Trump como síntoma del desnorte global

Donald Trump, presidente de los EEUU, usando una mascarilla durante su visita al Bioprocess Innovation Center de Fujifilm Diosynth Biotechnologies en julio de 2020. Foto: Shealah Craighead / The White House (Dominio público). Blog Elcano
Donald Trump, presidente de los EEUU, usando una mascarilla durante su visita al Bioprocess Innovation Center de Fujifilm Diosynth Biotechnologies en julio de 2020. Foto: Shealah Craighead / The White House (Dominio público)
Donald Trump, presidente de los EEUU, usando una mascarilla durante su visita al Bioprocess Innovation Center de Fujifilm Diosynth Biotechnologies en julio de 2020. Foto: Shealah Craighead / The White House (Dominio público). Blog Elcano
Donald Trump, presidente de los EEUU, usando una mascarilla durante su visita al Bioprocess Innovation Center de Fujifilm Diosynth Biotechnologies en julio de 2020. Foto: Shealah Craighead / The White House (Dominio público)

Que el positivo por coronavirus de Donald Trump haya provocado una caída generalizada en las bolsas mundiales habla por sí solo, tanto del peso que aún tiene Estados Unidos en los asuntos mundiales como del desnorte global en el que estamos inmersos. Su ingreso en un hospital militar, a la espera de comprobar si su estado se agrava o si reaparece en breve y sin que haya cedido el poder a su vicepresidente, impacta necesariamente en varias direcciones.

Por un lado, en plena campaña electoral con vistas a las elecciones del próximo 3 de noviembre, queda por ver cómo le afectará en las encuestas la noticia. En principio, su desaparición de la escena mediática deja más espacio a su contrincante, Joe Biden, al tiempo que concentra momentáneamente los focos sobre un ultraconservador vicepresidente, Mike Pence, que no se ha distinguido precisamente coordinando la respuesta a la pandemia, y que se suele presentar como una figura escasamente preparada para asumir la dirección del país (botón nuclear incluido). En esa misma línea de interpretación, Trump quedaría ahora retratado como un mal gestor de una pandemia cuya importancia ha tratado de rebajar sistemáticamente, cuando ya se superan los 200.000 muertos, llevándose por delante el “éxito” económico que, hasta su estallido, era uno de sus principales argumentos para conseguir la reelección. Pero, por el contrario, y suponiendo que su situación no se agrave hasta el punto de que quede fuera de la carrera electoral, también está claro que ahora mismo copa los titulares de prensa y hasta cabe imaginar que, para quien ha sabido mentir y manipular tan profesionalmente a la opinión pública, su condición de enfermo le sirva para provocar una corriente de simpatía que muy pronto se traduzca en votos suficientes para dar un vuelco a los actuales pronósticos en su contra.

Por el camino, y al margen de lo que pueda suceder en esas elecciones, es innegable que, en el ámbito interno, Trump ha contribuido a acentuar la polarización de su propia ciudadanía, poniendo en cuestión las bases de la convivencia, alimentando opciones supremacistas y abiertamente antidemocráticas y demonizando a los inmigrantes. Una situación que hará aún más difícil mantener la paz social en los próximos años y sumar fuerzas para salir adelante. El hecho es que, aun así, no ha logrado frenar el declive estadounidense, a pesar de que hoy todavía siga siendo el principal poder económico y militar del planeta.

En el ámbito exterior, su ilimitado narcicismo no ha tenido reparo alguno en dejar reiteradamente claro su desprecio a sus aliados europeos en la OTAN y en desmarcarse del multilateralismo, abandonando la UNESCO, el Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán, la UNRWA o la OMS. Su marcada apuesta nacionalista no ha entendido que el unilateralismo está condenado al fracaso por la sencilla razón de que no hay un solo Estado, por muy poderoso que sea, capaz de hacer frente en solitario a los desafíos, amenazas y riesgos que hoy confronta la humanidad. Y el problema, mientras el marco institucional heredado de la II Guerra Mundial ha quedado en buena medida invalidado para gestionar la actual globalización, no es solo que él no lo haya comprendido, sino que deja a Estados Unidos (sea quien sea el que ocupe la Casa Blanca a partir del próximo 20 de enero) en pésimas condiciones para corregir el rumbo, cuando su imagen se ha deteriorado de tal modo y cuando otros aspirantes, con China a la cabeza, aspiran a tomar el relevo.

Es cierto que Trump ha demostrado no ser un belicista en el sentido clásico –si ahora pierde las elecciones será el primer presidente, desde 1980, que no inicia una guerra durante su mandato–, pero eso no lo exonera de su responsabilidad en torpedear la imagen de su país en el mundo. Eso significa, como mínimo, que tanto si continúa en la Casa Blanca como si es reemplazado por Biden, dificulta sobremanera la tarea de construir las necesarias alianzas –empezando por una Unión Europea a la que también ha desairado sin disimulo– a las que le obliga tanto el ascenso chino como el cúmulo de problemas a los que debe enfrentarse en tantos rincones del planeta donde sus intereses están en juego.

Estamos ya en plena October surprises y podemos esperar cualquier cosa. Si quienes apuestan en su contra han arrancado el mes aireando su cuestionable comportamiento fiscal con el objetivo de debilitar sus opciones, también hay que contar con que Trump tratará de responder con alguna sorpresa de última hora. Y en eso, como ya demostró en las elecciones de 2016, es un consumado maestro.