Introducción

El pasado año ha sido el más convulso en la historia reciente de Pakistán. Durante sus últimos meses el país asiático ha vuelto a captar la máxima atención internacional debido a una intensa oleada terrorista que logró perturbar la vida cotidiana en varias ciudades y provincias del país. En términos más generales, 2009 ha sido el año en que las autoridades de Pakistán han tomado plena conciencia del problema representado por los talibán paquistaníes, cuya existencia ha dejado de constituir una fuente de conflictos internos exclusivamente localizados en las agencias tribales hasta adquirir las propiedades de una amenaza a la seguridad nacional y al modelo de Estado vigente, con evidentes implicaciones para la continuidad del terrorismo yihadista global.

A su vez, la potenciación de la amenaza extremista en 2009 trae causa de un proceso de radicalización que ha ido germinando en la región occidental de Pakistán durante la pasada década y refleja igualmente la evolución de las políticas estatales aplicadas al respecto. El presente documento examina esa evolución mediante un análisis de los siguientes aspectos: la misma progresión del extremismo violento dentro del país, el paulatino cambio de actitud experimentado por el Estado paquistaní hacia dicho asunto, las últimas operaciones de contrainsurgencia desarrolladas por su ejército en la Provincia de la Frontera Noroeste y las agencias tribales y los rasgos y alcance de la reacción terrorista suscitada por esas operaciones. Para terminar, se ofrece una evaluación del actual estado de la amenaza y una somera revisión de los principales factores de riesgo que podrían coadyuvar a un nuevo repunte de las hostilidades y la actividad terrorista en 2010.

Una parte de las informaciones que han inspirado este documento de trabajo fueron extraídas en el transcurso de una visita reciente a Pakistán y una ronda de entrevistas mantenidas en varias de sus ciudades con miembros del gobierno y la oposición política, las fuerzas armadas y servicios de inteligencia, así como con representantes de la prensa nacional e internacional, del mundo académico e investigadores de varios institutos de estudios estratégicos.[1]

Antecedentes: expansión de la militancia yihadista a partir del 11-S

Es sabido que la existencia de grupos islamistas violentos no es un fenómeno reciente en Pakistán. Muchos de esos grupos surgieron en las dos últimas décadas del siglo XX por influjo de la guerra afgano-soviética, del tránsito de los radicales extranjeros que combatirán en ese conflicto junto a los muyahidines afganos y del contencioso con la India en torno a la soberanía de Cachemira. Durante los últimos años del siglo pasado varias de esas formaciones trabaron lazos de cooperación con la naciente al-Qaeda y con los más importantes partidos islamistas del país. Así, en 2001 Pakistán albergaba más de 40 grupos extremistas, muchos radicados en Punjab, la provincia central y más poblada.[2] Pero la cifra aumentaría a raíz de los atentados del 11-S.[3]

Tras iniciarse la intervención militar lanzada en otoño de 2001, los talibán, al-Qaeda y otros grupos afines que habían regentado campos de entrenamiento en Afganistán cruzaron la frontera para buscar refugio en varias regiones de Pakistán, con las agencias tribales (Federal Administered Tribal Areas: desde ahora FATA) como principal destino, aunque ni mucho menos el único.[4] Otro asentamiento clave fue Quetta, capital de la provincia de Baluchistán. Según todos los indicios disponibles, fue en esa ciudad donde estableció su refugio el mulá Omar, máximo jefe de los talibán procedentes de Afganistán, mientras que en el conjunto de la provincia su causa recibió el apoyo incondicional de Jamiat Ulema-e-Islam, el partido islamista más influyente paquistaní.[5]

En FATA la amplia presencia de población pastún y el código cultural pashtoonwali, que exige acoger y proteger a los refugiados, facilitaron a los extremistas llegados del país vecino el respaldo social y los aliados necesarios para asentar nuevas bases operativas. Con la ayuda prestada por Gulbudin Hekmatyar y Jalaluddin Haqqani, dos veteranos líderes afganos que contaban con numerosos contactos y amplias infraestructuras en Waziristán del Sur y del Norte, la organización de Bin Laden y otros grupos afines integrados por militantes árabes, africanos, uzbecos y chinos iugures incrementaron rápida y notablemente su influencia en FATA a través de diversas actividades: emitiendo propaganda antioccidental, difundiendo su propia y muy belicosa versión del Islam suní (fuertemente inspirada en la corriente wahabí y portadora de un concepto de fraternidad panislámica), participando en la coordinación de nuevos campos de entrenamiento para combatientes, promoviendo atentados y operaciones insurgentes fuera y dentro de Pakistán y ejerciendo una extensa labor de intermediación entre las diversas facciones extremistas presentes en la región, destinada a favorecer una mayor cooperación entre todas ellas.

La alta concentración de combatientes extranjeros refugiados en Pakistán desde finales de 2001 y las cuantiosas bajas civiles provocadas por ataques aéreos estadounidenses, así como por sucesivas incursiones practicadas por el ejército paquistaní acabaron impulsando un proceso de “talibanización” que afectó a distintas facciones locales asentadas en FATA y la Provincia de la Frontera Noroeste. A medio plazo, la resultante más importante de esa tendencia fue la emergencia de Tehrik-i-Taliban Pakistan (Movimiento Talibán de Pakistán), entidad fundada en diciembre de 2007 mediante la integración de unos cuarenta grupos militantes oriundos de FATA cuyos contactos previos con los talibán afganos les habían conducido a asumir como propios sus dos ambiciones fundamentales: expulsar a las tropas occidentales de Afganistán e implantar la sharia o ley islámica en todos los territorios que cayeran bajo su poder. Partiendo de ese segundo propósito, Tehrik-i-Taliban desarrolló una agenda política orientada a ejercer un férreo control sobre las costumbres de las poblaciones de Waziristán del Norte y el Sur y logró una rápida expansión por el resto de las agencias tribales. Dicha expansión implicó la destrucción de más de un centenar de escuelas (sobre todo femeninas), la fundación de nuevas madrasas (escuelas coránicas) radicales, el establecimiento de expeditivos tribunales religiosos, la demolición de restos arqueológicos “paganos” y la práctica pública de torturas y asesinatos de cualquier supuesto colaborador con el Estado. De hecho, durante los últimos cuatros años los talibán y al-Qaeda han asesinado en Waziristán del Norte y del Sur a más de 800 personas entre presuntos colaboradores de los servicios de inteligencia paquistaníes y jefes de tribu que se negaron a reconocer la autoridad de los talibán.[6] Prácticas semejantes también tuvieron lugar más arriba de las agencias tribales, en la Provincia de la Frontera Noroeste, donde Maulana Fazalullah, un carismático clérigo radical que contaba con sus propios contactos entre los talibán afganos, acabó haciendo causa común con Tehrik-i-Taliban en su desafío al Estado y logró extender sus dominios sobre los distritos de Swat, Dir y Malakand, hostigando asimismo a los chiíes asentados en Banau, Kohat, Dera Ismail Khan y Peshawar.[7]

