Chile: primarias oficialistas y carrera electoral bajo la mirada de Trump

Jeannette Jara, en aquel momento ministra del Trabajo y Previsión Social del gobierno de Chile), con chaqueta blanca y blusa roja delante de un atril con micro, durante una vocería (comparecencia) el 13 de febrero de 2025. Jara es candidata presidencial para las elecciones de noviembre de 2025 tras ganar las primarias del pacto Unidad por Chile.
Jeannette Jara, exministra del Trabajo y Previsión Social y candidata a las elecciones presidenciales de Chile tras ganar las primarias del pacto Unidad por Chile. Foto: Vocería de Gobierno (Ministerio Secretaría General del Gobierno de Chile) (CC BY-SA 2.0).

Mensajes clave

  • La victoria de Jeannette Jara, candidata del Partido Comunista (PC) en las primarias presidenciales oficialistas de Chile, supone un resultado inédito: por primera vez en la historia del país: una militante del PC encabezará la candidatura presidencial de la centroizquierda.
  • El triunfo de Jara forma parte de una corriente que, desde las protestas estudiantiles de 2011, ha venido trabajando con la nueva izquierda de Gabriel Boric, con una clara vocación por una coalición de mayorías y con una posición crítica hacia la postura tolerante de la directiva oficial hacia la violación de los derechos humanos y la democracia en Venezuela y Cuba.
  • Durante el gobierno de Boric, la izquierda chilena ha logrado una convivencia más estable entre sus corrientes más jóvenes y sus tradiciones más antiguas. Los decepcionantes resultados obtenidos por el Frente Amplio (FA) y el viejo socialismo democrático chileno, sin embargo, ratifican el desgaste de esta generación política.
  • La victoria de Jara podría haber reforzado la inclinación del electorado de derecha por una versión más definida, como la que representa José Antonio Kast, frente a la candidatura de corte más centrista de Evelyn Mathei.
  • Chile deja de ser la excepción ilustrada del sur: ni alumno modelo del Consenso de Washington ni vitrina neoliberal, pareciéndose más a sus vecinos y, al mismo tiempo, conservando una singularidad: la capacidad de procesar sus fracturas por vía electoral e institucional.

Análisis

1. Introducción

Las primarias presidenciales oficialistas de 2025 concluyeron con el triunfo abrumador de la candidata del PC, la exministra del Trabajo de Boric Jeannette Jara, quien obtuvo 60,1% de los votos. La siguió, muy por atrás, Carolina Tohá, la poderosa ministra del Interior de la actual administración, quien a pesar de tener el respaldo de todo el arco del socialismo democrático (entre ellos el histórico Partido Socialista), obtuvo apenas 28% de la votación. El diputado del FA, Gonzalo Winter, el más cercano compañero de ruta de Gabriel Boric, alcanzó apenas 9%, a pesar de ser la fuerza más poderosa del oficialismo por su número de diputados y alcaldes. El diputado Jaime Mulet, representante de la Federación Regionalista Verde Social, con una propuesta descentralizadora y ambientalista obtuvo sólo un 2,7% de los votos. Con este resultado, esta será la primera vez desde el retorno a la democracia (y en la Historia de Chile), que una militante del PC encabeza la candidatura presidencial de la centroizquierda.

2. El fenómeno Jara

¿Estamos ante un desplazamiento de la hegemonía de la izquierda chilena hacia el marxismo tradicional y las viejas ideas del movimiento comunista precolapso del muro de Berlín y de la Unión Soviética? No. A excepción de un corto período en que se volcó sorprendentemente por una vía insurreccional a la nicaragüense (1980-1990), el PC chileno fue siempre un partido que actuó de lleno en la institucionalidad democrática y que ejerció una función moderadora en la izquierda, en especial frente al influjo de la revolución cubana. La candidatura de Jara se impuso sobre lo que aún resta de la línea dura y representa un reencuentro del PC con su vocación histórica, la cual lo ha llevado a tomar parte del segundo gobierno de Michelle Bachelet y a ser un pilar importante de la administración actual.

Jeannette Jara, por lo demás, no es un fenómeno aislado. Forma parte de una corriente que, desde las protestas estudiantiles de 2011 y bajo el rostro de Camila Vallejo, ha venido trabajando codo a codo con la nueva izquierda de Gabriel Boric, con una clara vocación por una coalición de mayorías, y con una posición crítica hacia la postura tolerante de la directiva oficial hacia la violación de los derechos humanos y la democracia en Venezuela y Cuba. De hecho, la directiva del PC puso todo tipo de obstáculos a la nominación de Jara como la abanderada del partido, pero era tal su arrastre popular que tuvo que sucumbir y respaldarla.

