Consciente de que el vínculo trasatlántico está más debilitado que nunca y de que las diferencias internas entre los Veintisiete sobre lo que debe hacer la Unión Europea (UE) en relación con Rusia no amainan, Vladímir Putin ha recuperado una modalidad de acción que ya era habitual en la Guerra Fría entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia. En realidad, apenas se trata de subir un escalón más en la guerra híbrida que Moscú lleva años desarrollando, sin traspasar nunca el umbral que podría llevar a un choque convencional directo, recurriendo no sólo a los ciberataques y a las acciones de propaganda y desinformación, sino también al sobrevuelo de drones y aviones en las inmediaciones del espacio aéreo de sus potenciales adversarios de la OTAN, así como al tránsito de buques y submarinos por sus aguas.
(…) cabe imaginar que Putin busca tensar aún más las relaciones entre Estados Unidos (EEUU) y sus aliados europeos de la OTAN y ensanchar las fracturas internas entre los miembros de la UE (…)
Lo primero que cabe decir de la incursión de drones Shahed 136 y Geran 2 en el espacio aéreo de Polonia y de aviones Mig-31 en el de Estonia es que no se trata de accidentes. Es cierto que en un contexto tan complejo como el que rodea a la guerra en Ucrania siempre puede producirse un indeseado accidente que lleve a un dron, un misil o un avión a desviarse de su ruta programada; pero cuando se trata de una veintena de drones y cuando los aviones han penetrado el cielo estonio durante 12 minutos, ese argumento resulta insostenible. Han sido, sin ningún género de dudas, actos intencionados. Dicho eso, también hay que añadir que no pueden calificarse de ataques, aunque los Mig-31 portaran misiles bajo sus alas, mientras que los drones no llevaban carga explosiva.
En todo caso, es una clara provocación con dos propósitos bien definidos. Por un lado, desde el punto de vista militar, acciones de este tipo buscan chequear el despliegue y el nivel de operatividad de las defensas antiaéreas del enemigo, contando con que en el preciso momento en el que se detecta la penetración se activan los sistemas de radares, las baterías antiaéreas y los aviones interceptores. Todo ello permite al agresor extraer una fotografía actualizada de la ubicación de dichos sistemas y, por tanto, de sus fortalezas y sus debilidades. Y aunque en algunos casos son acciones que pueden tener esa única intención, sólo adquieren pleno sentido si se llevan a cabo como un paso previo a un ataque posterior en toda regla.
Por otro, en el plano político, cabe imaginar que Putin busca tensar aún más las relaciones entre Estados Unidos (EEUU) y sus aliados europeos de la OTAN y ensanchar las fracturas internas entre los miembros de la UE, poniendo a prueba su unidad y la voluntad de los gobiernos nacionales en su apoyo a Ucrania y en la estrategia a seguir con la propia Rusia. Una unidad que, a tenor de las primeras reacciones, no parece demasiado sólida. Así, mientras la mayoría de los gobiernos aliados han expresado su crítica a Rusia, el propio presidente estadounidense, Donald Trump, se ha inclinado por considerarlo un accidente. En términos prácticos, y tras la invocación polaca del artículo 4 del Tratado de la OTAN, seguida de la misma medida por parte de Estonia, la respuesta se ha limitado, como ya era previsible, al anuncio del reforzamiento del despliegue de más medios militares en el territorio de los vecinos más próximos a Rusia, pero sin dar el paso de aprobar despliegues permanentes, sino manteniendo el sistema de rotación de unidades terrestres y patrullas aéreas y navales en sus proximidades.
Se repite así una pauta de comportamiento que muestra abiertamente que la Alianza Atlántica no tiene voluntad para chocar militarmente con Rusia, invocando por ejemplo el artículo 5 del mencionado Tratado, del mismo modo que Rusia tampoco desea una confrontación directa con la OTAN, aunque sólo sea porque eso le obligaría a abrir un nuevo frente, cuando ni siquiera puede lograr lo que busca en Ucrania. Sea como sea, y ante la perspectiva de que Moscú siga adelante con este tipo de acciones (así hay que entender el sobrevuelo de un avión de reconocimiento IL-20M en el mar Báltico el pasado día 20, interceptado por cazas alemanes y suecos cuando se encontraba en el espacio aéreo internacional sin plan de vuelo conocido y con el transpondedor –usado en aviación para la identificación de aeronaves y el seguimiento por radar– desactivado), se vuelve a plantear qué pueden/deben hacer la OTAN y la UE para responder a las provocaciones rusas.
En el contexto de la guerra en Ucrania esa duda ha sido constante y explica en gran medida la actuación de los aliados de Kyiv, temerosos de que cada nuevo paso en el apoyo a Zelenski y los suyos pudiera provocar una indeseada escalada rusa. Un temor que no se ha cumplido, sino más bien al contrario. Si se asume que Putin sólo entiende el lenguaje de la fuerza y que interpreta cualquier síntoma de debilidad como una invitación a abusar aún más del contrario, lo aconsejable sería mostrarse fuerte y decidido ante sus bravatas y provocaciones. Eso es lo que parece demandar la alta representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad, Kaja Kallas, cuando sostiene que “no debemos mostrar debilidad”. El problema es que no define cómo hacerlo, cuando ya ha quedado demostrado que las medidas tomadas hasta ahora no han frenado a Moscú. ¿Habría que activar el artículo 5 del Tratado de la OTAN o el 42.7 del Tratado de la Unión? ¿Habría que derribar un avión ruso, como hizo Turquía en 2015? Nadie lo sabe.