El terrorismo global: un fenómeno polimorfo (ARI)

El terrorismo global: un fenómeno polimorfo (ARI)

Tema: Este ARI describe y analiza los distintos componentes que se observan en la actual urdimbre del terrorismo global, es decir, del terrorismo relacionado directa o indirectamente con al–Qaeda.

Resumen: La urdimbre del terrorismo global incluye, siete años después de los atentados del 11 de septiembre, tanto a una al–Qaeda reconstituida y a las extensiones territoriales que ha conseguido establecer, como al heterogéneo conjunto de grupos y organizaciones afines a la misma, al igual que a células locales independientes e informales constituidas de manera espontánea. Sería un error tomar esta última parte por el todo y afirmar que el terrorismo global es un fenómeno amorfo, cuando en realidad es polimorfo. Los riesgos y amenazas que el terrorismo global plantea para un determinado país o región del mundo dependen precisamente del modo en que se combinan sus distintos componentes. Para las sociedades occidentales, esos riesgos y amenazas no son ahora menores, aunque sí más complejos.

Análisis: Mucho se está especulando sobre la naturaleza del actual terrorismo global, es decir, del terrorismo relacionado de uno u otro modo con al–Qaeda. Se trata de una polémica muy extendida en los círculos académicos y en las comunidades de inteligencia, con implicaciones para el enfoque que ha de darse a las políticas nacionales de seguridad y a la cooperación internacional en dicha materia. Una polémica en torno a cómo ha evolucionado ese fenómeno tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y al tipo de amenaza que supone en nuestros días tanto para los países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas como para otras sociedades, incluidas por supuesto las del mundo occidental.

Como consecuencia de la reacción estadounidense a lo ocurrido aquel día en Nueva York y Washington, la estructura terrorista liderada por Osma bin Laden perdió el santuario del cual venía disfrutando en Afganistán desde mediados de los 90 y quedó seriamente menoscabada. No pocos de sus grupos afines, que de igual manera contaban con campos de entrenamiento y otras infraestructuras al amparo del régimen de los talibán, se vieron asimismo afectados. Y las organizaciones directa o indirectamente vinculadas con al–Qaeda que tenían sus bases fuera de ese país surasiático fueron desde entonces objeto de una decidida represión por parte de los gobiernos con autoridad sobre las diferentes jurisdicciones estatales donde se encontraban.

Estos acontecimientos son suficientemente conocidos y no parece que respecto a ellos exista demasiada controversia entre los observadores atentos del fenómeno. Sin embargo, no pocos de estos concluyeron, a partir de aquellos hechos, que al–Qaeda había dejado de existir, transformada en una ideología o en un movimiento. Concluyeron también que el terrorismo global se había convertido en un fenómeno amorfo, carente de estructuración formal y de liderazgo. Concluyeron, finalmente, que la verdadera amenaza terrorista procede ahora de células locales informales constituidas de manera espontánea y compuestas por individuos radicalizados a sí mismos bajo el influjo de unas serie de ideas diseminadas sobre todo a través de Internet.

A esta visión de las cosas ha contribuido la obra de un influyente doctrinario del terrorismo yihadista. Un individuo de origen sirio pero nacionalizado español que responde al sobrenombre de Abu Musab al Suri, miembro fundador de la célula establecida por al–Qaeda en nuestro país una década antes del 11–M y luego incorporado al círculo inmediato de Osama bin Laden. Fue detenido en Pakistán en 2005, no sin que antes publicase su Llamada a la resistencia islámica mundial. Ahora bien, afirmar que aquella estructura terrorista ha desaparecido, que el terrorismo global es ahora un fenómeno amorfo y que la amenaza emana hoy de células locales surgidas espontáneamente no parece que se corresponda con la realidad.

Al–Qaeda en continuidad y transformación

Para empezar, al–Qaeda sigue existiendo. Se ha transformado en los últimos años, mostrando gran resistencia y una sobresaliente capacidad de adaptación. Reubicada en las zonas tribales de Pakistán fronterizas con Afganistán, está regenerada como estructura terrorista y su situación organizativa es en la actualidad de una relativa robustez. Aun cuando no pocos de sus miembros más destacados han sido detenidos o abatidos a lo largo de los últimos siete años, el núcleo de liderazgo se ha reconstituido en sucesivas ocasiones, en especial por lo que se refiere a los presuntos 10 miembros del consejo consultivo o Majlis Shura. Contarían en su nueva base de operaciones con entre algunos centenares y unos pocos miles de activistas propios.

