Tema: Este análisis presenta los diversos planes militares para una intervención en Irak que han salido a la luz pública en los últimos meses; se exponen sus supuestos y elementos y se contrastan con el despliegue que está teniendo lugar en estas semanas.
Resumen: En las últimas semanas han ido apareciendo, en diversos medios, posibles opciones militares para una guerra contra Sadam Husein. Estos planes militares se suelen presentar como alternativos e incluso a veces contradictorios entre sí. Sus puntos más fuertes de divergencia son el volumen de tropas necesarios para invadir Irak y acabar con el régimen de Sadam, la duración y extensión de la campaña aérea, y el empleo de unidades de operaciones especiales en una campaña no convencional frente a las tropas mecanizadas tradicionales, entre otras cosas. En este análisis se exponen cinco escenarios bélicos diferenciados y se valora la plausibilidad de que se lleven a la práctica, sobre todo a tenor de los datos que se conocen sobre el ritmo del despliegue actual a la zona y la composición de las unidades que se están desplazando hasta allí. Se concluye que es altamente probable que suceda la mezcla de elementos de los diversos planes, pero que los elementos de utilización no convencional de las fuerzas convencionales, así como la explotación de recursos irregulares, puede ser la característica del nuevo conflicto en el Golfo.
Análisis: En 1991, en la anterior guerra del Golfo, la campaña terrestre fue una sorpresa para todos por su diseño, conducción y eficacia. Fueron 100 horas justas de batalla terrestre que llevó a unidades de la coalición internacional a escasamente 150 kilómetros de Bagdad, a la destrucción de buena parte de las fuerzas convencionales iraquíes y a su derrota. Y todo ello fue posible, en buena medida, porque el ataque no siguió los parámetros usuales, sino que se aprovechó de la sorpresa para golpear donde menos se esperaba y envolver desde suelo iraquí a las tropas que estaban ocupando Kuwait. La operación Hail Mary -esa maniobra de desplazar las fuerzas más allá de Kuwait, hacia el Oeste, para atacar Irak desde Arabia Saudí- fue posible gracias a un férreo control de la información y sólo se tuvo constancia del eje principal de la ofensiva una vez iniciado el ataque y cuando ya los soldados de Sadam se rendían en masa.
Aquel secretismo en aras de la eficacia operacional contrasta sobremanera con la prodigalidad acerca de los planes alternativos que podrían estar pensando los mandos militares norteamericanos. A fecha de hoy, no hay una decisión formal y clara sobre qué opción va a ser la elegida finalmente y la prensa sigue ofreciendo contingencias que van desde los 75.000 efectivos que ya están en la zona, hasta los cerca de 300.000. En cualquier caso, el tipo de despliegue que se está llevado a cabo en estas semanas puede orientar ya sobre el modelo de plan que tiene más visos de ejecutarse.
La opción tradicionalista: “El Golfo light”
En 1991, Estados Unidos desplegó 14 divisiones, 1.500 aviones y una flotilla de casi un centenar de buques de diversos tipos, incluidos 5 portaaviones, con un total de más de 600.000 efectivos. Las tropas dispusieron de cinco meses y medio para su despliegue y, finalmente, se lanzaron a una ofensiva para retomar Kuwait en dos fases claramente diferenciadas: seis semanas de bombardeos continuados y una campaña terrestre de cuatro días.
Aplicando una lógica similar a las de 1991, que prima la masa terrestre –sobre todo mecanizada- y una preparación del campo de batalla muy intensa a través de ataques aéreos que mermen sustancialmente las fuerzas iraquíes, Estados Unidos podría desplazar en la actualidad al Golfo entre 250 y 300 mil soldados, 5 portaaviones y unos 700 aviones de combate. Aproximadamente la mitad de fuerzas que en 1991, de ahí que esta opción haya sido denominada “Golfo light”. La reducción numérica estaría determinada por dos factores: por un lado, la menor capacidad de proyectar fuerzas de los americanos; la segunda, la peor disposición de los países vecinos de Irak a aceptar el despliegue de las mismas en su suelo. Sin embargo, el hecho de que las tropas americanas sean menos cuantiosas no significa que sean menos efectivas y letales. De hecho, con las innovaciones tecnológicas y doctrinales de los últimos diez años, los planificadores del Pentágono están convencidos de que con seis o siete divisiones, tres de ellas mecanizadas, dos módulos expedicionarios de marines y, tal vez, una brigada ligera de apoyo, volverían a vencer decisivamente a las fuerzas de Sadam.
