El acercamiento entre India y China: el reencuentro de dos gigantes

El acercamiento entre India y China: el reencuentro de dos gigantes

Tema: Las relaciones entre China e India constituyen un asunto de gran interés para el equilibrio y la estabilidad regionales en Asia meridional y central. A pesar de la rivalidad entre los dos países, debida a problemas bilaterales aún pendientes de ser resueltos, la reciente visita a China del primer ministro indio podría suponer el inicio de un acercamiento y de una colaboración entre ambos, procesos que, sin embargo, no están exentos de dificultades.

Resumen: Este análisis constata que se está produciendo un acercamiento entre los dos gigantes asiáticos, tras una historia reciente plagada de continuas desavenencias. El acercamiento se debe a la necesidad de desbloquear el orden de fuerzas que impera en la región y que es en parte heredero de la Guerra Fría. Sin embargo, también obedece a las exigencias impuestas por aspectos de la realidad internacional más reciente.

Análisis: Hasta ahora, las relaciones entre China e India se han caracterizado por una profunda rivalidad, especialmente en el plano regional. Sin embargo, la reciente visita a China del primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee, podría anunciar una nueva etapa de normalización de las relaciones bilaterales.

Los orígenes de la rivalidad
El origen de estas diferencias se encuentra en el entramado colonial dejado por la anterior potencia en la región, Inglaterra, que supo aprovecharse del caos imperante en China a partir de 1911 para mover los hilos de la política tibetana hasta su salida del subcontinente.

La cuestión del Tíbet y el consiguiente problema fronterizo constituyeron un profundo eje de fricción entre el nuevo gobierno de la República Popular y la India independiente. China no ha aceptado los límites territoriales coloniales basados en tratados desiguales firmados durante la decadencia de la dinastía manchú, mientras que la India se ha considerado sucesora de los derechos y obligaciones del régimen colonial. Además de este espinoso asunto, que lleva más de cincuenta años sin ser resuelto y que provocó un conflicto armado en 1962 y numerosas crisis entre los dos países, han existido factores de geopolítica regional y global que han mermado aún más la posibilidad de un acercamiento.

A partir de la guerra fronteriza de 1962, en la cual India fue humillada internacionalmente, se produjo un distanciamiento entre los dos países. Posteriormente, la dinámica de la Guerra Fría ahondó más la división de los gigantes asiáticos. Tras el enfriamiento de las relaciones sino-soviéticas, China se aproximó a Estados Unidos. Por su parte, Moscú y Nueva Delhi iniciaron un período de colaboración y asistencia mediante el tratado de 1971, pese a la doctrina india de no alineamiento. El giro tomado por ambos países tuvo importantes consecuencias regionales, ya que esa parte de Asia se “internacionalizó” al entrar en el juego de la dinámica bipolar, desarrollándose una guerra fría particular en el subcontinente con tres actores: China, su aliado Pakistán y la India. La crisis en Cachemira, la creación de Bangladesh o la intervención en Sikkim ilustraron ese nuevo panorama.

La colaboración de Pekín e Islamabad, junto con el apoyo económico y militar chino a otros países de la zona, como Nepal y Sri Lanka, tuvieron como objetivo circundar a la India en su región y mermar la “indocentralidad” de Asia meridional. Por su parte, Nueva Delhi, al intervenir en la independencia de Bengala Oriental (luego Bangladesh) y colaborar con la Unión Soviética, buscó romper ese confinamiento. La incorporación de Sikkim en 1974 a la Unión India también produjo una airada reacción por parte de China que, hasta hoy, sigue sin reconocer este territorio como parte del país vecino.

Las disensiones entre India y China se han manifestado también en el plano de la seguridad, más concretamente en el tema nuclear. Pekín inició su programa nuclear en los años sesenta, provocando la consiguiente reacción de Nueva Delhi, que hizo explosionar su propio artefacto en 1973. China firmó el Tratado de No Proliferación en 1992, mientras que la India continuó con el desarrollo de su armamento nuclear, culminado en los ensayos de mayo de 1998. Pekín es a su vez responsable de que Pakistán se haya convertido en una potencia nuclear, como demostró con las pruebas realizadas tras los ensayos indios.

La cuestión nuclear sirve para ilustrar cómo se distribuye el orden de fuerzas en la región. Mientras que China es miembro de pleno derecho del club nuclear, esta posibilidad se le niega a la India. Tras los ensayos de mayo de 1998, Nueva Delhi señalaba a China como principal amenaza a su seguridad y como justificación de su programa nuclear. Esto se debe a la relativa inferioridad militar de la India, que desea contrarrestar esa desigualdad con su vecino del Norte y encontrarse en una posición más favorable para abordar sus diferencias con Pakistán.

El escenario actual
La visita que el primer ministro indio Atal Behari Vajpayee realizó a China durante la última semana del pasado mes de junio levantó una gran expectación ante las nuevas posibilidades que se abren de una mayor colaboración entre ambos países. Aunque el viaje tuvo un marcado contenido económico, fue también un gesto de cambio en la política exterior india respecto de China que, de tener continuidad, podría propiciar un nuevo marco de entendimiento en cuestiones bilaterales de estrategia y seguridad.

En la declaración conjunta firmada por los líderes de los dos países el 23 de junio, además de un claro compromiso de incrementar el comercio bilateral y fomentar el intercambio cultural y científico, se han abordado algunos de los temas espinosos, como son el Tíbet, la disputa fronteriza y Sikkim. Sin embargo, no ha habido referencias a otros asuntos de cierta sensibilidad, especialmente la cuestión nuclear, sobre la cual ambos países mantienen posturas muy divergentes.

El ámbito en el cual se está produciendo un mayor entendimiento es el económico, tanto por los beneficios que puede aportar el comercio bilateral entre los dos países más poblados del continente, como por las respectivas posibilidades de desarrollar estrategias de mercado en el país vecino. India desea seguir liderando la producción mundial de software, área en la que China se está convirtiendo en un gran competidor, y el mercado chino puede ser un puente para acceder al mercado japonés. Asimismo, las empresas chinas encuentran numerosas ventajas en invertir en un país en el que el idioma comercial es el inglés. A pesar de su proximidad geográfica, el volumen de comercio entre China e India se mantiene bajo, aunque es probable que crezca considerablemente en los próximos años. A mediados de los años noventa, su valor no superaba unos cientos de millones de dólares y en 2002 rondaba los 4.000 millones. El Consejo Chino para la Promoción del Comercio Internacional (CCPIT) y la Cámara de Comercio de la India (CII) han firmado un memorándum por el que ambas partes se comprometen a cumplir el objetivo de alcanzar una cifra de 10.000 millones de dólares en una fecha lo más cercana posible.

La cooperación económica puede significar un punto de partida para un posterior acercamiento en otras cuestiones. Principalmente, esta estrategia conlleva medidas que normalizan un intercambio entre ambos países, generando cierta confianza. Por ejemplo, la apertura de pasos fronterizos para facilitar el comercio bilateral contribuye a la relajación de la tensión fronteriza, algo impensable durante los años ochenta.

Con respecto a asuntos estratégicos y de seguridad, se ha observado que, durante el viaje de Vajpayee a China, éste ha adoptado una actitud pragmática ante una política de hechos consumados, muy alejada de la tradicional política exterior india. El punto de partida es sencillo: China e India, si bien es improbable que constituyan una alianza, están condenadas a entenderse. Por ello, el mantenimiento de posiciones teóricas alejadas de la realidad, políticamente estériles, no conduce más que a entorpecer el diálogo entre los dos países.

Esto se refleja en el reconocimiento por parte de la India de la Región Autónoma del Tíbet como territorio de China, status que indirectamente se reflejaba en el tratado entre China e India de 1954, pero que Nueva Delhi siempre ha manejado con cierta ambigüedad. El Tíbet es un tema de discordia en las relaciones sino-indias en la medida en que está intrínsecamente unido a la cuestión fronteriza (los argumentos históricos esgrimidos por Nueva Delhi para la defensa de su frontera se basan en los tratados indo-tibetanos concluidos por el gobierno colonial) y debido a que la India lo ha utilizado a su favor para contrarrestar las críticas de Pekín. Sin embargo, la India nunca ha defendido formalmente la independencia de este territorio.

El reconocimiento supone un gesto positivo en la normalización de relaciones entre ambos países pero no tiene grandes consecuencias prácticas o de tipo estratégico, en contra de lo que señalan algunos analistas indios, más aún cuando el propio Dalai Lama defiende un autonomía bajo soberanía china. Por lo tanto, ahora cabe esperar que China responda de un modo recíproco en el caso de Sikkim, un Estado independiente (con lazos especiales con Nueva Delhi) que fue incorporado a la Unión India en 1974, hecho aún no reconocido por Pekín.

Se han producido avances en la cuestión de Sikkim con el acuerdo entre los dos países de abrir una antigua ruta comercial en este territorio, algo a lo que China se había negado en anteriores ocasiones. Esta nueva actitud implica un reconocimiento tácito de este territorio como parte de la India. Tíbet y Sikkim, teniendo en cuenta que son asuntos distintos, han dejado de ser ejes de fricción en las relaciones sino-indias, aunque puedan reaparecer como tales en el marco de las negociaciones fronterizas.

La frontera entre China e India es la franja más extensa del mundo pendiente de demarcación, y una de las más militarizadas. A efectos de estudio se suele dividir en tres sectores: el occidental, que corresponde a Cachemira y el Aksai Chin; el central, situado en los Himalayas indios; y el oriental, que se extiende desde Bután a Birmania y coincide con la Línea McMahon. Ambos países han celebrado reuniones periódicas desde los años ochenta, con algunas interrupciones en etapas de crisis, pero no ha habido avances sustanciales en esta disputa. Prevalece un statu quo en el que cada parte se dedica a la consolidación de las áreas territoriales que controla, independientemente de las reclamaciones del otro.