Pero al–Qaeda dispone además de tramas y células, así como de agentes y colaboradores, fuera de aquella zona. En Asia Central y el sudeste asiático, Oriente Medio y la región del Golfo, el este de África o el norte del Cáucaso, por ejemplo. La presencia de miembros destacados de aquella estructura terrorista en esas regiones obedece en parte a que muchos de ellos se dispersaron tras la pérdida del santuario afgano a finales de 2001 y en parte a que en ellas residen personas que en la segunda mitad de los 90 recibieron adiestramiento en los campos de que al–Qaeda disponía en ese dominio. Durante 2006 y 2007 individuos con esas características fueron detenidos o abatidos en países como Rusia, Turquía, Líbano, Jordania, Yemen y Kenia.

Eso sí, al–Qaeda ha venido subsanando su estado previo, como remanente de la estructura terrorista que existía antes del 11–S, con una extraordinaria campaña de propaganda, diseminada sobre todo a través de Internet. Lo cual no significa que al–Qaeda haya dejado de ser una organización para convertirse en una ideología, como tan a menudo se sostiene. Se trata de una estructura terrorista sustancialmente recuperada, que mientras tanto ha optimizado sus activos simbólicos y aprovechado las nuevas tecnologías de la comunicación, dedicando una atención especial a tareas de producción y reproducción ideológica, para sí misma, para otros actores inmersos en la urdimbre del terrorismo global y, por supuesto, para su población de referencia.

Aunque las capacidades operativas de al–Qaeda no sean las mismas que en el pasado, han vuelto a ser considerables. Sus dirigentes continúan empeñados en tareas de financiación y reclutamiento, la formación de adeptos en los nuevos campos de entrenamiento establecidos al norte de Waziristán y alrededores, así como en la expansión de su presencia, la consolidación de alianzas y la difusión de tramas afines. Pero siguen también empeñados en la planificación de atentados dentro y fuera de las zonas tribales de Pakistán y Afganistán. En estas demarcaciones suelen actuar en colaboración con los talibán y colectivos foráneos de adeptos, además de grupos terroristas autóctonos en el caso de atentados cometidos en otros lugares del territorio paquistaní.

Fuera de ese escenario, el control que al–Qaeda ejerce sobre el planeamiento y la ejecución de atentados es mucho más limitado, aunque continúe aspirando a perpetrar algunos espectaculares, sobre todo pero no exclusivamente contra blancos occidentales. Desde el 11–S se han registrado distintos episodios en los que su concurso fue más allá de la instigación. Como los de 2002 en Yerba y Mombasa, 2003 en Estambul y 2005 en Londres, por ejemplo, además de numerosas tentativas fallidas. Al–Qaeda puede implicarse bien para que en la realización de un atentado intervengan individuos bajo su mando directo, bien para que lo hagan otros insertos en sus extensiones territoriales o en grupos y organizaciones afines, que a su vez pueden movilizar células locales.

Las extensiones territoriales de al–Qaeda

Y es que al–Qaeda parece haber reaccionado a la fragmentación producida en su seno tras la pérdida del santuario afgano en el otoño de 2001 y los problemas de gestión que ese estado de cosas suponía, tanto mediante iniciativas de descentralización como de extensión de su influencia dentro y fuera del mundo islámico. Por una parte, tratando de establecer extensiones territoriales de sí misma, lo que ha conseguido en algunos casos; por otra, dedicando especial atención al fomento de relaciones con una serie de grupos y organizaciones afines en distintos países o regiones del mundo. Asimismo, estimulando, cuando ha sido posible, la aparición de nuevas entidades yihadistas de base predispuestas al alineamiento con al–Qaeda.

Al–Qaeda ha conseguido establecer algunas extensiones territoriales. En ocasiones, a partir de su propia estructura y articuladas por destacados miembros que estaban dispersos en áreas geopolíticas concretas pero se mantenían en contacto con el núcleo central de liderazgo. Es el caso de la denominada al–Qaeda en la Península Arábiga, que inició su campaña terrorista en 2003. En otros casos, mediante acuerdos con grupos asociados de ámbito nacional o regional. Estas alianzas ponen de manifiesto que al–Qaeda encontró serios impedimentos para desarrollar por sí misma sus ramificaciones en zonas donde actuaba ya una organización armada de orientación islamista. Al mismo tiempo, sin embargo, incrementaron su proyección geográfica.

