Tema: El presente análisis aborda las capacidades militares de Sadam Husein, evaluando la disponibilidad y cohesión de sus fuerzas convencionales, así como los programas de armas de destrucción masiva y las oportunidades y constreñimientos para su uso.
Resumen: Las fuerzas convencionales iraquíes, si bien siguen siendo numerosas, han visto drásticamente mermadas sus capacidades de combate desde la guerra de 1991, cuando perdieron casi la mitad de su potencial. Las sanciones han impedido su reconstitución, aunque en los tres últimos años han recibido nuevas inyecciones de inversiones procedentes de las ganancias del contrabando y la venta ilegal de petróleo. Con todo, el grado de operatividad y cohesión varía mucho de unas unidades a otra. En el terreno de las armas de destrucción masiva, Sadam ha logrado mantener sus desarrollos y programas clandestinos, pero todas las estimaciones llevan a pensar que aún está lejos de poseer un arma atómica, por falta de material fisible. En cuanto a los sistemas químicos y bacteriológicos, Sadam encuentra sus limitaciones en los vectores portadores y en los sistemas de diseminado, haciéndolos poco eficaces en el campo de batalla o, al menos, no decisivos.
Análisis: Cualquier escenario de intervención en Irak encaminado a derrocar a Sadam Husein debe tener en cuenta a qué debe enfrentarse, en términos de fuerzas e instrumentos militares, y cuáles son las posibles opciones con las que cuenta Sadam para su propia defensa. En primer término, las fuerzas convencionales, pero también los sistemas químicos, bacteriológicos y nucleares.
Las fuerzas convencionales
En 1991, antes de la Operación Tormenta del Desierto, Irak contaba, al menos sobre el papel, con el ejército más numeroso y potente de toda la región del Golfo y uno de los mayores en todo el mundo. Diez años más tarde, por la pérdida de casi la mitad de su inventario en la guerra de 1991 y por la constante erosión que han sufrido las fuerzas armadas iraquíes, entorpecidas en sus sistemas de destrucción masiva por las inspecciones de Naciones Unidas, incapaces de modernizarse a causa del embargo también impuesto por la ONU, y desgastadas por su propia política de hostigamiento a los aviones que vigilan la observancia de las dos zonas de exclusión aérea al Norte y Sur del país, la capacidad militar iraquí se encuentra hoy muy disminuida.
En teoría, Irak sigue disponiendo de 23 divisiones y dos grupos de fuerzas especiales organizadas en 5 cuerpos de ejército, pero más de la mitad de estas unidades apenas han recibido material con el que reponerse de las pérdidas de 1991. La composición étnica del Ejército Regular, con una fuerte presencia de shiies del Sur no lleva a pensar tampoco en un alto grado de cohesión para el combate, en línea con lo que ya sucedió en 1991, donde las unidades de infantería se rindieron tras el primer contacto con las tropas de la coalición.
No obstante, Sadam, a través de las ganancias ilegales obtenidas por la venta de petróleo fuera del sistema de Naciones Unidas “alimentos por petróleo” y que se estiman en unos 3.000 millones de dólares anuales en los últimos años, ha conseguido destinar parte del dinero a algunas unidades especiales, al objeto de garantizarse una mínima capacidad de combate y apoyo político entre los propios militares beneficiados. De hecho, han sido privilegiadas en el gasto 6 divisiones blindadas y 2 de las cuatro divisiones mecanizadas y, muy en particular, las 4 divisiones que componen la Guardia Republicana. Así y todo, la imposibilidad de reponer el material pesado perdido en la ocupación y posterior desalojo de Kuwait, hace que estas divisiones sean en realidad más pequeñas y reducidas en material que las unidades similares en el mundo occidental. No se puede olvidar que Irak perdió prácticamente el 50% de sus blindados y carros de combate y piezas de artillería en 1991.
Por ejemplo, de los 2.000 carros de combate que todavía posee Irak, los más modernos son los T-72, un modelo desarrollado en los años setenta y ampliamente superado en capacidad de combate y de supervivencia en el campo de batalla. Los T-72 o modelos similares representan menos del 40% del total del parque de carros de combate actual. Las piezas de artillería, por citar otro caso, suman un total de 2.000, un 20% de las cuales serían capaces de disparar obuses cargados con agentes químicos o biológicos si tuvieran munición preparada para ello. Aún más relevante, menos del 10% es autopropulsada y el resto cuenta, por tanto, con muy baja movilidad.
