Un empresario al frente del gobierno marroquí

Un empresario al frente del gobierno marroquí

Diez años después de las elecciones que sorprendieron al establishment argelino con una victoria islamista, el poder en Marruecos ha recibido una sorpresa parecida con el importante avance electoral logrado por sus islamistas. El recelo que ese triunfo despierta es mayor de lo que parece, primero porque el Partido para la Justicia y el Desarrollo, PJD, que obtuvo 42 diputados, no se empleó a fondo “para no alarmar”, y después porque él sólo representa una parte minoritaria y, para el régimen, “recuperable” del islamismo marroquí. El nombramiento de Driss Yetú como primer ministro es la respuesta blanda del sistema político de Marruecos a un islamismo marroquí por el momento blando. La Monarquía, garante por la Constitución de la estabilidad del sistema, encargó la formación del nuevo gobierno a un independiente que puede simplificar bastante la inevitable controversia sobre el papel que debe desempeñar el PJD ya sea en una eventual participación en el gobierno o en la oposición. Para España, que un hombre tan preparado técnicamente, tan moderado y tan pragmático como Driss Yetú, dirija el gobierno marroquí, es una garantía y una esperanza de que las maltrechas relaciones puedan mejorar hasta donde objetivamente puedan hacerlo.

 El contexto del nombramiento
Doce días después de unas elecciones legislativas que confirmaron la segmentación del mapa político de Marruecos, el rey Mohamed VI, en virtud del articulo 24 de la Constitución que le faculta para ello, nombró Primer Ministro al hasta entonces ministro del Interior, Driss Yetú, un hombre ajeno a la vida partidaria y por lo tanto a cualquiera de los tres o cuatro partidos más votados. La inquietante demostración de fuerza de un islamismo que sólo puso en juego la “vanguardia de su ejército”, y la incapacidad de los tres partidos más votados, USFP, Istiqlal y RNI,  de encontrar un acomodo entre ellos para prolongar la experiencia de gobierno consensuado de la pasada legislatura,  forzó a Mohamed VI a utilizar sus competencias constitucionales en el sentido quizás más alejado de lo que es el espíritu y la esencia de toda consulta electoral. En su decisión pueden haber influido mucho dos circunstancias dignas de tomar en consideración. En primer lugar la aparente disposición del partido Istiqlal a negociar un entendimiento de gobierno con el islamista PJD cuyos 42 diputados (el Istiqlal solo logró 48 y la USFP sólo 50) resultaban esenciales. Ese entendimiento, que podía preocupar al resto del país, no resultaba ninguna incomodidad para un Istiqlal cuya base electoral en buena parte comparte algunas de las demandas de los islamistas marroquíes como la arabización, la prohibición de la venta de alcohol, un “tempo” más pausado en la reforma del Código de Familia -reivindicación de base de la mujer- y otros numerosos puntos comunes relacionados con la misma preocupación por la influencia occidental en los usos y costumbres. En segundo lugar puede haber influido el convencimiento del monarca de que el gobierno de Abderramán el Yussufi, no obstante el respeto por su persona de todos los sectores del país, incluidos los económicos, no se tradujo en eficacia ni mejoramiento sustancial al menos de los sectores de gobierno que habían quedado bajo su competencia. El informe del Centro de Estudios e Investigaciones Demográficas de Marruecos sobre el año 2001, aparecido después del 27 de septiembre, señalaba que 5,3 millones de marroquíes, 700000 más que en 1985, entran dentro de la categoría de pobres absolutos. Junto al informe de este centro, que pertenece al ministerio de Previsión Económica y del Plan, estaba la certeza recogida por la prensa de que a fin de cuentas el gobierno socialista no había logrado suscitar el mínimo de esperanza necesaria para que una parte de los marroquíes creyeran que al menos se habían colocado las primeras piedras de las reformas económicas que el país necesita. La pusilanimidad del Primer Ministro Yussufi y su falta de decisión fue puesta de relieve con frecuencia en la prensa y no sólo la de oposición. Aunque se admite que buena parte de los problemas surgidos con España y que llevaron a las relaciones entre los dos países a los mínimos en que actualmente se encuentran se gestionaron en el entorno de poder del rey Mohamed VI y se originaron en gran medida en las numerosas incomprensiones, incluso personales, surgidas durante su primera visita oficial a España en septiembre de 2001, no es menos cierto que el episodio más traumático, la ruptura del acuerdo de pesca con España, lo protagoniza el gobierno Yussufi.

