el abandono de las armas, que prometen que seguirán plenamente activas hasta que las fuerzas americanas desaparezcan del país. De hecho se espera que unos días después de las elecciones, para demostrar su fuerza y resolución, se produzca un recrudecimiento de los atentados. Para el proseguimiento de las acciones terroristas los guerreros de Zarqawi pueden seguir siendo tan útiles como anteriormente aunque los objetivos últimos de los dos principales componentes de la insurgencia puedan ser diametralmente opuestos. Pero las gentes de al-Qaeda le han visto los dientes al lobo, que le ha señalado con gran claridad cual es el límite de sus actuaciones. La precariedad de su posición ha quedado en evidencia y están expuestos a que un acuerdo interétnico termine vendiéndolos a un gobierno de mayoría chií y a los americanos. Su esperanza sigue siendo la guerra civil que con tanto ahínco vienen buscando.

De momento nada cabe esperar respecto a cambios drásticos en la violencia que asuela el país. Tampoco las novedades de las últimas semanas a los que venimos aludiendo nos arrojan suficiente luz sobre quién controla a quien y en qué medida. Cuál es la interacción, sin duda compleja y no puramente unilateral, entre líderes religiosos, tribales, políticos y militares, y sus distintas facciones, en el seno de la comunidad suní. Dato indispensable para comprender la atormentada dinámica de la realidad iraquí que sigue resultando inasible.

Pero lo que sí es razonable esperar es que con su participación en el proceso electoral hasta la dinámica de la acción violenta empiece a experimentar un giro hacia lo político. De que así sea o no depende directamente el futuro inmediato. El hecho de una representación suní proporcional a sus efectivos demográficos en la nueva asamblea significa la apertura de una negociación sobre el futuro del país que empezará por plantear una revisión muy considerable de la carta constitucional que acaba de aprobarse hace exactamente dos meses.

El mensaje inicial de la guerrilla árabe suní es que ellos van a participar desde fuera en dicho proceso exactamente con los mismos métodos que hasta ahora: poniendo muertos sobre la mesa. Puesto que los cadáveres son ante todo civiles árabes chiíes, el principal y más inmediato objetivo de esta comunidad es que los muertos desaparezcan si bien de ninguna manera están dispuestos a pagar cualquier precio por ello. Toda la inmensa contención que han ejercido durante los dos primeros años desde la caída del régimen sadamista y que sabemos que se ha ido deshilachando en los últimos meses tenía por objeto conseguir la cuota de poder que corresponde a sus efectivos numéricos.

Como tienen una holgada mayoría absoluta y además han demostrado a lo largo del año que son capaces de entenderse con los kurdos, que son suníes y del mismo volumen demográfico que los árabes de esta confesión, respecto a los que, sin embargo, no sienten la más mínima solidaridad sino profundo resentimiento, se trata para los chiíes ni más ni menos que de mandar en el país o partirlo, dejando a sus hermanos árabes y rivales islámicos ayunos de petróleo y ricos en desierto estéril. A cambio de un cese de los actos terroristas pueden ofrecerles una tajada mayor de poder y riqueza, pero si los baasistas se muestran intransigentes y no amainan en su campaña de atentados y en su apoyo a los seguidores de Zarqawi, los nuevos parlamentarios suníes se quedarán sin bazas negociadoras y la nueva asamblea representará el punto de no retorno y la ruptura definitiva. La cuestión de quién controla a quién y cómo en el campo árabe suní es por tanto fundamental.

La otra cara de la tranquilidad inusitada en el desarrollo del acontecimiento electoral es lo que parece confirmarse como una alta participación en las áreas árabes suníes, aunque también en el conjunto del país. El 58% del 30 de enero, bajo graves amenazas y con sólo poco más de cuarenta muertos a lo largo de la jornada, fue un éxito que sorprendió universalmente, en un momento en que se dudaba de la posibilidad misma de la celebración de los comicios. En el referéndum de la constitución se alcanzó el 63%, con menor dosis de entusiasmo, pero ya con consignas participativas por parte del liderazgo religioso y político de los árabes suníes, no respetadas por todas las facciones comprometidas en la acción violenta, con lo que la votación fue desigual, según las provincias. En al Anbar, el principal y casi monoétnico reducto suní, al oeste de Bagdad hasta la frontera con Siria, los que acudieron a las urnas no llegaron al 40%. Una importante subida respecto a las anteriores legislativas, en que no habían pasado del 2%. Todavía el 15 de octubre el acceso a las urnas en Ramadi, auténtica capital de la resistencia árabe suní, estuvo bloqueado por el miedo.

