En los últimos, años el tirón del prolongado y sostenido crecimiento económico de la República Popular China ha impulsado de una forma considerable las exportaciones latinoamericanas de productos primarios (hidrocarburos, minerales, alimentos, etc.) a sus mercados y, con ellas, el crecimiento de buena parte de las economías de la región. Este hecho se ha visto confirmado, más recientemente, por la visita del presidente chino, Hu Jintao, y la de otros altos cargos del gobierno de Pekín, a varios países de América Latina.[2] Al mismo tiempo, pero en la dirección contraria, hemos visto a numerosos mandatarios latinoamericanos, de todas las latitudes y de todas las tendencias políticas, peregrinando a la capital de China y a sus principales ciudades, en un intento de consolidar las oportunidades de negocio surgidas en los últimos años, buscando asegurar nuevas inversiones para sus respectivos países y con el ánimo manifiesto de potenciar las relaciones diplomáticas bilaterales. Estos numerosos viajes de ida y vuelta confirman un mutuo y, relativamente, flamante descubrimiento, que habla de un interés creciente de los unos por los otros, y viceversa, en un movimiento que indudablemente va en aumento y, a veces, a una velocidad insospechada.

Este interés mutuo ha generado elevadas expectativas por ambas partes, algunas viables y otras totalmente desproporcionadas o desmedidas, que en caso de no cumplirse en un porcentaje significativo podrían terminar provocando agudas frustraciones, especialmente del lado latinoamericano. De algún modo, toda esta situación ha generado una abundante bibliografía en torno a las relaciones sino-latinoamericanas, que son a la vez una muestra y una evidencia del gran interés de analistas y académicos internacionales por estas cuestiones.[3] Junto a ello no hay que olvidar que Argentina, Brasil, Chile, Perú y Venezuela han reconocido a China como un mercado atrayente, mientras China le otorgó a la mayoría de ellos la consideración de “destino turístico”, lo que ha servido para eliminar restricciones para las visitas que los cada vez más numerosos viajeros chinos puedan realizar a buena parte de los paraísos turísticos latinoamericanos. También, habría que agregar que la mirada latinoamericana no sólo se dirige hacia China, sino también a otros países de Asia, comenzando por la India, el otro gran coloso asiático, sin olvidar a Vietnam, Indonesia, Tailandia, Malasia y Singapur, por citar sólo unos pocos ejemplos. Por eso, uno de los objetivos de este trabajo es tratar de identificar cuáles son las principales características del masivo desembarco chino en América Latina y de las expectativas cruzadas de chinos y latinoamericanos ante este movimiento.

De una parte están las expectativas de China en América Latina. Al hablar de ellas no se debe olvidar que América Latina sólo es la cuarta prioridad en materia de política exterior china. En primer lugar tenemos a los países de la cuenca del Pacífico (especialmente EEUU y el sudeste asiático), seguidos de Europa y África.[4] De ahí que resulte muy conveniente preguntarse ¿qué espera China de América Latina? En torno a este interrogante hay numerosas cuestiones y problemas, que podrían sintetizarse en las siguientes: (1) garantizarse fuentes de aprovisionamiento continuo y regular de materias primas; (2) el reconocimiento de la República Popular China por aquellos países que todavía no lo han hecho y el aislamiento internacional de Taiwán; (3) la presencia de China en América Latina implica, de alguna manera, un desafío a los EEUU, cuestionados en su propio “patio trasero”; por eso es importante tener presente cómo influye esta cuestión sobre los tiempos y los modos del “desembarco” chino en la región latinoamericana; (4) la expansión china choca permanentemente con los cambios políticos que están ocurriendo en América Latina, y si bien el pragmatismo ha caracterizado las relaciones diplomáticas bilaterales de los chinos con los distintos países americanos en las décadas pasadas, el problema de fondo que se presenta actualmente es cómo ven el giro a la izquierda que teóricamente está teniendo lugar en América Latina y cómo actúan frente al mismo; y (5) la cooperación en materia de Defensa. Por último, tenemos la tan mentada cuestión de la triangulación entre España, China y América Latina, sobre la cual los chinos tienen una mirada más bien escéptica.

Simultánea e inversamente están aquellas cuestiones vinculadas a las expectativas que tienen los latinoamericanos respecto a China, lo que explica una larga serie de visitas de mandatarios latinoamericanos a Beijing.[5] ¿Qué espera América Latina de China? Es evidente en este punto que hay que comenzar por lo más elemental, marcando la dificultad de generalizar sobre la región, ya que los puntos positivos y negativos de la relación con China varían de país a país. Es obvio que todos quieren aprovechar en su beneficio las enormes oportunidades económicas que se están produciendo en Asia, comenzando, aunque no terminando, en China, lo que de alguna manera implica no quedarse al margen de los grandes cambios que están ocurriendo en el mundo. De alguna manera, esto significa optar entre la adaptación más o menos forzada, más o menos voluntaria, a la globalización o sólo mantener una apuesta por aprovechar coyunturalmente el tirón de la presencia y de la demanda chinas en la región.

En líneas generales se puede decir que nos encontramos frente a los siguientes problemas y cuestiones: (1) la necesidad de poder disponer de mercados internacionales dinámicos y pujantes para las exportaciones de los productos propios; (2) la competencia china con las manufacturas locales, que en algunas circunstancias adquiere una gran dureza; (3) la inversión extranjera directa (IED) de capitales chinos en algunos países concretos y en determinados sectores estratégicos de la región –energía, agricultura extensiva de exportación, minería, etc.–; (4) contrarrestar la presencia e influencia política y económica de los EEUU, e inclusive de la UE en América Latina; y (5) finalmente, hay algunas relaciones bilaterales que, en función del desarrollo político reciente de la región, merecerían alguna reflexión. Se trata de las relaciones entre Cuba y China y Venezuela y China. En este último caso, las expectativas venezolanas pasan por el aporte que puede hacer la República Popular al proceso nacional de rearme y por la posibilidad de que sea China quien permita construir y poner en órbita el satélite Simón Bolívar, el primer satélite con que contaría la república bolivariana.

China y América Latina

El espectacular crecimiento chino de los últimos años, el aumento exponencial de la demanda (y consiguiente búsqueda) de materias primas y bienes intermedios y la búsqueda de fuentes diversificadas de abastecimiento, así como la constante prospección en pos de nuevos mercados donde colocar sus excedentes manufacturados, son uno de los motivos principales que explican el interés de China por América Latina. Sin embargo, no se trata de una tendencia surgida de forma espontánea, como consecuencia del aumento de sus necesidades más recientes, efectivamente existentes, de determinados productos (especialmente materias primas, minerales y alimentos latinoamericanos, aunque no sólo), sino que es el resultado de una acción planificada a cargo de un Estado fuertemente centralizado y férreamente dirigido por el Partido Comunista Chino, como ha quedado de manifiesto tras la celebración del último Congreso del Partido. Esto implica que no son básicamente los actores económicos los que toman las decisiones acerca de las formas, los modos, los lugares y los ritmos en que esta expansión y esta presencia tienen lugar, sino que es producto de una acción política y diplomática muy planificada y dirigida por los cuadros partidarios, que manejan simultáneamente variables muy diversas.