La fuerza naval es inexistente desde 1991, donde ya entonces era reducida y la Fuerza Aérea también es muy débil. En 1991, el grueso de los aparatos buscaron refugio en Irán, donde fueron confiscados y donde siguen, voluntariamente, muchos pilotos, conocedores de la ejecución sumaria de sus mandos militares, incluyendo el Jefe de Estado Mayor del Aire, a causa, precisamente, de esa huída. De los 200 aviones que tiene hoy Sadam, sólo el 10% podría atreverse a luchar en el aire contra los aviones occidentales. No ocurre lo mismo con los helicópteros, unos 350, un tercio de los cuales están armados. Sin embargo, dadas las dificultades de mantener este tipo de aparatos operativos en un clima desértico, se puede asumir que no todos están disponibles, ni mucho menos.
Donde Sadam es más fuerte es en su sistema de defensa antiaérea y así y todo depende en gran medida de baterías fijas y, aparte de 10 baterías de misiles SAM-6 y SAM-8, de unos 2.000 cañones antiaéreos de diverso calibre y alcance. En cualquier caso, la experiencia de los enfrentamientos registrados en estos 10 últimos años con los aviones británicos y norteamericanos (más de 200 actos considerados hostiles) muestra que la aviación aliada ha conseguido salir ilesa de todos los disparos iraquíes y que ha castigado severamente a los autores de la agresión. No obstante, Sadam ha hecho todo cuanto ha estado a su alcance para modernizar sus sistemas de defensa aérea y de mando y control, importando ilegalmente sistemas desde Ucrania y fibra óptica desde Europa.
En cualquier caso, es evidente que las fuerzas de Sadam se encuentran en un estado muy disminuido respecto a los niveles previos a la guerra 1991. Y no se trata sólo del equipamiento, sino también del entrenamiento y del grado de operatividad de las unidades.
Paralelamente está la cuestión de la cohesión de las tropas, esto es, saber si van a luchar por Sadam y con qué grado de voluntad y resistencia. Al igual que ocurrió en 1991, una serie de desertores están favoreciendo un conocimiento sobre el estado de la moral, al parecer muy desigual según se trate del ejército regular o de algunas divisiones de la Guardia Republicana. De cualquier manera, hay que asumir que los militares iraquíes se comportarán más o menos igual a como lo han hecho en anteriores ocasiones. Durante la guerra contra Irán, dieron sobradas pruebas de incompetencia táctica, aunque las unidades de elite lucharon fieramente, a pesar de las importantes pérdidas, frente a los avances iraníes. En 1991, la moral de combate había caído considerablemente, en parte por la fatiga de tantos años de guerra, en parte porque no suponía lo mismo defender Kuwait que el suelo iraquí. De hecho, el ejército regular apenas presentó resistencia y sólo tres divisiones de la Guardia Republicana se enfrentaron esporádicamente con las tropas aliadas y el resultado fue muy negativo para ellas.
Todo ello lleva a pensar que una operación americana o aliada para derrocar a Sadam se encontraría con una resistencia clara, pero reducida en capacidades operativas y de dudosa moral de combate, excepto de unas pocas unidades que Sadam ha privilegiado en términos de recursos materiales y prebendas personales.
Se supone que la Guardia Especial Republicana, las unidades de elite que Sadam emplea para su protección directa y muy comprometidas con la política represiva del régimen, opondrá mayores resistencias, salvo que se logre convencer a sus mandos intermedios que se les respetará o, al menos, no se les va a represaliar, una vez Sadam sea derrotado y cambie el régimen. Así y todo, estas unidades no suman un volumen de soldados superior a los 20.000.
Las armas de destrucción masiva
Nadie puede saber a ciencia cierta qué tiene Sadam en el plano de las armas de destrucción masiva. UNSCOM, la Comisión especial de Naciones Unidas para el desarme iraquí, pudo llegar, a través de una década de inspecciones, a contar con una idea bastante aproximada de lo que Irak tenía antes de 1991, pero los propios inspectores reconocieron en 1999 que no habían logrado obtener respuesta a demasiadas incógnitas relativas a toneladas de materiales para la fabricación de armas químicas y biológicas, así como sobre las capacidades últimas para desarrollar un arma nuclear. Los inspectores de UNMOVIC, la nueva misión de las Naciones Unidas, están tratando de desentrañar qué es lo que ha podido desarrollar en los últimos cuatro años, desde que a finales de 1998 expulsara a los inspectores de Naciones Unidas y se negara a cooperar con dicho organismo.
Tanto la CIA, como el gobierno británico e instituciones independientes, como el IISS de Londres, han evaluado la amenaza que Irak puede presentar en este terreno y aunque hay puntos de divergencia entre estos informes, también es cierto que comparten las consideraciones esenciales. A continuación se presentan los datos e interpretaciones menos controvertidos en cada uno de los programas de armas de destrucción masiva y elementos asociados.