En la intensificación de la actividad yihadista en Pakistán también han cumplido un papel relevante grupos como Jaish-e-MohammedLashkar-e-JangviSipah-e-Sahab PakistánLashkar-e-Taiba y Harkatul Mujahidin. Cediendo a la presión ejercida por la Casa Blanca, en enero de 2002 el presidente Musharraf declaró ilegales a todas esas formaciones yihadistas sectarias y nacionalistas que durante años se habían asentado en la provincia de Punjab, en la zona de Cachemira y en Karachi, la ciudad más poblada del país y capital de la provincia de Sindht. Paulatinamente, muchos de los líderes de esos grupos y una porción considerable de sus miembros de base emigraron a FATA. Desde allí iniciaron nuevas formas de cooperar con al-Qaeda (una vieja costumbre), así como con los talibán afganos y paquistaníes, apoyaron a algunas tribus suníes locales en sus recurrentes luchas con grupos chiíes, reabrieron antiguos campos de entrenamiento, crearon otros y pusieron en funcionamiento algunas emisoras clandestinas de radio cuyos micrófonos fueron empleados para demandar un estricto cumplimiento de la sharia y llamar a la yihad contra infieles, occidentales y representantes del Estado paquistaní. Por su parte, el resto de la militancia sectaria no desplazada a las áreas tribales continuó desarrollando actividades extremistas en las otras provincias del país y también en el extranjero, utilizando su gruesa y extensa red de madrasas y mezquitas para hacer proselitismo y canalizar voluntarios, armas y fondos económicos destinados a apoyar la violencia en Cachemira y en las zonas fronterizas con Afganistán, asesinando a miembros de las comunidades chíes en Cachemira, Punjab, Sindht y Baluchistán, acogiendo a elementos de al-Qaeda en todos esos lugares y preparando y perpetrando atentados contra objetivos indios, como los terribles ataques organizados de Bombay en noviembre de 2008.[8]

La expansión de la militancia yihadista en Pakistán durante la primera década del siglo XXI se tradujo en enfrentamientos cada vez más frecuentes con el ejército y las fuerzas de seguridad (de los que nos ocuparemos a continuación), junto a un aumento progresivo de atentados terroristas en diversos centros urbanos y contra edificios gubernamentales de todo el país, en la propia capital Islamabad, así como en otras capitales de provincia (Lahore, Peshawar, Karachi). Aunque en su inicio fuera una pauta minoritaria, entre 2006 y 2007 se produjo un aumento de los atentados cometidos por suicidas: de seis incidentes registrados en 2006 a 55 en el año siguiente y 80 en 2009.[9] Los objetivos de esta clase particular de atentados son variados. Por lo general, los cometidos por grupos pro-talibán se orientan contra miembros y dependencias de las fuerzas de seguridad y el ejército pero también contra la población civil. Por su lado, los ataques suicidas perpetrados por grupos sectarios como Lashkar-e-Taiba o Lashkar-e-Jhangvi siguen dando prioridad a blancos chiíes, incluyendo algunas mezquitas.[10] Otros atentados suicidas buscan la eliminación de personalidades políticas de diferentes partes del país, como los varios intentos de acabar con la vida de la candidata presidencial Benazir Bhuto, finalmente asesinada en diciembre de 2007. En tercer lugar, algunos actos terroristas toman la forma de ataques de comando u operaciones fedayeen, realizados por escuadrones compuestos por varios suicidas y precedidos por ataques con armas ligeras, recurso frecuente entre los militantes de Lashkar-e-Taiba, presuntamente responsables de los atentados de Bombay de 2008 o el ataque previo dirigido contra el parlamento indio en 2001, entre otros. Concretamente, en 2009 varias de esas operaciones tuvieron como objetivo a la selección de cricket de Sri Lanka (atacada en Lahore), sedes de la policía, el ejército y los servicios de inteligencia y alguna mezquita.

La letalidad de la actividad terrorista a la que acabamos de referirnos ha ido creciendo durante toda la pasada década. El primer año en que se registró un número elevado de bajas fue 2003, con 164 muertos sin contar a los insurgentes caídos. Al año siguiente la cifra de víctimas mortales ascendió hasta 619. Aunque se produjeran menos muertes que en año anterior, 2005 señaló el principio de un ascenso mucho más drástico y continuado en el balance de atentados perpetrados cada año: entre 2005 y 2009 se pudo constatar un incremento de un 700% en el número de incidentes terroristas producidos en Pakistán.[11] Los atentados cometidos en el citado período 2005-2009 supuso la muerte a 7.023 civiles y 2.668 policías y militares. De otra parte, en el caso de los 217 atentados suicidas ocurridos en Pakistán entre marzo de 2002 y finales de 2009 el número de víctimas mortales agregado (incluyendo a los propios terroristas “inmolados”) ascendió a 25.000.[12]

Primeras reacciones estatales a la radicalización interna

La actitud del Estado de Pakistán ante las formaciones extremistas suníes establecidas en el país ha ido cambiando en los últimos años, aunque de forma lenta y tortuosa. Empezando por el principio, para comprender las iniciales relaciones mantenidas por las autoridades y el ejército con la militancia yihadista interna y la procedente de Afganistán es necesario retrotraerse a finales de la década de 1970, cuando el general Zia ul Haq impuso un gobierno militar que permaneció vigente por 10 años (1978-1989). Durante ese tiempo, la dictadura de Zia cooperó con EEUU para apoyar a los muyahidines afganos en su lucha contra el ejército soviético, permitió el asentamiento de combatientes extranjeros en las zonas fronterizas con Afganistán, reavivó el conflicto con India a propósito de Cachemira y proyectó un nuevo sistema político íntegramente islamista. En consecuencia, durante esa etapa el Estado facilitó la proliferación y expansión de grupos yihadistas dentro del país, así como el desarrollo de una serie de infraestructuras (madrasas, campos de entrenamiento, mezquitas) cuya creación reforzó esa tendencia en años posteriores.

Incluso tras el fallecimiento de Zia los gobiernos civiles y militares que le sucedieron no hicieron ningún esfuerzo real por frenar el crecimiento del extremismo, sino todo lo contrario. Debido a la coincidencia entre los intereses geoestratégicos paquistaníes, a la inicial orientación externa de su actividad violenta y terrorista y gracias también a las relaciones anteriormente establecidas con los servicios de inteligencia, los extremistas suníes asentados en Pakistán todavía gozaron por largo tiempo del apoyo de las autoridades nacionales. De hecho, a la altura de 2001 los más de 40 grupos yihadistas paquistaníes previamente citados aún mantenían algún vínculo o contacto habitual con la principal y más poderosa agencia de inteligencia militar del país: el ISI (por sus siglas en inglés: Inter-Services Intelligence).[13]

Las relaciones entre el Estado paquistaní y los grupos extremistas comenzarán a deteriorarse tras producirse los atentados del 11-S, como consecuencia de los apoyos ofrecidos a EEUU para su “guerra contra el terror”. La ya comentada ilegalización de los grupos yihadistas punjabíes en enero de 2002 fue una de las formas que tomó la citada colaboración antiterrorista pero no la única. De acuerdo con cifras aportadas por el propio ejército de Pakistán, desde principios de 2003 hasta finales de 2009 sus fuerzas habían llevado a término 127 operaciones antiterroristas de cierta envergadura, incluyendo 15 operaciones realizadas en coordinación con la OTAN y el Ejército Nacional Afgano; todas ellas destinadas a perseguir a los extremistas foráneos que se habían establecido en las agencias tribales. Dicha actividad había permitido aprehender a 1.500 militantes talibán y casi 1.000 miembros de al-Qaeda, la mayoría de origen árabe, tanto militantes de base como mandos intermedios y hasta varios líderes del máximo nivel.[14] Según la misma versión propuesta por el Ejército de Pakistán, las citadas detenciones habían reducido significativamente la autonomía operativa de al-Qaeda, lo cual explicaría los progresivos esfuerzos desplegados por sus líderes para atraer hacia su órbita ideológica a los diversos grupos extremistas existentes en Pakistán y orientarlos a actuar contra el estamento militar y el resto de instituciones estatales.[15]

