La OMC renace de sus cenizas

La OMC renace de sus cenizas

En los últimos tiempos, se había puesto de moda dar a la Organización Mundial del Comercio (OMC) por muerta. Se decía que tenía una agenda anticuada, del siglo XX, y que no abordaba los problemas del siglo XXI, como el cambio climático, la seguridad energética y alimentaria o la regulación de los fondos de riqueza soberana. Se decía que había quedado secuestrada por una Ronda de Doha imposible de cerrar, que lastraba todas sus demás virtudes, como su efectivo mecanismo de resolución de conflictos. Y, por último, se decía que el nuevo juego del comercio internacional eran los grandes acuerdos bilaterales y regionales (como el TTIP o el TPP), que habían surgido precisamente como consecuencia de la incapacidad de la OMC para avanzar, y que podrían suponer el fin del multilateralismo y el auge de bloques comerciales rivales.

Por ello, el acuerdo alcanzado por la OMC en el llamado paquete de Bali es una grata sorpresa. Es el primer acuerdo que la OMC alcanza desde su creación y podría permitir relanzar la Ronda de Doha, que es necesario cerrar, aunque sea con un acuerdo de mínimos, para que la organización pueda mostrar que es útil y quede libre para avanzar hacia otros temas. Es decir, el acuerdo de Bali evita, al menos por el momento, que la OMC caiga en la irrelevancia. También es una importante victoria personal para el brasileño Roberto Azevêdo, que dirige la organización desde septiembre y que ha demostrado su habilidad para forjar nuevos consensos.

De todos modos nadie debería llevarse a engaño. El contenido del paquete de Bali es muy limitado, y aún tiene que ser ratificado. Pero demuestra que los 159 países miembros de la OMC se habían dado cuenta de que la organización estaba siendo cada vez más cuestionada, por lo que era imperativo mostrar su eficacia como institución clave en la gobernanza de la globalización.

El acuerdo incluye avances en tres frentes: facilitación del comercio, agricultura y desarrollo. En facilitación del comercio, el apartado más importante, se fijan nuevas normas vinculantes destinadas a reducir los obstáculos burocráticos en las aduanas, lo que podría aumentar el PIB mundial entre 400.000 millones de dólares y 1 billón. Este es un muy buen acuerdo, que estaba sobre la mesa desde la cumbre de Singapur en 1998 y que, en principio, beneficia a todos los países y tiene un coste reducido. Ahora bien, requiere un mayor esfuerzo por parte de los países en desarrollo, que son los que tiene unos procedimientos de aduanas menos eficientes. En agricultura, se han acordado varias cosas. Primero, que los países más pobres puedan acumular alimentos para utilizarlos en caso de emergencia alimentaria sin que eso contravenga las normas de la OMC en materia de distorsión al mercado de productos agrícolas generada por ayudas públicas. La falta de acuerdo en este punto fue precisamente lo que descarriló la ronda de Doha en el verano de 2008, ya que la India y EEUU no pudieron ponerse de acuerdo en este asunto (meses después comenzó la crisis financiera y ya nadie volvió a acordarse de la Ronda de Doha).

Segundo, el acuerdo se compromete a reducir los subsidios a las exportaciones agrícolas, tema que ya se había acordado (aunque no llegara a aplicarse) en la cumbre de Hong Kong de 2005 y que, desde entonces, venían demandando los grandes exportadores de productos primarios. Afectará sobre todo a los países avanzados, especialmente a los de la UE.

Tercero, se ha alcanzado un acuerdo para facilitar las exportaciones de algodón, que son la principal fuente de ingresos para algunos países africanos. Por último, se redefinen las normas sobre el nivel arancelario que deben de tener algunos productos agrícolas cuando su comercio está regulado por cuotas pero éstas no llegan a cubrirse (lo que se conoce como tariff-rate quotas en la jerga de la OMC).

En materia de desarrollo el acuerdo se centra en facilitar el acceso de los productos de los países en desarrollo a los mercados de los países ricos, tema recurrente en el que a las buenas intenciones de apertura de mercados por parte de los países avanzados habría que unir nuevos recursos para mejorar la capacidad exportadora de los países más pobres (lo que se conoce como aid for trade).

En definitiva, el paquete de Bali representa sobre todo un símbolo. Más allá de que acuerdos como el TTIP o el TPP seguirán negociándose, el hecho de que todos los países hayan empleado capital político para relanzar las actividades de la OMC supone que se han dado cuenta de que la organización presta una serie de servicios a la comunidad internacional que no es buena idea poner en riesgo. Sirve desde para contener las presiones proteccionistas (ningún país ha elevado sus aranceles por encima del nivel pactado en la OMC durante la Gran Recesión por miedo a las multas que la OMC puede imponer) hasta para dirimir conflictos a través de su efectivo mecanismo de resolución de diferencias. Y es, todavía, la organización mejor preparada para regular de forma legítima la globalización económica.