El papel del petróleo en el conflicto iraquí (I): Las debilidades de la tesis “sangre por petróleo”

El papel del petróleo en el conflicto iraquí (I): Las debilidades de la tesis “sangre por petróleo”

Tema: La tesis “sangre por petróleo” (o blood for oil) ha sido utilizada cada vez más frecuentemente durante los últimos meses por la prensa y las varias tendencias de la oposición popular a la guerra contra Irak. Resulta imprescindible un análisis que explique dónde entra el petróleo en lo que Zbiginew Brzezinski ha llamado “el gran tablero de ajedrez” de la geopolítica mundial y dónde no está incluido en los cálculos más inmediatos de la administración Bush respecto a la necesidad o conveniencia de un ataque contra Irak.

Resumen: En este ensayo se analizan de modo crítico el argumento “sangre por petróleo” estudiando las motivaciones económicas estadounidenses tanto a corto como a largo plazo, para hacer la guerra, así como las consecuencias de la misma para el futuro del suministro energético mundial y para la OPEP, para las relaciones diplomáticas de EEUU con la Unión Europea, China y Rusia y para la economía norteamericana e internacional. Nuestra conclusión fundamental, apoyada a lo largo de estos dos ensayos (El papel del petróleo en el conflicto iraquí (I) Las debilidades de la tesis “sangre por petróleo” y El papel del petróleo en el conflicto iraquí (II) ¿Jugada imperial o liderazgo responsable?), es que los EEUU están motivados principalmente por el peligro que supone la posibilidad de que un régimen iraquí desarrolle armas de destrucción masiva. Una intervención que evita esta posibilidad de manera efectiva sería un gran avance hacia la estabilización del Oriente Próximo. El petróleo figura en este escenario, como el recurso que brinda a esta región su importancia estratégica para el mundo. Pero las motivaciones en este conflicto relacionadas con el petróleo son relativamente modestas: despojar a Sadam Husein de sus armas de destrucción masiva y fomentar un cambio de régimen en el país para mantener un status quo relativamente estable en el mercado del petróleo a corto y a medio plazo. Un objetivo más ambicioso, como un cambio de régimen que permita a los EEUU ejercer una influencia paulatina sobre la futura política iraquí y el suministro de su petróleo (es decir, una ambición claramente imperial), no forma parte del cálculo actual de la Casa Blanca. A pesar de que tal opción imperial sería consistente con otras facetas de la política exterior republicana, en este caso implicaría demasiados riesgos tanto a corto como a largo plazo para un presidente que, al fin y al cabo, buscará la reelección en noviembre de 2004.

Análisis: La facilidad con la que se está utilizando el argumento de “sangre por petróleo” se debe tanto a la innegable realidad de que el petróleo sí figura en el mapa político de los EEUU como un recurso estratégico a medio y largo plazo (y no sólo para los EEUU) como a la incapacidad de la administración Bush para persuadir al mundo de que el petróleo no figura en el primer plano de sus motivaciones y planes. Recientemente, el Secretario del Estado, Colin Powell realizó una declaración para aclarar que la política estadounidense actual respecto a Irak no tiene nada que ver con un deseo norteamericano para controlar los recursos iraquíes de petróleo. “Si hay un conflicto con Irak, el liderazgo de la coalición internacional se hará con el control del país. El petróleo de Irak pertenece al pueblo iraquí. Independientemente del tipo de régimen administrativo que se establezca, el petróleo se guardará y será utilizado por el pueblo iraquí. No se explotará para fines propios de los EEUU” (Boston Globe, 22-1-03).

Pero dada la crucial importancia del petróleo en la geopolítica mundial, y la creciente dependencia energética de EEUU (y de otras potencias importantes como Europa o China) hace falta no sólo una clarificación convincente del asunto, sino también alguna política clara acerca de cómo gestionar el petróleo en Irak después de un hipotético conflicto, posiblemente a través de una organización internacional que supervise la contratación de la explotación y la exploración durante el periodo post-Sadam. Un informe publicado por el Council on Foreign Relations (CFR) y el James Baker Institute of Rice University propone la creación, dentro de la ONU, de un mecanismo de resolución de disputas para establecer un marco legal equitativo, y para arbitrar entre las varias reclamaciones de empresas petroleras (tanto las rusas, francesas y chinas que han negociado contratos con el régimen de Sadam como las norteamericanas y otras que hasta ahora han decido respetar el espíritu de las sanciones). 