¿Desde cuándo China se interesa por América Latina? Algunos nacionalistas chinos, y otros que no son chinos, vienen sosteniendo que fueron navegantes de ese origen, y no Cristóbal Colón, los verdaderos descubridores de América. La historia de estas teorías se remonta a 1761, cuando un sinólogo francés, J. de Giognes, manifestó algo semejante. Posteriormente algunos académicos chinos apuntaron la posibilidad de que el monje Hui Sheng llegara a México, Fusang en mandarín, en el siglo V. Y más recientemente, en 2003, se publicó el libro de Gavin Menzies, 1421 – The Year China Discovered America. El protagonista de la hazaña habría sido Zhen He, aunque en el más que hipotético caso de haberse producido su impacto no fue, en absoluto, ni por su trascendencia ni por sus consecuencias, un fenómeno similar al de la hazaña colombina.[6]

Pero, especulaciones más que improbables al margen, lo cierto es que hoy estamos frente a un verdadero redescubrimiento de América, especialmente de América Latina, por parte de China. Pero no se trata de una cuestión dejada al azar, ya que la República Popular ha invertido recursos físicos y humanos en el desarrollo de think-tanks especializados en analizar la realidad política, económica y social latinoamericana. Estos son los casos del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Academia China de Ciencias Sociales y del Departamento de Estudios de América Latina del Partido Comunista Chino.[7]

Este redescubrimiento implica que estamos frente a un verdadero y genuino interés de los chinos por América Latina, palpable en buena parte de los países de la región, como prueba el hecho de que en los últimos cinco años, China ha incrementado en más de un 600% sus importaciones de productos latinoamericanos, invierte unos 1.000 millones de dólares anuales en América Latina, envía docenas de misiones de entrenamiento militar, se ha convertido en observador en la Organización de Estados Americanos (OEA) y espera serlo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre 2008 y 2009. De este modo vemos como la presencia china se manifiesta en diferentes planos: bilateral, subregional e interregional. También inciden algunas cuestiones geoestratégicas vinculadas al tráfico marítimo internacional, como muestra su gran interés en todo lo referente al Canal de Panamá y otras rutas transpacíficas.[8]

A la hora de diseñar su política exterior hacia la región, y desde una perspectiva regional, se ha creado el Foro China-América Latina, mientras que desde la subregional, el gobierno de Beijing ha establecido mecanismos de diálogo con Mercosur y la CAN (Comunidad Andina de Naciones), los dos principales procesos de integración regional del continente. Con el tercero, el centroamericano, y por motivos que analizaremos más adelante, las relaciones son más complejas, al estar por medio el reconocimiento al gobierno de Taipei por parte de algunos países de la región.

El acercamiento chino a Mercosur tiene tres objetivos principales: (1) intentar neutralizar, o al menos minimizar, la relación de Paraguay con Taiwán (Paraguay es el único país del Mercosur que todavía reconoce a Taiwán); (2) aumentar la cooperación bilateral con los países más importantes del bloque (especialmente Brasil y Argentina) en todo lo relativo al aprovisionamiento de materias primas; y (3) potenciar el papel de los puertos chilenos (aunque Chile es sólo un observador del Mercosur) como plataforma para la importación y exportación de sus productos.

Por último, bilateralmente China ha desarrollado “alianzas estratégicas” con Argentina, Brasil y México, mientras con Venezuela mantiene una “alianza estratégica para el desarrollo común”. Sin embargo, el primer acuerdo de libre comercio (TLC) firmado por China con cualquier país de América Latina ha sido con Chile (el gran campeón latinoamericano en la materia), de quien le interesan no sólo sus minerales, especialmente el cobre, sino también, y en primer lugar, sus puertos de aguas profundas que permitirían potenciar el comercio entre China y los países de América del Sur. Las relaciones con otros países andinos, como Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, entran dentro de la categoría de las relacione de cooperación globales. Es el mismo tipo de relación que se mantiene con Cuba, pese al interés del régimen castrista de mejorar sustancialmente una relación definida como modélica por el gobierno de La Habana, y que gracias al apoyo financiero chino le ha permitido vencer algunas de las complicaciones económicas heredadas del llamado “período especial”. Si bien en todos los casos recién mencionados, especialmente en el último, existe el potencial para pasar a una alianza estratégica bilateral con China, estos pasos aún no se han terminado de dar.

Las materias primas, el comercio exterior y las inversiones chinas
El interés chino en América Latina comenzó por la energía, ciertos metales, como el cobre, y algunos recursos naturales sudamericanos, comenzando por la soja. De todas formas, es importante señalar que para China es mucho más importante, tanto cuantitativa como cualitativamente, su relación con los EEUU. Se trata de un tema que los responsables políticos chinos tienen muy claro y que fija ciertos límites autoimpuestos a las actividades chinas en la región. Esta cuestión incluye el acceso decisivo a los mercados de estadounidenses para las miles de toneladas de productos manufacturados chinos que allí se venden y el hecho de que China sea uno de los mayores tenedores de bonos norteamericanos. De momento, el interés chino por EEUU es muy superior a todo lo que le puede ofrecer América Latina, incluyendo el hoy por hoy relativamente caro petróleo venezolano. No en vano, China es el segundo socio comercial de EEUU, después de Canadá. Tampoco se puede olvidar el pragmatismo de Beijing frente a la gran superpotencia mundial, especialmente visible en todo lo que hace a su política exterior y a las materias de seguridad y defensa. Por eso, a China le resulta más importante asegurar la continuidad en el abastecimiento de los productos que demanda que lanzarse a nuevas aventuras políticas en América Latina. De ahí tanto su apuesta por la estabilidad, como por no dar un paso sin medir previamente todas las consecuencias del mismo.