Sin embargo, ahora la India ha accedido a discutir el problema fronterizo desde una perspectiva política, como desea China. Esa postura podría alargar la posible solución de la disputa aunque como gesto resulta muy significativo. Si Nueva Delhi considera algunos de los argumentos señalados por su vecino, debe reconocer que el peso de las demandas de China es mayor en el sector occidental, el Aksai Chin, mientras que la India tendría una ventaja en el área oriental que ya controla, conocida como el Estado indio de Arunachal Pradesh. Ese ajuste, aparentemente fácil y comprensible, presenta algunos problemas, sobre todo para el gobierno indio, que necesitaría un amplio consenso nacional en este asunto.

Una acomodación a las circunstancias actuales significaría ignorar la cesión de territorio en la región de Cachemira que Pakistán hizo a China en 1964 mediante un tratado fronterizo y que la India considera ilegal. Esto afectaría a las reclamaciones indias sobre toda Cachemira, actualmente dividida. Por su parte, China continúa manteniendo especial interés en una región tibetana, denominada Tawang, en el sector oriental, bajo control indio.

Desde un punto de vista estratégico, la conflictividad en la frontera sino-india supone un alto coste para el gobierno de Nueva Delhi, que debe elevar sus gastos militares y mantener un gran número de personal desplegado en este territorio. Esta situación no permite a la India concentrar un mayor número de efectivos en la frontera con Pakistán y, sobre todo, en Cachemira, tal y como desean algunos estrategas militares. China, por tanto, sigue desempeñando un cierto papel en el balance regional del sur de Asia, especialmente en la rivalidad indo-paquistaní.

Un acercamiento entre China e India podría tener un efecto positivo en las relaciones indo-paquistaníes, ya que Pekín ha sido durante décadas el tradicional aliado de Islamabad. El hecho de que ahora el gobierno chino se posicione en asuntos como el conflicto de Cachemira en favor de una solución bilateral, como defiende Nueva Delhi, ha supuesto un cambio en los cálculos del gobierno paquistaní. No cabe esperar que China vaya a romper sus lazos con Islamabad, entre otras razones porque el primero tiene cierta responsabilidad en el programa nuclear del segundo, pero sí cabe redefinir una relación que ha tenido un alto coste para Pekín.

Tras los sucesos del 11 de septiembre, los dos gigantes asiáticos han aproximado posturas en materia de terrorismo, especialmente debido a la desestabilización que se ha producido en Asia central. Ello ha colocado a Pakistán en una delicada situación por su apoyo al régimen talibán y por la relación de grupos extremistas paquistaníes con Al-Qaeda. Tanto China como la India han compartido las tesis norteamericanas, aunque quizá Nueva Delhi en mayor medida, sobre todo porque ambos países sufren la amenaza terrorista en Sinkiang y Cachemira, respectivamente.

Conclusiones: Desde 1988, fecha en la que el primer ministro indio Rajiv Gandhi visitó China, existe una palabra clave que ha dominado el lenguaje de las relaciones sino-indias: normalización. Aunque durante la década pasada se produjeron tímidos avances en cuestiones bilaterales, resulta difícil calificar estos gestos como una verdadera normalización. Sin embargo, es ahora cuando se constata que está teniendo lugar un acercamiento entre los gigantes asiáticos.

Este acercamiento, revestido de tintes económicos principalmente, se extiende a otros ámbitos en los que hasta hace poco parecía difícil encontrar puntos de acuerdo, como en el tema de la seguridad. Ello obedece a las necesidades impuestas por las cuestiones bilaterales aún pendientes, pero también inciden factores de geopolítica regional y mundial, sobre todo a raíz de los sucesos del 11 de septiembre y el posterior desarrollo de los asuntos internacionales.

En el plano bilateral, parece que se observa una aproximación más realista al conflicto fronterizo que divide a los dos países. La posible solución a esta disputa, además de dejar de ser un permanente motivo de roce entre ambos gobiernos, contribuiría muy positivamente a la estabilidad regional en el subcontinente indio y, de manera especial, en las relaciones indo-paquistaníes. Sin embargo, aunque China y la India establezcan fuertes lazos de colaboración, éstos no van a estar exentos de rivalidad.

Esta rivalidad se ve sobre todo reflejada en la percepción de ambos países sobre la realidad internacional. China y la India comparten una visión multipolar del orden internacional, en el que Asia tendría un mayor protagonismo pero, paradójicamente, esto no se traduce en una posición común. El papel preeminente que cada uno de los dos pretende desempeñar impide una alianza estratégica, por lo menos a corto plazo. Sin embargo, la comunidad internacional empieza a apreciar las repercusiones que podría tener a nivel mundial un mayor entendimiento entre los dos países y la importancia de Asia meridional en el nuevo contexto de las relaciones internacionales.

Antía Mato Bouzas
MPhil en Estudios de Asia Meridional y Máster en Estudios sobre Fronteras Internacionales en la SOAS (Universidad de Londres)

Antía Mato Bouzas

Escrito por Antía Mato Bouzas