Para analizar la validez del argumento de que la administración Bush está principalmente motivada por temas de petróleo en su actual política respecto a Irak, conviene detallar y diseccionar este planteamiento en sus versiones más frecuentes y superficiales. (En El papel del petróleo en el conflicto iraquí (II) ¿Jugada imperial o liderazgo responsable? analizamos la tesis en su versión más sofisticada.)

Las realidades de un nuevo régimen y de la industria petrolífera
Como consecuencia de una guerra exitosa para llevar a su fin el proceso de desarme en Irak, la tesis “sangre por petróleo” mantiene que los EEUU desmantelaría el régimen de Sadam Husein e instalaría un nuevo régimen que obedecería a los deseos políticos de Washington en términos generales. A través de tal acción, los EEUU lograrían una poderosa influencia sobre el petróleo iraquí. Se ha argumentado, que esta influencia, aunque informal, facilitaría la salida de Irak de la OPEP, lo que llevaría, por lo menos a medio plazo, a un flujo de petróleo más amplio y seguro al mercado mundial. Este logro podría estabilizar el precio de petróleo por debajo de 20 dólares por barril (y posiblemente por debajo de 15 dólares por barril), contribuyendo a la recuperación y a la futura estabilidad de la economía. Esta versión del argumento coloca a los EEUU, en el mejor de los casos, en el papel de una potencia hegemónica relativamente benigna ya que esta acción tendría consecuencias beneficiosas para todas las economías que importan petróleo.

Sin embargo, dadas las numerosas exigencias domésticas e internacionales a las que cualquier nuevo régimen iraquí tendrá que atender (a parte de los costes de reconstrucción, ayuda humanitaria y recuperación del sector petrolífero, Rusia mantiene su reclamación respecto a deudas por parte del gobierno iraquí de unos 8 mil millones de dólares, mientras los kuwaitíes y los iraníes tiene reparaciones pendientes de la Guerra del Golfo por un valor aún mayor), es dudoso que un régimen post-Sadam cooperase plenamente con una política norteamericana para empujar el precio del petróleo muy por debajo de la franja (de 22 a 28 dólares por barril) que actualmente la OPEP intenta mantener en los mercados. Aunque varios analistas fantasean con precios de petróleo en torno a 10 dólares por barril en un escenario post-Sadam, eso no es realista, especialmente cuando se tiene en cuenta el esfuerzo necesario para recuperar la industria petrolífera iraquí y el fuerte incremento de demanda previsto para las próximas décadas.

Otra vertiente de este planteamiento sostiene que detrás de la política de Bush están las grandes petroleras estadounidenses (Exxon Mobil y Chevron Texaco) y británicas (Royal Dutch Shell y British Petroleum) con sus deseos de apoderarse de una porción importante de los beneficios futuros proveniente de un país que, además de poseer las segundas reservas más altas del mundo (unos 112bn barriles, con perspectivas de crecer bastante una vez puesta en práctica una nueva ronda de exploración), tiene depósitos muy baratos, con costes directos de extracción entre 1 y 2 dólares por barril. Este argumento se apoya también en el hecho de que otras grandes petroleras de los rivales mundiales de los EEUU (Total Fina Elf de Francia, Lukoil de Rusia y la Corporación Nacional del Petróleo de China) ya han firmado contratos con el régimen de Sadam para la futura explotación del petróleo iraquí una vez que el levantamiento de las sanciones lo permita. Si se consideran los miles de millones de dólares en posibles beneficios que significaría una participación importante en la futura explotación del petróleo iraquí, esta tesis sostiene que a las petroleras anglo-americanas les interese mucho la oportunidad que un ataque contra Irak les abriría para desbancar, al menos parcialmente, a sus rivales de la industria petrolera iraquí. 