Armas químicas
El ejército iraquí tiene una gran experiencia con las armas químicas: durante los años ochenta gaseó a cerca de 16.000 soldados iraníes y aniquiló en 1988 a los 5.000 kurdos de la ciudad de Jalabja y villas adyacentes. Tras la guerra de 1991, los mandos iraquíes admitieron tener unos 6.000 obuses con carga química, cifra que iría progresivamente aumentando hasta alcanzar los más de 40.000 que los inspectores encontraron y destruyeron. Junto a los obuses UNSCOM localizó y destruyó también medio millón de litros de agentes químicos varios y casi dos millones de litros de agentes precursores para la fabricación de gas mostaza, gases nerviosos como tabún, sarín y VX.
Los inspectores de Naciones Unidas sospechan que Irak logró ocultarles desde 1991 una cantidad importante de toneladas de gas mostaza y de precursores para agentes nerviosos y que, bajo la apariencia de dedicarse a laboratorios médicos y veterinarios, Irak contaba con una treintena de instalaciones que podían pasar a producir agentes frescos en cuestión de pocos días, máxime una semana si así se decidía. Las medidas adoptadas desde 1998 para esta rápida reconfiguración industrial podrían haber permitido la producción clandestina de agentes químicos, listos para ser montados en cabezas de batalla, cohetes y obuses de artillería. En todo caso los niveles estarían muy por debajo de los de 1991.
Ahora bien, si la producción está asegurada, es más dudosa la capacidad de un empleo efectivo por parte de las tropas iraquíes, particularmente contra las tropas americanas en plena operación. Salvo que los ingenieros de Sadam hayan dado con un diseño nuevo para las cabezas de los misiles de medio y largo alcance que pueda tener ocultos, su sistema de dispersión los vuelve muy poco eficaces para este tipo de munición. Las detonaciones por impacto de la artillería también reducen drásticamente la eficacia de los agentes químicos. El clima del desierto degrada la vida operativa de las armas químicas y aunque éstas puedan complicar las operaciones de las fuerzas atacantes, en la movilidad de las mismas estriba la escasa utilidad de este tipo de sistemas para detener un avance. Si Sadam intentara compensar la rapidez de las operaciones mediante la aviación y helicópteros, expondría a estos aparatos a toda la aviación aliada y, según la experiencia, a una destrucción segura. Otra cosa es que destinara estas armas a atacar centros de población y concentraciones desprotegidas. Pero así y todo, dados los constreñimientos técnicos, resulta complicado imaginar una gran cantidad de daños resultantes.
Armas biológicas
Irak negó sistemáticamente haber investigado sistemas bacteriológicos hasta que en 1995 las confesiones del yerno de Sadam, Hussein Kamel, a los inspectores de Naciones Unidas expusieron con rotundidad el empeño iraquí en el desarrollo de dichos sistemas. Lo que se descubrió fue que Irak había desarrollado un amplio espectro de agentes biológicos, letales como el ántrax, la ricina y la toxina botulínica, o incapacitantes como la aflatoxina, el virus de la conjuntivitis hemorrágica, micotoxinas y rotavirus. Y que, además, había progresado en su utilización militar, montando dichos agentes en cohetes de 122 mm. y obuses varios. También se supo que Sadam ordenó personalmente la aceleración de estos programas tras la invasión de Kuwait en agosto de 1990 y que este proceso siguió incluso bajo los bombardeos aliados en enero de 1991.
Las autoridades iraquíes admitieron en 1995 haber producido y armado unas cifras escalofriantes de sistemas biológicos: 19.000 litros de concentrado de la toxina botulínica (más de la mitad montados en munición); 8.500 litros de concentrado de ántrax (dos tercios en munición) y 2.200 litros de concentrado de aflatoxina (1.580 litros en munición). Sin embargo, UNSCOM no pudo confirmar la destrucción de estos inventarios.
Al igual que con las armas químicas, la capacidad real de estos sistemas depende en gran medida de los medios que se utilicen para su dispersión. En 1991 dichos medios eran bastante rudimentarios y todos los ensayos para utilizar aviones, helicópteros y vehículos no tripulados con dispensadores por aerosol habían fracasado. Desde 1998 se sabe que Sadam ha seguido investigado en la dispersión por aerosol a bordo de aviones no tripulados tanto para agentes líquidos como sólidos, pero su limitadísimo número y la probabilidad de que fueran interceptados en vuelo hace que estos sistemas no sean muy eficaces en el campo de batalla. Otra cosa es su empleo contra civiles, particularmente si Irak utiliza agentes infecciosos, como la viruela, con los que podría causar daños humanos muy elevados. Sadam podría estar tentado de disparar algunos de los misiles Scud modificados –Al Hussein en su denominación oficial- que mantiene escondidos desde 1991 como medio de diseminación, ya que su alcance de 600 Km. sitúa a Israel, Turquía y Arabia Saudí dentro de su radio de acción. No obstante, los efectos destructivos del impacto del misil sobre su propia carga disminuiría sustantivamente su capacidad letal.