Esta opción, de cualquier manera, para ser viable requeriría de un intenso bombardeo previo a la invasión por tierra, de tal forma que se anulara la capacidad de reacción, eliminando los centros de mando, control y comunicaciones, la aviación y las defensas antiaéreas, así como castigando unidades centrales de la Guardia especial y de la Guardia Republicana. Con 700 aviones y bombarderos es posible que esta ofensiva aérea consumiera fácilmente de dos a tres semanas. Será una repetición de 1991 pero más corta en el tiempo y más concentrada en sus objetivos.
La opción conservadora: “Kosovo Plus”
Durante la Operación Fuerza Aliada de la OTAN contra la República de Yugoslavia y en defensa de los derechos básicos de los albaneses de Kosovo en 1999, la OTAN optó por el uso exclusivo de su fuerza aérea, decisión que sería juzgada posteriormente como un grave error, ya que la ausencia de una fuerza terrestre que amenazara con una invasión, restó gran credibilidad disuasoria al esfuerzo bélico aliado, que tuvo que prolongarse mucho más de lo esperado.
En ese sentido, los militares norteamericanos serían conscientes de que cualquier acción contra Sadam implica desde el primer momento poder contar y recurrir a tropas terrestres. En consonancia, una de sus opciones sería la que hemos denominado “Kosovo Plus”, puesto que al igual que en 1999, el grueso de los objetivos serían cubiertos mediante un bombardeo estratégico dirigido contra la base de poder de Sadam (hay que recordar que cuando más daño se le inflingió a Milosevic fue cuando se comenzó a atacar su círculo familiar y sus posesiones personales, muy al final de la campaña aérea), pero a diferencia de 1999, se habrían concentrado en torno a 150.000 soldados del Ejército de Tierra y Marines en las fronteras con Irak y parte de ellos se emplearían desde bien pronto en misiones de desestabilización dentro del país. El grueso, no obstante, serviría de reserva estratégica para el caso de que fuera necesario una entrada en fuerza más clásica.
En este plan, la campaña aérea tendría un doble objetivo: destruir la base y el entorno político de Sadam y crear una “no drive zone” que se sumara a la “no fly zone”, actualmente en vigor en el Norte y Sur de Irak y que se extendería desde el comienzo mismo de las hostilidades a todo el país. La “no drive zone” buscaría dar el mensaje de que para aquellas unidades militares que no se interpusieran en los planes para derrocar a Sadam, cabría la esperanza de sobrevivir; para las que, por el contrario, sacaran sus fuerzas de sus guarniciones, sólo les esperaría la destrucción. A diferencia de 1991, esta operación no prevé la destrucción de las infraestructuras básicas iraquíes, necesarias para el buen funcionamiento del país el día después, sino aislar, mediante el bombardeo selectivo, a Sadam y su entorno del resto de la población.
Las fuerzas terrestres no tendrían que esperar mucho tiempo para poder actuar, sino esperar únicamente a obtener la supremacía aérea y, en principio, podrían esperar avances rápidos, circunvalando los principales núcleos urbanos e, incluso, las principales unidades militares, contenidas desde los cielos por la fuerza aérea. Si, en contra de lo esperado, la resistencia iraquí fuera significativa, la reserva estratégica se movilizaría y entrarían en Irak el grueso de las siete divisiones.