Pero ya entonces los miembros de esta comunidad estaban convencidos de que había sido un error garrafal boicotear las elecciones de enero y quedarse sin representantes en la Asamblea que tenía que redactar la constitución. A pesar de que ésta fue aprobada por el 79% de los votantes, les faltaron sólo unas pocas decenas de miles de votos para bloquearla, dado que dos tercios de “noes” en tres provincias podían hacerlo. Esta experiencia reforzó la voluntad de apelar al máximo de apoyo posible en las elecciones y esta vez estuvo de acuerdo una parte considerable del liderazgo guerrillero, de manera que ahora hasta de Ramadi llegan informes de una movilización perceptible.

Cómo un botón de muestra de las negociaciones que desde hace tiempo se desarrollan entre el gobierno y los americanos (militares y embajada) por un lado y los diferentes líderes suníes, sin duda incluidos algunos de la guerrilla, por el otro, pero también como un indicio de lo que el futuro podría deparar, nos encontramos con que para facilitar las cosas en Ramadi, marines americanos y fuerzas iraquíes han aceptado mantenerse a distancia, corriendo la seguridad de los colegios electorales a cargo de elementos de la localidad. Algo que recuerda lo que sucedió en Faluya tras el primer choque con las fuerzas estadounidenses, en abril de 2004, si bien entonces el arreglo no funcionó en absoluto y desembocó en el asalto de noviembre del mismo año.

Otra concesión importante, de mucha más envergadura, que puede haber contribuido a la movilización suní, ha sido la introducción de ciertos cambios en la ley electoral que benefician a esta comunidad irredentista. De un distrito único que abarca por tanto la totalidad del país se ha pasado a un sistema mixto, básicamente provincial, en el que los escaños a elegir se atribuyen en función del censo electoral de cada provincia, pero en el que sólo cuentan los votantes efectivos, de forma que incluso con pocos pueden triunfar los que representen al grupo mayoritario en la circunscripción provincial de que se trate. 230 de los 275 puestos se asignan por ese procedimiento. Los restantes sí se reparten a escala nacional, tratando de compensar a listas o candidatos que no han vencido en ninguna provincia pero que a escala nacional han reunido un número apreciable de votos.

El incremento de la participación ha sido por lo demás general en las zonas en donde no había sido muy alto en convocatorias anteriores de manera que se especula con la posibilidad de que haya llegado al 70%, éxito rotundo que no se puede minimizar pero que tampoco hay que apresurarse demasiado en proclamarlo fruto de una fe inconmovible en la democracia. Las lealtades étnico-sectarias son dominantes y las voces de los imanes, molahs y ulemas siguen siendo las que determinan el comportamiento político de muchos millones de iraquíes. Ninguno de los graves problemas tiene, en el mejor de los casos, una solución rápida.

Uno de los puntos importantes de esta elección y un enigma todavía no despejado en el momento que esto se escribe es el de las candidaturas de marchamo laico. En total se han presentado más de 250 en una verdadera sopa tanto de letras como de números,  puesto que aparecen numeradas en las descomunales papeletas, lo que demuestra lo poco que se ha asentado todavía el sistema político a lo largo del año escaso de experiencia protodemocrática. Los analistas iraquíes no le asignan posibilidades más que a cinco coaliciones. Dos son ya bien conocidas, la kurda que tiene como eje los dos grandes partidos que se reparten el territorio en el sentido más literalmente geográfico del término y la chií, bajo el nombre de Alianza Iraquí Unida, que consiguió la mayoría absoluta en enero y gobernó e hizo la constitución en alianza  con los kurdos. Hay una tercera coalición suní, que es nueva en la plaza y se espera que obtenga la gran mayoría de votos de su campo.