Sistemas nucleares
Sadam ha tenido siempre una fuerte tentación por las armas nucleares, unos sistemas que le darían una ventaja estratégica como líder del mundo árabe y sobre sus vecinos. Tras el bombardeo del reactor en construcción de Osirak, en 1981, los planes atómicos iraquíes se volvieron opacos y clandestinos. A fin de asegurarse capacidades redundantes, Irak experimentó con diversos caminos para obtener material fisible, desde el enriquecimiento de uranio a través de la separación electromagnética de isótopos a la difusión gaseosa, pasando por la centrifugación y la separación por láser. Así y todo, en 1991 Sadam no había logrado producir ni el suficiente material para una bomba –a pesar de su empeño para ello a través de un programa de choque a finales de 1990- ni dar con un diseño de una cabeza de combate factible de ser portada por un misil Al Hussein.
Desde la guerra, las inspecciones conducidas por la Organización Internacional de la Energía Atómica han servido para impedir la reconstitución del programa nuclear iraquí, en la medida en que mucha de la infraestructura asociada fue destruida por los bombardeos y su estado de rehabilitación no era difícil de controlar. Con todo, Irak ha mantenido intacta su capacidad técnica y de conocimientos y aunque el esfuerzo humano debe estar muy por debajo de los 27.000 científicos y técnicos asociados al programa nuclear antes de 1991, se estima que Irak ha proseguido con el diseño, la experimentación y la fabricación de componentes de tal forma que si obtuviera material fisible estaría en capacidad de fabricar un número pequeño de cabezas nucleares. También se sospecha que los ingenieros iraquíes han logrado reducir el tamaño y volumen de sus diseños de cabeza de combate de tal manera que puedan ir montadas sobre sus misiles Scuds modificados, cosa que no sucedía en 1991.
Es probable que desde el final de las inspecciones en 1998 Irak haya intentado producir material fisible a partir de sus instalaciones de uso civil, pero es dudoso que haya obtenido los kilos necesarios para fabricar una bomba. No obstante, si consiguiera que algún Estado o agente externo le suministrara uranio enriquecido, plutonio u otros materiales nucleares apropiados, Irak fabricaría sus propias armas nucleares en cuestión de meses y no de años.
Misiles balísticos
El parque de misiles balísticos de Sadam quedó muy mermado por la guerra de 1991 y por la destrucción de gran parte de los mismos por los inspectores de Naciones Unidas. Sin embargo, bajo los acuerdos de alto el fuego, se permitía a Irak continuar la producción de misiles balísticos con un alcance no superior a 150 Km., cosa que ha hecho desarrollando el misil Al Samoud cuyas pruebas de vuelo tuvieron lugar en el año 2000. La CIA estima que este misil ha sido mejorado desde entonces y que su radio de acción ronda los 200 Km., alcance suficiente para llegar a suelo israelí.
Por otro lado, los inspectores de UNSCOM no pudieron certificar la destrucción de todos los misiles de largo alcance declarados por Irak y se tienen fundadas sospechas de que Sadam logró ocultar unos cuantos, así como algún lanzador móvil (TEL), y que estos estarían listos para su uso. Se discute sobre su número exacto y las estimaciones oscilan entre la docena y el medio centenar para los misiles, y de tres a una docena de lanzadores móviles.
Conclusión: Aunque sobre el papel la fuerza a disposición de Sadam Husein parece impresionante (350.000 soldados, más de 2.000 carros de combate…), la merma de sus capacidades operativas y, por tanto, de su capacidad para combatir con eficacia abre una profunda brecha entre los elementos cuantitativos y los aspectos cualitativos de dichas fuerzas, particularmente en el terreno convencional. En los sistemas de destrucción de masas, Sadam dispone de un arsenal lo suficientemente amplio y diversificado como para representar un factor de consideración. Así y todo, las dificultades operativas para poder proyectar dichos sistemas de manera eficiente, les resta credibilidad como armas decisivas en un enfrentamiento bélico. Las capacidades de Sadam son mucho menores de lo que los números llevan a pensar.
Rafael L. Bardají
Subdirector de Investigación y Análisis, Real Instituto Elcano