La opción revolucionaria: “Afganistán minus”
Cuando en el mes de septiembre de 2001, tras los terribles atentados terroristas de Al-Qaida, Estados Unidos ensamblaba su fuerza de combate para la operación Libertad Duradera y contra Afganistán, surgieron numerosas voces de aviso que repetían agoreramente que ni el imperio británico ni la Unión Soviética habían sido capaces de encontrar en Afganistán más que una humillante derrota y que Estados Unidos seguiría los mismos pasos. También se apuntaba la necesidad de invadir el país con cientos de miles de soldados. Hoy sabemos perfectamente que no ha sido así y que las tropas americanas han dado una lección de innovación táctica y estratégica de primer orden, configurando una nueva forma no convencional de conducir una guerra. El papel de los marines como fuerza flexible de asalto de cientos de kilómetros en el interior de un país, el peso de las unidades de operaciones especiales, la altísima movilidad de teatro y táctica, el juego de los agentes de inteligencia, la mejora de las municiones guiadas de precisión, así como el valor de múltiples plataformas y sensores de vigilancia, reconocimiento y adquisición de blancos, integrados en sus misiones, han otorgado una capacidad de combate inusitada.
Que Afganistán haya sido posible en la forma en que lo ha sido se debe, en la mente de muchos planificadores norteamericanos, a los desarrollos y opciones de lo que se ha venido llamando en los años noventa la “revolución de los asuntos militares” y que básicamente consiste en la integración del campo de batalla gracias a una mayor y mejor información sobre el mismo y a una más eficaz diseminación de la misma; a la mejora de los sistemas de armas, en precisión, alcance y letalidad; y a la explotación de unidades más pequeñas y más móviles. Para Irak se trataría simplemente de aprovechar todos estos avances y aplicarlos más contundentemente.
En ese sentido habría que hablar de operación “Afganistán Plus”, porque se comprende que el esfuerzo de acabar con el poder de Sadam exige un mayor número de efectivos, sistemas e instrumentos que para derrocar a los talibán. Sin embargo lo hemos denominado “Afganistán Minus” porque la gran diferencia respecto a la campaña en ese país no es la cantidad de armas y tropas a emplear, sino que Estados Unidos no puede contar con una oposición política a Sadam que controle militarmente parte del territorio y que vaya a servir de fuerza de choque terrestre contra las tropas iraquíes. Los kurdos son el único grupo organizado, pero presenta profundas fracturas en su seno y, probablemente, no cuenta con los medios para luchar con éxito contra unidades pesadas y blindadas en manos de la Guardia Republicana. Por mucho que se puedan acelerar los intentos de transformar una oposición política en el exilio en una fuerza de combate en el interior de Irak, el grueso de las ganancias en tierra dependería de las unidades americanas. Distinto es que la oposición sea entrenada para servir de fuerza de estabilización y orden para las zonas liberadas.
De hecho, la gran ventaja de esta opción es que las tropas atacantes no tiene por qué seguir una estrategia de liberación de zonas y de ocupación permanente de las mismas. Basta con ir expulsando a las fuerzas iraquíes y que éstas pierdan toda su capacidad de ocupar y controlar. Es más, ya hay en Irak en estos momentos grandes extensiones que no son controladas y que no podrán serlo por las tropas de Sadam, zonas que servirían estupendamente para montar bases logísticas y de apoyo al combate para las tropas americanas. Conviene tener presente que este tipo de “burbujas” en suelo enemigo ya fueron experimentadas con gran éxito durante la guerra de 1991, cuando las tropas de la coalición establecieron dos bases avanzadas en el interior de Irak desde las que favorecer un rápido avance en suelo enemigo. En este sentido, bajo esta opción no habrías dos fases diferenciadas entre campaña aérea y operaciones terrestres, sino que todas se desarrollarían simultáneamente.
Por otra parte, las unidades de operaciones especiales serían las más idóneas para los golpes de manos y acciones de sabotaje y la caza de Sadam y sus hombres más cercanos, así como para las probables escaramuzas en suelo urbano. Y lo mismo ocurriría con sistemas tan de moda ahora como los Predator ya armados con sensores de vigilancia, ya también con misiles Hellfire.