Pese a todo, el alineamiento del gobierno de Musharraf junto a EEUU frente al terrorismo yihadista no fue total ni estaba exento de contradicciones, especialmente en los primeros años de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Para el reputado analista paquistaní Ahmed Rashid, durante los primeros años que siguieron al 11-S las autoridades mantuvieron la convicción de que el arraigo de los talibán afganos y al-Qaeda en las agencias tribales y su influencia sobre la población local no entrañaba un peligro real para el conjunto del país.[16] Como consecuencia de ello hasta la primavera de 2004 el ejército no hizo nada para impedir que los extremistas llegados de Afganistán consolidaran sus posiciones en regiones tribales como Waziristán del Sur, primera y principal base de al-Qaeda en Pakistán hasta 2004.[17] En este mismo sentido, otros muchos testimonios e indicios apuntaban que la nueva etapa de colaboración estatal con EEUU Unidos no cortaría de raíz la buena sintonía entre la inteligencia militar y las diversas facciones yihadistas presentes en Pakistán.[18] En los primeros años que siguieron a 2001 oficiales del ISI destacados en FATA aún mantendían reuniones frecuentes con dirigentes de los talibán afganos, con otros grupos radicales extranjeros (por ejemplo, del Movimiento Islámico de Uzbequistán) y con algunos nuevos y jóvenes líderes locales. Con el paso del tiempo, la escasa voluntad estatal para impedir que quienes ejercían la insurgencia en Afganistán conservaran un refugio seguro al otro lado de las montañas llevaría a EEUU a incrementar sus ataques con aviones no tripulados sobre FATA, cuyos daños colaterales irritaron a las tribus locales y mejoraron su disposición hacia al-Qaeda y los extremistas pro-talibán.

En diciembre de 2003 se produjeron dos tentativas para asesinar al presidente Musharraf y las pistas obtenidas por los servicios de inteligencia condujeron hasta la agencia tribal de Waziristán del Sur. También en fechas cercanas, Ayman Al Zawahiri, segundo líder de al-Qaeda, difundió una fatwa con la que exigía a sus seguidores en Pakistán la muerte del presidente. A continuación, en los primeros meses de 2004, las relaciones estatales con los extremistas pasaron a otra fase. En el mes de marzo fuerzas pertenecientes a los Cuerpos de Frontera realizarán una incursión en Kalosha, una pequeña población de Waziristán del Sur. El propósito de aquella acción era detener a un puñado de miembros de al-Qaeda. Con ayuda de un grupo de aliados uzbecos recibieron a las tropas con enorme violencia y dieron inicio a combates que se prolongaron durante semanas. Las refriegas hicieron fracasar la operación, arrojando un alto balance de muertes entre las filas militares y la población local y motivaron un acuerdo de paz que fue firmado a finales de abril. Ingenuamente, el pacto exigía a los combatientes de al-Qaeda que acudieran a las autoridades locales para registrarse como residentes eventuales en la región. Al quebrantarse esa parte del trato el ejército enviará 80.000 soldados a Waziristán del Sur para iniciar una nueva ofensiva a la que esta vez Al Qaida y sus aliados reaccionarán trasladando sus bases a la agencia tribal contigua, Waziristán del Norte.

La política aplicada hasta 2009 en las zonas afectadas por el proceso de talibanización dio lugar a otros episodios semejantes al anterior. Las agencias tribales de Bajaur, Mohmand, Khyber, de nuevo Waziristán del Sur y del Norte y también el distrito de Swat (en la Provincia de la Frontera Noroeste) se convirtieron en escenario de operaciones contrainsurgentes de intensidad media o moderada (aunque bastante costosas para la población civil) que fueron seguidas de pactos, generalmente basados en la fórmula “paz por sharia”, la cual permitía a los extremistas conservar sus ubicaciones y les reconocía potestad para vigilar a las comunidades tribales y exigirles una observancia estricta de su propia y muy conservadora versión de la ley islámica. A cambio, los extremistas se comprometían a abandonar toda conspiración violenta dentro del país y también en algunos casos a cerrar sus tratos con al-Qaeda y sus grupos asociados más beligerantes.

De ordinario, las anteriores intervenciones iban precedidas o acompañadas de ciertas negociaciones destinadas a comprar la neutralidad de otras formaciones yihadistas, a cambio de garantías sobre su propia seguridad y permiso para seguir dominando sus áreas de influencia. Cabe destacar los pactos establecidos en 2006 y 2007 con varios grupos pro-talibán paquistaníes (dirigidos por Hafiz Gul Bahadur, Maulvi Nazir Ahmed y otros líderes) cuyas actividades violentas estaban orientadas hacia Afganistán, con las tropas occidentales como su primer objetivo. Esta permisividad del Estado respecto a la violencia desplegada en Afganistán benefició igualmente a los talibán afganos afincados en FATA y Baluchistán, y a su poderoso aliado, Sirajuddin Haqqani, cuyas importantes bases en Waziristán del Norte jamás habían estado en el blanco del ejército paquistaní.

La estrategia combinada de incursiones militares y pactos con los grupos extremistas, tanto los que previamente fueran objeto de ataques como los que quedaron libres de ellos, parecía apuntar a diversos objetivos complementarios: debilitar a los grupos paquistaníes que se mostraban cada vez más agresivos en el interior del país para evitar que siguieran atentando contra blancos institucionales, persuadirles para que rompieran sus lazos con formaciones yihadistas extranjeras como al-Qaeda, con la esperanza de que ello redujese su hostilidad hacia el Estado paquistaní, y contener o prevenir su expansión hacia nuevas áreas de influencia. Pero tras varios años de aplicar la misma estrategia ninguno de esos objetivos fue satisfecho. Cada tregua o pacto forjado consolidaba un poco más el poder territorial de los talibán paquistaníes más hostiles al Estado, permitía su reorganización y alimentaba su militancia. Además, los extremistas violaban cada uno de los acuerdos alcanzados y reincidían frecuentemente en la violencia, garantizando así la reactivación periódica de las hostilidades.[19]

