La verdadera “excepción árabe”

La verdadera “excepción árabe”. Primaveras Árabes. Plaza de Tahrir (Egipto), enero de 2011. Elcano
Primaveras Árabes. Plaza de Tahrir (Egipto), enero de 2011

Durante décadas, mucho se habló y se escribió sobre la “excepción árabe”, debido a que ninguna de las olas de democratización que atravesaron el sur y el este de Europa, Latinoamérica, el sudeste asiático y África se detuvieron en el Magreb ni en el Oriente Medio árabe[1]. Esto llevó a muchos a buscar explicaciones para dicha excepción. La incapacidad de las sociedades árabes de pasar de sistemas políticos autoritarios a otros democráticos se explicó de dos formas: (1) por condicionantes religiosos y culturales que son muy difíciles de cambiar; y (2) debido a factores económicos y geopolíticos que pueden modificarse con el tiempo.

Los partidarios de la “excepción religiosa o cultural” aducen que la cultura árabo-islámica es esencialmente patriarcal y autoritaria, y que en ella se fomentan valores como la obediencia y el sometimiento a la comunidad. Según esa visión, el islam y la cultura árabe van necesariamente en contra de los valores individualistas, que son la base de principios como los derechos humanos y los derechos civiles y políticos. Para demostrarlo, se señala que el poder en los países árabes suele ser central, profundamente jerárquico y dependiente de una figura paterna a la que se someten sus súbditos. También se recuerda que esos rasgos se encuentran tanto en los discursos ideológicos nacionalistas como en los islamistas.

Quienes ven una “excepción económica y geopolítica” en el mundo árabe se centran en dos realidades: (1) el carácter rentista de la mayoría de sus economías, bien sea por los hidrocarburos o por la ayuda exterior; y (2) los enormes intereses que las potencias internacionales tienen en esa región, lo que la convierte en el escenario de luchas, injerencias e intervenciones militares. Según esta explicación, las economías rentistas no dependen de la recaudación de impuestos de los ciudadanos, sino que éstos tienen una relación de dependencia del Estado por su capacidad de repartir recursos, empleos y privilegios. También se insiste en que los países rentistas dedican mucho dinero a mantener poderosos aparatos de seguridad y represión que aplastan o compran a los movimientos reformistas locales.

Las consideraciones geopolíticas asociadas al petróleo, a la supremacía regional de Israel y a las amenazas procedentes de la región (ahora el yihadismo y antes el avance comunista) son utilizadas para explicar la llamada “excepción árabe”. Desde esa perspectiva, los regímenes de la región que se alían con las grandes potencias consiguen a cambio suficiente apoyo económico, militar y diplomático para enfrentarse a los actores locales que piden cambios y reformas. Para garantizarse el control de sus sociedades, algunos regímenes recurren a interpretaciones religiosas restrictivas y rigoristas. Por otra parte, las intervenciones militares externas en países como Irak, Siria y Libia han contribuido a militarizar los conflictos internos y a convertir la lucha por tener más derechos en guerras civiles que alejan cualquier perspectiva democrática.

Las revueltas antiautoritarias –conocidas como Primavera o Despertar Árabe– que se iniciaron a finales de 2010 demostraron que existe una demanda real de más derechos y democracia por parte de sectores importantes de las poblaciones. Su pertenencia a una cultura árabo-islámica no impidió que millones de personas pidieran más libertad, una vida digna, justicia social y buen gobierno. En esas revueltas –que no fueron iniciadas por los islamistas– se mostró un amplio rechazo hacia el autoritarismo, la corrupción y la exclusión política que caracterizan a los regímenes árabes. Las movilizaciones sociales fueron obra, ante todo, de grupos civiles y juveniles que aspiran a vivir mejor y a tener oportunidades. Seguir hablando de la “excepción árabe” en clave cultural y religiosa después de la ola democratizadora iniciada hace cuatro años es, cuanto menos, una equivocación.

Frente a los grupos sociales que piden democracia y Estado de derecho, existen otros que buscan fortalecer el poder autoritario y sus instituciones represivas. Esos sectores se encuentran representados por los viejos regímenes, la mayoría de los sectores islamistas y las fuerzas sectarias. Como en las demás sociedades del mundo, las árabes también tienen sus luchas internas y tensiones entre corrientes con visiones enfrentadas de la sociedad y del modelo político. La desaparición de los regímenes autoritarios árabes está ligada al cambio en el equilibrio de fuerzas entre esas corrientes contrapuestas.

Lo que sí han confirmado los cuatro años de transiciones convulsas en el Magreb y Oriente Medio es que, por el momento, se mantiene la “excepción económica y geopolítica árabe”. Todas las monarquías y algunas repúblicas –como Argelia– han sorteado la ola de transformaciones políticas a base de gasto público y más rentismo. También de más represión y control ideológico. El gasto militar se ha disparado, así como el dedicado a servicios y empleos estatales con el fin de comprar paz social. La financiación del proselitismo religioso también se ha beneficiado de los altos precios de los hidrocarburos.

Hasta la fecha, la dimensión geopolítica ha condicionado de forma determinante la evolución del Despertar Árabe. Los recursos dedicados a financiar y armar a las partes enfrentadas en todos los escenarios de conflicto han contribuido a militarizar las luchas de poder y a ahondar las brechas etnosectarias en toda la región. La “guerra fría” regional entre Arabia Saudí e Irán, las intervenciones militares extranjeras, el auge de opciones extremistas como Daesh (el autoproclamado Estado Islámico), la política confusa de EEUU en la región y la práctica irrelevancia de la UE están provocando el colapso de varios Estados y la desfiguración de algunas fronteras. En esas condiciones, es muy probable que aumente la inestabilidad regional y que sus consecuencias se dejen notar en todo su vecindario.


[1] Artículo publicado originalmente en Cambio 16, 1/IV/2015.