Driss Yetú, el hombre y su circunstancia
En una entrevista con Driss Yetú en octubre de 1997, para una revista española que luego no vería la luz, el entonces ministro de Comercio, Industria, Finanzas y Artesanado, decía: “España concede mucho interés a la economía marroquí y a las oportunidades de inversión que ésta ofrece…Contamos mucho con la cooperación de España. El marco convencional de las relaciones bilaterales es denso y diversificado. Decenas de acuerdos rigen la fiscalidad, la inversión, la cooperación económica y financiera, los transportes, así como otros sectores particulares (ODI, Banco Exterior de España, CMPE e ICES)”. “Ahora”, continuaba Yetú, “lo que tenemos que hacer es darle amplio juego a todos esos acuerdos y optimizar sus resultados”. Seguramente, la mayoría de los operadores económicos españoles en Marruecos y los marroquíes interesados en las relaciones con España, firmarían a ciegas esos propósitos que sería deseable que el nuevo Primer Ministro ponga ahora en práctica.
Driss Yetú, natural de 57 años de edad, Fisico Químico de formación fue ministro de Comercio e Industria en 1991, y de Finanzas, Comercio e Industria a partir de 1997. No procede de la Administración y, estrictamente, tampoco de ese Majzén (el poder económico y político alrededor del rey). Procede del sector privado, donde era industrial del calzado. Su nombramiento como Primer Ministro tiene que ver con este aspecto de su personalidad. Los propios marroquíes consideran que posee una sólida ”cultura de empresa” y que su talante es de un decidido antiburocratismo. De hecho, las numerosas competencias económicas que el extinto rey Hassán II había colocado bajo su tutela en 1997, pretendían convertirle en el reformador del arcaico aparato productivo marroquí y el modernizador de la economía. Los otros ministerios que giraban entonces en su esfera de influencia, como el de Privatizaciones y Empresas Públicas, encomendado a Abderramán Saaidi, y Trabajos Públicos bajo la dirección de Mezian Belfquih, tendían a ese fin.
Uno de los principales logros de su gestión que evocaba en la entrevista citada, era haber contribuido a mejorar sensiblemente el “riesgo-Marruecos” y afirmaba que todas las calificaciones concedidas por los organismos internacionales en ese sentido habían mejorado sensiblemente en los tres o cuatro últimos años. Fundamental a este respecto había sido, según él, la promoción de una generación de empresarios marroquíes de una preparación homologable tanto como gestores, como animadores de una mayor inserción de Marruecos en la economía mundial. Para él lo que estaba en juego entonces era la “mise a niveau” del aparato productivo marroquí con vistas al acuerdo de libre-cambio con la Unión Europea.
La experiencia de Driss Yetú se vio truncada por la posterior decisión del mismo rey Hassán II de encomendar el gobierno, que llamaría de transición, a la USFP aún cuando este partido tampoco tenía el respaldo electoral mayoritario para gobernar.
Desde esas declaraciones citadas de Yetú a hoy Marruecos ha cambiado enormemente. Desapareció de la escena política el omnipotente ministro del Interior, Driss Basri, el hombre de todas las confidencias de Hassán II. Un nuevo rey, Mohamed VI accedió al trono de Marruecos y su advenimiento liberó todas las ansias de cambio y democracia de los marroquíes. El último puesto de Driss Yetú, a quien aparentemente Mohamed VI encarga ahora retomar la tarea que dejó incionclusa en 1998, fue mnistro del Interior. En ese ministerio tan particular, que forma parte de los dominios reservados del Rey, los llamados ministerios de soberanía, Driss Yetú intentó imbuir de su pragmatismo y espíritu empresarial. Bajo su dirección, aquella maquinaria tan lastrada por los tics del pasado ha logrado que se le reconozca en las pasadas legislativas una neutralidad  superior a la de cualquier otra contienda electoral anterior.
Desde un punto de vista estrictamente español Driss Yetú al frente del gobierno marroquí, parece una opción más esperanzadora que la de otros gobiernos tan politizados como ha conocido Marruecos, en especial el último del Señor Yussufi. Seguramente y dado su perfil sicológico y humano, su paso por el poder será probablemente más beneficioso para las relaciones entre los dos países que lo que cabía esperar de otros sectores, también muy influyentes en el gobierno del señor Yussufi, que no lograron convertir la retórica de la “amistad y hermandad” hispano-marroquí en hechos concretos.