El petróleo es uno de los productos más buscados por los chinos (América Latina tiene el 14% de todas las reservas mundiales) y esto explica, en buena medida, su interés en los países productores de hidrocarburos, como Venezuela, Brasil, Colombia, Ecuador e, inclusive, México y Argentina. Esto le ha llevado a desarrollar ciertas “alianzas estratégicas” bilaterales, como las mencionadas más arriba. De este modo, Sinopec, la empresa china líder en la materia, está desarrollado algunos proyectos importantes en diversos países de la región. Además del petróleo hay otras materias primas que interesan especialmente a los chinos, en especial los minerales y alimentos. Brasil, por ejemplo, posee uranio y soja, pero también determinados productos manufacturados, como los aviones de Embraer. El interés chino en los alimentos latinoamericanos se relaciona con la enorme población que tiene que alimentar y la baja productividad de su agricultura nacional. Esto hace que les sea mucho más rentable comprar a buen precio alimentos latinoamericanos que impulsar la transformación y modernización del conjunto de su producción agraria.

Los mercados latinoamericanos son cada vez más interesantes para las exportaciones de manufacturas chinas. Por eso, las autoridades y los exportadores chinos están cada vez más preocupados frente a algunas medidas proteccionistas, especialmente antidumping, que intentan imponer algunos sectores productores. También, aunque de momento el tono del mensaje es menos enfático, se ve con creciente preocupación la deriva nacionalista de ciertos gobiernos, como la nacionalización de los hidrocarburos decretada por el gobierno boliviano de Evo Morales. En esta línea, los intereses chinos en el sector petrolero de Ecuador ya han tenido algunos problemas con el gobierno de Rafael Correa, aunque de momento la preferencia de ciertos gobiernos por las empresas públicas o estatales favorece a los grandes conglomerados chinos. De algún modo, el entorno populista, cada vez más intervencionista, no es el más favorable para la inversión china, pese a que la retórica pueda marchar en otra dirección.

En ocasión de la gira de 2004 del presidente Hu a América Latina, comenzaron a circular abundantes rumores sobre un enorme paquete de inversiones chinas en la región, que algunas fuentes cifraron en torno a los 100.000 millones de dólares. Estas inversiones deberían producirse antes de 2015 y básicamente se concentrarían en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela. Por lo general, las noticias partieron bien de los gobiernos teóricamente implicados, bien de sectores próximos a los mismos. Uno de los casos más notorios fue el de Argentina, ya que las fuentes gubernamentales, comenzando por el propio presidente Néstor Kirchner, dijeron que se esperaba una inversión en torno a los 15.000 y 20.000 millones de dólares. Sin embargo, fuentes chinas han negado categóricamente la existencia de tales cifras, que redujeron considerablemente a unos pocos miles de millones.[9] En realidad, la inversión china, la IED, se concentra básicamente en Asia, aunque en 2005 América Latina ha recibido 659 millones de dólares, un 16% del total. También es importante señalar que China y América Latina no compiten directamente en la búsqueda de fuentes de inversión extranjera. China se beneficia de inversiones básicamente asiáticas, mientras a América Latina llegan las provenientes de Europa y EEUU.

Según los datos proporcionados por la CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) para 2005, América Latina y el Caribe recibieron 68.000 millones de dólares de IED. Si desagregamos esa cifra por país de origen, los principales inversores en la región son: EEUU (39%), Países Bajos (12%) y España (6%). Por su escaso volumen (menos del 1%), no aparecen datos de la inversión china, que figuran incluidos en el apartado de “Otros”. Esto ha llevado a algunos analistas a hablar de “cuentos chinos” en lo relativo a la IED china en América Latina, dada la escasa entidad alcanzada hasta la fecha y las enormes expectativas que habían surgido. Sin embargo, se trata de una cuestión que no hay que despreciar y que requerirá un mayor seguimiento en el futuro.

Taiwán y el reconocimiento de la República Popular
Desde la perspectiva política, uno de los objetivos principales de la República Popular en América Latina pasa más por aislar a Taiwán que en impulsar el pleno reconocimiento del gobierno de Beijing. No hay que olvidar que de los 27 países que en la actualidad reconocen diplomáticamente a Taipei, 12 son latinoamericanos y del Caribe, aunque algunos tienen relaciones con ambos.[10] Quizá sea éste el componente más tradicional de la política exterior china hacia América Latina, ya que se trata de una tendencia existente desde comienzos de la segunda mitad del siglo XX. En ese momento, todo el continente americano le daba la espalda a la República Popular y apostaba por mantener lazos diplomáticos con Taipei.

Cuba fue el primer país latinoamericano en reconocer a la República Popular China, en 1960, aunque durante mucho tiempo el alineamiento de Fidel Castro con la extinta Unión Soviética dificultó enormemente las relaciones bilaterales y enfrió algunos proyectos que habían comenzado a tejerse en función de la cercanía ideológica. La presencia china en la región aumentó a partir de 1970, cuando Chile reconoció al gobierno de Beijing. A partir de entonces, todos los países sudamericanos, menos Paraguay, siguieron la misma senda. Uruguay, en 1988, fue el último país de América del Sur en dar la espalda a Taiwán. El mismo camino fue recorrido por México, y más recientemente por Costa Rica, de modo que Paraguay y la mayor parte de los países de América Central (El Salvador, Guatemala y Honduras; Nicaragua, que durante el gobierno sandinista había reconocido a la República Popular, retornó posteriormente a sus antiguos vínculos) son los únicos que hoy siguen apoyando a Taiwán. Panamá reconoce tanto al gobierno de Beijing como al de Taiwán, aunque esto no excluye que Taipei lo siga considerando uno de sus mejores aliados en el mundo.

EEUU y China: el giro a la izquierda en América Latina
La postura de EEUU frente a la ofensiva china en América Latina es dispar y está más basada en percepciones, especulaciones y temores sobre el futuro que en hechos concretos. Las diferentes actitudes se pueden explicar a partir de dos preguntas bastante sencillas aunque de bastante trascendencia: ¿la presencia china en América Latina significa realmente una amenaza para las posiciones estadounidenses (para el conjunto de ellas) en su llamado “patio trasero”? En el caso de que efectivamente esto sea así, la segunda pregunta es: ¿cuánto pierde EEUU por esta presencia? Las cuestiones vinculadas con estos interrogantes permiten explicar por qué, más allá de la creciente preocupación de las autoridades, de los políticos y de la prensa norteamericana sobre el despliegue chino en América Latina, no hay una clara unanimidad sobre el grado de desafío que esa presencia representa para su economía y para la seguridad nacional.

