La muerte de Hugo Chávez ha suscitado numerosos interrogantes sobre el futuro de Venezuela y también de América Latina. Buena parte de los mismos se pueden sintetizar en la pregunta de si es posible un chavismo sin Chávez. La pregunta tiene un ámbito estrictamente venezolano y otro regional, latinoamericano. Éste es, precisamente, el objetivo del presente análisis, indagar en la posibilidad de la emergencia de un liderazgo latinoamericano equiparable al ejercido durante algo más de una década por el caudillo venezolano. La gran influencia ejercida por Chávez sobre casi todos los mandatarios de la región es buena prueba de su capacidad de influencia, una influencia que aquí se considera única e irrepetible. Esto implica que el carisma de Chávez no sólo es intransferible dentro de Venezuela, sino también en América Latina.
Una de las preguntas más formuladas tras la muerte de Hugo Chávez ha sido, sin duda alguna, la de si es posible la pervivencia del chavismo en Venezuela, una vez huérfano el país de su popular caudillo. Una pregunta similar es replicable para el conjunto de América Latina y se relaciona con la posibilidad del mantenimiento del proyecto bolivariano en tanto proyecto regional y con la emergencia de un líder de alcance continental que pueda ocupar el gran vacío dejado por el comandante venezolano.
De forma rápida se puede apuntar un rotundo no a esta última cuestión, ya que ninguno de los actuales presidentes vinculados al ALBA (Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o incluso Raúl Castro) o que se mueven en su entorno (caso de Cristina Fernández) está en condiciones de coger el testigo dejado por Chávez. Tampoco podrá hacerlo su sucesor en el Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro, por razones distintas que se comentarán más abajo.
La presencia en Caracas de prácticamente todos los presidentes y algunos ex presidentes latinoamericanos para participar en los funerales de Hugo Chávez es la postrera prueba del inmenso poder de atracción del presidente venezolano. Nadie quería ser acusado de estar ausente en esta ocasión. El único que por razones obvias se lo pudo permitir fue Federico Franco (Paraguay), que desde su tormentosa llegada al poder ha responsabilizado al gobierno venezolano y a Hugo Chávez de su aislamiento regional y suspensión de Mercosur y Unasur.
Entre los asistentes se encuentran, obviamente, a los más cercanos miembros del ALBA, como Rafael Correa (Ecuador), Raúl Castro (Cuba), Evo Morales (Bolivia), Daniel Ortega (Nicaragua) y Cristina Fernández (Argentina).
Todos los demás presidentes latinoamericanos estuvieron igualmente presentes. Entre ellos se encuentran algunos más cercanos políticamente a Chávez, y otros más alejados de él, algunos más dependientes de su petróleo o ayudas y otros poco relacionados con Petrocaribe o la cooperación venezolana. Sin embargo, nadie quiso faltar a la cita. Sin contar a los líderes caribeños, se puede mencionar a Dilma Rousseff (Brasil), Enrique Peña Nieto (México), Juan Manuel Santos (Colombia), Sebastián Piñera (Chile), Otto Pérez Molina (Guatemala), Danilo Medina (República Dominicana), Laura Chinchilla (Costa Rica), Ollanta Humala (Perú), Ricardo Martinelli (Panamá), Porfirio Lobo (Honduras), Mauricio Funes (El Salvador) y Donald Ramotar (Guyana). De los ex presidentes, los más destacados son Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay) y Manuel Zelaya (Honduras). Por diversos motivos tanto Dilma Rousseff como Cristina Fernández adelantaron su regreso y no se quedaron a los funerales.
Las razones que explican la imposibilidad de un liderazgo equiparable al de Chávez
Básicamente se pueden encontrar cuatro razones diferentes, pero convergentes y relacionadas entre sí, para explicar la dificultad de la emergencia de un nuevo liderazgo continental de cortes bolivarianos. En primer lugar, ninguno de los posibles candidatos nombrados más arriba tiene el carisma ni la capacidad política de Chávez. Tampoco ninguno es un estadista capaz de alcanzar un reconocimiento internacional. Un caso particular es el de Raúl Castro, inmerso como está en la hercúlea tarea de profundizar el proceso reformista al que ha sometido a su país. Llevar a buen puerto esta misión le supone dedicar la mayor parte de sus fuerzas a la gestión interior, colocando la política regional como una segunda opción, menos demandante de su atención.