La crisis de Swat y el principio de una nueva estrategia contrainsurgente

Los motivos para reevaluar el problema de radicalización incubado en la parte oeste de Pakistán se fueron haciendo evidentes para el Estado a medida que los talibán paquistaníes y sus socios aliados iban aumentando la presión territorial y la violencia ejercida en toda la parte oeste del país. Este cambio de actitud comenzó a gestarse a partir de 2007. Con el pretexto de vengar la letal operación militar realizada el 11 de julio de 2007 para acabar con la ocupación de la Mezquita Roja de Islamabad por parte de un grupo de extremistas (operación que costó más de 280 muertos), días después el líder pro-taliban Maulana Fazlullah llamó a la yihad a sus seguidores. Este llamamiento fue contestado con una agresiva campaña de atentados contra la policía del distrito de Swat. A pesar de ser rápidamente contestada con una nueva incursión ordenada a las fuerzas paramilitares, en septiembre de 2007 los hombres de Fazlullah tomaron 12 edificios de la policía y anunciaron la imposición de la sharia, dando inicio a numerosos episodios represivos contra la población (prohibición de vestimenta occidental, de videos y discos musicales, juicios sumarios con castigos ejemplares, cierre o quema de escuelas, etc.). Estas prácticas, que continuaron desarrollándose por el resto de año y también durante todo 2008, permitieron a los extremistas ir extendiendo sus dominios en los distritos de Swat y Malakand y forzaron al gobierno a incrementar la contundencia de sus contraataques a partir de noviembre de 2007, elevando el número de tropas implicadas en la misión y recurriendo por primera vez al empleo de helicópteros. En dos semanas la reacción militar eliminó a 250 insurgentes, si bien la mayoría de ellos logró desocupar sus bases operativas y escapar.[20]

Con altos y bajos, los atentados y las hostilidades seguirán sucediéndose durante 2008. En mayo el gobierno de la provincia de la Frontera Noroeste logró que Fazlullah firmase un acuerdo de paz que le permitió reentrar en Swat a cambio de disolver su propio grupo. Pero no pasaría ni un mes antes de que se volviera a las armas. En su siguiente ofensiva, que comenzó en agosto, el ejército desplazó artillería pesada y carros de combate, aunque no fue suficiente para frenar el empuje de los extremistas. En diciembre, la prensa paquistaní anunció que varios miles de insurgentes controlaban ya el 75% de Swat y en enero de 2009 Fazlullah anunció públicamente una fecha límite para consumar el cierre de todas las escuelas femeninas que todavía seguían abiertas en el distrito. En las semanas posteriores, más de 170 escuelas fueron bombardeadas o incendiadas, aunque por fin en febrero de 2009 el gobierno de Pakistán hizo una oferta pública a los extremistas, pidiéndoles el cese de la violencia y prometiéndoles admitir la preeminencia de la sharia sobre cualquier otro código legal en toda la antigua División de Malakand (que comprende los actuales distritos de Chitral, Dir, Swat y Malakand). La propuesta volvería a ser aceptada por los extremistas sólo en apariencia, sin consentir su desarme ni frenar sus prácticas agresivas prácticas. Ante algunas quejas planteadas al gobierno por Fazlullah un nuevo pacto se firmó en marzo, tan inútil como el de febrero. En pocas semanas se volvió a atentar contra la policía local mientras los radicales se atrevían a reclamar al Estado la implantación de la sharia en todo el territorio nacional. Y como demostración práctica de tales ambiciones, en el mes de abril los extremistas se desplazaron al distrito de Buner, situado a 100 kilómetros escasos de Islamabad, con la intención de consolidar su ocupación.

El deterioro de la situación en Swat y la inquietante movilización de los extremistas pro-talibán en dirección a la capital hicieron que, quizá por primera vez, las autoridades paquistaníes tomaran conciencia de dos circunstancias: la posibilidad de que los talibán acabaran por convertirse en una auténtica amenaza existencial para el conjunto del país y la absoluta ineficacia de la modesta estrategia de contención que había venido implementándose en los últimos años. En consecuencia, a finales de abril dio comienzo una nueva ofensiva militar sobre Swat y sus distritos adyacentes, mucho más ambiciosa que las anteriores: la operación Rah-i-Rast (“Camino Recto”).

La última intervención en Swat incorporó algunas innovaciones cuya eficacia acababa de ser contrastada en otra operación militar realizada en la agencia de Bajaur entre agosto de 2008 y febrero de 2009.[21] Además de elevar la fuerza y los recursos desplegados (más de 50.000 soldados), por primera vez se descartaron de antemano un final que permitiese al adversario mantener sus bases territoriales. De hecho, los propósitos de la intervención consistieron en despejar de extremistas la región atacada y garantizarse una posición de preeminencia antes de sellar un acuerdo de paz con las tribus locales. Otra innovación de máxima relevancia fue la rápida y efectiva campaña de propaganda lanzada en paralelo al desarrollo de los combates, orientada a descreditar a los talibán y ganar apoyo local. Tras varias semanas de combates sobre el terreno y persecuciones respaldadas con intensos ataques aéreos y bombardeos, a principios de junio el ejército había eliminado varios cientos de oponentes, la mayoría de los extremistas abandonaron la región con destino a otros distritos y provincias (al igual que más de dos millones de residentes en Swat abandonaron sus hogares) y la práctica totalidad de Swat quedaba libre, mientras el gobierno tomaba el control en Mingora, su ciudad más importante. Aunque en meses posteriores se siguieron registrando enfrentamientos esporádicos (junto a frecuentes atentados terroristas que no cesaron en lo que quedaba de año), el gobierno hizo uso de varias milicias tribales locales (Laskhar) para evitar el regreso de los militantes pro-talibán, método al que ya se venía recurriendo con cierto éxito en otros distritos. De este modo, en poco más de tres meses se logró eliminar toda posibilidad de que los talibán recuperasen el control de la región. Al concluir la operación militar el ejército mantuvo unos 20.000 soldados en Swat y sus distritos más próximos y más de 700.000 desplazados pudieron regresar a sus hogares.[22]

Ofensiva en Waziristán del Sur

Estimulado por la “victoria” obtenida en Swat,[23] así como por los daños y la creciente inestabilidad derivada de la continua actividad terrorista desplegada en el país, antes de iniciarse el verano de 2009 el gobierno paquistaní anunció su plan para una nueva ofensiva de gran magnitud en Waziristán del Sur, donde el propio ejército calculaba la presencia de unos 10.000 miembros y aliados del Movimiento Talibán de Pakistán.

A pesar de tan temprano anuncio, el comienzo de las incursiones terrestres en Waziristán del Sur se demoró por varios meses. Según una primera versión abonada dentro y fuera de Pakistán, la demora tuvo mucho que ver con las dudas y conflictos internos surgidos dentro del gobierno, el ejército y los servicios de inteligencia sobre la viabilidad y conveniencia de la operación. Si esas dudas existieron seguramente fueron agravadas a primeros de agosto, cuando el ataque de un avión predator estadounidense acabó con la vida de Baitullah Meshud, el carismático líder de Tehrik-i-Taliban. Resulta imposible averiguar si la constatación de esa muerte y los consiguientes rumores sobre un posible sucesor de Baitullah menos hostil al gobierno afectaron o no al retraso de la operación sobre Waziristán del Sur. No obstante, las razones estratégicas, logísticas y humanitarias proporcionadas por las autoridades civiles y militares paquistaníes parecen verosímiles. Coincidiendo con esas razones, el ejército dedicó el verano de 2009 a diversas labores preparatorias, como acercar a las tropas que luego fueron empleadas en la ofensiva (entre 30.000 y 60.000 efectivos), bombardear desde tierra y aire las posiciones dominadas por las tribus Meshud, bloquear cualquier intento de abastecimiento o apoyo externo a los talibán, facilitar el abandono de la región por parte de la población civil y preparar informativamente a la nación antes de dar comienzo los ataques terrestres. De forma simultánea el ejército continuó con operaciones de contrainsurgencia en otras tres agencias tribales: Bajaur, Orakzai y Khyber. Sea como fuere, la denominada operación Rah-e-Nijat (“Camino de Salvación”) se inició a mediados de octubre y no cabe descartar su adelantamiento a causa de las 20 víctimas mortales y la conmoción derivadas del atentado que los talibán paquistaníes perpetraron el 10 de octubre contra el cuartel general del ejército, en la ciudad de Rawalpindi.

