Paz mediante la fuerza, el nuevo/viejo lema de Trump

Donald Trump aplaude en su discurso ante las tropas tras una tribuna con el logo del presidente (25/04/2025). A su izquierda, lo acompañan en su visita: el secretario de Defensa, Pete Hegseth y autoridades militares y políticas de Míchigan. A su alrededor, los soldados y dos aviones de la base y, al fondo, una gran bandera de Estados Unidos. Están en una nave industrial de la Base Aérea de la Guardia Nacional de Selfrifge, Míchigan.
Donald Trump pronuncia un discurso ante las tropas de la Base Aérea de la Guardia Nacional de Selfrifge, Míchigan (25/04/2025). Foto: U.S. Secretary of War (Dominio Público).

Son muchos a lo largo de la Historia los que han caído en el error de creer que cuanta mayor sea su fuerza (militar, por supuesto), mayor será su seguridad. Donald Trump, tal como se empeña en enfatizar reiteradamente en su reciente Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), tan sólo es el último en añadirse a una larga lista de gobernantes anclados en aquella tan histórica como desacertada divisa de si vis pacem para bellum. Por eso, mientras se afana infructuosamente por ser identificado como el pacificador universal, no tiene reparos en convertir el Pentágono en Departamento de Guerra y en declarar su intención de contar con “el ejército más poderoso y competente del mundo” como instrumento fundamental para salvaguardar los intereses propios. En esa línea, el año termina a la espera de que el Senado avale lo que ya la Cámara de Representantes acaba de aprobar el pasado 10 de diciembre, para dedicar más de 900.000 millones de dólares al capítulo de defensa el próximo año fiscal.

Son muchas las ocasiones en las que ha quedado claro que lo que EEUU define como paz, no es más que un intento de preservar un statu quo del cual lleva siendo el principal beneficiario desde hace décadas.

El actual inquilino de la Casa Blanca –al igual que sus predecesores, al menos desde mediados del pasado siglo– pretende convencer a propios y extraños de que, desde la posición de impropio policía mundial (ante la falta de una Organización de las Naciones Unidas –ONU– capacitada para cumplir su tarea fundacional), Estados Unidos (EEUU) sirve a la causa de la paz con extrema generosidad. Una generosidad de la que muchos (con los europeos en posición destacada) se habrían supuestamente aprovechado. Olvida conscientemente que la Pax Americana, la misma que el canciller alemán, Friedrich Merz, acaba de dar por finiquitada, implica un modelo de relaciones (con su correspondiente marco institucional y normativo) diseñado y aplicado a mayor gloria de Washington, estructurado con la clara intención de consolidar su posición de potencia hegemónica planetaria. Por eso, la afirmación contenida en la citada ESN de que “los días en que Estados Unidos sostenía por sí sólo el orden mundial como Atlas han quedado atrás”, suena tan grandilocuente como cínica.

Son muchas las ocasiones en las que ha quedado claro que lo que EEUU define como paz, no es más que un intento de preservar un statu quo del cual lleva siendo el principal beneficiario desde hace décadas. Y, de ese modo, cualquier actor que no se acomode al papel que Washington le ha asignado en el reparto de juego, queda inmediatamente identificado como un enemigo de la paz.

Es evidente que todos los Estados del planeta tienen legítimos intereses de seguridad y, en su defensa, se asume que deben contar con un instrumento de disuasión y castigo –es decir, unas Fuerzas Armadas– de último recurso. Pero, sin necesidad de remontarnos muy atrás, es también evidente que no basta con ese “poder fuerte” para garantizar la seguridad propia. Por eso la apuesta militarista de Trump, despreciando el “poder blando”, supone un error mayúsculo. En primer lugar, porque los componentes de ese “poder blando” –tanto el comercial, como el cultural, el diplomático o el de donante– sirven para atraer y alinear a otros a favor del que lo sabe ejercer; o, lo que es lo mismo, reduce el nivel de confrontación y, por tanto, de potencial amenaza, al tiempo que gana aliados para enfrentarse a otros. De ahí que, por ejemplo, la nefasta decisión de lanzar una guerra arancelaria o eliminar la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID), además de costar muchas vidas humanas, va a suponer una notable pérdida de influencia estadounidense en muchos lugares del planeta.

Por otra parte, porque ni aun contando con los mejores efectivos y material de defensa imaginables se puede garantizar la invulnerabilidad ante muchas de las amenazas hibridas, convencionales y nucleares que hoy definen nuestro mundo. Peor aún, decisiones como el despliegue de un nuevo escudo antimisiles –Cúpula Dorada– no sólo no le garantiza a EEUU la protección contra armas cada vez más intrusivas, sino que, como se constata por parte de Rusia, estimula todavía más la proliferación de nuevos artefactos nucleares. A eso se añade que hay amenazas y riesgos –sea la crisis climática, el terrorismo internacional o el crimen organizado– que no son de naturaleza militar y que, por tanto, no se pueden neutralizar por muchos medios de combate que se desplieguen.

Por último, el error se multiplica si, como se recoge profusamente en la mencionada ESN, se opta por colocar a la Unión Europea (UE) en la diana como un objetivo a batir. EEUU no tiene en el planeta un socio con el que comparta más valores, principios e intereses que con los Veintisiete; de ahí, que, en un escenario en el que su poder mengua y su hegemonía está en juego ante el empuje de China, parecería elemental la decisión de reforzar aún más los lazos que unen ambas orillas del Atlántico. Sin embargo, los mensajes que Trump y sus delegados emiten hacia sus (hasta ahora) aliados europeos no pueden ser más inamistosos, cuando no directamente hostiles.

Lo peor no es sólo que EEUU se empecine en el error, sino que los Veintisiete traten de imitarlo, con un plan de rearme que va a tensionar aún más la cohesión social de sus poblaciones, debilitando el Estado de bienestar, y que sigue basado fundamentalmente en consideraciones nacionalistas.