En los últimos años, numerosas fuentes, especialmente aquellas provenientes de los sectores más conservadores, o próximos a ellos, han enfatizado el hecho de que la Administración Bush, demasiado pendiente de Irak y del “gran Oriente Medio”, se ha despreocupado de América Latina pese a la creciente amenaza venezolana. En lo que respecta al tema que aquí estamos tratando, el argumento es que mientras China ha estado aumentando de forma clara sus lazos económicos, políticos y militares en la región, la parálisis del gobierno de Washington ha sido casi total. De momento, nada de eso ha ocurrido, y en la perspectiva de la IED, como se muestra más arriba, la diferencia entre la inversión estadounidense (especialmente en función del stock acumulado) y la china sigue siendo abismal. Por eso, es importante no perder de vista la perspectiva temporal y formularse las preguntas en el medio y largo plazo. En esta línea, Cynthia Watson no piensa que la actual presencia de China en América Latina suponga una seria amenaza para la seguridad de su país, aunque estima que la estrategia china de establecer lazos cada vez más estrechos con la región si puede afectar, en el largo plazo, esa seguridad.[11]

En Washington, en las distintas instancias de la Administración, no hay unanimidad sobre el tema. De un lado, el Departamento de Defensa manifiesta un cierto temor de que China se termine convirtiendo en la principal fuente de entrenamiento militar para algunos ejércitos, en parte por la vigencia de la ley norteamericana que prohíbe dar ayuda militar a aquellos países que permitan arrestar a soldados norteamericanos para ser procesados por la Corte Penal Internacional (CPI). También le preocupan las actuaciones chinas en inteligencia y guerra cibernética en la región, especialmente desde Cuba. Por su parte, el Departamento de Estado no ve a China como una amenaza concreta en América Latina, sino como un país en crecimiento que demanda una gran cantidad de combustible y materias primas. En realidad, se parte de la idea que su gran preocupación por la forma en que se desarrolla su propia situación interna, la evolución de la coyuntura china, le resta energías para desarrollar aventuras fuera de sus fronteras, comenzando por América Latina.[12]

De todos modos, la administración Bush está preocupada por la presencia china en la región y buena prueba de ello fue la visita de Thomas Shannon, subsecretario de Asuntos Hemisféricos, a Beijing, en abril de 2006, invitado especialmente por Zeng Gang, el responsable de América Latina en el Ministerio chino de Exteriores. El viaje se produjo poco después de la gira del presidente Hu Jintao por EEUU y fue la primera vez que un alto funcionario del Departamento de Estado fue a Beijing para discutir directamente cuestiones relacionadas con China, América Latina y EEUU. En Beijing se ve como normal la atención de EEUU en estas cuestiones y la mirada atenta que presta al desembarco chino.[13]

Desde esta perspectiva, es entendible la cautela con que el gobierno chino se relaciona con los gobiernos de izquierda en América Latina, especialmente con aquellos englobados dentro de la órbita populista, como los de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Como se ha señalado más arriba, su creciente proteccionismo, sumado al nacionalismo rampante de que hacen gala y su mayor imprevisibilidad los convierten en menos atractivos para unos actores que, más allá de su estatismo y de sus afinidades ideológicas, suelen actuar fuera de su país con la lógica de los agentes económicos y por eso son visualizados como extranjeros, con todos los problemas que esto puede acarrear. Por otro lado, el gobierno de la República Popular no ha sido demasiado partidario de algunas conductas aventuradas, como ocurrió con Sendero Luminoso en Perú. Pese a que este grupo terrorista se había definido como maoísta, Beijing lo condenó por su revisionismo contrarrevolucionario.[14]

La cooperación en Defensa
Se trata de un campo con un protagonismo creciente y donde las expectativas, por ambas partes, van en aumento. De este modo, es bastante frecuente ver como militares latinoamericanos siguen diferentes programas en la Universidad Nacional de la Defensa del Ejército Popular Chino, programas a los que no se suele invitar a otros oficiales occidentales.[15] Las relaciones en la materia han incluido un número mayor de instancias de diálogo y después de la gira del presidente Jiang en 2001, hemos visto al ministro de Defensa, el general Chi Haotian, manteniendo conversaciones con autoridades de la Defensa de Colombia y Venezuela (una nueva prueba del pragmatismo chino en la región).

Desde la perspectiva de la Defensa hay un tema que interesa especialmente a China, en especial en lo que se refiere a las relaciones que mantiene con Brasil y Surinam. En ambos países, debido a su ubicación geográfica, existen facilidades para el lanzamiento de satélites y naves espaciales que desarrollen órbitas ecuatoriales, también utilizadas por otras potencias espaciales, como la UE. Dadas las dificultades para encontrar enclaves de este tipo en China, se explica el interés de su gobierno en estas cuestiones. En esta línea, tampoco se debe olvidar el interés venezolano en que los chinos construyan y pongan en órbita el satélite Simón Bolívar.

Estos y otros hechos explican el creciente temor de EEUU, más palpable en los medios próximos al Departamento de Defensa, de que China se convierta en el principal apoyo militar para algunos gobiernos radicales de la región, como Venezuela. El recuerdo de lo que en el pasado significó la Unión Soviética para Cuba sigue estando demasiado próximo. En esta línea hay que ver el intento venezolano de adquirir en China una parte importante del armamento con que se quiere reforzar a su Fuerza Armada Nacional (FAN), a efectos de enfrentar los desafíos de lo que el comandante Chávez ha definido como “guerra asimétrica”.[16]

América Latina y China

En lo relativo a las relaciones entre América Latina y China, es tan difícil generalizar como lo es en otros aspectos de la realidad regional. Esto significa que el conjunto de las distintas respuestas nacionales no es nada homogéneo y depende, en buena medida, de las expectativas y resultados de cada país frente al crecimiento chino y a su mayor presencia en un mundo globalizado. Si en líneas generales se puede decir que de un modo agregado América Latina tiene un ligero superávit comercial con China,[17] esto no ocurre por igual si tenemos en cuenta a cada país de forma individual, ya que existen algunos casos donde las cosas no van tan bien, siendo México el que tiene el mayor déficit comercial, seguido de Panamá, que importa anualmente 1.000 millones de dólares en textiles chinos. Dada la moderada importancia de las inversiones directas chinas, y de su todavía escaso impacto en el sector productivo latinoamericano –la IED china en América Latina en 2005 fue algo menos del 10% de la IED total de China en el mundo–, es evidente que el mayor o menor entusiasmo de los distintos países latinoamericanos dependerá, en buena medida, de cómo le vayan las cosas en su relación comercial y de las expectativas puestas en los otros órdenes de las agendas bilaterales.

Precisamente, desde el punto de vista bilateral, los países que tienen las mayores relaciones políticas y económicas con China son: Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá, Perú y Venezuela. Chile es uno de los países de América Latina con los que China mantiene contactos más estrechos. En su apuesta por la globalización y por la apertura a todos los mercados, Chile mira al Pacífico y en especial a China, que es el tercer mercado para sus exportaciones y su segundo proveedor de importaciones. Chile cuenta con un TLC con China, firmado en 2005. En ese entonces Chile se caracterizó por haber sido el primer país no asiático en negociar con China un tratado de esta índole, que en este caso particular está acotado estrictamente al intercambio de bienes. Posteriormente, en lo que debería ser una segunda etapa del TLC, Chile apuesta por transformarse en una plataforma para las inversiones chinas en la región en lo referente a los sectores de energía, minería, infraestructura y agricultura. Este punto debería complementarse a través de la creación de alianzas empresariales sino-chilenas y de inversiones chinas en los sectores minero, forestal, pesquero y de servicios.