La última ofensiva sobre Waziristán del Sur guardaba algunas similitudes básicas con la concluida en Swat varios meses atrás: respecto a su objetivo (acabar con las infraestructuras de los extremistas y expulsarlos de la región atacada), a su elevado despliegue de recursos y tropas, a un sostenido y eficaz esfuerzo propagandístico y al alto apoyo popular obtenido, mayor aún que el recabado en Swat. Con el fin de dificultar la movilidad de los militantes y eliminar cualquier posible refugio, los primeros ataques del ejército buscaron el control de las principales carreteras y ciudades. Gracias a ese plan, y también a la escasa resistencia ofrecida por los talibán, en la sexta semana de la operación el ejército declaró la eliminación de varios cientos de militantes y daba por desmantelados los más importantes bastiones del enemigo. Estos primeros éxitos fueron renovados en sucesivos movimientos y, por fin, al llegar el pasado mes de diciembre los principales enclaves urbanos de Waziristán del Sur quedaron libres de los talibán paquistaníes. Complementariamente, y según datos recabados a principios del presente año, entre octubre y diciembre los militares implicados en la operación habían logrado eliminar unos 650 elementos talibán.[24]

Beneficios y costes del giro estratégico de 2009

¿Cómo debe valorarse el giro estratégico adoptado en 2009 por las autoridades de Pakistán para hacer frente a la amenaza yihadista?

Empecemos por apuntar que revertir la situación de preeminencia talibán sobrevenida en Swat durante los dos últimos años no es un resultado desdeñable, especialmente si se tiene en cuenta el ensayo realizado por los extremistas para avanzar en dirección a la capital. Respecto a la última ofensiva, conviene volver a recordar el papel central que la región atacada ha desempeñado en el proceso de talibanización y radicalización experimentando en todo el oeste de Pakistán durante la década de 2000. Durante ese tiempo, Waziristán del Sur ha funcionado simultáneamente como primer refugio de al-Qaeda tras su huída de Afganistán, centro de adoctrinamiento y entrenamiento de terroristas y suicidas, punto de origen de numerosas operaciones insurgentes desplegadas sobre Afganistán, centro emisor de propaganda contra el gobierno paquistaní y EEUU, escenario de sucesivas intervenciones militares fallidas y cuna y base operativa del Movimiento Talibán de Pakistán. Además de liberar del yugo talibán a numerosas poblaciones, la ocupación de la citada agencia tribal ha puesto fin a ciertas sospechas ampliamente extendidas que cuestionaban la capacidad y/o la voluntad del Ejército para imponerse sobre los talibán paquistaníes en una operación militar librada en las áreas tribales.

Dicho lo anterior, la reacción de los extremistas combatidos en Waziristán del Sur vuelve absurdo todo triunfalismo. En comparación con la campaña de Swat, la última intervención sobre FATA produjo un número mucho mayor de bajas militares y civiles, y no sólo por los combates, sino por efecto de la oleada de atentados promovidos por los talibán fuera de la región atacada. La intensidad y el potencial desestabilizador de esa oleada terrorista fue tal que, a partir de noviembre de 2009, algunos analistas paquistaníes se referirán a los centros urbanos elegidos para los atentados incluyéndolos dentro de un “segundo frente” cuyo terreno, junto con el de Waziristán del Sur, había servido de escenario para los enfrentamientos entre gobierno y extremistas. Sólo durante el primer mes de la operación fueron ejecutados 30 atentados fuera de Waziristán del Sur, con la consecuencia de 450 muertos principalmente civiles, incluidos menores. Algunos de esos ataques figuran entre los más mortíferos de los últimos años: el caso más grave tuvo lugar el 28 de octubre, cuando un coche bomba activado por control remoto explotó cerca de un bazar de Peshawar, capital de Provincia de la Frontera Noroeste, ocasionando la muerte a 117 personas, entre ellas mujeres y niños, e hiriendo a cerca de 200. Peshawar fue de hecho la ciudad más castigada, con aproximadamente 500 civiles muertos por los atentados ocurridos entre octubre y diciembre de 2009. La ya citada Rawalpindi, Islamabad, Lahore y otras poblaciones del norte y el sur de Punjab también padecieron importantes ataques. Igualmente hubo variedad respecto a los lugares elegidos –instalaciones del ejército y las fuerzas de seguridad, bazares, mezquitas, universidades, plazas comerciales, puestos de control– y en cuanto a los métodos empleados –coches bomba, suicidas a pie o motorizados, operaciones de comando, etc.–. La brutalidad y amplitud de esta campaña terrorista creó un clima de inseguridad que llevó al gobierno a decretar el cierre de escuelas y universidades durante varias semanas. Asimismo, los enormes dispositivos de protección y vigilancia activados para prevenir nuevos atentados dieron a ciertas zonas y edificios de las grandes ciudades el aspecto de emplazamientos sitiados.

Finalmente, si ampliamos un poco más nuestra perspectiva temporal la impresión resultante sobre la evolución de los acontecimientos en Pakistán no es menos dramática. Los niveles globales de violencia registrados en 2009 fueron muy superiores a los de cualquier año precedente. La culpa de ello es atribuible tanto a las cinco operaciones contrainsurgentes llevadas a cabo en un solo año como a un crecimiento espectacular de los ataques terroristas ocurridos en los mismos 12 meses, y no sólo durante los tres últimos. En concreto, los incidentes terroristas de tipo insurgente y sectario ocurridos desde enero hasta diciembre de 2009 ascendieron a 2.586, causando unas 3.000 víctimas mortales y más de 7.000 heridos. Estas cifras suponen un incremento superior al 40% respecto a las muertes producidas por terrorismo en 2008. Por otra parte, el número de atentados suicidas producidos en 2009 fue de 87: un 32% más de los registrados en el año anterior. Este cambio aparece asociado a una mayor proporción de las bajas generadas por cada ataque suicida (1.299 muertos y 3.633 heridos), consecuencia de una mayor disposición a atentar contra objetivos blandos.[25] No es de extrañar, por tanto, que un reciente estudio de opinión dirigido por Gallup estimara que el 80% de los paquistaníes considerase altamente peligroso visitar cualquier edificio público del país o que otra investigación realizada por el Instituto de Pakistán para Estudios sobre la Paz haya detectado un incremento de los problemas de ansiedad entre la ciudadanía.[26] En definitiva, un terrible balance, como no podía ser de otro modo al hablar del año más violento recientemente vivido por los habitantes de uno de los países más violentos del mundo.

Mirando al futuro: ¿logrará Pakistán erradicar la violencia yihadista en su propio territorio?

Aunque al acercarse el fin de año pudo constatarse un claro descenso en la actividad terrorista e insurgente en Pakistán, la amenaza vinculada a la radicalización no ha desaparecido y aún está pendiente de recibir una solución definitiva o duradera. De hecho, existen una variedad de factores que todavía conspiran a favor de futuros repuntes de violencia extremista con un alto riesgo desestabilizador para el país asiático. Básicamente, los más importantes de esos factores están relacionados con la actual situación en la que se encuentran los grupos extremistas suníes establecidos en Pakistán, con las actuaciones que lleve a cabo el gobierno en los próximos meses y años para hacer frente a esos grupos y con la evolución de la coyuntura afgana durante este año y los siguientes. Este análisis concluye con un somero repaso de cada uno de esos factores o, cuando menos, de los que pueden resultar más decisivos.