Quedan dos listas cuyas cabezas son dos prominentes políticos laicos de procedencia chií, ambos con largos años de exilio y numerosos vínculos con Estados Unidos. Una es la que dirige Ayad Alawi, que fue jefe del gobierno provisional que se formó con la transferencia de soberanía y hasta la elección de la asamblea constituyente que ahora se disuelve. Su inicial pertenencia al Baas, con el que sin embargo rompió en fecha temprana, lo que casi le costó la vida, su carácter laico y su énfasis en la unidad nacional y su acreditada fama de duro, parecían asegurarle una votación de alguna importancia entre ciertas clases medias profesionales y urbanas de todas las confesiones que aborrecen el clericalismo de la lista chií y se sienten horrorizadas por las amenazas a la unidad nacional contenidas en las tendencias federalistas de la nueva constitución.

Sus posibilidades se vieron incrementadas porque en esta ocasión, y en un principio, el Ayatolá Sistani, guía espiritual extraordinariamente influyente de la comunidad chií, había decidido distanciarse de la Alianza Iraquí Unida que el respetado clérigo tanto había contribuido a llevar al poder en enero. Una decepción generalizada con su débil labor de gobierno parece que había empujado a Sistani hacia la neutralidad, pero en los últimos días terminó juzgando que no podía permitirse el lujo de poner en peligro la unidad del frente chií y, de forma indirecta pero clara, volvió a otorgar sus bendiciones a la Alianza de los suyos.

La lista, por lo demás, presenta otra novedad importante por sus posibles consecuencias: incorpora oficialmente a los seguidores del demagogo chií Múqtada al Sadr, que tantos problemas ha creado dentro de su propia comunidad y cuyas milicias se enfrentan a tiro limpio con las de otros miembros de la misma Alianza. El mismo Múqtada permanece con las manos libres no presentándose como candidato. Otros miembros de su movimiento compiten complementariamente con sus compañeros de formación política presentándose individualmente o en otras coaliciones. De los sadristas todo puede esperarse y es difícil predecir si van a estar más controlados teniéndolos dentro o fuera.

El aludido compromiso de última hora de Sistani parece indicar una evolución tan lógica como preocupante: la tendencia a la polarización hacia las lealtades de comunidad étnico-religiosa. Hay que elegir bando, uno no puede quedarse aislado, tiene que estar con los suyos aunque en muchos aspectos le repugne. En ese sentido la votación que obtenga Alawi será importante no sólo por el papel que le permita desempeñar sino también por las tendencias generales que revela.

La quinta candidatura con algunas posibilidades es la de Chálabi, el astuto y sinuoso político que siempre acierta a caer de pié, que formó parte del anterior gobierno y ahora se ha independizado de la Alianza Iraquí Unida por la que había obtenido su escaño con anterioridad. Lo dicho respecto a Alawi vale también para su rival, lejano pariente y compañero de colegio. Sin embargo Chálabi, como siempre, no tendrá problemas para entenderse con laicos y religiosos al mismo tiempo, libertad de acción que busca con su independencia.

Conclusión: La actitud de la guerrilla baasista y la participación de la comunidad suní abre nuevas y muy importantes perspectivas en el panorama político iraquí cuyo desenlace positivo no está ni mucho menos garantizado. El retorno a la violencia es la principal baza de negociación de los representantes de los árabes suníes para lograr reformas de entidad en la constitución recién aprobada. Si no son capaces de controlar a la guerrilla e ir disminuyendo las acciones armadas y el apoyo a los yihadistas suicidas, la negociación se echará a perder porque los chiíes no están dispuestos a pagar cualquier precio por lo que tanto han anhelado: conseguir una cuota de poder proporcional a sus efectivos demográficos.

Manuel Coma
Investigador principal de Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano

Manuel Coma

Escrito por Manuel Coma