América Latina lleva un lustro creciendo, los últimos cinco años a tasas superiores al 4%, y es manifiesto que, al menos, en 2007 esta tendencia se mantendrá. Este crecimiento genuino de la región –en los últimos años todos los países han crecido al mismo tiempo aunque a ritmos diferentes– responde en buena medida a factores externos, siendo la pujanza y la demanda de los mercados chinos un factor explicativo de primer orden. Al margen de las demandas típicas de la economía china, cualquier cambio en los hábitos de consumo, dado el gran tamaño de su mercado, puede repercutir en el futuro de los más variados productos. Éste ha sido el caso de la carne, cuya demanda ha crecido sustancialmente en los últimos años, y también del café. En este caso, si bien no hay una respuesta masiva de los consumidores chinos a favor de esta bebida, el solo hecho de que varios cientos de miles de personas se hayan aficionado a su consumo es un dato positivo para los productores latinoamericanos. De este modo, la demanda oriental afecta a buena parte de los diferentes países latinoamericanos, con independencia del color político o de la ideología de sus gobiernos y del mayor o menor grado de eficacia de sus políticas económicas. De ahí que sea inevitable la mirada a los mercados chinos, demandantes de un buen número de materias primas.

La competencia de las manufacturas chinas
Los más variados sectores industriales de diversos países latinoamericanos ven con preocupación el ingreso masivo de manufacturas chinas de bajo coste en sus mercados interiores, más o menos protegidos según los casos. Es allí donde los productos manufacturados chinos compiten con ventaja con la producción local, debido básicamente a los bajos salarios existentes en el país asiático, a los créditos estatales para los empresarios chinos, a las barreras impuestas a sus competidores, a la capacidad de copia con que se benefician sus empresas y la aceptación internacional de sus productos. A esto se suman las migraciones del campo a la ciudad, que mantienen una gran oferta de mano de obra barata y sin cualificar, que realiza largas jornadas laborales.

Esta situación es la que origina una serie de muy amargas y aceradas críticas contra las importaciones chinas, que se han convertido en algo bastante frecuente en países como Argentina[18] y México. De todos los países latinoamericanos afectados por esta competencia, sin duda el que la ve con mayor preocupación es México. Desde la perspectiva de los empresarios implicados, resulta muy difícil que los productos latinoamericanos de baja calidad, menos protegidos y menos favorecidos por su entorno socio-político y económico, puedan competir con los chinos. Los temores empresariales son mayores en algunos sectores muy concretos, como el del textil o el del calzado, que habían tenido un cierto desarrollo en numerosos países de la región y donde la competencia de la producción china es muy grande. Sin embargo, el problema de la competencia china no se limita sólo a lo que ocurre en los respectivos mercados internos, que aún siendo dura permite a los empresarios locales una mayor flexibilidad por su conocimiento de las reglas de juego, sino también en otros mercados regionales. Este es el caso de los industriales mexicanos, que contemplan con preocupación la competencia de los productos chinos en el mercado de EEUU, que habían conquistado gracias al NAFTA, o de los brasileños que deben competir por los mercados latinoamericanos del Océano Pacífico.

Y si bien a consecuencia de la competencia china se han producido algunas deslocalizaciones de maquilas, en lo referente a la lucha por la conquista de los mercados estadounidenses, México mantiene las ventajas de su renta de localización. Ésta viene dada fundamentalmente por su cercanía a los mercados existentes al otro lado de su frontera norte, como prueban las inversiones realizadas en plantas de producción y armado de automóviles realizadas por las principales empresas japonesas del sector. Éste ha sido el caso de Toyota, que en poco tiempo se ha convertido en un importante líder del mercado regional norteamericano. Hay que señalar que si esto fue posible se debió en buena medida a la existencia de un TLC firmado entre Japón y México. Y si bien la cercanía a los mercados norteamericanos le otorga a México un interés especial para los chinos, las relaciones bilaterales son muy complejas, como prueba el hecho de que México fue el último país con el que China negoció su ingreso a la OMC. En Brasil también se han producido algunas deslocalizaciones provocadas por la “invasión” china, aunque aquí también hay fenómenos contradictorios. Un caso notable es el de una empresa brasileña de calzado, que exportaba su producción a los países del Pacífico americano y que para poder seguir compitiendo en condiciones ha decidido establecerse en China y de ese modo poder beneficiarse de unos salarios y otros costes de producción más bajos que los de su país.

China como contrapeso a EEUU y la UE
Brasil, México, Chile, Argentina y Panamá son los mayores socios comerciales de China en América Latina. Inclusive para otros países, como Perú, que tienen un volumen comercial más modesto, la importancia de China es decisiva. En este caso, China se ha convertido en poco tiempo en el segundo mercado peruano. Al mismo tiempo, China es el tercer socio comercial de Brasil y el cuarto de Argentina. Brasil no sólo es el primer socio comercial de China en América Latina, sino también el país más importante de la región desde su perspectiva estratégica. Él sólo absorbe el 42% de las exportaciones regionales a los mercados chinos. Ambos países han desarrollado una “asociación estratégica” desde 1994, comparten visiones similares sobre el orden internacional (unieron sus fuerzas contra EEUU y la UE en las negociaciones de la OMC sobre la Ronda de Doha) y están englobados dentro de los BRIC.[19] En 2002, China desplazó a Japón como el primer socio comercial en Asia y muchas empresas brasileñas han conquistado los mercados chinos o invertido en ellos. Este es el caso de la petrolera Petrobras, de la siderúrgica CVRD (Companhia Vale do Rio Doce), de Embraco (equipos de refrigeración) y de la aeronáutica Embraer.

Por su parte, Argentina es para China su segundo socio más importante en América Latina. Tiene con la República Popular relaciones diplomáticas desde la época del tercer gobierno de Perón (1973) y confía en el carácter de China como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para resolver su reivindicación por las islas Malvinas,[20] un tema que por motivos políticos se ha convertido en una de las prioridades en materia de política exterior del gobierno de Néstor Kirchner.