Sin embargo, no está asegurado que las petroleras anglo-americanas tengan las manos libres en un Irak post-Sadam, incluso con la presencia de los EEUU como el gran promotor de la reconstrucción. Las petroleras rivales mencionadas arriba lucharán fuertemente para defender su acceso ya negociado. Este fue uno de los temas estrella para los rusos en la Cumbre de Houston a principios de octubre. También es de esperar que un futuro régimen iraquí prefiriera una diversificación política entre las petroleras que trabajen en Irak. Las empresas petrolíferas anglo-americanas también estarán pendientes de la evolución de un Irak post-Sadam y probablemente esperarán hasta que esté asegurada la estabilidad política y social  antes de contemplar su posible entrada en Irak. A fin de cuentas, incluso las petroleras anglo-americanas serán bastante cautas ante la posibilidad de aparecer como los instrumentos imperiales de los EEUU a los ojos ahora muy sensibles de la opinión pública, tanto en el Oriente Próximo como en el resto del mundo. Sobre todo, las petroleras angloamericanas probablemente preferirían que se levantasen las sanciones mucho más que una guerra que posiblemente aumentaría la incertidumbre y las complicaciones a la hora de contemplar a Irak como un posible destino para sus inversiones.

Los defensores de la tesis también señalan los fuertes vínculos pasados entre varios altos cargos de la administración Bush y la industria petrolífera, como un indicador del importante papel que esta industria tiene sobre la política exterior norteamericana. Aunque es difícil mantener que estos vínculos constituyen pruebas fehacientes de la existencia de una dependencia real de esta industria, sí levanta algunas sospechas naturales respecto a un posible conflicto de intereses. Pero más allá de lo que he argumentado arriba, no resulta una novedad que la administración norteamericana – con o sin vínculos con la industria petrolífera – tiene la estabilidad del Oriente Próximo como una prioridad de su política exterior. Existe una larga tradición, que se remonta a los presidentes Roosevelt y Truman y que se plasmó más claramente desde los años setenta a través de la doctrina Carter, que afirma que la seguridad en el suministro de petróleo es un objetivo estratégico para EEUU y que la zona de Oriente Próximo es una región estratégica clave debido a su gran concentración de recursos petrolíferos. Esta larga tradición incluso prevé el uso de la fuerza para evitar que cantidades significativas del petróleo puedan caer en manos de regímenes hostiles.

Pero esto no quiere decir que la administración Bush esté volcada en un intento de apoderarse del control del mercado mundial del petróleo con el fin de romper la OPEP por la fuerza  y conseguir petróleo a precios muy bajos. Una acción militar para evitar la posibilidad de que un régimen iraquí (de Sadam u otro futuro líder que posiblemente resulte ser incluso más hostil a los EEUU) desestabilice la región con armas de destrucción masiva puede dar como resultado un Oriente Próximo más estable en el futuro, con más posibilidades de resolver el problema palestino, y puede derivar en un aumento de la estabilidad del mercado del petróleo. Esta parece ser la explicación más verosímil de la política actual de los EEUU en la zona. Por otro lado, una acción militar que vaya más allá de este objetivo para intentar controlar el mercado del petróleo probablemente se volvería en contra de los intereses estratégicos y económicos de los EEUU, por motivos que trataremos con más detalle en El papel del petróleo en el conflicto iraquí (II) ¿Jugada Imperial o liderazgo responsable? Tampoco parece creíble que el presidente Bush apueste por una jugada tan obvia como arriesgada cuando tiene las elecciones de 2004 en juego.

Por último, estas mismas empresas petroleras que supuestamente conducen la política exterior de la administración Bush tienen la misma agenda económica que los países productores del cártel de la OPEP: prolongar lo más posible el papel estratégico del petróleo en la economía mundial con unos precios óptimos para sus beneficios pero coherentes con un crecimiento económico mundial estable y sostenible. Es verdad que algunas petroleras y algunos países productores (como Arabia Saudita) pueden sobrevivir más tiempo que otros con precios relativamente bajos pero este no es su objetivo principal. Un escenario de precios estables en torno a 25 dólares por barril durante varias décadas sería el más deseable para todos los agentes involucrados en la industria del petróleo.