Magreb, entre Islam y ejército
El futuro inmediato y a medio plazo del Magreb parece tender hacia la polarización entre dos grupos opuestos, islam y ejércitos. A esta situación, ciertamente indeseada y en cualquier caso chocante para una Europa democrática, han contribuido por igual los déficits democráticos de los regímenes en el poder y la falta de visión de los partidos políticos magrebíes. Estos últimos no supieron valorar el alcance de su fuerza real para movilizar a sus sociedades respectivas ni lograron adaptar sus exigencias a lo que en cada momento era posible. La modernidad que pudieron aportar a sus países se resintió por ello y las esperanzas de una democracia auténtica, que en aquellos años parecía posible, quedó postergada. El tercermundismo por un lado y el exceso de ambición política por otro, dejaron yermo a esos espacios “civiles” en donde los partidos desempeñan tradicionalmente su papel de vectores de las diferentes sensibilidades y grupos de intereses de un país.
El islamismo ha logrado arrebatar a los partidos tradicionales dos elementos de movilización social como son, en estos tiempos de dificultades económicas e inseguridades culturales, la necesidad de transmitir la sensación de solidaridad ante las dificultades de los más necesitados y la de proporcionar puntos de agarre frente a la invasión incontrolable de otras culturas en detrimento de la propia. Lamentablemente el islam militante y radical del presente, el que para entendernos llamamos islamismo, se salta a la torera el llamado siglo de oro del Islam en el que los musulmanes se preguntaban por las razones de su atraso y volvían sus ojos a un Occidente próspero a la búsqueda de respuestas susceptibles de ser importadas sin trauma. Ese Islam intenta en el presente imponer, sin la más mínima actualización, el Islam original tan demostradamente inadecuado para la vida moderna y tan chocante con valores como la igualdad de los sexos, las libertades individuales, la democracia y otros que ya tienen carácter de universales.
Frente a esos anacronismos flagrantes y con las numerosas reservas de rigor, las instituciones armadas representan no la modernidad ni la democracia ciertamente, pero si la oposición más consistente a ese islamismo radical que supone un regreso en el tiempo y que como en Argelia recurre al terrorismo, y en Marruecos, como ha denunciado su prensa este verano, a una violencia física y sobre todo a un creciente radicalismo del discurso movilizador.
Europa y España no tienen más opción que contemporizar con los poderes que garanticen la estabilidad a la espera de que los partidos políticos encuentren de nuevo el lugar que les corresponde y que las sociedades por si solas puedan hallar soluciones reales a sus problemas que pasan por acometer los problemas económicos más esenciales y satisfacer las aspiraciones de libertad de todos.