Es más, por una mezcla de distintas cuestiones, incluyendo su propio carácter, Chávez era capaz de imponer sus puntos de vista a sus colegas regionales, comenzando por la imposición de la figura de Bolívar como un icono regional, incluyendo a países, como México y Brasil, que históricamente poco o nada habían tenido que ver con su figura. El hecho de que prácticamente todos los presidentes regionales hayan participado en la despedida de Chávez refleja su gran poder de atracción. Y aquí se puede incluir al entonces todopoderoso ex presidente de Brasil Lula da Silva. Cuando regía los destinos de su país, a Lula le resultaba mucho más cómodo decirle que sí a Chávez, con el objetivo de tenerlo dentro de las estructuras regionales, que oponerse a sus puntos de vista, con el riesgo de tener que enfrentarse a un personaje tan peculiar y carismático.
Sin embargo, a lo largo de los últimos años y en numerosas ocasiones la postura de Brasil sólo se explica en función de mantener prietas las filas regionales y por su objetivo de ejercer una táctica dilatoria con algunas de las principales reivindicaciones venezolanas. Brasil se sumaba a los proyectos bolivarianos para, desde dentro, esterilizarlos de forma educada y no confrontacional. Uno de los ejemplos más claros fue el nonato Banco del Sur, un proyecto inicialmente diseñado por Rafael Correa pero respaldado por Chávez. Desde el mismo momento en que se dio a conocer la iniciativa, a Brasil no le gustaba nada la idea de contar con un banco de desarrollo sudamericano que ensombreciera la labor de su BNDES (Banco Nacional de Desenvolvimento Economico y Social), pero tras el apoyo venezolano le fue imposible decir que no. Pero esto no impidió poner numerosos palos en las ruedas, haciendo poco o nada para que la empresa de construir una gran entidad financiera de alcance continental prosperara.
Algo similar ocurrió con el Gran Gasoducto del Sur, el más faraónico proyecto de Chávez, que pretendía abastecer con gas a toda América del Sur, desde el golfo del Orinoco hasta el río de la Plata. Pese a su absoluta falta de concreción y a la imposibilidad evidente de avanzar en una idea apoyada por otros mandatarios latinoamericanos, como Néstor Kirchner, Lula no vertió públicamente ninguna crítica. Todo fueron parabienes sobre los objetivos de la empresa y sus grandes posibilidades para el desarrollo energético suramericano, hasta el momento en que por su propio peso la idea fracasó y cayó en el olvido. Entonces Lula nunca volvió a hablar del tema.
La segunda razón que respalda una respuesta negativa a la pregunta del liderazgo, se vincula a los ingentes recursos que el presidente de Venezuela invirtió en expandir en América Latina el proyecto bolivariano. El dinero venezolano reforzaba el carisma y el carácter de Chávez, y lo mismo ocurría en sentido inverso. Sin estas dotes y estos recursos, que interactuaban de forma clara, la expansión continental del proyecto bolivariano hubiera sido mucho más complicada.
El petróleo venezolano y los dólares por él generado sirvieron para forjar alianzas, consolidar amistades y ganar voluntades en buena parte de América Latina y el Caribe. En este sentido, desde el momento en que comenzó la gran escalada en los precios del crudo, que en pocos años pasaron de algo más de 10 dólares por barril a casi 140 dólares, Petrocaribe se convirtió en una herramienta clave de la política exterior venezolana. Ahora bien, en este punto sería bueno no olvidar que fue el propio Chávez quien impuso en el seno de la OPEP, con el respaldo de Irán, la política de reducción de la oferta petrolera, responsable directa de la escalada de precios.
Para los países de América Central y el Caribe, los directos beneficiarios de Petrocaribe, la política de precios baratos y créditos con bajos tipos de interés y a largo plazo les era sumamente conveniente. Pero el apoyo no era gratis. Requería contrapartidas, bien en forma de silenciar las críticas o de apoyar las posiciones venezolanas en organismos multilaterales. En este sentido, el respaldo que recibía Venezuela en instancias como la OEA era considerable. Así, el petróleo barato se repartía con criterios eminentemente políticos, del que se vieron beneficiados, por ejemplo, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, pero no así sus rivales políticos. La cooperación venezolana también fue, y en algún caso sigue siendo, importante en países como Bolivia y Nicaragua. Es verdad que el aumento de los ingresos fiscales en Bolivia ha situado a este país en otra situación, pero en los inicios del gobierno de Morales el respaldo de Chávez fue vital para la consolidación del proyecto impulsado por el máximo dirigente del MAS (Movimiento al Socialismo).
En el apartado de los recursos invertidos por Chávez no hay que olvidar la financiación de campañas electorales a aquellos políticos que podían dar un giro de 180º a la situación de sus países y eran potenciales candidatos a engrosar la lista de los aliados del proyecto bolivariano. Eran los años del giro a la izquierda en América Latina y un momento de gran activismo regional del líder bolivariano. A esto hay que sumar las diversas prácticas para proyectar su imagen y su liderazgo regional. Desde su llegada al poder fueron miles los políticos, sindicalistas, activistas, estudiantes e intelectuales invitados a Venezuela a participar en distintos acontecimientos. Tampoco se debe olvidar la puesta en marcha de otros emprendimientos como Telesur, financiados por Venezuela y que estaban totalmente volcados al servicio del aparato propagandístico chavista.