Es de este segundo modo como se constituyó, en otoño de 2004, la organización de al–Qaeda para la Yihad en la Tierra de los Dos Ríos, es decir en Irak. Tal fue la denominación entonces adoptada por Unicidad de Dios y Yihad, formación existente desde el año anterior y liderada por el jordano Abu Musab al Zarqaui, quien se convirtió en máximo dirigente de la extensión iraquí de al–Qaeda hasta su muerte en junio de 2006. Fue sustituido por Abu Ayub al Masri, conocido como Abu Hamza al Muhayir, con la aprobación expresa de Osama bin Laden, lo que, unido al hecho mismo de que se trate de un egipcio, pondría de manifiesto la ascendencia que los líderes de al–Qaeda ejercen sobre su rama iraquí.

A inicios de 2007 apareció la organización de al–Qaeda en el Magreb Islámico, resultante de una fusión entre al–Qaeda y el Grupo Salafista Para la Predicación y el Combate (GSPC). Este, de origen argelino y formado a finales de los 90, se había internacionalizado progresivamente, fomentando la creación de células y redes afines en otros países de la región norteafricana e incluso del Sahel. Su conversión en extensión norteafricana de al–Qaeda estuvo precedida de una estrecha interacción con la rama iraquí de esta misma. En la actualidad estaría amalgamando bajo una única dirección, a su vez dependiente del núcleo central de liderazgo de al–Qaeda, a elementos yihadistas en los países de la región y en sus respectivas diásporas fuera de la misma.

Entre el directorio de al–Qaeda y los líderes de esas extensiones territoriales cabe presumir que el contacto sea regular y hasta directo. Parece además verosímil que se produzca, entre otras cuestiones, sobre las modalidades y los procedimientos en la ejecución de atentados o sobre la selección de blancos en la evolución de campañas terroristas. Lo cual no es incompatible con márgenes de autonomía operativa, que seguramente no son uniformes para aquellas ramas territoriales y varían según los casos, ni impide que puedan darse posiciones encontradas entre la visión estratégica global que se tiene desde el centro de al–Qaeda y determinadas decisiones tácticas adoptadas por los responsables de sus ramas territoriales.

Grupos y organizaciones que son afines

Tras perder el santuario afgano y reubicarse hacia el oeste, al–Qaeda se ha adaptado a las cambiantes circunstancias fomentando también relaciones con grupos y organizaciones afines. En realidad, desde febrero de 1998 había ya algunas entidades formalmente afiliadas con al–Qaeda en el denominado Frente Mundial para la Yihad contra Judíos y Cruzados, creado a instancias de aquella. Pero será con posterioridad cuando se incrementaron en número e importancia dentro de la urdimbre del terrorismo global, adquiriendo predominancia operativa entre los distintos componentes de la misma. Estos grupos y organizaciones afines difieren notablemente entre sí en sus dimensiones, grado de articulación, composición interna y alcance operativo.

La naturaleza de las relaciones que esos grupos y organizaciones mantienen con al–Qaeda varía igualmente de unos casos a otros. Es frecuente que sus dirigentes hayan hecho público, a través de Internet, un juramento de lealtad a Osama bin Laden. A menudo basta con que asuman expresamente la doctrina y los métodos de aquella estructura terrorista. Pero los ligámenes de asociación suelen asimismo manifestarse en la presencia de individuos que compatibilizan funciones de liderazgo o mantienen vínculos personales de índole intergrupal, la transferencia de recursos económicos en uno u otro sentido, la asistencia mutua en el adoctrinamiento o la formación de individuos, e incluso la colaboración para planificar y ejecutar atentados.

No menos de 30 grupos y organizaciones activos en distintos lugares del mundo mantienen actualmente algún tipo de asociación con al–Qaeda. Esas entidades actúan por lo común sin que el núcleo dirigente de esta estructura terrorista ejerza funciones de mando y control sobre sus operaciones, aunque las mismas tiendan a llevarse a cabo de acuerdo con una serie de orientaciones generales proporcionadas por Osama bin Laden y especialmente por Ayman al Zawahiri. La ascendencia de uno y otro sobre los líderes de aquellas entidades directa o indirectamente relacionadas con al–Qaeda es en principio menor de la que tienen sobre los de sus extensiones territoriales, aunque no siempre ocurre exactamente así.