El doble rasero y el caso de Corea del Norte
Otro argumento que ha entrado en este debate recientemente tiene que ver con Corea del Norte. Los defensores de la tesis “sangre por petróleo” ahora mantienen que, a la luz de las declaraciones norcoreanas según las cuales Corea habría reactivado su programa nuclear y se habría retirado del Tratado de No-proliferación Nuclear, los EEUU están ahora aplicando un doble rasero en sus supuestas políticas de defensa de la no-proliferación de armas de destrucción masiva. La explicación detrás de este doble rasero  – que permite a los EEUU la opción de negociar con Corea del Norte mientras que elige la opción de llevar adelante la guerra contra Irak – es de esperar: Irak tiene mucho petróleo y Corea del Norte no.

Pero este argumento no resiste al más mínimo escrutinio serio. Primero, no es una novedad que los EEUU apliquen soluciones distintas a contextos geopolíticos distintos, y no es sostenible que estas soluciones distintas siempre obedezcan a los intereses económicos estadounidenses. Por citar tan sólo un ejemplo, la intervención en Kosovo tuvo más ver con intereses europeos que con intereses estrictamente norteamericanos. Segundo, no sería lógico ni prudente, después de varios años preparando una acción contra un régimen que probablemente mantiene la ambición de desarrollar armas de destrucción masiva, girar la atención hacia otro régimen con menos posibilidades económicas a medio o largo plazo y llevar a cabo una acción militar en paralelo. Por supuesto, no podemos descartar que EEUU, una vez concluido el asunto Sadam, aplique una medicina similar en Corea del Norte. Pero hay una última consideración para no equipar estos dos contextos y atribuir las respuestas diferenciadas de los EEUU al petróleo. La situación militar en la península coreana es claramente distinta a la de Oriente Próximo. Allí los intereses de tres fuertes potencias – China, Corea del Sur y Japón – están plenamente en juego. Una cosa sería muy lanzar un ataque preventivo contra Irak sin el consentimiento de China. Sería otra cosa completamente distinta intentar forzar la misma solución en Corea del Norte – un país que posiblemente ya es un poder nuclear que podría amenazar a Corea del Sur y a Japón. Sin el pleno apoyo de China – algo que es dudoso – esta aventura sería un disparate.

Conclusión: A pesar de lo atractiva que puede parecer la tesis “sangre por petróleo” para diversos analistas políticos, especialmente en Europa, existen fuertes razones para argumentar que esta no es la principal razón que mueve a la administración Bush a insistir en la necesidad de atacar Irak.

Como mantemos en El papel del petróleo en el conflicto iraquí (II) ¿Jugada imperial o liderazgo responsable?, aún en el caso de que la guerra fuese un completo éxito  y lograra el cambio de régimen político en Irak en pocas semanas y con pocas bajas (un escenario cuando menos muy optimista), EEUU se enfrentaría a una muy compleja situación post bélica y no le resultaría fácil hacerse con las reservas de petróleo iraquíes rápidamente. Al mismo tiempo, dada la incertidumbre sobre las consecuencias de la guerra sobre la economía, tanto estadounidense como internacional, Bush podría verse ante las elecciones de 2004 frente a una economía estancada con un muy elevado déficit público y comercial y embarcado en una compleja negociación diplomática en la que le sería difícil conjugar los intereses de Europa, China y Rusia. Finalmente el papel del dólar como moneda de reserva internacional podría verse minado, lo que perjudicaría los intereses económicos estadounidenses en el largo plazo. Lo más que se podría decir respecto a los motivos estadounidenses para llevar a cabo esta acción contra Irak, a pesar de los riesgos militares y económicos que conlleva, es que la administración Bush la ve como necesario para estabilizar el mercado del petróleo a medio plazo en beneficio a la estabilidad y paz internacional. Si incluso esta ambición más modesta es sabia o no es otro debate completamente distinto.

Paul Isbell
Analista Principal,
Economía y Comercio Internacional, Real Instituto Elcano

Paul Isbell

Escrito por Paul Isbell

Paul Isbell fue investigador sénior asociado del Real Instituto Elcano, e investigador principal de Economía Internacional (hasta 2012). Tambien es CAF Energy Fellow en el Centro para las Relaciones Transatlanticas (CTR) de la Universidad Johns Hopkins SAIS en Washington, D.C., y el director de investigación de los proyectos el Atlantic Basin Initiative (ABI) y el […]