Unas horas después del ataque estadounidense sobre las instalaciones nucleares de Fordo, Natanz e Isfahán, el Parlamento de Irán emitía un comunicado apoyando el cierre del estrecho de Ormuz. Aunque esta institución carece de competencias ejecutivas y una decisión de este tipo recaería, en última instancia, en el Consejo Superior de Seguridad Nacional de Irán, Teherán mandaba un mensaje de rechazo a “la rendición total” exigida por Donald Trump después de los bombardeos y trataba de demostrar su capacidad para mantener la escalada. La débil respuesta sobre las bases estadounidenses en Qatar, anunciada con antelación y diseñada para ser fácilmente repelida, revela las limitaciones del régimen iraní para dar una respuesta contundente. Es una lógica que, más allá de la retórica, también puede aplicarse a las opciones de Irán en el estrecho.
La amenaza iraní sobre el cierre del estrecho de Ormuz no es nueva. En 2008, el Parlamento emitió un comunicado similar, en 2012 lo hizo su vicepresidente, Mohammad Reza Rahimi, y en 2018 fue verbalizada por el que era en aquel momento el presidente de Irán, Hasán Rouhani, y respaldada por el difunto líder de la Guardia Revolucionaria, Qasem Soleimani. Ninguna de ellas se materializó y, por ello, la amenaza debe ser analizada con cautela, tanto por las dudas sobre la capacidad real de Irán para llevarla a cabo como por el impacto desproporcionado que tendría sobre sus principales socios, en particular China, así como sobre su propia economía, que depende en gran medida de las exportaciones de petróleo que cruzan, precisamente, el estrecho de Ormuz.
El cierre del estrecho supondría, además, un acto de asfixia económica autoinfligida para Irán, cuya economía depende de las exportaciones de petróleo que transitan por esa vía.
La centralidad de este estrecho para el tráfico internacional de hidrocarburos, principal argumento de fuerza para la amenaza iraní, es de sobra conocida. Aproximadamente el 25% del petróleo y el 20% del gas natural licuado (GNL) que se comercian internacionalmente son producidos en países del golfo Pérsico y transitan por el estrecho de Ormuz. Aunque Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han desarrollado infraestructura alternativa, esencialmente oleoductos, para exportar sus hidrocarburos y poder evitar el paso del estrecho, su capacidad no es suficiente para sustituir más del 50% del volumen actual del tráfico de petróleo en la zona y no existe una vía alternativa para el gas natural. Más allá de los hidrocarburos, el estrecho también es una ruta crítica para el transporte de fertilizantes y productos químicos, así como la principal vía de entrada para los cereales que se consumen en la región.
Aunque la relevancia del estrecho para los mercados energéticos ha permanecido relativamente constante en las últimas décadas, la orientación de los flujos de exportación de los países del golfo ha cambiado significativamente, desplazándose desde la Unión Europea (UE) y Estados Unidos (EEUU), hacia Asia, que actualmente absorbe el 85% del petróleo y del GNL que es exportado a través de Ormuz (Figura 1).
Figura 1. Volumen del petróleo transportado a través del estrecho de Ormuz (en millones de barriles diarios)
1a. Por origen
1b. Por destino
El elevado nivel de autosuficiencia energética alcanzado por EEUU gracias a la revolución del shale, junto con la preferencia europea por suministros provenientes de Norteamérica, América Latina y África, ha reducido la dependencia que hace 50 años, durante las crisis del petróleo, sí tenían del suministro del golfo. Esto debilita la lógica detrás de un eventual cierre de Ormuz por parte de Irán. Aunque el efecto alcista en los mercados internacionales sería sustancial, imponiendo un elevado coste político en Washington y Bruselas, el impacto directo en la seguridad de suministro afectaría de forma desproporcionada a los países asiáticos. En concreto, para China, principal comprador del petróleo crudo iraní y un importante socio político de Teherán, el cierre del estrecho de Ormuz asestaría un golpe directo a su estrategia de seguridad de suministro energético: China obtiene cerca del 40% de su petróleo y un 25% del GNL desde el golfo Pérsico. Dado el volumen del mercado chino, el primer importador mundial de ambas materias primas, sustituir esos volúmenes, siquiera temporalmente, implicaría un esfuerzo económico sustancial, exponiendo la vulnerabilidad relativa de China frente a EEUU en el ámbito de la seguridad de suministro de hidrocarburos.
Por otra parte, durante décadas se ha especulado sobre la capacidad militar de Irán para cerrar el estrecho de Ormuz y, en este sentido conviene distinguir entre dos escenarios diferenciados. El primero, el cierre total del estrecho, implicaría operaciones militares en aguas territoriales de Omán, donde se encuentran los canales de navegación más profundos por los que transitan los buques a la salida del golfo Pérsico. Este tipo de acción constituiría, en la práctica, una agresión contra el país vecino que derivaría en una respuesta coordinada de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y activaría una intervención militar encabezada por EEUU. El cierre del estrecho supondría, además, un acto de asfixia económica autoinfligida para Irán, cuya economía depende de las exportaciones de petróleo que transitan por esa vía. Desde esta perspectiva, una medida de este tipo sólo tendría lógica estratégica si Israel emprendiera una campaña militar contra la infraestructura petrolera iraní que redujera significativamente su capacidad de exportación. Sin embargo, pese a la superioridad aérea demostrada por Israel desde el inicio de las hostilidades, ha evitado atacar la isla de Kharg, un blanco relativamente fácil desde el que Irán exporta el 90% de su crudo. Esta contención sugiere la existencia de una línea roja impuesta por EEUU, destinada a evitar un aumento en los precios del petróleo y con una lógica disuasoria: mientras Irán mantenga su capacidad de exportación, tendrá menos incentivos para bloquear el tránsito marítimo en el estrecho.
El segundo escenario, la generación de perturbaciones mediante acciones en la zona gris, resultaría mucho más factible, difícil de atribuir y con efectos potencialmente más duraderos. Irán ha comenzado a manipular las señales AIS (Automatic Identification System) y GPS de los buques, provocando caos en el tráfico marítimo cercano a Ormuz y el 17 de junio ya se produjo una colisión de dos buques petroleros debido al desconcierto generado. Otras acciones de este tipo podrían implicar a los debilitados, pero todavía presentes, grupos proxys de Irán en la región. La experiencia reciente en el mar Rojo ha evidenciado lo sencillo que resulta alterar el comercio marítimo global, incluso para un actor no estatal, y lo complejo que es restablecer su normalidad. Estas acciones, sin embargo, presentarían las mismas dudas estratégicas que un cierre total del estrecho al perjudicar excesivamente a China y terminaría por enfrentar a Irán con sus vecinos del golfo, objeto último de estas acciones.
En el contexto actual, lo más plausible es que Irán mantenga la amenaza de cerrar el estrecho de Ormuz en el plano retórico, utilizándola como instrumento de presión y como argumento para facilitar una eventual desescalada. Los mercados internacionales parecen compartir esta interpretación: las subidas de los precios del petróleo y el gas han sido moderadas y no reflejan una percepción de riesgo de cierre inminente. Mas allá de las amenazas, Irán no tiene muchas opciones en el estrecho de Ormuz.