Todos estos hechos, junto a algunos más de los que se han ido describiendo a lo largo de este trabajo, han instalado en la mente de muchos gobernantes latinoamericanos la idea de que China podría convertirse el día de mañana en un contrapeso, o eventualmente en el relevo, de EEUU en la región. De ahí, las elevadas expectativas con que se mira todo lo relacionado con China y, también, las numerosas especulaciones sobre la cuantía y el destino de sus inversiones, así como de los apoyos políticos que algunas de sus medidas más polémicas podrían recibir de China en los organismos internacionales.

Con todo, China genera actitudes ambivalentes en las elites y en la opinión pública latinoamericanas. Por un lado, es mucho lo que los latinoamericanos esperan de China. Se confía, según los casos, en la llegada de una verdadera riada de inversiones, que hagan innecesarias las provenientes de EEUU o incluso de la UE, en que inclusive la industria china de armamentos desplaza a otros proveedores tradicionales, y también, como se acaba de señalar, en el respaldo político de Beijing. Llevado a su extremo esto implicaría la posibilidad, algún día, de que el empuje y poder del gigante asiático termine desterrando para siempre la resistida omnipresencia del imperialismo norteamericano. Sin embargo, por el otro lado, el gran desconocimiento existente sobre la realidad china, sobre las reales intenciones del país y sobre su poderío militar, sumado a los recelos frente al a veces agresivo estilo chino de negociar, a la forma en que se ha deteriorado el medio ambiente, al escaso respeto a los derechos humanos y a otras formas de legalidad, han instalado un cierto temor y resistencia a un acercamiento que se mira con sentimientos contradictorios. Desde esta perspectiva, el desembarco chino en África es seguido con bastante interés en las capitales latinoamericanas, especialmente en todo lo relacionado con la metodología china de consumar sus inversiones en aquél continente, incluyendo el traslado de mano de obra china para trabajar en sus proyectos africanos.

En 2004, las opiniones públicas de Argentina, Brasil, Chile y México veían con mejores ojos la creciente influencia china en el mundo, así como su crecimiento económico, pero eran mucho más recelosas frente a su creciente poder militar. Si Chile (56%) y Brasil (53%) eran los que veían con mejores ojos el papel internacional de China, los más recelosos eran Argentina (44%) y México. En lo relativo al crecimiento económico, los mexicanos eran los más entusiastas (54%), seguidos de brasileños y chilenos (48%), mientras que los argentinos, quizá por su fuerte nacionalismo y el mayor proteccionismo de su política económica (30%), eran los más refractarios. Respecto al poder militar, las miradas negativas primaban sobre las positivas y los más temerosos eran los argentinos (58%), seguidos de Chile (53%) y Brasil (50%), mientras que México, vecino de EEUU, sólo tenía un 37% de percepción negativa.[21]

China, Cuba y Venezuela
Como ya se ha dicho, el desembarco chino en América Latina ha sido, hasta ahora, sumamente cuidadoso, tratando de no irritar a EEUU. Así, por ejemplo, la visita de Hu a la región en 2004 no incluyó a Venezuela y a su paso por Cuba, éste intentó mantener un perfil más bien bajo, centrado en algunos proyectos comunes, especialmente en el terreno de la biotecnología. Y si bien China intenta reforzar sus lazos con Caracas, especialmente en materia petrolera, la prudencia en sus movimientos denota una clara voluntad de no provocar efectos no deseados en otros actores presentes en la región.

Comenzando por Cuba, vemos como tras el largo período en que el régimen de Fidel Castro tuvo una alianza estratégica con la Unión Soviética, mantenida hasta el desplome del bloque soviético, las relaciones con China sólo comenzaron a mejorar después de junio de 1989, cuando el gobierno de La Habana respaldó a las autoridades de Beijing durante la represión de Tiananmen y su política contraria a la apertura política. Desde entonces, ambos países han apoyado internacionalmente sus mutuas reivindicaciones, como la denuncia del embargo de EEUU a Cuba, o la de postura china contra la secesión de Taiwán, en 2005. Como ha sido público y notorio, Raúl Castro y otros altos dirigentes cubanos han buscado inspiración, pese a la postura más cerrada de Fidel, en el modelo chino de desarrollo.

Cuba ha podido sobrevivir con muchos esfuerzos a la crisis económica de la década de 1990, tras el desmoronamiento del bloque soviético, de quien dependía su supervivencia. Posteriormente, el gobierno cubano ha intentado recomponer sus alianzas internacionales, centrándose en dos países, Venezuela y la República Popular China. Sin embargo, mientras con Venezuela, en la superficie, la relación es plenamente satisfactoria y bien lubricada por los más de 90.000 barriles de petróleo diarios que el gobierno de Chávez les vende a precio subvencionado, con China las cosas son bastante más complicadas, como sostiene William Ratliff,[22], debido fundamentalmente al mayor pragmatismo con que enfocan sus relaciones internacionales, lo que implica dejar el ideologismo de lado. Si bien China espera importar cantidades de níquel cubano, de momento las exportaciones de Cuba son mínimas, aunque China es el tercer socio comercial cubano, detrás de Venezuela.

Las relaciones bilaterales se apoyan en tres grandes ejes: el político, el económico y el estratégico. Mientras Cuba saca partido del apoyo político y económico chino, China se beneficia de los datos de inteligencia que obtiene sobre EEUU que obtiene del gobierno cubano. Fidel y Raúl Castro, y muchos de los principales dirigentes cubanos visitaron, al menos, China una o dos veces; y dos presidentes chinos (Hu Jintao en noviembre de 2004), y muchos otros dirigentes chinos, estuvieron en Cuba. China apoya, de diferente manera, la educación, las exploraciones petroleras, la minería del níquel, el desarrollo tecnológico y la infraestructura de transportes cubanos. Aquí también China apuesta por el sector energético y por la existencia de importantes yacimientos en aguas cubanas del Golfo de México, donde Sinopec realiza prospecciones. China, por su parte, tiene en Cuba un buen punto de observación para vigilar a EEUU. Mientras el gobierno de Washington y sus agencias de inteligencia tienen numerosos puntos de observación y seguimiento de China, comenzando por Taiwán, China sólo dispone de Cuba para estos efectos. De algún modo se puede señalar que la relación de Cuba con China es mucho más intensa que con otros países de la región.

