Merkel paga un alto precio por su cuarto mandato

Merkel paga un alto precio por su cuarto mandato. Cartel de campaña de Angela Merkel.
Cartel de campaña de Angela Merkel. Foto: opposition24.de (CC BY 2.0)

Ver también versión en inglés: Merkel pays a high price for her fourth term

Los titulares de prensa destacan estos días la entrada por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial de los xenófobos de la Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) en el Parlamento alemán, pero la verdadera noticia debería ser que pese a dejar entrar en el país a más de un millón de refugiados entre 2015 y 2016 –y recibir enormes críticas dentro y fuera de su partido por ello– Merkel haya ganado sus cuartas elecciones. Algo sin parangón en las democracias occidentales en las últimas décadas en las que, como ha señalado Moisés Naím, es más fácil conseguir el poder pero también más fácil perderlo.

“Al igual que ha pasado en otros países europeos, esa hegemonía del centro ha sido atacada desde los extremos y se ha desmoronado”

Si termina este mandato, Merkel estará más de tres lustros en el poder. Una buena medida de su estatura e inteligencia política. Este hito histórico –sólo comparable al de Helmut Kohl, y recordemos que en la época de Kohl no había Internet– viene, sin embargo, con un alto coste. El precio a pagar por hacer política de centro que agrada a la mayoría ha sido espolear los partidos de los extremos. La AfD, sobre todo, ya que antes de 2013 (cuando se produjeron las pasadas elecciones) ni existía.

La entrada de la AfD en el Bundestag es un terremoto político, pero, igual que los terremotos de verdad, estaba más que anunciado. Sólo faltaba por determinar la intensidad del mismo. Al final se ha llevado el 13% del voto, o sea, casi un centenar de escaños, y se ha convertido en la tercera fuerza política. Todo un shock para una nación que desde la Segunda Guerra Mundial siempre ha sacado pecho por no tener partidos xenófobos en el Parlamento.

resultados alemania 2017
Resultados de las elecciones al Bundestag del 24 de septiembre. © The Federal Returning Officer, Wiesbaden 2017

La excepción alemana se ha acabado. Igual que sus vecinos (pensemos en Francia, Austria, los Países Bajos y ya no digamos Polonia) el pueblo alemán, y sus elites, van a tener que enfrentarse al problema del nacionalismo excluyente, antiglobalización, anti-UE y antiinmigración.

Hasta ahora siempre se decía que la política alemana era aburrida. Merkel se había encargado de ello. Había formado coaliciones de gobierno estables, dos veces con la socialdemocracia del SPD y una vez con los liberales del FDP, y había gobernado desde el centro del tablero. El último gobierno de gran coalición tenía el 80% de los escaños. Pero al igual que ha pasado en otros países europeos, esa hegemonía del centro ha sido atacada desde los extremos y se ha desmoronado. No lo suficiente para derrotar a Merkel, pero sí para cambiar radicalmente el panorama político. Entre la democracia-cristiana de Merkel y la socialdemocracia de Schulz han perdido más de 100 escaños.

La AfD se ha beneficiado del voto protesta. Casi un millón de sus votos vienen de la CDU de Merkel. Esos son los que están descontentos con la política de puertas abiertas con los refugiados de la canciller. Al afianzarse en el centro, Merkel ha descuidado (conscientemente) su flanco derecho.

“Las regiones que más han votado al partido xenófobo son las que menos inmigrantes tienen”

Muy a tener en cuenta es que muchos de los votos de la AfD vienen de la Alemania Oriental. Esto es llamativo. Las regiones que más han votado al partido xenófobo son las que menos inmigrantes tienen. Estamos hablando, por lo tanto, más de miedo a los cambios que puedan venir que un rechazo al statu quo. La gran mayoría de los alemanes, incluso votantes de la AfD, dicen que tienen un nivel de vida alto. También es verdad que en Alemania existe una desigualdad y un precariado crecientes. Muchos a los que les va peor han votado a Die Linke (la izquierda extrema) o a la AfD. Otro dato curioso es que la formación de extrema derecha ha movilizado a más de un millón de votantes que antes no votaban.

La AfD va, por lo tanto, a traer ruido al Parlamento alemán. Pero ese no es el único cambio. Los socialdemócratas ya han declarado que se van a la oposición. Estos han sido sus peores resultados de la historia. Participar en la gran coalición les ha hecho mucho daño. No les queda otra que reformarse y repensar su discurso. La socialdemocracia está en declive en toda Europa y en parte eso es porque no se han adaptado a los nuevos tiempos. La revolución industrial vio nacer a los partidos obreros, la digital los puede enterrar. Es importante, sin embargo, que el SPD esté en la oposición porque si no la AfD se convertiría en el líder de la oposición, con lo que eso conlleva de presencia en el Parlamento y los medios.

Con el SPD descartado, a Merkel sólo le queda formar una coalición con los liberales y los verdes, en lo que se conoce como una coalición Jamaica, por los colores de las formaciones (negro, amarillo y verde). El acuerdo no será fácil. Los liberales y los verdes están en polos opuestos en muchos temas como la integración europea, la eliminación del diésel y la política migratoria, pero si hay alguien que tiene experiencia en formar coaliciones esa es Merkel. Si no lo consigue, las otras opciones serían o un gobierno en minoría (complicado, pero no descartable) o nuevas elecciones.

Lo más normal, sin embargo, es que el sentido de deber se imponga y que los tres partidos –que realmente son cuatro porque la CDU tiene de socio a la CSU bávara– tengan unas negociaciones largas, hasta navidades presumiblemente, pero que al final lleguen a un acuerdo de gobierno con unas líneas bastante perfiladas. Los verdes es probable que consigan el Ministerio de Asuntos Exteriores y los liberales o bien Finanzas –lo que supondría desbancar a Schäuble, otro alto precio para Merkel– o Economía, lo que tendría su lógica porque son el partido pro-mercado y negocios.

“Los liberales han establecido líneas rojas en relación a muchas de las propuestas de Macron”

Los liberales han establecido líneas rojas en relación a muchas de las propuestas de Macron para avanzar en la integración de la unión monetaria. Eso preocupa en España. En principio se oponen a un presupuesto para la zona euro de un tamaño importante y quieren que se desmantele el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) que se creó en la crisis para ayudar a los países con problemas financieros, entre ellos España. Está por ver si mantienen esa línea dura. El líder de los liberales, Christian Lindner, es un político joven y pragmático que sabe que con algo más del 10% de los votos no puede imponer sus posiciones en todos los frentes. Podría, por ejemplo, lograr una reducción importante de los impuestos y reformas económicas, a cambio de ceder en la política europea, donde Los Verdes van a querer que Merkel sea más generosa.

De todas formas, quien piense que Alemania iba a meter decenas de miles de millones de euros en un presupuesto para la zona euro con Schulz en el gobierno o como socio pequeño con Merkel se equivoca. La postura alemana en este debate viene de lejos y es de consenso. Si se quiere un presupuesto de verdad hay que mutualizar las deudas pero también el control del gasto y los ingresos, es decir, hay que ceder soberanía fiscal. Y está por verse si Francia está dispuesta a ello, incluso con Macron (Lindner ha repetido varias veces esta idea). Otra cosa es que se crea un fondo para incentivar las reformas en los diferentes países. En última instancia, la pregunta es para qué se quiere crear ese presupuesto común. Si es para ser un mecanismo de estabilización macroeconómica de varios puntos porcentuales de la zona euro, la oposición no va a venir sólo de Lindner, sino también de Merkel. Si estamos hablando de crear una bolsa común de hasta 50.000 millones, donde se destinan ayudas económicas para reformas concretas, entonces puede haber acuerdo.

Lindner y Macron tienen una agenda común: la digitalización, revisar la educación, mejorar las políticas activas de empleo, fomentar el emprendimiento y lograr una mayor transparencia y modernización de la administración. Este no sería el sueño de los federalistas, pero podría ayudar a fortalecer la unión monetaria sobre una mayor confianza y, quién sabe, convergencia, entre los países miembros.

Al final, con estas elecciones Alemania se parece más a Francia. Las dos naciones, y la mayoría de los países occidentales, se enfrentan a un eje de tensión entre una parte de la población cosmopolita y abierta y la otra nativista y nacionalista. Lo positivo es que la coalición Jamaica, si se produce, va a estar formada por tres partidos que abogan por la apertura y que son europeístas (aunque Lindner haya flirteado con el euroescepticismo durante la campaña). El temor es que no sean capaces de proteger y empoderar a los nativistas para que vean con mejores ojos la europeización y la globalización. Para Merkel, el trabajo va a empezar en casa porque si al final hay un gobierno Jamaica será muy de la Alemania Occidental (donde esos tres partidos tienen mucho apoyo) y muy poco de la Oriental (donde tienen menos). Salvar esa distancia va a ser clave porque si el alemán medio ve que la inversión en el Este ha valido la pena, también verá de manera más positiva la creación de una unión fiscal a nivel europeo.