Conviene empezar señalando que la operación lanzada sobre Waziristán del Sur no ha logrado neutralizar la amenaza representada por el movimiento talibán de Pakistán. Antes bien, dicho movimiento logró superar la desaparición de una figura tan influyente como Baitullah Meshud y recomponer su liderazgo mediante su sustitución por Hakimullah Meshud. Este antiguo hombre de confianza de Baitullah amenazaría de muerte al presidente Zardari y reveló habilidad y reflejos suficientes para evitar su apresamiento y el de sus lugartenientes, evacuar a la mayor parte de su militancia fuera de Waziristán del Sur y encontrar un refugio seguro desde el que supervisar una campaña terrorista de largo alcance, como la que acabamos de reseñar. En parte por ello, el gobierno paquistaní no ha puesto plazo para retirar sus tropas y quizá no haya descartado la posibilidad de un reagrupamiento seguido de nuevas acciones de guerrilla para las que los talibán de Pakistán podrían recibir la ayuda de alguno de sus aliados yihadistas extranjeros, como los varios miles de islamistas uzbecos que hasta hace poco tiempo operaban en Waziristán del Sur, según informaciones del propio ejército.[27]

Se produzca o no un contraataque de los talibán paquistaníes en Waziristán del Sur o en alguna de las otras agencias tribales, resulta difícil imaginar un cese definitivo del terrorismo en 2010. Para acabar con cualquier ilusión en ese sentido el 1 de enero de este año un suicida se inmolaba en medio de un torneo de voleibol, causando más de 90 víctimas mortales en Lakki Marwat, una pequeña ciudad de la Provincia de la Frontera Noroeste cuya población lleva años resistiendo la presión de los talibán. Numerosos indicios sugieren que esa clase de acciones (a la que luego han seguido otras) no serán una excepción en 2010. En este sentido, no cabe desdeñar la importancia de la creciente convergencia ideológica entre los extremistas paquistaníes y al-Qaeda. Esa convergencia ha sido corroborada al analizar la documentación abandonada por los talibán paquistaníes en su huída de Waziristán del Sur.[28] La influencia de al-Qaeda, el interés de los propios talibán en mantener a las agencias tribales aisladas de injerencias estatales y el deseo de vengar las últimas derrotas sugieren que su hostilidad hacia el gobierno y el ejército tenderá a persistir. Asimismo, el potencial de terrorismo desplegado en los últimos meses permite atribuir a los talibán y sus socios capacidades más que suficientes para continuar atentando contra objetivos institucionales y civiles en distintas partes de Pakistán. En este sentido, resultan especialmente preocupantes los atentados cometidos en diciembre en el sur de la provincia de Punjab, parte tradicionalmente menos afectada por la violencia islamista que su región norte. Dada su proximidad a Waziristán del Sur y las provincias de Baluchistán y Sindht, la disponibilidad de una red de militantes y colaboradores en esa zona del país ofrecería grandes oportunidades para seguir ampliando el alcance de la actividad terrorista durante 2010.[29]

Otra razón para seguir esperando un elevado nivel de violencia de los grupos extremistas asentados en Pakistán guarda relación con una dimensión de su actividad a la que no siempre se presta suficiente atención cuando se examina el problema creado por los talibán paquistaníes. Nos estamos refiriendo a los elevados réditos extraídos por tales grupos de su implicación en diversas formas de delincuencia. Es bien sabido que Afganistán produce más opio que cualquier otro país en el planeta (en torno al 90% de la producción mundial) y es igualmente conocido que ese negocio suministra millones de dólares anuales a la insurgencia afgana (cantidad sólo superada por el dinero procedente de donaciones extranjeras aportadas por simpatizantes privados y organizaciones caritativas islamistas). Pero Pakistán y sus extremistas no son ajenos a esa actividad. En primer lugar porque al menos un tercio del opio y cantidades crecientes de cannabis germinados en Afganistán son exportados a través de rutas que atraviesan Pakistán en dirección sur hasta llegar al mar, con Karachi como principal puerto de destino y distribución a otros muchos países. Dichas rutas están mayoritariamente controladas por traficantes afganos y paquistaníes que mantienen vínculos étnicos, incluidos pastunes que colaboran con los talibán paquistaníes y otros grupos extremistas del país, los cuales les proporcionan protección a cambio de un precio. En segundo lugar, durante los últimos años la ONU ha informado de que al menos 2.000 hectáreas de las áreas tribales han sido destinadas al cultivo del opio, una actividad igualmente detectada en la provincia de Baluchistán.[30] En tercer lugar, las ciudades paquistaníes de Quetta y Peshawar han sido identificadas como dos enclaves preferentes para los narcotraficantes a la hora de realizar sus transacciones financieras relacionadas con el tráfico de drogas. En definitiva, y según las estimaciones más prudentes, el conjunto de las organizaciones extremistas que operan a un lado y otro de la frontera entre Afganistán y Pakistán (lo que incluye a talibán afganos y paquistaníes, al-Qaeda y otros grupos árabes y asiáticos) obtienen un mínimo de medio billón de dólares anuales derivados de su participación en el narcotráfico.[31] Aunque esto no es todo, ni mucho menos.

A la parte de los ingresos por narcotráfico que acaba en los bolsillos de los extremistas paquistaníes hay que agregar los derivados de donaciones privadas, generalmente procedentes de Oriente Próximo, y otros numerosos negocios ilícitos en los que igualmente están involucrados desde años. Entre los más lucrativos sobresalen el contrabando de armas, de madera, antigüedades, tabaco y otros muchos productos (también los obtenidos mediante el robo a los convoyes de la OTAN que atraviesan Pakistán en dirección a Afganistán), la práctica sistemática de secuestros, la extorsión o cobro de tasas a cualquier clase de actividad económica[32] y la venta de servicios de protección y violencia, incluyendo la curiosa e inquietante oferta de atacantes suicidas, “alquilados” con diversos propósitos, como su empleo para llevar a cabo venganzas en el marco de disputas tribales o familiares.[33]

La participación de los extremistas paquistaníes en muchas de las actividades delictivas que acabamos de citar es consecuencia de una colaboración cada vez más estrecha con las diversas estructuras criminales que operan a lo largo y ancho de Asia Central. Según declaraciones de un miembro de los servicios de inteligencia paquistaníes, las enormes oportunidades de enriquecimiento ilícito brindadas por la ausencia del Estado en algunas zonas de Afganistán y Pakistán (por ejemplo, las agencias tribales) y por los conflictos librados en ambos países prueban que dichos conflictos tienen menos que ver con motivos religiosos que económicos.[34] El juicio es indudablemente exagerado pero tiene el valor de llamar la atención sobre la existencia de un interés real por parte del crimen organizado en apoyar a quienes practican la violencia en las regiones fronterizas y se resisten a los esfuerzos estatales para recuperar el control de dichas zonas.