¿De dónde nace el arrastre de Jara? No de su condición de comunista; nace de su infancia en Conchalí, un barrio popular de Santiago, de una educación llena de sacrificios, de una trayectoria enraizada en el mundo sindical y comunitario, todo lo cual provoca una natural identificación en el mundo popular que ayer apoyó a Michelle Bachelet. A esto se suma que, en la gestión Boric, Jara alcanzó destacados logros sociales como ministra del Trabajo, en particular una reforma parcial del sistema de pensiones basado en la capitalización individual y administrado por gestores privados, y logró sacar adelante la disminución de la jornada laboral a 40 horas y el aumento del salario mínimo, que pasó de 350.000 pesos chilenos en mayo de 2022, año en que asumió el actual gobierno a 529.000 pesos chilenos en mayo de 2025.

3. La otra izquierda ¿ocaso o renovación?

Mirado desde Chile no fue una gran sorpresa, pues había señales previas. Pero si se mira desde más distancia, es imposible no destacar el desplazamiento del FA a un distante tercer lugar en las primarias del pasado 29 de junio. Se trata de un partido formado por la totalidad de los conglomerados que dieron origen al liderazgo de Gabriel Boric y a la nueva generación de izquierdas que saltó a la política con el autodeclarado propósito de hacer de Chile “la tumba del neoliberalismo”. Surgida desde las protestas estudiantiles, esta generación se instaló rápidamente en el Congreso y desde ahí saltó a La Moneda en 2021, dando un sorpasso a la izquierda tradicional, tanto comunista como socialista.

La comparación con España resulta inevitable. El FA chileno y Podemos compartieron orígenes académicos, afinidades generacionales y una agenda similar. Pero mientras en España Podemos fue desplazado hacia los márgenes y terminó fragmentado, en Chile el FA llevó a Gabriel Boric a la presidencia, invitó al resto de la izquierda al gobierno bajo su hegemonía y dispuso de la mayoría en la Convención Constitucional creada para frenar el “estallido social” de 2019.

Pero las cosas tampoco anduvieron bien para la nueva izquierda chilena. La primera señal de alerta fueron los problemas de gestión de la administración Boric y el fracaso de la Convención Constituyente, cuya propuesta fue abrumadoramente rechazada en el plebiscito realizado en septiembre de 2022. A partir de ahí, en un valiente acto de realismo, Boric entrega al viejo socialismo las palancas principales del gobierno, con Carolina Tohá a cargo de Interior y Mario Marcel de Hacienda. Aprendiendo quizás de España, la izquierda chilena ha logrado una convivencia más estable entre sus corrientes más jóvenes y sus tradiciones más antiguas.

Con todo, los decepcionantes resultados obtenidos por el FA en las primarias no han hecho más que ratificar el severo desgaste de esta nueva generación política, cuyo futuro hoy queda en ascuas. Ella cuenta, en todo caso, con liderazgos muy poderosos, empezando con Gabriel Boric, que con 39 años tiene un futuro político expectante. No obstante, está claro que le queda la tarea de evaluar a fondo lo que fue su experiencia de gobierno y renovar su propuesta de cara al país. Es el gran problema de ser joven: que se gasta rápido.

4. La impotencia del socialismo democrático

Antes de las primarias, cundía la impresión que el Socialismo Democrático (la agrupación de los partidos de izquierda que formaron junto a la Democracia Cristiana la Concertación: el socialista, el Radical y el Por la Democracia) podía ganar la representación del sector con quien fuera el brazo derecho de Boric, la ministra Carolina Tohá, una líder con un profundo anclaje socialista, cercana tanto a Lagos, a Bachelet y a Boric. No fue así: su votación fue más que duplicada por la de Jara.

Tras este fracaso, quizás sea la hora de declarar que el viejo socialismo democrático chileno ha muerto. Desde 2018, cuando fue elegida por segunda vez Michelle Bachelet, ha perdido todas las elecciones presidenciales.  

La derrota de Carolina Tohá no se explica por torpezas tácticas o errores de campaña. Se explica por algo más profundo: porque este sector no ha logrado encarnar una esperanza reconocible, algo así como un proyecto histórico.

Tohá terminó expresando esa impotencia. No por falta de talento –que lo tiene de sobra– sino porque el socialismo democrático es un cascarón sin sustancia, sin un papel definido en el tablero histórico. Lo tuvo con Lagos. Lo tuvo con Bachelet. Hoy no lo tiene.

“Socialismo democrático” fue apenas una denominación empleada para agrupar a un puñado de partidos y parlamentarios que respaldaron al presidente Boric tras el colapso de la Convención. Su rostro más visible fue Tohá, que con su ingreso en el gabinete encarnó el giro del gobierno hacia una mayor atención a la agenda que interesa a la población: seguridad, crecimiento, inmigración. Pero fuera de La Moneda, esa figura se desdibujó porque en el fondo no representaba más que a un fantasma.