Conclusiones: España y el Magreb
Desenredar las relaciones hispano-marroquíes, siempre difíciles pero en el presente en franca “hospitalización”, no es cosa fácil. Ni la llegada de Driss Yetú a la jefatura del gobierno, ni nada, puede borrar de un plumazo, los elementos de desencuentro objetivos que se han acumulado, pero ya sería bastante que el nuevo Primer Ministro contribuyera a colocarlas en periodo de “convalecencia”. Un aspecto de ellas que más poderosamente se ha visto afectado es la confianza mutua que prácticamente se ha perdido, y las percepciones del otro, siempre deficientes pero ahora lamentables. Entre dos sociedades que tenían muy pocos puentes entre sí, ahora hay menos, por no decir ninguno. No tienen relaciones significativas los partidos políticos españoles ni sus homólogos marroquíes, no la tienen las instituciones académicas, no la tienen tampoco los sindicatos y desde hace ya dos años tampoco los gobiernos.
El reciente Tratado de Amistad y Cooperación firmado con motivo de la reciente visita oficial del Presidente argelino, Abdelazis Buteflika, a España es visto con mucha inquietud en Marruecos y con una cierta falta de confianza por parte de la propia prensa española que lo atribuye a un cierto “penduleo” como en épocas pasadas. Una simple mirada a la cooperación ya establecida y la pactada en materia de abastecimiento de hidrocarburos, debería bastar para comprender que un país cuyos abastecimientos energéticos dependen ahora un 15 por ciento y en un futuro próximo en más de un 30 por ciento de otro, no pueden más que tener una relación estratégica. Si a ello se añade las perspectivas económicas y comerciales que supone para España aunque solo sea equilibrar la balanza de pagos entre ambos, se entiende que un tratado de amistad y cooperación está más que justificado independientemente de la coyuntura del momento que pueda hacer que este acercamiento se perciba como táctico.
Se ha dicho y repetido que el Sahara occidental, cuyo futuro deberá verse el año próximo en el Consejo de Seguridad de la ONU, en donde España tendrá un sitio como miembro no permanente, siempre ha sido un impedimento para que los sucesivos gobiernos españoles puedan mantener tratados de amistad y cooperación estrecha con los dos países claves del Magreb, como es lógico y deseable que sea. Es verdad que la posición de Marruecos y del Polisario no deja mucho margen para la esperanza, pero es verdad también que los dos deberán entender que en los conflictos modernos nadie puede vencer por KO técnico. Es en cierta medida un tópico muy extendido el de que el tiempo obra a favor de Marruecos y es verdad que en los últimos 27 años de conflicto, Marruecos ha consolidado su presencia en el territorio de forma irreversible. Es verdad también que el apoyo de Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña al Plan Baker –autonomía amplia bajo soberanía marroquí- podría eventualmente ser impuesto por el Consejo de Seguridad. Si así ocurriera, el Sahara podría pasar a engrosar la lista de conflictos internacionales en que el tiempo ha obrado siempre en beneficio del más fuerte pero no los ha solucionado. Oriente Medio está ahí todos los días para demostrar que el tiempo no basta cuando se ha cometido una injusticia básica y España no dejaría de verse afectada por una tensión de este tipo en su entorno inmediato.
En contra precisamente de todo lo que se ha comentado en Marruecos y en España, el tratado de amistad con Argelia, que coloca en lo político las relaciones de este país magrebí al mismo nivel que las mantenidas con Marruecos, debería permitir a España una cierta labor de intermediación a favor de una solución de compromiso internacionalmente avalada y garantizada en la que la soberanía marroquí no constituyese un obstáculo para que el territorio y todos sus habitantes se autogobernase y todos los países con intereses económicos y preocupaciones securitarias en la zona tuviesen una satisfacción.
El Sahara no es sin embargo el único problema entre España y Marruecos. La inmigración ilegal, las trágicas pateras, y el aparente poco esfuerzo marroquí por controlarlas, es otro. Esa inmigración ilegal, que a veces recuerda el “balserismo” utilizado por Fidel Castro para liberarse de una cierta parte de su población socialmente difícil y remitirla a Estados Unidos, es ya un serio problema en numerosas regiones españolas. Problema que se ve agravado por el efecto dominó que tiene sobre una parte de la inmigración legal, cuya integración se hace más difícil debido a una supuesta influencia negativa que en algunas regiones ejercen los Servicios Secretos marroquíes e incluso los consulados.
Driss Yetú, que llega a la jefatura de Gobierno directamente  desde el ministerio del Interior, no puede ignorar estos problemas. Después vienen muchos otros, pero lo principal es que se restablezcan las relaciones diplomáticas normales y simultáneamente que se tiendan puentes entre las respectivas sociedades civiles para recuperar el tiempo perdido.

Domingo del Pino

Escrito por Domingo del Pino