Pasemos al segundo factor que puede modular o elevar la gravedad de la amenaza yihadista al interior de Pakistán. El problema planteado por la talibanización de las áreas tribales y otras regiones adyacentes enfrentará al gobierno paquistaní con varias decisiones importantes en los próximos meses. Las líneas de actuación a emprender una vez culmine la operación Rah-e-Nijat aún están por determinar. El incremento de atentados terroristas promovidos durante esa ofensiva pretendía debilitar la resolución del gobierno mediante la creación de una situación que empujase a la ciudadanía a demandar el fin de las hostilidades. No obstante, al terminar el primer mes de enero de 2010 el respaldo popular a la actuación del ejército seguía siendo elevado. Por lo tanto, a no ser que los insurgentes logren volver a aumentar de forma drástica y dramática los niveles de violencia terrorista antes de que el ejército finalice su intervención, resulta altamente improbable que la ofensiva de Waziristán del Sur concluya con un pacto que permita el regreso de los talibán paquistaníes. La ausencia de un nuevo acuerdo de esa clase sería una rotunda señal de éxito, puesto que la experiencia ha demostrado la inconveniencia de todos los pactos previamente establecidos con los talibán paquistaníes. Sin embargo, la táctica de negociar con extremistas también ha jugado algún papel en una operación que, como la librada en Waziristán del Sur, pretendía aislar a Therik-i-Taliban y a sus socios más fieles del resto de sus potenciales colaboradores. Para ello, la propia operación fue precedida de numerosas gestiones que acabaron en nuevos pactos establecidos, tanto con los líderes tribales que se avinieron a mantenerse neutrales ante la ofensiva del ejército, como con la mayoría de los grupos yihadistas que utilizan sus asentamientos a lo largo de la línea Durand para actuar en Afganistán y hostigar a las tropas occidentales que atraviesan Pakistán (entre ellos la red Haqqani, establecida en Waziristán del Norte). Con similares propósitos, el pasado 24 de noviembre las autoridades militares paquistaníes anunciaban la posibilidad de una futura división de Waziristán del Sur en dos agencias. Aunque el comunicado oficial no era demasiado específico y su contenido aún está pendiente de aplicación, parece razonable suponer que la partición separaría entre sí las áreas que se hayan respectivamente dominadas por las tribus Meshud (fieles a Therik-i-Taliban) y por las Waziri, que a su vez controladas por Maulvi Nazir Ahmad, uno de los líderes radicales ocupados en cooperar con los talibán afganos y que ya ha sellado varios pactos previos con Islamabad.[35]

Los acuerdos y medidas que acabamos de mencionar confirman que el Estado de Pakistán mantiene su costumbre de dar un trato diferencial a los extremistas (autóctonos y extranjeros) que operan en su territorio, particularmente en las agencias tribales, según cuál sea su actitud hacia el gobierno y las instituciones. Algunos analistas han valorado positivamente esa actitud al interpretarla como evidencia de la asimilación por parte de las fuerzas armadas paquistaníes de las modernas doctrinas de contrainsurgencia, aplicadas por EEUU para debilitar a la insurgencia en Irak.[36] Pero el caso es que, aparte de alimentar a la insurgencia afgana y favorecer al terrorismo global, la distinción entre extremistas tolerables y dañinos también entraña riesgos para la seguridad y los intereses de la población paquistaní. Primero, porque la preferencia por evitar confrontaciones con las formaciones extremistas que aparentemente no constituyan una amenaza directa para el Estado (así, las que operan en Waziristán del Norte) puede permitir que sus áreas de influencia ofrezcan a las más hostiles oportunidades de refugio, reagrupamiento y preparación de nuevas ofensivas y campañas terroristas. Segundo, porque el ascendiente ejercido por al-Qaida sobre los grupos que pacten con el Estado, junto con otros intereses y circunstancias podrían poner en peligro el cumplimiento de los acuerdos y suscitar un cambio de actitud hacia las autoridades por parte de los extremistas inicialmente neutrales. Tercero y último, porque las garantías de autonomía otorgadas a esos grupos en las agencias tribales obstaculice las labores de reconstrucción y desarrollo institucional que el Estado debería llevar a cabo para acabar con el asilamiento, la anarquía y las carencias que hace ya tiempo convirtieron FATA en escenario privilegiado para la propagación del radicalismo y el crimen.[37]

Para terminar, ya hemos apuntado que la violencia yihadista que pueda padecer Pakistán en los próximos tiempos también estará condicionada por la coyuntura geopolítica internacional. Naturalmente, la principal influencia en ese sentido procede del conflicto afgano. No es ningún secreto que ese conflicto afgano funciona como un poderoso reclamo que atrae hacia Pakistán a un gran número de simpatizantes radicales de todo el mundo. Por lo tanto, en la medida en que el conflicto perdure Pakistán tendrá garantizado un cierto grado de presión extremista procedente de su frontera occidental. Esa presión podría aumentar en los próximos meses en caso de que se produjeran ciertos cambios previsibles en el comportamiento de las tropas estadounidenses y de la OTAN, como la intensificación de las operaciones contrainsurgentes en terreno afgano o un incremento en el número de ataques aéreos sobre Waziristán del Norte u otras agencias tribales. Bajo esta otra óptica no debe extrañar que las autoridades paquistaníes, cuyos representantes albergan serias dudas sobre el éxito de la intervención occidental en Afganistán, reconozcan públicamente su preferencia por una rápida conclusión del conflicto en el país vecino, incluso cuando el desenlace propiciara la reintegración parcial o total de los talibán al gobierno afgano. Para confirmar esa pretensión, en las primeras semanas de este año el jefe del Ejército de Pakistán, general Ashfaq Parvez Kayani, ha realizado varias declaraciones en las que, primero, negaba la posibilidad de una pronta ofensiva sobre Waziristán del Norte, tal y como venía siendo reclamada por EEUU, y, segundo, planteaba la posibilidad de una mediación oficial de su país con las facciones de la insurgencia afgana cobijadas en Pakistán.[38] Queda por comprobar si EEUU estará dispuesto a aceptar una mediación semejante y si, en caso de producirse, las autoridades paquistaníes lograrían que los insurgentes afganos se distanciarán definitiva y sinceramente de al-Qaeda. De momento, ninguna de estas condiciones resulta previsible.

Conclusión

Pakistán, epicentro del movimiento yihadista global, país exportador e importador de terrorismo, es también uno de los países del mundo más perjudicados por la expansión del radicalismo islamista suní. Los últimos años han mostrado al mundo y a su propia población los enormes costos que a la postre puede generar cualquier actitud de pasividad ante el extremismo islamista. El presente análisis ha puesto de manifiesto un paulatino cambio en este sentido, avanzando desde una primera fase de clara connivencia con diversas militancias yihadistas hacia etapas posteriores caracterizadas por enfrentamientos cada vez más intensos con esos grupos y no pocos fracasos en la gestión de un problema cada vez más acuciante y dañino. Finalmente, la talibanización de las áreas tribales y Swat y el riesgo de su proyección hacia otras provincias llevará a un punto de inflexión y una nueva estrategia contrainsurgente que ha recibido amplio respaldo tanto interno como internacional. A lo largo de 2009 se han realizado avances reales pero bastante selectivos. A principios de febrero de este año diversas informaciones sugerían que Hakimullah Meshud podría haber resultado muerto como consecuencia de un ataque aéreo estadounidense.[39] No obstante, no parece probable que la desaparición de Meshud comprometa la continuidad y la unidad de acción el movimiento talibán paquistaní.[40]

En definitiva, el peligro de desestabilización sigue latente en Pakistán y aún queda mucho trabajo por hacer. Asimismo, desde el lado occidental del mundo los recursos aplicados por las autoridades paquistaníes a colaborar con el actual gobierno de Afganistán y con la comunidad internacional en su lucha contra el yihadismo global siguen pareciendo insuficientes.