En 2006 y 2007 se atribuyeron actos de terrorismo a una serie de grupos afines a al–Qaeda entre los que destacan los talibán. Pero a cuya listado hay que añadir a los neotalibán paquistaníes de Tehrik e Taliban (Fuerza de Talibán), Lashkar e Tayiba (Ejército de los Puros) en la India, Abu Sayaf (Portadores de la Espada) en Filipinas, Yemaa Islamiya (Asamblea Islámica) en el sudeste asiático, Jund as Sham (Ejército del Levante) en Siria, Asbat al Ansar (Liga de los Seguidores) y Fatah al Islam (Conquista del Islam) en Líbano, o la Unión de Tribunales Islámicos y Harakat Shabab al Muyahidín (Movimiento de la Juventud Combatiente) en Somalia, además de las formaciones integradas en el Estado Islámico de Irak, donde asimismo opera Ansar as Sunna (Defensores de la Tradición).

Durante aquellos dos años fueron detenidos o abatidos miembros de esas y otras entidades afines a al–Qaeda, como el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental en China, Lashkar e Yangvi (Ejército de Yangvi) y Jaish e Muhammad (Soldados de Mahoma) en Pakistán, Harakat ul Mujahedeen (Movimiento de los Combatientes) allí y en la India, Harakat ul Jihad ul Islami (Movimiento de la Yihad Islámica) en Bangladesh, el Movimiento Islámico de Uzbekistán o su escisión, la Unión de la Yihad Islámica, y el Grupo Islámico Combatiente Libio, recientemente absorbido por al–Qaeda. Sin olvidar al Grupo Islámico Combatiente Marroquí o al Batallón de Mártires Chechenos para el Reconocimiento y el Sabotaje Riyadus Salikhin, entre otros más de cuantos se han dejado sentir en el último quinquenio.

Células independientes y bases sociales

Además de establecer algunas extensiones territoriales o de fomentar vínculos con grupos y organizaciones afines, al–Qaeda ha inspirado la formación y el desarrollo, en numerosos países del mundo, pero quizá especialmente en los occidentales, de grupúsculos o células independientes. Es decir, carentes, al menos en un principio, de ligámenes con alguno de esos otros componentes del actual terrorismo global. Sin embargo, estos grupúsculos o células que se autoconstituyen influenciados por los fines y los medios propugnados desde el núcleo de al–Qaeda pueden llegar a establecerlos, lo que incrementaría sus capacidades operativas o la posibilidad de que se impliquen en la ejecución de atentados.

En cualquier caso, estas redes y células autoconstituidas no deben confundirse, como a menudo ocurre, con las que, durmientes o en activo, están bajo el mando directo de al–Qaeda, situadas en la periferia de sus extensiones territoriales o integradas en grupos y organizaciones relacionadas con esa estructura terrorista. Como tampoco debe exagerarse su importancia a expensas de los otros componentes del terrorismo global. No debe olvidarse que la inmensa mayoría de los atentados relacionados con al–Qaeda que se han perpetrado en los últimos siete años son obra de esta misma estructura terrorista y, sobre todo, de sus extensiones territoriales y de grupos u organizaciones afines.

Y estos tres componentes de la actual urdimbre del terrorismo global incluyen actores colectivos caracterizados en general por un significativo grado de articulación organizativa, con sus correspondientes normas internas de conducta, códigos de disciplina, especialización funcional, jerarquía entre sus miembros y dirección reconocida. Algo que, aunque varíe notablemente de unos casos a otros, no casa bien con la idea del terrorismo global como un fenómeno desorganizado que sería la suma de grupúsculos independientes y células espontáneas que en su conjunto carecen de liderazgo. Estos actores locales e independientes son parte indudable de la urdimbre del terrorismo global, pero no debe tomarse esa parte por el todo. Ni siquiera como su componente más sobresaliente.