“No puedes tomar una foto de esto. Ya se ha ido”, dice Nate, el hijo mayor en el último episodio de Six Feet Under. Así ocurre también con el viejo socialismo democrático: ya se ha ido. Nadie lo mató: murió por desgaste, por falta de sangre. ¿Puede renacer? Quizás; pero ya será, si ocurre, asociándose con el otro gran derrotado de este domingo: el FA.

5. Boric tiene motivos para celebrar

A pesar de que su popularidad es mediocre (bordea el tercio) y que el gobierno padece de lleno el síntoma del “pato cojo”, al presidente Boric le sobran los motivos. De partida por haber sido padre por primera vez, a horas de la elección. Pero también por la realización exitosa de las primarias de un espacio que, a falta de un nombre mejor, se ha denominado “oficialismo”. Aunque la participación fue escasa, para un gobernante no hay nada más satisfactorio que dejar sus huestes unidas, con un destino común.

Para Boric, la continuidad de su coalición tiene un valor adicional. Ésta no existía antes de su mandato. Es más, las corrientes que hoy la constituyen y que compitieron con exquisita galantería en las primarias, estaban desaforadamente enfrentadas entre sí. Mientras unas invocaban su superioridad moral, las otras las acusaban de “niños regalones”. Mientras unas aludían a su experiencia, otras mostraban sus manos limpias. Mientras unos condenaban sin misericordia la transición pacífica y los 30 años, otros tímidamente buscaban justificarlos y/o defenderlos. Mientras unos se planteaban refundarlo todo (Carabineros, la Constitución, el modelo de desarrollo y para qué seguir), los otros tímidamente proponían “profundizar las reformas”. Mientras unos defendían el acuerdo de noviembre de 2019 que acordó el proceso constitucional como vía para canalizar las fuerzas del estallido, otros buscaban por todos los medios reponer una efervescencia de corte insurreccional. En suma, la agrupación de fuerzas que terminaron por apoyar a Boric en la segunda vuelta y que entraron a su gobierno en marzo de 2022, eran antes más una bolsa de gatos que una coalición política.

Con el correr del tiempo, esto cambió. Tras el desastre de la Convención, el socialismo democrático pasó a ejercer una influencia clave en el gobierno. En el Congreso y entre los partidos, sin embargo, siguió imperando la desconfianza. El único punto de encuentro de esta coalición en ciernes era, en realidad, el gobierno y, en particular, Gabriel Boric. Y fue éste quien empujó para que esta heterogénea agrupación se allanara a organizar unas primarias presidenciales.

Eso no es todo. Las candidatas Tohá y Jara surgieron del gabinete ministerial; y Winter, del FA, es el compañero de ruta más cercano del propio Boric. Desde que se retomó la democracia en 1990, nunca se había visto una proyección semejante del gobierno y del presidente en funciones.

Jeannette Jara es en buena parte obra de Boric. Antes de ser nominada ministra del Trabajo, era prácticamente desconocida. El presidente le encargó una agenda importante y delicada, y le dio espacio para que jugara y la sacara adelante, mostrando un incuestionable talento. Junto a Camila Vallejo y Nicolás Cataldo, formó un trío de figuras comunistas más cómodas con Boric que con su propio partido.

6. Dilemas para el gobierno

Manteniendo una rigurosa neutralidad, Boric fue uno de los ganadores de las primarias. Pero se le abre un desafío inédito: cómo administrar en lo que resta de su gobierno (termina en marzo próximo), la hegemonía del PC y cómo lidiar con las presiones de la Administración Trump, tanto en lo comercial como en lo político, frente a un gobierno que propone como su continuadora a una candidata comunista.

Se abren desde ya dos campos de disputa en el interior de la coalición de gobierno. El primero es la oposición comunista a una reforma política que, en aras de reducir la fragmentación del Congreso, propone un límite mínimo de 5% de la votación para que un partido pueda tener representantes. Hasta ahora el Ejecutivo no ha dado señales de querer dar marcha atrás, pero será aún más difícil avanzar en el trámite legislativo.

El otro campo de discrepancia dice relación con el acuerdo entre la estatal Codelco y la empresa privada SQM para el desarrollo del litio en el Salar de Atacama, que es uno de los proyectos estrella de Boric. Jara ha hecho pública su oposición, pues preferiría dejar la producción enteramente en manos del Estado. Aunque la decisión al respecto ya está tomada por el gobierno corporativo de Codelco, que es autónomo, no hay duda de que la posición de la candidata oficialista hará ruido.

Chile se enfrenta a una delicada ronda de negociaciones con Estados Unidos (EEUU), quién ha elevado las condiciones para preservar un acuerdo de libre comercio que es de suma importancia para Chile. Aunque el presidente ha expresado personalmente algunas opiniones críticas a la conducta de Trump y el país aceptó la invitación a participar como país invitado en la cumbre de los BRICS, la diplomacia chilena ha sido extremadamente cautelosa para que las relaciones comerciales no se vean contaminadas por factores políticos, pasando por alto cualquier insinuación al respecto.