Esta alternativa podría ser ejecutada, teóricamente, con unos 50.000 soldados en tierra y diferentes unidades de apoyo hasta alcanzar un total de unos 80.000 hombres y mujeres. Numéricamente ésta sería una posibilidad ya practicable con lo que Estados Unidos tiene en la zona, si sólo tenemos en cuenta el volumen de fuerzas. Pero si se analiza la composición de la misma, no está claro que las capacidades no convencionales estén listas para actuar en el número requerido. Y, desde luego, el número de aviones en la zona sigue siendo bajo, debiéndose esperar todavía algunos días hasta que se sume un nuevo portaaviones y se pueda llegar a la cifra prudente de 500 aviones de combate.
La operación descabellada: “Desert Fox II”
En diciembre de 1998, en represalia por la decisión iraquí de poner fin a los trabajos de los inspectores de las Naciones Unidas (UNSCOM) en su suelo, unos 200 aviones de combate de Estados Unidos y del Reino Unido, lanzaron durante cuatro días una serie de ataques aéreos cuyos objetivos fueron algunos elementos centrales del control represivo de Saddam, así como instalaciones sospechosas de servir a los programas clandestinos de desarrollo de armas de destrucción masiva. Aunque el portavoz de la Casa Blanca explicaría al término de los bombardeos que dicha operación había dañado considerablemente la infraestructura y las capacidades iraquíes para proseguir con sus programas secretos –afirmación, por lo demás, muy contestada por numerosos expertos- , el daño verdadero que se le inflingió a Sadam fue debilitar su capacidad de mando. De hecho, en las semanas siguientes Sadam purgaría a su ejército y al partido Baath, encarcelando y ejecutando a más de 400 altos oficiales, en lo que se ha interpretado que fue, tal vez, el último de los grandes intentos de derrocar a Sadam desde dentro. Y aunque dicha purga le permitió reestablecer el orden y su poder, lo cierto es que desde entonces ha reducido sustancialmente su círculo de confianza y, por tanto, su base de poder.
En la medida en que el objetivo estratégico de una intervención en Irak es acabar con el régimen de Sadam, hay quien favorece esta aproximación a una posible guerra: las tropas americanas minimizarían sus riesgos, mientras que se estarían maximizando las posibilidades de un nuevo golpe contra Sadam.
Aunque esto fuera verdad, y es muy difícil de creer, hay dos obstáculos insoslayables para el buen desarrollo de este plan: un golpe palaciego no haría sino sustituir a Sadam con otro dictador y en la medida en que sólo un cambio de régimen más profundo puede sacar al país de la miseria a la que lo tiene sometido Saddam y al abandono del descabellado plan de dotarse de armas nucleares y de destrucción masiva, este recambio sería del todo insuficiente, a pesar de que cualquiera que suceda a Sadam no puede ser peor que él; en segundo lugar, una opción aérea limitada, sin otros recursos disponibles, si no funciona con cierta rapidez está condenada al fracaso y, por lo tanto, resulta una apuesta muy arriesgada. Las limitaciones del poder aéreo para conseguir un cambio de régimen son muy elevadas.
Un compromiso plausible: “El Golfo al revés”
Es prácticamente imposible que los planes desarrollados sobre el papel de manera tan tajante y diferenciada puedan llevarse a la práctica sin un acomodo con la realidad del momento, máxime si se tiene en cuenta que la guerra es un fenómeno altamente dinámico donde la confusión y la sorpresa son elementos comunes. A tenor del despliegue actual de las tropas americanas y de la contribución que está preparando el Reino Unido, así como por las lecciones políticas, estratégicas y operativas de los conflictos recientes, es de suponer que el plan de batalla final sea una mezcla o compromiso que tome componentes de unos y otros.
