Tema: La transformación política del Baas iraquí, iniciada en 1979, año en que Sadam Husein logró desplazar de la Presidencia del país a su primo Al Baker.
Resumen: El régimen de Sadam Husein, cada vez más aislado de su pueblo, está intentando reforzar su poder y mantener su popularidad favoreciendo los profundos sentimientos religiosos de su población y dando a su régimen baasista un giro islámico contrario a su ideología originaria, laica y socializante.
Análisis: Si a las doscientas personas reunidas el 4 de abril de 1947 en el Café Rachid de Damasco les hubieran dicho que un gobierno baasista colocaría la leyenda “Ala Akbar” sobre la bandera de Irak, seguramente muchos de aquellos conjurados se habrían levantado y marchado a sus casas. Ellos estaban allí para crear el Partido Árabe Socialista del Renacimiento (Baas) y precisamente uno de sus principios fundacionales consistía en no dar a la religión una posición preeminente dentro del nacionalismo árabe.
Para Michel Aflak, que era cristiano ortodoxo, y Salah al Din Bitar, musulmán suní, el Islam sí había contribuido histórica y culturalmente a la formación del arabismo, pero jamás podría jugar un papel central en un gobierno baasista como lo está jugando bajo el régimen de Sadam Husein. El arabismo socialista del Baas sería esencialmente laico y por eso atraía a las minorías suníes de la gran nación árabe, ya que esta ideología les aseguraba ser tratados, en pie de igualdad, como los demás ciudadanos y no en razón de seguir una u otra fe religiosa.
La realidad es que los fundadores del Baas difícilmente podrían verse reflejados en un sistema político que, desde hace una década, sufre un profundo proceso de islamización y cuyo máximo dirigente, Sadam Husein, se precia de tener entre sus “virtudes” que sus ancestros estuvieran emparentados con la familia del propio Mahoma. Tampoco reconocerían el Irak de hoy quienes lo hubieran visitado a mediados de los años setenta o, incluso, durante la década siguiente, en plena guerra con el Irán jomeinista.
Como ocurre en todos los procesos involutivos de este tipo –Irán, Turquía, Palestina, Argelia, Marruecos…- lo primero que llama la atención en las calles iraquíes es la gran cantidad de mujeres que usan el “hijab” (pañuelo que cubre la cabeza) o el “chador” (manto negro para tapar todo el cuerpo). Cuando alguien muestra ante las autoridades su sorpresa por este tipo de cambios, esta situación se justifica por el retorno temporal a costumbres indumentarias del pasado o, incluso, en lo barato que resulta, en pleno embargo internacional, no tener que cambiarse de vestido a diario, ya que así se tiene la posibilidad de ir cubierta siempre con la misma prenda.
Pese a este tipo de argumentaciones, que por ejemplo en Irán o en el Kurdistán iraquí asumen algunas mujeres, la evidencia resulta imposible de ocultar. En el Irak de comienzos del siglo XXI, el modelo de mujer “baasista”, elegantemente vestida a la europea –pero sin pantalones-, larga melena, carmín en los labios, sombra de ojos y llamativos pendientes, ha quedado reducido en el paisaje urbano al centro comercial de la capital. Si se tienen en cuenta las directrices emanadas en los últimos años desde el Consejo Nacional del Mando Revolucionario –máxima instancia política del Baas-, se concluirá que la forma de vestir de la mujer, más que una moda pasajera o un ingenioso recurso para economizar gastos en medio de una profunda crisis social, representa la principal exteriorización del radical giro ideológico dado por Sadam Husein tras ser humillado en la Guerra del Golfo de 1991.
El modelo de mujer “baasista” era todo un símbolo. Representaba a la amplia pequeña burguesía ilustrada, modernizadora y desahogada económicamente resultante del salto desarrollista dado por Irak en los años setenta bajo el liderazgo de un Baas que todavía respondía a los planteamientos originarios de este movimiento nacionalista árabe. Aquella clase media en ciernes –integrada por funcionarios, militares, técnicos de la industria petrolífera, profesionales, profesores, políticos e intelectuales-, suponía una sólida y extensa base social. Era el más claro ejemplo de que, gracias a los impresionantes ingresos obtenidos por la nacionalización del petróleo, Irak se había convertido en la principal potencia árabe de Oriente Medio, en el modelo social a seguir por el resto de la Nación Arabe y, su líder, Sadam, en el “nuevo Nasser”.
El nivel de vida de Irak, salvando las distancias culturales, se equiparaba con el de Grecia, Portugal o España, y en el país se impulsaba la industria, las cooperativas agrícolas, merecía ser premiado en la UNESCO por el éxito de sus campañas alfabetizadoras, era capaz de becar a 60.000 estudiantes extranjeros, se llenaba de lujosos complejos turísticos para disfrute de todos y hasta se podía permitir el lujo de abrir en el exterior costosos centros culturales como el que funcionaba en una céntrica calle de Madrid –editaba publicaciones en castellano, como la revista “Tigris”-. El milagro del Baas era admirado por propios y extraños e Irak no dejaba de recibir delegaciones extranjeras, sobre todo de organizaciones progresistas, como la del Partido Comunista de España, presidida por Santiago Carrillo.
Aquel fue el periodo dorado de Sadam Husein, que había llegado a la cúpula del poder de la mano de su primo Ahmed Hasán al Baker, el general perteneciente al mismo clan familiar de Sadam Husein –los Adu Nasir de Tikrit- que, junto a otros militares y dirigentes baasistas, dieron el golpe de Estado de 1968. Para cuando el presidente Al Baker se percató –como le ocurriera décadas antes a Lenin respecto a Stalin- del monstruo que se escondía tras la eficiencia y el dinamismo del delfín que preparaba para sucederle en el poder, ya era tarde. Ahmed Hasán al Baker, que todavía representaba los valores democráticos del Baas, ni siquiera tenía el poder suficiente para dar marcha atrás y, más que dar paso a Sadam Husein, se vio apartado por él de la Presidencia; sin conocer las consecuencias de su pasividad, se retiró el 16 de julio de 1979 con un lacónico mensaje en el que confesaba “no tener capacidad” para seguir llevando las riendas del país.
Lo que ocurrió en el salón Julda (Eternidad) de Bagdad solo dos días después explica, en buena parte, la evolución política del régimen iraquí hasta su actual islamización, totalmente opuesta a los fundamentos laicos del baasismo. Ese día, el 18 de julio de 1979, ante una asamblea formada por cerca de 300 delegados y dirigentes del Baas, Sadam Husein denunció una “conspiración siria” –el Baas se había dividido en una rama siria y otra iraquí- e hizo llamar en presencia de todos a Mohyi Abd al Husein Mashadi, secretario general del Consejo Nacional del Mando Revolucionario. Torturado durante días por los servicios de seguridad, ya bajo férreo control de los “tikriti”, Mohyi fue desgranando la lista de los conspiradores, muchos de ellos presentes y sin escapatoria alguna en aquel salón, convertido de forma macabra en el paso previo a lo que significaba su nombre: la Eternidad.
En total, los “traidores” eran 60 y, a medida que los iban nombrando, los servicios de seguridad los apresaban sin contemplaciones y los sacaban de la sala para no regresar jamás. Nadie en aquella aterrorizada audiencia sabía quién iba a ser el siguiente en ser nombrado, porque entre los “traidores” había personas tan cercanas al nuevo presidente como su amigo Adnan Hamdani. Si alguien, aprovechando la confianza personal con el líder, protestaba, Sadam Husein gritaba implacable: “¡¡Fuera, fuera!!” Cuando acabó el rosario de denuncias, los supervivientes pudieron respirar tranquilos y agradecieron haber sido excluidos de la “conspiración siria” con una gran ovación al hombre que, a partir de ese momento y además de la Presidencia, acapararía los cargos de presidente del Gobierno, presidente del Consejo Nacional del Mando Revolucionario, secretario general del Baas y jefe de las Fuerzas Armadas.
La purga en el corazón del régimen no se detuvo con la “encerrona” del salón Julda; en los días siguientes decenas de cuadros del Baas fueron apresados, encarcelados y ejecutados; en total, un tercio del Consejo Nacional del Mando Revolucionario y 21 altos cargos del Baas desaparecieron en esta purga al más puro estilo estalinista.
Aquel episodio fue el “canto del cisne” del Baas iraquí porque el delito de los conspiradores pro-sirios consistía en intentar que fueran las estructuras del partido las que decidieran el rumbo a seguir y las personas que deberían dirigirlo. El paréntesis de la guerra con Irán solamente sirvió para militarizar aún más el país y colocar bajo el directo control de los “tikriti” los poderosos servicios secretos y los principales centros de poder político y económico, como la industria pesada. Cuando acabó esta costosa sangría económica y humana, no solamente se había detenido el periodo de desarrollo sino que había desaparecido la base social que mantenía su modelo político y económico.
La continuación de las purgas internas y las deserciones por la aventura kuwaití de 1990 terminaron por aislar al régimen de su base social natural, convirtiendo las estructuras del partido en una caricatura esperpéntica de los proyectos originarios para encuadrar al “pueblo baasista” en organizaciones de masas. No tiene otra explicación, por ejemplo, que la en otros tiempo combativa Unión de Mujeres Iraquíes se haya prestado recientemente a aplaudir ejecuciones públicas de mujeres acusadas de prostitución, cuyas cabezas, una vez decapitadas con sables, han sido colocadas delante de sus domicilios para escarmiento general; un escenario que para sí quisieran los más recalcitrantes guardianes de la moral wahabíes o jomeinistas.
El Baas de Sadam Husein, el que ha decidido colocar en la enseña del arabismo laico el lema coránico “Ala Akbar”, ya no necesita a la clase media iraquí porque no existe, porque sus seguidores han tomado el camino del exilio o han desertado para unirse con armas y bagajes a la oposición: valgan como ejemplos los casos de algunos médicos que han decidido abandonar todo en Bagdad para no tener que realizar amputaciones quirúrgicas en cumplimiento del nuevo código penal islamizado.
Tanto las últimas decisiones legislativas de corte islámico como la recuperación de los valores tribales del “Irak profundo” tienen como objetivo formar la nueva base social de un sistema político que ha perdido, en los últimos veinte años, la inmensa mayoría de sus “intelectuales orgánicos”. Así, los jefes de las tribus periféricas, beneficiadas también por el contrabando que logra romper el embargo internacional, han vuelto a tener competencias judiciales para dirimir conflictos locales y castigar pequeños delitos. Igualmente, en el código penal se volvieron a introducir los eximentes ancestrales en los “crímenes de honor”, una práctica que estaba en vías de desaparición precisamente debido al desarrollo cultural y al protagonismo social que, con el Baas, estaba alcanzando la mujer iraquí. De esta forma, podrían librarse de la pena capital quienes, movidos por la venganza ante la infidelidad de la mujer y la conducta inmoral de un familiar, decidieran asesinarla en cumplimiento del antiguo “código del honor”.
El giro islamista en Irak se inició lanzando, a mediados de la pasada década, la “gran campaña de piedad” y ha terminado su ciclo por donde comenzó, con la mujer, a la que el propio Sadam Husein, en una alocución pronunciada durante el verano del año 2000 pidió, literalmente, que retornara a su espacio natural: el hogar; una tarea poco digerible para miles de mujeres que, siguiendo las directrices del Baas, llegaron a tener importantes cargos de responsabilidad en universidades, fábricas y hospitales. A ellas, de forma especial, les planteó la posibilidad de abrir consultas particulares en sus casas o impartir clases a las mujeres en sus barrios.
Por el contrario, el Ministerio de Asuntos Religiosos, que ha dejado de preocuparse de las significativas minorías cristianas, ha adquirido un poder sin precedentes abriendo institutos coránicos e incentivando con buenos salarios y viviendas oficiales la formación de nuevos profesores; en 1995, dependían de este ministerio cerca de 40.000 enseñantes. En el Irak convertido en enemigo de Occidente tras la Guerra del Golfo, se convocan concursos nacionales de memorización y recitación de los versículos del Corán, se alivian las penas de los presos comunes que sigan cursos religiosos y las televisiones dedican programas específicos a la edificación de nuevas mezquitas o a la restauración de las antiguas, además de transmitir la plegaria de los viernes o de recordar a los televidentes los cinco rezos preceptivos de cada día.
Ni si quiera el propio partido Baas se libra de la islamización; sus cuadros están obligados a participar en seminarios dedicados al estudio del Corán. El problema, para el proyecto político del Baas, es que el trabajo directo con la población, cada vez más empobrecida, está pasando a manos de organizaciones islámicas asistenciales que se van abriendo camino en la sociedad iraquí financiadas con capital procedente de Arabia Saudí o de los Emiratos Árabes.
La gigantesca mezquita que Sadam Husein ha mandado construir en una antigua base aérea de Bagdad es todo un símbolo de lo que ha terminado siendo el Baas en Irak. Será la más grande del mundo y sus minaretes se levantarán a orillas de un lago artificial con la forma de la Nación Árabe, de los países que bajo la égida baasista deberían quedar unidos, desde el Océano Atlántico al Golfo Pérsico, bajo la misma filosofía laica y socialista. El propio Sadam sellará con su sangre el faraónico proyecto porque con su sangre se escribirá el emblemático Corán que simbolice al nuevo “baasismo” iraquí.
Resumen: La transformación política del Baas iraquí se inició en 1979 cuando Sadam Husein logró desplazar de la Presidencia a su primo Al Baker. Ese año Sadam realizó una profunda purga política dentro del partido y, a partir de ese momento, toda la sociedad iraquí, incluido el Baas, sufrió una profunda militarización bajo control de los servicios de seguridad. La crisis provocada por la Guerra del Golfo supuso una nueva depuración interna y un mayor aislamiento del régimen respecto a su base social. El actual giro islamista y el retorno al “Irak profundo” representa el intento de recomponer la base social de un régimen que ya nada tiene que ver con el proyecto político originario.
Manuel Martorell
Periodista, autor de varios libros sobre el Kurdistán iraquí