Queda por ver, sin embargo, si la Administración estadounidense piensa lo mismo cuanto tiene enfrene un gobierno que busca su continuidad con una candidatura que proviene del PC. “¡Cuidado, Chile!”, con elegir a una “comunista radical”, ha advertido la influyente congresista republicana por Florida María Elvira Salazar, quien es muy cercana al secretario de Estado Marcos Rubio. En los meses que vienen, es muy probable que se produzca una escalada de declaraciones de este mismo tenor, lo cual ciertamente no ayuda a la voluntad de Chile de mantener las mejores relaciones económicas y políticas con EEUU. 

7. Mirando a noviembre

Las encuestas previas a las primarias mostraban un escenario adverso para el oficialismo. La pugna parecía concentrada entre Evelyn Matthei, de la derecha tradicional, y José Antonio Kast, de la nueva derecha o derecha alternativa. Aunque fue con voto voluntario –a diferencia de noviembre donde el voto es obligatorio–, la baja participación en las primarias oficialistas –apenas 9% del padrón con derecho a voto– pone en duda el entusiasmo electoral del electorado progresista, y refuerza las interrogantes sobre la competitividad del oficialismo en la primera vuelta presidencial, más aún con una candidata con el carné comunista al día.  

Contrariamente a lo que mucho imaginaban, en lugar de dar aire a la candidatura de corte más centrista de Mathei, el triunfo de Jara parece haber reforzado una tendencia que ya se venía observando: la inclinación del electorado de derecha por una versión más definida, como la que representa Kast.

De otra parte, la idea preconcebida que con una candidatura comunista la centroizquierda está renunciando a la elección presidencial ha perdido fuerza tras los resultados de las primarias. La victoria de Jeannette Jara causó sorpresa, pero no es inexplicable. Fue algo similar a lo que ocurrió en Nueva York con Zohran Mamdani, joven socialista y musulmán, quien derrotó al exgobernador Andrew Cuomo –símbolo del establishment demócrata– con una campaña modesta, territorial y audaz. Algo parecido ha ocurrido con Jara, quien ha crecido en conocimiento y adhesión, especialmente en sectores populares urbanos y entre mujeres.

El triunfo de Jara desarmó el sentido común según el cual sólo una figura moderada podía vencer a la derecha. Le bastaron una biografía reconocible, una personalidad cercana y gestos de autenticidad, para vencer a Tohá quién, en el plano programático, fue mucho más consistente. La vieja cantinela anticomunista, repetida hasta el agotamiento, parece no tener el efecto de antes: a buena parte del electorado, simplemente no le importa ni le hace sentido. Si un socialista musulmán podría ser alcalde de Nueva York –se preguntan muchos– ¿por qué una comunista no podría ganar en Chile?

El Chile post-estallido no ha convergido hacia un centro fantasmagórico y algo nostálgico, sino que se ha desilusionado con todas las elites. Este desencanto no distingue colores y puede beneficiar tanto a Kast como a Jara.

Conclusiones

Chile en América Latina: convergencias y divergencias

Desde el estallido social de octubre de 2019 hasta las primarias de junio de 2025, pasando por dos intentos fallidos de nueva Constitución, Chile ha protagonizado una secuencia que mezcla radicalización social con persistencia institucional.

A diferencia de otras naciones de la región donde las crisis han derivado en colapsos autoritarios o paralizaciones crónicas, Chile ha sabido mantenerse dentro del cauce democrático. Pero esto no ha impedido que sus prácticas políticas y culturales se “latinoamericanicen”. Se observa en la mayor desconfianza en las instituciones, con una ciudadanía que valora más los lazos personales que las reglas impersonales. También en las numerosas señales de corrupción al más alto nivel, la informalidad creciente, los liderazgos personalistas, la desafección con el sistema y una política que se juega cada vez más en el terreno simbólico que en el normativo.

En el fondo, Chile está dejando de ser la excepción ilustrada del sur. Ya no es el alumno modelo del Consenso de Washington ni la vitrina neoliberal. Se parece más a sus vecinos. Pero al mismo tiempo, Chile conserva una singularidad: la capacidad de procesar sus fracturas por vía electoral e institucional, y una clase política que –a pesar de todo– se mueve bajo una misma agenda y no ha perdido del todo la capacidad de lograr acuerdos transversales, como lo probó la reciente reforma del sistema previsional.

La persistencia institucional sigue siendo el principal activo de Chile, lo que se observa tanto en su vida democrática como en su vida económica. Si logra mantenerla –y todo indica que lo seguirá haciendo, no importa quién gane la elección presidencial–, puede seguir marcando una diferencia y ofreciendo una vía alternativa a la polarización latinoamericana.