Luis de la Corte Ibáñez
Instituto de Ciencias Forenses y de la Seguridad de la Universidad Autónoma de Madrid


[1] El citado programa de visitas y entrevistas fue auspiciado por la Embajada de Pakistán en Madrid y el Institute of Strategic Studies de Pakistán, cuyos responsables merecen mi agradecimiento. Asimismo, agradezco al profesor Fernando Reinares, del Real Instituto Elcano, la amable sugerencia elevada a la Embajada de Pakistán en Madrid que permitió mi participación en el citado programa.

[2] H. Rashid (2008), Descent into chaos. The United States and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan and Central Asia, VikingLondres, p. 220.

[3] Sobre el impacto de los atentados del 11-S puede verse L de la Corte y J. Jordán (2007), La yihad terrorista, Síntesis, Madrid.

[4] Para mayores detalles sobre las evoluciones de al-Qaeda en Pakistán tras el 11-S véase H. Rashid (2008), op. cit. pp. 265-292; B. Riedel (2009), The Search for Al Qaeda, Brookings Institution Press, Washington; I. Gul (2009), The Al Qaeda Connection. The Taliban and Terror in Pakistan’s Tribal Areas, VikingLondres; L. de la Corte y D. Sansó-Rubert (2010), “La polémica Al Qaida”, Inteligencia y Seguridad: Revista de Análisis y Prospectiva, nº 7, pp. 15-42.

[5] I. Gul (2009), op. cit.

[6] I. Gul (2009). “The Al Qaeda Diaries”, Foreign Policy, 20/XI/2009, http://www.imtiazgul.com/Nov_20_2009.html.

[7] Y.A. Dogar (2009), “The Talibanisation of Pakistyan´s Western Region”, ISAS Working Paper, nº 98, 24/XI/2009, Institute of South Asia Studies.

[28] International Crisis Group (2009), “Pakistan: the Militant Jihadi Challenge”, Asia Report, nº 164, 13/III/2009, http://www.crisisgroup.org/home/index.cfm?l=1&id=6010.

[9] I. Gul (2009), The Al Qaeda Connection. The Taliban and Terror in Pakistan´s Tribal Areas, VikingLondres, p. 135.

[10] Gul (2009), op. cit., p. 144.

[11] P. Bergen y K. Tiedeman (2009), “Jihadistan”, Foreign Policy, 7/III/2009, http://www.foreignpolicy.com/articles/2009/07/03/jihadistan.

[12] Institute of Conflict Management, New Delhi, http://www.satp.org/satporgtp/countries/pakistan/database/casualties.htm.

[13] Rashid, 2008, p. 220.

[14] Comunicación personal de un portavoz de las Fuerzas Armadas de Pakistán.

[15] Ibid.

[16] H. Rashid (2008), Descent into Chaos. The United States and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan and Central Asia, VikingLondres.

[17] H. Rashid (2009), op. cit. p. 270.

[18] I. Gul (2009), The Al Qaeda Connection. The Taliban and Terror in Pakistan´s Tribal Areas, VikingLondres, pp. 199-232.

[19] S. Chandran (2009), “US and the Af-Pak Strategy Pakistan´s Interests & Likely Responses”, IPCS Issue Brief, nº 98, abril, Institute of Peace and Conflict Studies, Nueva Delhi, http://www.ipcs.org/publications_special_details.php?recNo=245&pT=1.

[20] International Crisis Group (2009), “Pakistan: Countering Militancy in FATA”, Asia Report, nº 178, 21/X/2009, http://www.crisisgroup.org/home/index.cfm?id=6356&l=1.

[21] Sameer Lalwani (2010), “The Pakistan Military´s Adaptation to Counterinsurgency in 2009”, CTC Sentinel, vol. 3, 1, http://www.ctc.usma.edu/sentinel/CTCSentinel-Vol3Iss1.pdf.

[22] International Crisis Group (2009), “Pakistan: Countering Militancy in FATA”, Asia Report, nº 178, 21/X/2009, http://www.crisisgroup.org/home/index.cfm?id=6356&l=1.

[23] “Swat operation: the aftermath”, The News, 18/XI/2009.

[24] Institute of Conflict Management, New Delhi, http://www.satp.org/satporgtp/countries/pakistan/database/casualties.htm.

[25] PAK Institute for Peace Studies (2010), “Pakistan Security Report 2009”, http://san-pips.com/index.php.

[26] Ibid.

[27] Comunicación personal de un portavoz de las Fuerzas Armadas de Pakistán.

[28] Imtiaz Gul, “The Al Qaeda Diaries”, Foreign Policy, 20/XI/2009, http://www.imtiazgul.com/Nov_20_2009.html.

[29] “Pakistan: Increasing Attacks in Southern Punjab”, Stratfor, 15/XII/2009.

[30] United Nations Office on Drugs and Crime (2009), “Afghanistan Opium Survey Executive Summary 2009”, http://www.unodc.org/documents/afghanistan//Executive_Summary_2009.pdf.

[31] E. Ahrari, V. Felbab-Brown, L.I. Shelley y N. Hussain (2009), Narco-Jihad: Drug Trafficking and Security in Afghanistan and Pakistan, The National Bureau of Asian Research Special Report, diciembre, http://www.nbr.org/publications/issue.aspx?id=192.

[32] Ibid.

[33] Comunicación personal de un portavoz del Inter-Services Intelligence.

[34] Comunicación personal de un portavoz del Inter-Services Intelligence. Véase también el estudio de G. Peters (2009), Seeds of Terror. How Heroin is Bankrrolling the Taliban and the Al Qaeda, One World, Oxford.

[35] Stratfor (2009), “Pakistan: The South Waziristan Offensive Continues”, 25/XI/2009.

[36] S. Lalwani (2010), “The Pakistan Military´s Adaptation to Counterinsurgency in 2009”, CTC Sentinel, vol. 3, 1, http://www.ctc.usma.edu/sentinel/CTCSentinel-Vol3Iss1.pdf.

[37] B. Fishman (2009), “Pakistan´s Failing War on Terror”, Foreign Policy, 1/XII/2009, http://www.foreignpolicy.com/articles/2009/12/01/pakistans_failing_war_on_terror.

[38] J. Perlez (2010), “Pakistan Is Said to Pursue Role in Afghan Talks With US”, The New York Times, 10/II/2010, http://www.nytimes.com/2010/02/10/world/asia/10pstan.html?th&emc=th.

[39] M. Rosenberg (2010), “Speculation Intensifies Over Pakistan Taliban Leader’s Death”, The Wall Street Journal, 10/II/2010, http://online.wsj.com/article/SB10001424052748704182004575055182936720728.html?mod=fox_australian.

[40] B. Riedel (2010), “The Taliban in Pakistan: Down, But Not Out”, Brookings Institution, 1/II/2010, http://www.brookings.edu/opinions/2010/0201_pakistan_taliban_riedel.aspx.