Salvo que en las próximas semanas se alteren los parámetros de los despliegues en la zona, es prácticamente impensable que se desarrolle la opción “Golfo light”, por falta del volumen de tropas requerido para la misma, en torno a las 300.000 soldados; lo mismo sucede con la alternativa revolucionaria, “Afganistán Minus”, en este caso porque la composición de unidades no parece ser la adecuada; la opción exclusivamente aérea, “Desert Fox II” no resulta atractiva desde el punto de vista político, dado que la retórica anti Sadam exige algo más que unos meros bombardeos, por muy precisos y eficaces que puedan ser; y algo de lo mismo sucede con la opción conservadora o “Kosovo Plus”, pues aunque ésta cuenta con todos los medios para su ejecución, se inclina excesivamente por un desarrollo tradicionalista en contra del discurso estratégico defendido por el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a instancias de su Presidente, y que subraya siempre la transformación de los ejércitos norteamericanos para poder librar y ganar una guerra en términos y procedimientos novedosos.
Con estas tensiones presentes en la planificación, lo más probable es que el plan a ejecutarse contenga elementos dispares, con un equilibrio inestable entre audacia y prudencia. La opción que hemos llamado “el Golfo al revés” podría representar ese compromiso entre lo seguro y lo nuevo. Así, en términos de despliegue se parecería mucho a la versión “Golfo light”, tal vez con un volumen total de fuerzas en torno a los 200 o 250 mil, pero su empleo estaría más próximo a “Afganistán Minus”, con el uso intensivo de las unidades de operaciones especiales y de los marines en lucha no convencional.
Durante la guerra de 1991, una división de Marines se mantuvo deliberadamente embarcada y dispuesta a realizar un asalto anfibio frente a las costas de la ciudad de Kuwait con el objeto secreto de forzar a Sadam a concentrar buena parte de sus defensas en ese sector del teatro de operaciones e imposibilitar, así, que reforzaran otras zonas. Los Marines, muy a su pesar, sirvieron de anzuelo y nunca llegaron a desembarcar, quedando su valor como elemento esencial de la maniobra de engaño.
En la actual situación, el escenario bélico sería precisamente el opuesto, de ahí el nombre de “Golfo al revés”: las fuerzas mecanizadas y blindadas del Ejército de Tierra jugarían el papel de “fijar” las defensas de Sadam, mientras que los Marines y unidades de operaciones especiales explotaban su movilidad en suelo iraquí. Es decir, los elementos pesados no como una reserva estratégica por si algo sale mal (opción “Kosovo Plus”), sino como señuelo permanente para las unidades pesadas de Sadam. En principio, al Sur de Bagdad, pero probablemente también al Norte. Forzar la concentración de tropas iraquíes es lo mismo que condenarlas a la derrota.
Conclusión: No hay plan que resista el envite de la realidad. La estrategia es un juego de continua adaptación a las circunstancias y en donde el oponente crea su propio dinámica. Las diferencias básicas entre los planes de guerra arriba descritos responden a cómo perciben precisamente esa dinámica y sus supuestos varían según se juzguen tres parámetros que hoy por hoy son una incógnita: La cohesión y capacidad de resistencia de las tropas de Sadam; el posible uso de armas de destrucción masiva; y la posibilidad de tener que luchar en las ciudades. Así y todo, no hay ninguna opción que se crea que no puede conducir a la victoria; es una cuestión de diferencia en el tiempo y en los recursos y costes de lograrla. Pero aparte de esa confianza compartida en la victoria militar segura (y conviene señalar que la guerra de 1991 se luchó en peores condiciones), los planes aceptan en su mayoría que tiene que haber un importante componente terrestre, aunque su utilización varía según el escenario. Más dudoso es si la campaña aérea debe desarrollarse en solitario, al igual que en 1991, durante días o semanas antes de iniciar las operaciones terrestres o si, por el contrario, éstas deben ser lanzadas desde los primeros momentos del ataque. Hoy por hoy, todo lleva a pensar que las fases van a ser más simultáneas que consecutivas. Por último, hay divergencias en cuanto a la estimación del ritmo de las operaciones y el tiempo necesario para derrotar a Sadam, pero hay un consenso básico de que esta guerra se puede librar y ganar en un breve plazo de tiempo, inferior incluso a la de 1991.
Rafael L. Bardají
Subdirector de Investigación y Análisis, Real Instituto Elcano