Tanto al–Qaeda y sus extensiones territoriales, como los grupos y organizaciones afines, o los grupúsculos y células locales independientes, forman un heterogéneo pero definido entramado internacional. Una urdimbre que evoluciona a consecuencia de factores endógenos o exógenos a la misma, cuyos componentes están interconectados de diferentes maneras y pueden variar con el tiempo en importancia relativa. Igualmente, las entidades concretas que se corresponden con cada uno de esos componentes pueden oscilar en número, al desaparecer unas e incorporarse otras o al unirse mediante procesos de fusión o absorción. Cada una puede además modificar sus características propias o la naturaleza de las relaciones que mantiene con el resto.

A esta urdimbre terrorista le es común la ideología del salafismo yihadista y la finalidad última de instaurar un nuevo califato según esa creencia. En ausencia de patrocinio estatal, que persista depende de que los componentes de la misma movilicen suficientes recursos entre su población de referencia. Al–Qaeda y los demás actores del terrorismo global mantienen un apoyo más que significativo en sociedades mayoritariamente musulmanas e incluso entre comunidades musulmanas de la diáspora. Sin embargo, parece que esos apoyos decrecen desde 2002, debido quizá a que las víctimas del terrorismo relacionado con al–Qaeda son sobre todo musulmanas y a que la legitimidad de esta violencia es contestada por autoridades religiosas con influencia en el mundo islámico.

Conclusiones: Al–Qaeda sigue existiendo. Ha compensado su aminoramiento con la diseminación de propaganda, pero no es una mera ideología. Ha compensado su fragmentación mediante el establecimiento de extensiones territoriales o el fomento de ligámenes con grupos y organizaciones afines, pero no se ha diluido en un movimiento. Hasta hace siete años era sinónimo de terrorismo global y ahora es parte de una diversificada urdimbre a la que proporciona liderazgo y estrategia. Ha compensado sus restricciones operativas instigando o facilitando las actividades de otros actores del terrorismo global, pero dispone de un nuevo santuario en las zonas tribales al oeste del territorio paquistaní y cuenta con renovadas capacidades.

Conviene, claro está, no desdeñar el desafío que plantean grupúsculos y células locales inormales aparentemente independientes, especialmente en el ámbito de las sociedades occidentales. Ahora bien, sin tomar esta parte por el todo, olvidando que al–Qaeda no ha dejado de existir, que la urdimbre del terrorismo global tiene otros componentes y que la mayoría de los atentados relacionados directa o indirectamente con esa estructura terrorista son en la actualidad obra de sus extensiones territoriales ––como al–Qaeda en Irak o al–Qaeda en el Magreb Islámico–– o de grupos y organizaciones que se encuentran en relación con la misma –– con los talibán en el primer lugar de un nutrido elenco––. Los riesgos y amenazas que el terrorismo global plantea para distintos países o regiones del planeta dependen precisamente del modo en que se combinan esos distintos componentes.

En suma, el actual terrorismo global no es un fenómeno amorfo sino polimorfo. No es el modelo de Abu Musab Al Suri el que parece imperar, sino más bien el diseñado por otro ideólogo del yihadismo violento, Abu Bakar Naji, en su obra La gestión de la ferocidad. Todo lo cual tiene implicaciones en materia de prevención y respuesta para las democracias occidentales, pues debe atenderse no sólo a los desafíos que suponen las células locales o grupúsculos autoconstituidos en el seno de nuestras sociedades sino igualmente a los planteados por otros integrantes de la urdimbre del terrorismo global, como la reconstituida al–Qaeda, sus extensiones territoriales o los grupos y organizaciones afines a dicha estructura terrorista.

Más aún, es particularmente verosímil que se entremezclen uno o más de esos últimos componentes exógenos con otros surgidos a partir de procesos autóctonos de radicalización y reclutamiento terrorista. Puesto que los mayores y mejor articulados actores del terrorismo global tienen sus bases de operaciones fuera del mundo occidental, es obligado insistir en la importancia de complementar los avances en inteligencia y seguridad interior con el mantenimiento de altos niveles de cooperación internacional, especialmente con países priorizados según la valoración que se haga tanto sobre los orígenes de los riesgos y las amenazas para una determinada sociedad como acerca de sus conexiones transnacionales. Riesgos y amenazas que, siete años después de los atentados del 11–S, no son menores para el mundo occidental, aunque sí más complejos.

Fernando Reinares
Investigador principal y director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos