El epicentro geopolítico de Asia occidental y meridional. Parte I: Irán y Pakistán

Vista panorámica del paso fronterizo de Torkham entre Afganistán y Pakistán con camiones de carga alineados en un carril asfaltado, peatones cruzando por un sendero paralelo, casetas junto a la valla y montañas áridas al fondo. Irán
Camiones cargados y numerosos peatones cruzando el paso fronterizo de Torkham entre Afganistán y Pakistán. Foto: Staff Sgt. Ryan Matson (U.S. Armed Forces) (Wikimedia Commons / Dominio público).

Mensajes clave

  • En los casos de Irán y Pakistán, el llamado “interés nacional” se encuentra subordinado a la supervivencia del actor dominante en cada país: el estamento religioso en Irán y el estamento militar en Pakistán. En consecuencia, dicho interés nacional es definido por estos actores, cuyos objetivos no siempre coinciden con los intereses generales del país en términos de desarrollo económico, estabilidad política o seguridad de la población.
  • La relación entre Irán y Pakistán fluctúa entre la cooperación y la competición, estando especialmente condicionada por la influencia de actores extrarregionales.
  • Pakistán ha logrado salir airosamente de las críticas internacionales tras el atentado en Cachemira y, además, ha sabido capitalizar una situación adversa mediante un acercamiento inesperado al imprevisible gobierno del presidente Donald Trump.

Análisis

1. Introducción

En 2025, ha quedado claro que el futuro de las relaciones internacionales se dirime en Asia occidental (u Oriente Medio). Lo que desde Occidente se ha defendido como un “orden internacional basado en normas” no ha sido percibido de la misma manera por los países de la región. En palabras de Pinar Bilgin, dicho orden no ha resultado tan ordenado para ellos. El conflicto entre Irán e Israel amenaza con extenderse más allá de Oriente Medio, afectando también a regiones adyacentes.

En estos análisis, se destacan dos países con profundas raíces civilizacionales –la India e Irán–, ambos con un pasado imperial y vínculos culturales e históricos continuos. En contraste, Pakistán e Israel, surgidos del nacionalismo religioso en el siglo XX, adoptaron posturas revisionistas y justificaron su existencia mediante ideologías fundacionales.

Irán, como potencia media regional, ocupa una posición estratégica clave tanto en el golfo Pérsico como en el límite con Asia meridional. Las conexiones culturales e históricas desde Afganistán, pasando por Pakistán, hasta la India, han generado afinidades de largo recorrido entre estos países. Este análisis forma parte de una serie de dos entregas centradas en las relaciones bilaterales entre cuatro países –la India, Irán, Israel y Pakistán– enfrentados desde hace décadas, pero en los que coexiste el conflicto con la cooperación, a pesar de que han experimentado escaladas bélicas con implicaciones internacionales.

El primer análisis aborda la relación entre Irán y Pakistán, así como el papel de Estados Unidos (EEUU) en dicha dinámica. El segundo se centrará en las relaciones de la India con Israel e Irán, y en cómo Nueva Delhi debe equilibrar sus intereses nacionales con las presiones derivadas de la política exterior estadounidense. Aunque su cercanía con Israel –especialmente con el apoyo explícito tras los atentados del 7 de octubre de 2023– es ampliamente conocida, la relación con Irán, aunque más discreta, no es menos relevante para el gobierno indio.

Las interacciones entre estos cuatro actores reflejan el paso de sistema a un interregno entre sistemas, con un nuevo orden cuya configuración está por definir. Mientras la India consolida su ascenso entre poder regional y global, proyectando su influencia más allá de su vecindario inmediato, Irán ha visto su poder mermado, tras el debilitamiento del “Eje de la Resistencia”, frente a un Israel que se perfila como hegemónico en su entorno. Pakistán, por su parte, continúa siendo un actor relevante, con potencial para desempeñar un papel más destacado, aunque anclado en una visión revisionista que le impide tomar decisiones más pragmáticas. Hay quien augura que la debilidad de Irán puede suponer el fallecimiento del islamismo, dejando a Pakistán sólo en su promoción e instrumentalización. Por añadidura, la India, Pakistán e Israel son potencias nucleares no firmantes del Tratado de No Proliferación, mientras que Irán, tras las acciones militares de Israel y EEUU, está más cerca que antes de convertirse en otra.

2. Visiones geopolíticas de estas dos subregiones asiáticas

La Historia contemporánea confirma que las dinámicas del sur de Asia están profundamente afectadas por la estructura global y por las regiones vecinas. Las regiones, entendidas como construcciones geopolíticas, han estado tradicionalmente analizadas desde los intereses de las grandes potencias.

Durante el momento unipolar encabezado por EEUU, las divisiones subasiáticas fueron interpretadas a través de las lentes heredadas del colonialismo, priorizando intereses militares y comerciales. Estas visiones externas, ignoraron, en gran medida, las visiones alternativas locales.

A comienzos del siglo XX, Alfred Thayer Mahan definió el “Oriente Medio” como “región”, más como un constructo geopolítico que como una realidad objetiva. La inclusión o exclusión de países en esta categoría dependía de los intereses estratégicos de EEUU y sus aliados. El Medio Oriente definido por Eisenhower iba desde Libia, Turquía y Pakistán, hasta Sudán y Etiopía. Para los países árabes, la norma del panarabismo excluía a Turquía e Irán, mientras que el concepto del Oriente Medio islámico, con el ascenso del panislamismo, los integraba en la región.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el concepto del “Gran Oriente Medio”, que incluía Asia central, Afganistán y Pakistán, reflejaba una visión securitaria del islam como nexo común, con el reflejo en el Mando Central de los Estados Unidos (CENTCOM).

Los acontecimientos recientes en Oriente Medio están también vinculados con las dinámicas en el Asia meridional. La guerra entre Israel e Irán no es ajena a las propias dinámicas entre la India y Pakistán. El espacio del Indo-Pacífico constituye un complejo de seguridad interconectado, donde los conflictos de un punto repercuten en el conjunto. Así, el punto de unión de estos países, el océano Índico, hace que las tensiones entre Israel e Irán formen parte integral de los desafíos de seguridad a los que se enfrentan tanto la India como Pakistán.

3. Pakistán frente a Irán: cómo sacar ventaja de una posición estratégica

La relación de Pakistán e Irán ha ido complicándose con el tiempo. A menudo, se tiende a simplificar sus vínculos bilaterales en función de afinidades, por sus respectivas mayorías musulmanas, o tensiones, por las diferencias confesionales: mayoritariamente chiíes en el caso de Irán, sunníes en el de Pakistán. Sin embargo, esta relación es más compleja. No sólo por la diversidad religiosa y étnica que componen ambos países, sino porque incluso en Estados donde hay un fuerte componente ideológico, abanderado en Irán por el régimen de los Ayatolás y en Pakistán, por el establishment militar, los intereses también forman parte de las decisiones políticas.

Ambos países comparten una frontera de más de 900 km que separa sendas provincias de mayoría baluchí: Baluchistán, en del lado pakistaní y Sistán-Baluchistán, en el iraní. En la Guerra Fría, los dos países formaban parte de la Organización del Tratado Central (CENTO) y de la alianza con EEUU como parte del frente de contención del comunismo, en Asia occidental en el caso iraní y en Asia meridional en el caso pakistaní. El Irán del sah apoyó a Pakistán durante las guerras indo-pakistaníes en 1965 y 1971, suministrándole armamento y combustible a precios reducidos.

La Revolución de 1979 transformó el panorama radicalmente. En cuestión de meses, el gobierno de Islamabad pasó a tener como vecino un régimen hostil a EEUU. El mismo año, la invasión soviética de Afganistán acercó a Pakistán al principal rival regional de Irán: Arabia Saudí. Además, la Revolución tuvo un gran impacto en la comunidad chií pakistaní (entre el 15% y el 20% de la población), que se organizó en oposición al programa de islamización de sunní impulsado por el dictador Zia ul-Haq (1977-1988), especialmente en lo relativo a reformas fiscales y educativas inspiradas en la jurisprudencia sunní hanafí. La violencia sectaria de los años 90 en Pakistán fue la antesala de las guerras por delegación entre Irán y Arabia Saudí, que se intensificaron en Oriente Medio tras la invasión de Irak y los levantamientos árabes.

Durante la guerra civil afgana (1992-1996), Irán y Pakistán apoyaron a bandos contrarios: Teherán respaldó a la Alianza del Norte, al igual que la India, mientras que Islamabad apoyó abiertamente a los talibanes. La tensión alcanzó su punto álgido cuando los talibanes asesinaron a unos diplomáticos iraníes en Mazar-e Sharif en 1998. Con la llegada talibán al poder y hasta su expulsión en 2001, la India e Irán colaboraron para contrarrestar la influencia pakistaní en Afganistán. Con todo, tras la retirada de tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el regreso de los talibanes al poder 20 años después, tanto la India como Irán han adoptado una posición más pragmática, intentando aprovechar la mala relación del gobierno afgano de facto con Pakistán.

A pesar de todo, en el terreno más pragmático, Irán representa una fuente cercana de energía para Pakistán. En este contexto, surgió el proyecto del gasoducto Irán, Pakistán y la India (IPI), también conocido como “gasoducto de la paz”. Sin embargo, la India se retiró en 2009, dejando a Irán y Pakistán (IP) como únicos socios. En la actualidad, Pakistán no ha cumplido con su parte del proyecto, que consiste en construir unos 1.100 km de los 2.775 totales, desde la frontera iraní hasta el puerto de Gwadar –parte del Corredor Económico China-Pakistán (CECP)– y la provincia del Sind.

Por su parte, Irán completó su tramo del gasoducto, desde el yacimiento de South Pars hasta la frontera con Pakistán. El incumplimiento del contrato llevó al gobierno iraní a presentar una demanda ante un tribunal de arbitraje internacional, exigiendo el cumplimiento de los plazos, que acumula ya más de 10 años de retraso. La sanción reclamada supera los 18.000 millones de dólares, una cifra inasumible para los pakistaníes.

El déficit energético en Pakistán genera inestabilidad política y social, agravada por la pérdida de apoyo de aliados tradicionales en el Golfo. Arabia Saudí, que solía suministrar energía a precios preferenciales por su cercanía a EEUU, ha reducido su respaldo. Por tanto, dada la vecindad entre Irán y Pakistán, el IP se presenta como la opción más lógica en términos de coste y tiempo. No obstante, mientras EEUU mantenga su oposición al proyecto, su viabilidad es limitada y Pakistán seguirá siendo reticente a cumplir su parte del contrato, ante el temor a incurrir en sanciones. Como alternativa, Washington ha promovido el TAPI, un gasoducto que parte de Turkmenistán a Afganistán, Pakistán y la India, cuyo avance es lento, debido a la inseguridad, las reticencias de Pakistán hacia la inclusión de la India y las tensiones con el gobierno afgano.

Pakistán no ha conseguido exenciones de EEUU para comprar gas iraní o continuar con el IP, a diferencia del trato más flexible otorgado a la India en sus relaciones con Irán. Esta diferencia se vuelve aún más crítica ante el retorno de la política de “máxima presión” y el aumento de la tensión con Israel, que busca consolidarse como potencia hegemónica de Asia occidental. Pero para Pakistán, aún existe una forma de recuperar el favor de Washington, especialmente desde la pérdida de relevancia estratégica tras la retirada estadounidense de Afganistán.

4. El retorno al papel tradicional: el contraterrorismo y EEUU

Antes de la reciente escalada bélica entre la India y Pakistán tras el atentado en Pahalgam (Cachemira administrada por la India) en abril de 2025, las Fuerzas Armadas pakistaníes atravesaban un periodo de baja popularidad. Su prestigio institucional se vio seriamente desacreditado por el trato dado al anterior primer ministro, Imran Khan, y por la manipulación de las elecciones de 2024. Sin embargo, con los ataques de la India en territorio pakistaní, la imagen mejoró, generando un respaldo significativo hacia el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra (JEME) de Pakistán, Syed Asim Munir.

Pakistán busca internacionalizar el conflicto de Cachemira y promover una mediación externa, mientras que la India insiste en tratarlo como un asunto interno o, en todo caso, bilateral. La posibilidad de una mediación es una derrota diplomática para India. Por eso, la habilidad de Munir para elogiar el papel mediador de Trump en el alto el fuego supuso un revés para la India y un triunfo para el liderazgo pakistaní. Asimismo, permitió desprestigiar aún más a los líderes civiles, que mimetizaron las alabanzas a Munir y Trump, con fines populistas, como refleja el tuit del presidente del Partido Popular de Pakistán, Bilawal Bhutto Zardari.

El presidente estadounidense elogió la contención de ambos países, equiparando a Munir con el primer ministro Narendra Modi, lo que benefició la imagen del primero y antagonizó con el segundo. La invitación a una comida en la Casa Blanca para agradecer la moderación de Munir reunió, de un lado, a Donald Trump, al secretario de Estado, Marco Rubio, y se cree que también el secretario de Defensa, Pete Hegseth, y por otro, al JEME Munir y su asesor de seguridad nacional, el teniente general Asim Malik, también director del Servicio de Inteligencia (ISI). Notablemente, no había un solo representante del gobierno civil pakistaní: ni el primer ministro Shehbaz Sharif ni el ministro de Defensa, Khawaja Asif, estuvieron presentes.

Durante ese encuentro, celebrado a puerta cerrada en la Casa Blanca, se produjo un giro inesperado de la relación bilateral. A pesar de que se predecía que el equipo nombrado por Trump era notablemente pro-India, el encuentro reafirmó la utilidad estratégica de Pakistán en la lucha contra el terrorismo, un terreno en el que el establishment pakistaní se mueve con soltura. En el marco de la lucha contra Estado Islámico en la provincia del Jurasán (ISIS-K), Pakistán fue clave en la captura de Muhammad Sharifullah, responsable del atentado en Abbey Gate durante la retirada de Kabul, en el que murieron 169 civiles afganos y 13 militares estadounidenses. La operación fue discutida entre el director de la CIA, John Ratcliffe, y el general Malik durante la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero de 2025. Un mes después, una unidad de élite pakistaní capturó a Sharifullah en la frontera con Afganistán y lo entregó a EEUU.

Las declaraciones de Trump agradeciendo el gesto y del general Michael Kurilla, jefe del CENTCOM, describiendo a Pakistán como un “socio fenomenal”, consolidaron esta nueva etapa. En la misma reunión, Trump abordó la cuestión iraní con los militares pakistaníes, afirmando que “ellos conocen Irán muy bien, mejor que muchos”. De esta forma, Munir y los suyos aseguran que su narrativa tenga peso en la visión estadounidense en una potencial reanudación del conflicto con Irán. Asimismo, se mantiene su relevancia regional, incluso si para ello debe respaldar los esfuerzos pacificadores de Trump (sin crítica alguna al comportamiento de Israel) y su candidatura al premio Nobel de la Paz.

5. La instrumentalidad de las insurgencias y la transaccionalidad en la era Trump

Cinco días después del atentado en Pahalgam, se firmó un acuerdo entre la empresa de criptomonedas World Liberty Financial (WLF), propiedad en un 60% de la familia Trump, y el recién creado Consejo de Pakistán para las Criptomonedas, controlado por el entramado empresarial militar, en el que también participa el primer ministro, Shehbaz Sharif. Según fuentes del Ministerio de Defensa, el acuerdo permite pagos mediante tokens en contratos que incluyen bienes raíces, armamento y tecnologías de doble uso, suministradas a través de Turquía y Emiratos Árabes Unidos. Durante la visita a Pakistán de Eric Trump y Zach Witkoff –hijo del enviado especial a Oriente Medio, Steve Witkoff–, ambos fundadores de WLF, se mezclaron intereses privados con tratamiento de Estado, al contar con escoltas policiales durante la visita de ambos jóvenes al primer ministro pakistaní.

En paralelo, en febrero de 2025, Trump liberó de su programa de recortes de ayuda exterior un paquete, previamente congelado, de 397 millones de dólares en asistencia de seguridad a Pakistán. Los fondos están destinados a supervisar los aviones de combate F-16 que deberán emplearse exclusivamente en operaciones de contraterrorismo, a pesar de que hayan sido usados en su enfrentamiento contra la India en el pasado.

El acercamiento a Pakistán responde a múltiples objetivos: debilitar la influencia de China en el sur de Asia, impedir que Irán tenga un aliado en la retaguardia en la que encontrar respaldo y, al mismo tiempo, aprovechar las oportunidades económicas que ofrece un país necesitado de inversión. En este sentido, Pakistán ha ofrecido acceso a recursos minerales estratégicos, especialmente en la provincia de Baluchistán, que representa el 43% del territorio nacional y alberga grandes reservas de materias primas como cobre, litio, tierras raras, oro, carbón y cromita.

La insurgencia, no obstante, supone un reto de seguridad para toda inversión. Baluchistán fue incorporado a Pakistán a la fuerza y sus recursos son sistemáticamente desviados a las provincias más ricas, como Punyab. La población baluchí está entre las más desfavorecidas del país, rechaza tanto la explotación interna como la presencia china, a pesar de los 60.000 millones de dólares prometidos para el desarrollo del CECP.

Baluchistán, dividido entre Irán, Pakistán y Afganistán, es un escenario de confrontación regional. Cada país acusa a los otros de albergar grupos insurgentes opositores. En el caso iraní, grupos yihadistas baluchíes sunníes como el Yaish ul-Adl, Yundullah o Ansar al-Furqan, en Sistán-Baluchistán, operan en contra el régimen de Teherán. Irán acusa a Pakistán de permitir que estos grupos utilicen su territorio como base de operaciones.  

A principios de 2024, la tensión entre ambos países escaló cuando Irán bombardeó supuestas bases de Yaish ul-Adl en territorio pakistaní, un hecho sin precedentes. Esta acción se produjo en un contexto de creciente hostilidad regional, con ataques diarios de milicias proiraníes contra fuerzas estadounidenses en Irak y Siria, y una escalada en el mar Rojo de mano de los huzí tras los atentados del 7 de octubre.

La retórica pakistaní en apoyo a Palestina no tiene un equivalente en el plano de la acción como ocurre con Irán, más allá de la diplomacia. Algunos análisis sostienen que Irán intentó sumar a Pakistán al conjunto de países contrarios a Israel –Pakistán sigue sin reconocer el Estado de Israel–, disuadiéndolo de colaborar con EEUU, en la eventualidad de otra escalada del conflicto. La respuesta pakistaní al bombardeo iraní en su territorio fue pareja: acusó a Irán e India de respaldar al Movimiento Talibán de Pakistán (Tehrik-e Taliban Pakistán) y grupos nacionalistas baluchíes, como el Ejército de Liberación Baluchí o el Frente de Liberación Baluchí, con bases tanto en la frontera iraní como en la afgana.

Irán, por su parte, ha acusado en varias ocasiones a Pakistán de alinearse con Arabia Saudí para atacar su territorio mediante grupos yihadistas. En el discurso oficial iraní, todo salafismo lleva la firma saudí, israelí y estadounidense, sin embargo, incluir a Pakistán en dicho eje es significativo. Grupos como Yundullah perpetraron el atentado suicida en la mezquita principal de Zahedán (Sistán-Baluchistán) en julio de 2010, en el que murieron miembros del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC). También se atribuyen a actores vinculados a Pakistán los ataques de Estado Islámico en 2017 en el Parlamento de Teherán y el mausoleo del Ayatolá Jomeini, el atentado suicida de 2019 contra un convoy del IRGC y el ataque en Kermán durante la ceremonia de homenaje al general Qassem Soleimani en enero de 2024.

A pesar de estas tensiones, y ante su creciente aislamiento y la pérdida de aliados del Eje de la Resistencia, Irán ha buscado un acercamiento retórico. Un ejemplo de ello fue la declaración de Mohsen Rezaei, miembro del Consejo de Seguridad Nacional, quien afirmó que Pakistán estaría dispuesto a usar su arsenal nuclear –el único en manos de un Estado de mayoría musulmana– contra Israel. Estas palabras fueron rápidamente desmentidas por el ministro de Asuntos Exteriores pakistaní, Khawaja Asif, quien no tardó en redirigir su discurso hacia la condena de Israel.

Conclusiones
El renovado acercamiento entre EEUU y Pakistán ha generado perplejidad en Nueva Delhi, que observa cómo la apuesta de Modi por una relación más asertiva y estrecha con Washington acaba reforzando la percepción de que es un socio poco fiable. ¿Cómo conciliar que EEUU elogie la contención de Pakistán cuando la India quiere enviar el mensaje opuesto?

Los intentos de la India para aislar a Pakistán y aumentar el coste de sus incursiones en territorio indio, con respaldo implícito o explícito a grupos insurgentes, no han dado los resultados esperados. La lógica que la India atribuye a Irán en su uso de actores no estatales también se aplica a Pakistán, pero sin el mismo nivel de condena internacional. La Operación Sindoor, presentada como una muestra de firmeza, sólo ha sido celebrada en el plano doméstico. En el exterior, la India aparece sola e incomprendida. De hecho, su ataque a Pakistán apenas generó el apoyo esperado o muestras de condena con mención a Pakistán.

En contraste, el gobierno pakistaní ha sabido capitalizar las circunstancias adversas para recolocarse como un socio estratégico para el gobierno estadounidense. La escalada entre Irán, Israel y EEUU ha ofrecido al establishment militar una oportunidad para presentarse como un actor clave en la estabilidad regional, dispuesto a proteger los intereses estadounidenses a cambio de inversiones. Estas responden a una mirada cortoplacista, no parecen atender las necesidades estructurales de la economía pakistaní, sino más bien a la lógica de supervivencia de la institución más poderosa del país: sus Fuerzas Armadas.