La energía es la base de la relación privilegiada que mantienen China y Venezuela, que han establecido “una alianza estratégica para el desarrollo común”.[23] Desde la perspectiva china, y pese a las dificultades que impone la distancia, Venezuela tiene una gran importancia estratégica como proveedor de petróleo para su creciente demanda, pero también como plataforma de inversión para las firmas chinas del sector que buscan entrar en el negocio de explotación de los yacimientos de petróleo extrapesado de la Franja del Orinoco. Se trata de un negocio que según algunos analistas y, especialmente, el gobierno venezolano, sería la base de espectaculares ganancias futuras. En diciembre de 2004, en una de sus tantas visitas a China, el presidente venezolano Hugo Chávez aseguró que sus anfitriones invertirían grandes cantidades en el sector petrolero venezolano. Algo más de dos años más tarde, en marzo de 2007, se anunció solemnemente la creación de un fondo de inversión de 6.000 millones de dólares (2.000 millones serían aportados por Venezuela y 4.000 millones por China). Sin embargo, hasta la fecha, China sólo ha invertido algo más de 1.000 millones de dólares en Venezuela, una cantidad que no cubre, en absoluto, las grandes necesidades que requiere el sector energético venezolano. Incluso los 6.000 millones del último anuncio siguen siendo claramente insuficientes, una prueba más de lo complicado que resulta poner en marcha esa “alianza estratégica para el desarrollo común”.

En su citada visita de diciembre de 2004, Chávez también apuntó que los chinos no sólo invertirían cantidades multimillonarias en el sector energético, lo que a la fecha no se ha producido, sino también que habría un aumento sustancial en el comercio bilateral. Incluso mencionó que en 2005 éste alcanzaría los 3.000 millones de dólares (más del doble que en 2004). Esto sí ocurrió, ya que según las estadísticas oficiales de la República Popular China, en 2006 el intercambio comercial bilateral llegó a 4.338 millones de dólares, un incremento del 102,5% en comparación con la cifra del año anterior y muy por encima del pronóstico para 2005.

Volviendo al tema energético, en realidad éste es bastante complicado y hay grandes dificultades para entender el peculiar impasse que, pese a la retórica, se está produciendo. Estas dificultades comienzan por la calidad de los crudos venezolanos, pesados o extrapesados, y concluyen en la enorme distancia que separa a ambos países, lo que implica una importante repercusión de los gastos del transporte sobre el coste total de los productos venezolanos importados por China, especialmente el petróleo. De momento, las principales refinerías para procesar el petróleo venezolano están en EEUU, más concretamente en el Golfo de México, de modo que el mercado norteamericano sigue siendo el principal destino de las exportaciones de crudo venezolano. Para poder alterar los flujos, haría falta contar con varias refinerías especializadas en procesar este tipo de crudo bien en China, bien en Venezuela.

Está también el problema del transporte y por el hecho de que Venezuela no tiene puertos en la costa del Pacífico. La ampliación del Canal de Panamá, que tanto interesa a China, podría ser una solución para el paso de los superpetroleros, pero incluso en ese caso, las enormes distancias que separan a los puertos venezolanos de los puertos chinos siguen haciendo más rentables en los mercados de la República Popular los crudos procedentes del Golfo Pérsico y los de Asia Central a los provenientes de Venezuela. Hay una opción que podría reducir los costes de transporte y es la construcción de un oleoducto a través de Colombia, para llegar a aguas del Pacífico, pero esto es algo que aún debe materializarse y llevarse a la práctica. Todos estos proyectos exigen fuertes inversiones, de muchos miles de millones de dólares, algo que de momento no se ha producido, y también mucho tiempo. Inversiones y tiempo son necesarios para que estos proyectos maduren y no es algo que precisamente le sobre al régimen bolivariano, que tiene en la inflación y en el desvío de las ganancias de PDVSA a otras actividades distintas a las reinversiones necesarias dos fuentes de potenciales conflictos.

Por último, hay otro factor que tampoco debería despreciarse. Mientras esté Chávez al frente del gobierno de su país, su presencia es más un obstáculo que un dinamizador de las relaciones bilaterales sino-venezolanas, y no sólo por el exótico toque de retórica tropical del presidente venezolano de reiterar una y otra vez su admiración por Mao Zedong. Sin él, probablemente, el ritmo de los negocios y la presencia china en el país probablemente sería mayor. Lo que hay que tener presente, de forma especial, es el objetivo del gobierno de Beijing de no provocar demasiadas resistencias en EEUU con su desembarco en América Latina, lo que significa que los chinos no quieren ver amenazadas sus posiciones y sus proyectos a largo plazo por apoyar a determinadas opciones políticas muy mal vistas por Washington.

China, España y América Latina
En los últimos años España se ha convertido en el principal actor extrarregional en América Latina, si consideramos a EEUU participando del mismo hemisferio que el resto de la región. Sin embargo, en el caso de que la presencia china siga progresando es posible que esa posición pueda ser claramente amenazada. Por eso habría que preguntarse si China realmente amenaza las posiciones de España y que deberían hacer al respecto las autoridades españolas. De momento, y en líneas generales, las posiciones españolas no se ven comprometidas por el creciente desembarco chino, lo que no excluye que el Ministerio español de Asuntos Exteriores no debe seguir el tema con interés y preocupación, aunque sin alarmismos.

En este sentido, la cuestión energética es de gran interés. Vale la pena recordar que España prácticamente no importa hidrocarburos, ni gas ni petróleo, de América Latina, pero que en la medida que quiera ampliar sus fuentes de aprovisionamiento para reducir las posibilidades de una crisis energética, deberá contar con esa posibilidad. Desde esta perspectiva, las aspiraciones estratégicas españolas por diversificar sus fuentes de aprovisionamiento chocarán con las necesidades chinas, que ya se están planteando la forma de aprovechar el mercado latinoamericano. Por otra parte, la tendencia presente en muchos países de la región de potenciar la presencia de empresas públicas antes que privadas, puede favorecer la presencia de empresas públicas chinas en detrimento de empresas privadas españolas del sector energético, como Repsol-YPF.

El otro aspecto que suele estar presente en la relación, generalmente de la mano de la parte española, es la ya famosa triangulación entre los tres vértices del triángulo implicados. Se trata básicamente de que España se convierta en una suerte de intermediario entre China y América Latina. Como ha señalado Jacinto Soler Matutes, autor del estudio “Triangulación Asia-España-América Latina: una visión desde la empresa”:[24] “España debería reforzar su presencia en mercados naturales como el… de América Latina, para que las empresas asiáticas tengan el incentivo de ganar cuota de mercado pasando por España”. Esto implica que dichas empresas utilicen a España como plataforma, un tema en el que influyen factores logísticos, fiscales y de recursos humanos. Sin embargo, más allá del entusiasmo que la triangulación suele provocar entre los españoles, los chinos y los latinoamericanos la suelen mirar con mayor escepticismo.