En tercer lugar, Chávez fue capaz de establecer una relación muy especial con Fidel Castro que le permitió legitimarse a los ojos de buena parte de la izquierda continental. Chávez fue recibido en Cuba por primera vez por Fidel Castro en diciembre de 1994, cuando acababa de lanzarse a la lucha política en lugar de recurrir a los métodos golpistas hasta entonces empleados. Sin el respaldo cubano, Chávez hubiera tenido que cargar con el estigma de militar golpista cuando aún estaba fresco en buena parte de América Latina el recuerdo de las dictaduras militares.
La relación Castro-Chávez ha sido funcional para ambos líderes. A Castro le permitía romper el aislamiento dentro de América Latina en el que se había movido en las últimas décadas; a Chávez adoptar una imagen continental de dirigente de izquierdas, imagen que cultivó con celo en sus primeros años de exposición mediática. La relación se consolidó de tal modo que incluso hubo quienes comenzaron a hablar de una federación binacional, Cubazuela o Venecuba, un proyecto que finalmente fue abandonado por las fuertes resistencias nacionalistas existentes en los dos países implicados.
Y en cuarto y último lugar, el liderazgo continental de Chávez se forjó en un momento de expansión del ideal antiimperialista. Como ya se ha señalado, se estaba frente al “giro a la izquierda” en América Latina, cuando uno a uno diversos países de la región elegían gobiernos de izquierda o de centro izquierda. Y si bien no todos eran entusiastas del proyecto bolivariano, las simpatías con él eran mayores que los de aquellos presidentes situados en una posición política o ideológica opuesta. En la actualidad, y esto dificulta la emergencia de un nuevo líder regional capaz de reemplazar a Chávez, estamos en una etapa diferente y, probablemente, al inicio de un nuevo ciclo político en América Latina.
Finalmente, está la cuestión de la imposibilidad de que Nicolás Maduro reemplace a Chávez como líder continental. Por su gran legitimidad interior, Chávez estaba en condiciones de pasar muchas semanas al año fuera de su país, impulsando su proyecto político, sin tener que afrontar serios desafíos en Venezuela. Eran otros tiempos. En el más que probable caso de triunfar, Maduro no tendrá las mismas facilidades que tuvo Chávez para proyectar su política exterior. Las dificultades económicas y los problemas políticos y sociales le requerirán gran atención, ya que no contará con el favor y el perdón de sus compatriotas a la hora de gobernar.
Conclusiones
Teniendo en cuenta la actual situación de América Latina y la personalidad y los recursos disponibles por los presidentes bolivarianos o próximos al ALBA, en este trabajo se concluye que resulta prácticamente imposible la emergencia de un liderazgo regional equiparable al de Hugo Chávez. Esta idea se sustenta en cuatro razones. La primera es que ninguno de los actuales candidatos posibles (Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega y Cristina Fernández) tiene el carisma o la personalidad suficiente para ello. A esto se agrega la segunda cuestión: ninguno de sus países cuenta con los recursos necesarios, ni con la posibilidad ni la voluntad, de gastarlos discrecionalmente en un proyecto como el bolivariano.
En tercer lugar está la alianza establecida entre Hugo Chávez y Fidel Castro, que legitimó su proyecto a los ojos de buena parte de la izquierda continental, algo que no podrá volver a ocurrir dada la avanzada edad del ex mandatario cubano, ya prácticamente apartado de la primera línea de actividad pública. Y, por último, la actual coyuntura regional no es equiparable al momento de máxima expansión de la izquierda latinoamericana, aprovechado con éxito por Chávez. Por otra parte, debido a las dificultades que atraviesan en sus países, y al tiempo que deben dedicar a la gestión interior, ni Raúl Castro ni Nicolás Maduro están en condiciones de ejercer ese liderazgo regional.
Puede que tras la muerte de Hugo Chávez haya surgido un nuevo mito de alcance continental, equiparable incluso al Che Guevara o a Simón Bolívar. No es éste el asunto en discusión en este punto. Lo que sí está claro es que más allá de su recuerdo, el liderazgo continental de Chávez es intransferible y que en estos momentos no existe nadie en América Latina con el carisma, los recursos, la agenda y la coyuntura favorable como para ocupar su lugar.
Carlos Malamud es investigador principal de América Latina | @rielcano