La visita del presidente estadounidense Donald Trump a Oriente Medio, en su primera gira oficial desde su regreso a la Casa Blanca, había creado gran expectación y no ha decepcionado. Trump está redefiniendo la política estadounidense hacia la región alejándose de una reorganización basada en la normalización de relaciones con Israel.
En las primeras 24 horas, Trump anunció en Arabia Saudí el levantamiento de sanciones a Siria –lo cual se ha entendido como un gesto hacia Mohamed bin Salman, príncipe heredero saudí–. Así como la fragilidad de Siria amenaza la región, la supresión de las sanciones puede cambiar, estabilizar y reordenar todo Oriente Medio.
Trump está redefiniendo la política estadounidense hacia la región alejándose de una reorganización basada en la normalización de relaciones con Israel.
La eliminación de las sanciones era la decisión técnica, si bien todavía está por ver cuándo y de qué manera se va a efectuar debido a la complejidad de éstas. Pero la foto, esencial para un presidente maestro de la política como espectáculo, se produjo la mañana siguiente con el apretón de manos entre Trump y el presidente sirio Ahmed al-Sharaa. En la reunión con al-Sharaa –un exdirigente de al-Qaeda y de Estado Islámico, con lo que eso supone para el subconsciente colectivo estadounidense y por el que hasta hace sólo cinco meses se ofrecía una recompensa de 10 millones de dólares–, Trump demostró una vez más que no entiende el concepto de no hablar con “terroristas”.
Es particularmente difícil generalizar sobre la ideología de Trump, un hombre de negocios que hace gala de sus decisiones y actitud transaccional. Pero uno de los puntos más remarcables de su discurso del 13 de mayo en Riad, fue su crítica directa al neoconservadurismo y al intervencionismo: «Las relucientes maravillas de Riad y Abu Dabi no fueron creadas por los llamados constructores de naciones o neoconservadores […] al final, destruyeron muchas más naciones de las que construyeron y los intervencionistas actuaron en sociedades complejas que ni siquiera entendían”.
El no-intervencionismo es un conocido rasgo de la ideología de Trump, al menos en teoría, pero el enfrentamiento contra el neoconservadurismo ha emergido como una característica de su política en la región. Tras un belicoso comienzo de su mandato –la intensa ofensiva contra el Yemen; graves amenazas de guerra contra Irán; y el extraordinario plan de limpiar Gaza étnicamente y tomar el control de ese territorio para construir un complejo turístico de lujo–, Trump ha reconducido su postura. Ha comenzado a negociar directamente con Irán y Hamás, y ha llegado a un alto el fuego con los huzí.
Las negociaciones directas con la República Islámica de Irán han sido extremadamente raras en la historia de Estados Unidos (EEUU) y contrastan con el distanciamiento y hostilidad hacia ese país que caracterizaron el primer mandato de Trump, puestos de manifiesto con la retirada estadounidense del acuerdo nuclear de 2015, las fuertes sanciones económicas –la campaña de “presión máxima”– y el asesinato del dirigente de la Fuerza al-Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, Qassem Soleimani. Para las negociaciones entre EEUU y Hamás, que resultaron en la liberación del soldado israelí-estadounidense Edan Alexander, cautivo en Gaza, simplemente no existen precedentes.
Estas negociaciones no sólo han dejado asombrados a los observadores debido a la ruptura con la tradición, sino porque Israel, que tiene fuertes objeciones al respecto de todos estos contactos, ha quedado totalmente marginado. El alto el fuego acordado con los huzí no incluye a Israel, que incluso no fue informado previamente sobre el acuerdo.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se opone –supuestamente– al levantamiento de las sanciones sobre Siria. Israel vio la caída del régimen de al-Assad como una amenaza y ha estado interfiriendo fuertemente a fin de controlar su futuro, aunque eso signifique la división y desestabilización del país.
El desenlace con los huzí puso de manifiesto, asimismo, un enfrentamiento interno en la Administración Trump entre dos vertientes del conservadurismo estadounidense: la de “America First”, de Trump y su vicepresidente J.D. Vance, y el neoconservadurismo. Según informó el diario The Washington Post, el cese de Mike Waltz como asesor de seguridad nacional no sólo estuvo motivado por el escándalo del Signalgate, sino por provocar la ira del presidente al intentar coordinar con el primer ministro israelí –a espaldas de Trump– un ataque militar contra Irán.
Tras la guerra en Gaza, y dada la extremada violencia que Israel ejerce contra ese territorio desde hace año y medio –que está dejado a la región en estado de shock–, la agenda de normalización entre Israel y Arabia Saudí está firmemente descartada, al menos por el momento, si bien el proyecto de los Acuerdos de Abraham sigue en pie y, durante su reunión en Riad, Trump animó a al-Sharaa a sumarse a ellos.
No sólo es la guerra en Gaza la que ha cambiado la ecuación, sino que Arabia Saudí lleva años buscando soluciones regionales a los problemas regionales. Y Donald Trump se ha amoldado. Ha estado negociando con Arabia Saudí ayuda para establecer un programa nuclear civil en el Estado monárquico, como parte de un acuerdo de defensa en el contexto de las negociaciones para llegar a un trato con Irán sobre sus ambiciones nucleares, pero ya no a cambio de la normalización con Israel. Existen otros factores exógenos de importancia para EEUU, como, en particular, la rivalidad con China por la influencia en la región.
Aunque en su discurso en Riad no hubo ninguna gran revelación con respecto a Gaza, sí se escuchó a un Trump con un tono diferente repitiendo que “es una cosa horrible lo que está teniendo lugar”. Mientras, desmarcándose de la visita del presidente de EEUU al Golfo y las referencias a la guerra en Gaza, Netanyahu ha reafirmado que la guerra en la Franja continuará y ha intensificado sus bombardeos sobre el territorio, atacando hospitales y masacrando a docenas de civiles. Pero el presidente Trump lamenta la extrema beligerancia de Netanyahu e Israel ya no es la piedra angular de una reorganización regional. Emerge un nuevo orden regional basado en una arquitectura diferente.