Conclusiones

No es infrecuente que las relaciones entre China y América Latina se presenten desde una perspectiva dicotómica, en la senda del yang y el ying. De esta manera se pregunta si éstas son una oportunidad o una amenaza, o si China es para América Latina un ángel o un demonio. De algún modo, estas aproximaciones esconden la existencia de una realidad compleja, variable de un país a otro, y con múltiples aristas novedosas y por descubrir. Si bien ambas partes han obtenido importantes ganancias con el aumento de las relaciones, las expectativas de unos y otros, como señala Jorge Domínguez, son asimétricas. Frente al mayor realismo y pragmatismo chino, las expectativas latinoamericanas, especialmente las de algunos países caracterizados por su menor densidad institucional, como Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, se caracterizan por una cierta presencia del pensamiento mágico, otorgándole a la presencia china un componente mesiánico y redentor frente a los que se visualizan como los enemigos tradicionales. Es más, mientras que en China se han desarrollado importantes think-tanks para conocer más sobre América Latina, a la vez que los trabajos académicos dedicados a la región no han dejado de crecer, no se puede decir lo mismo de la otra parte. La principal excepción es México, especialmente el centro de estudios orientales del Colegio de México, aunque no ocurre lo mismo en otros países latinoamericanos, que dejan el futuro más librado a la magia del azar.

Pese a todo ello, una de las conclusiones más importantes de este trabajo es que las relaciones entre China y América Latina no están condicionadas por factores políticos o ideológicos. Es más, estas supuestas afinidades, que a veces no son tales por más que se intente reivindicar a Mao Zedong, pueden ser más un obstáculo que un impulso. El pragmatismo chino tiene muy presente el papel de EEUU en la región y partiendo de la existencia de unas relaciones sino-americanas muy intensas se concluye en que no hay nada en América latina que per se justifique ponerlas en peligro. Sin embargo, el potencial de crecimiento de estas relaciones es enorme y, en la medida que el realismo también se instale en el lado latinoamericano, las ganancias obtenidas seguirán creciendo y beneficiando a todos.

Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina, Real Instituto Elcano


[1] Este DT es una versión actualizada del artículo “China y América Latina: ¿qué esperan los unos de los otros?”, publicado en Anuario Asia Pacífico 2006, CIDOB, Casa Asia y Real Instituto Elcano, Barcelona, 2007, pp. 103-114. Agradezco a Carlota García Encina su colaboración en la realización de este trabajo.

[2] La primera visita de un jefe de Estado chino a América Latina se produjo en 1990, de la mano de Yang Shankun. En abril de 2001, inmediatamente después del abatimiento de un avión de reconocimiento EP-3 de EEUU en Hainan, el presidente Jiang Zemin inició una gira por América Latina, sorprendiendo a numerosos analistas norteamericanos. La presencia de Jiang en Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Venezuela y Uruguay, en esos momentos delicados, fue una clara señal de la importancia que la región adquiría a los ojos chinos. Posteriormente, en noviembre de 2004, el presidente Hu Jintao, coincidiendo con la Cumbre de la APEC en Santiago de Chile, visitó cuatro países de América Latina: Argentina, Brasil, Chile y Cuba y firmó 39 acuerdos (comercio, inversiones, investigación espacial, turismo y educación). En enero y febrero de 2005 el vicepresidente Zeng Qinghong viajó a México, Perú, Venezuela, Jamaica y Trinidad y Tobago.

[3] Entre los numerosos trabajos al respecto se pueden mencionar los siguientes: Jorge Domínguez, “China’s Relations with Latin America: Shared Gains, Asymmetric Hopes”, Working Paper, Inter-American Dialogue, junio de 2006; Javier Santiso y otros, “Angel or Devil? China’s Trade Impact on Latin American Emerging Markets”, OECD Development Centre Working Paper, nº 252, 2006; Diego Sánchez Ancochea, “El impacto de China en América Latina: ¿oportunidad o amenaza?”, ARI, 21/XI/2006, www.realinstitutoelcano.org; y Sergio Cesarim, “China y el espejo latinoamericano”, Foreign Affairs en Español, vol. 6, nº 1, 2006.

[4] De momento es impensable, por diferentes cuestiones, que China organice una cumbre con todos los países de América Latina similar a la que en noviembre de 2006 organizó en Beijing.

[5] Entre ellas vale la pena mencionar la de Vicente Fox, en junio de 2001; la de Lula da Silva, de Brasil, en mayo de 2004; la de Néstor Kirchner, en junio de 2004; y las cuatro de Hugo Chávez, de Venezuela, la primera en 1999, luego las de 2001, la de diciembre de 2004 y la última en agosto de 2006.

[6] Presentación de Jian Shixue, en el Real Instituto Elcano, 1/III/2007.

[7] Jorge Domínguez, op. cit.

[8] China es el tercer usuario del Canal, detrás de EEUU y Japón y la China Shipping Company es la firma naviera que más embarcaciones despacha por esa ruta. Véase Jorge Domínguez, op. cit.

[9] Presentación de Jian Shixue, en el Real Instituto Elcano, 1/III/2007.

[10] Sergio Cesarin, op. cit.

[11] Cynthia Watson, Comparecencia ante el Subcomité de Asuntos Hemisféricos de la Cámara de Representantes de EEUU, 6/IV/2005.

[12] Andrés Oppenheimer, “EEUU y el ‘peligro chino’ en América Latina”, El Nuevo Herald, 9/IV/2006.

[13] Dice Jiang Shixue, “It shows in a certain sense that the development of China-Latin America relations has drawn Washington’s attention”, en “A Positive Outlook”, Beijing Review, nº 49, diciembre de 2006.

[14] Jorge Domínguez, op. cit.

[15] Esto no excluye a que no se invite a militares españoles a participar como profesores en algunos de esos cursos.

[16] Carlos Malamud & Carlota García Encina, ¿Rearme o renovación del equipamiento militar en América Latina?, DT, nº 31/2006, Real Instituto Elcano, http://www.realinstitutoelcano.org.

[17] En 2005 las exportaciones latinoamericanas fueron de 26,8 billones de dólares frente a unas importaciones que sumaron 23,7 billones, Latin America-Asia Review, mayo de 2006.

[18] Mauricio Naiberger, “China, la revolución empresarial”, Clarín, 21/III/07. El autor es secretario de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria.

[19] Conjunto de países (Brasil, Rusia, India y China) que se espera sean grandes potencias en el siglo XXI, pese al desigual comportamiento económico, en los últimos años, entre Brasil y China.

[20] Jorge Domínguez, op. cit.

[21] Jorge Domínguez, op. cit.

[22] William Ratliff, “Cuba & China”, Latin Business Chronicle, enero de 2006.

[23].Florencia Jubany & Daniel Poon, “China and Latin America: Historic Oportunity”, Latin Business Chronicle, mayo de 2006.

[24] Publicado por CIDOB y Casa Asia, Barcelona, 2007, www.cidob.org.