¿Ha abandonado Europa a Italia? La respuesta de la UE a la crisis migratoria italiana

¿Ha abandonado Europa a Italia? La respuesta de la UE a la crisis migratoria italiana

La reunión del Consejo de Ministros de Interior de la UE rechazó el 11 de abril la propuesta del gobierno italiano de repartir entre los Estados miembros a los alrededor de 20.000 inmigrantes irregulares procedentes en su mayor parte de Túnez. Son los llegados antes del 5 de abril, fecha a partir de la cual, según el acuerdo italiano con el nuevo gobierno tunecino, éste acepta la devolución de sus nacionales llegados irregularmente a Italia. En la misma reunión el Consejo de Ministros de Interior decidió aceptar el reparto del millar de demandantes de asilo llegados a Malta desde Libia. La respuesta europea ha causado gran malestar en el gobierno italiano, cuyo primer ministro, Silvio Berlusconi, en la víspera de la reunión, declaró que “L’Europa o è qualcosa di vero e concreto o non è. Ed allora è meglio dividerci e tornare ciascuno a fare le proprie politiche nazionali e i propri egoismi” (“Europa o es algo de verdad y concreto o no existe. Y entonces es mejor dividirse y volver a dedicarse cada uno las propias políticas nacionales y los propios egoísmos”). Tras el resultado de la reunión, el ministro del Interior, Roberto Maroni, afirmó que “A Italia se la ha dejado sola. Me pregunto si tiene sentido seguir formando parte de la Unión Europea”.

Las conclusiones del Consejo de Ministros de Interior no dicen nada sobre el futuro de los inmigrantes económicos tunecinos que se encuentran en Italia. En cambio, anima a los Estados miembros a “reasentar” a los demandantes de asilo, en su mayoría llegados a Malta procedentes de Libia, y muchos de ellos originarios de países sumidos en largos conflictos a los que resulta difícil volver, como Somalia, Eritrea y Palestina. España, Alemania, Bélgica, Italia, Suecia, Eslovaquia, Noruega y Portugal ya han anunciado su disposición a acoger  refugiados, en lo que supone un importante avance hacia un mejor reparto de la carga que supone para los países europeos la acogida de refugiados y asilados.

A la vez, las conclusiones del Consejo piden a los Estados que contribuyan con mayores fondos a las labores de Frontex (Agencia Europa de Fronteras) y urgen la reforma del reglamento de esta Agencia para darle mayor autonomía y operatividad y anuncian la celebración de una reunión del Consejo el 12 de mayo para volver a examinar la situación. Por último, las conclusiones no mencionan la Directiva de Permisos Temporales del 2001, diseñada para acoger de forma provisional a un gran número de migrantes en caso de una grave crisis en un país vecino (se redactó con el conflicto de Kosovo en mente) y que Italia pretendía activar en este caso para otorgar esos permisos a los inmigrantes tunecinos de modo que pudieran dirigirse a otros países. Francia es el destino “natural” para la mayor parte de ellos por la existencia allí de redes de familiares ya asentadas. Previamente, la comisaria de Interior, Cecilia Malmström, ya había negado que el número de inmigrantes llegados a Italia o Malta pudiera justificar la activación de esa Directiva, pensada para la llegada de cientos de miles de refugiados. Y Francia ya había anunciado que no aceptaría la llegada de esos inmigrantes tunecinos.

¿Cuál es el mensaje del Consejo de Ministros de Interior a Italia?

El mensaje claro es éste: un país de 60 millones de habitantes con la riqueza de Italia tiene que ser capaz de atender por sí mismo a 20.000 inmigrantes irregulares sin “exportar” el problema a los demás. La UE se esforzará para mejorar la gestión de la inmigración llegada desde el Norte de África, reforzando Frontex y negociando con los países del Magreb (Durão Barroso visitó Túnez el 12 de abril para urgir a este país a repatriar a sus emigrantes), pero, de forma inmediata, Italia debe poder gestionar por sí misma esta “crisis” cuya gravedad está exagerando.

Es indudable que en esta respuesta a Italia pesan algunos elementos de su pasada gestión migratoria, la reciente y la más antigua. En cuanto a la reciente, el gobierno italiano contestó con un “No, gracias” a la oferta de ayuda de Frontex que le llegó en el mes de enero, para solicitarla un mes después, cuando el número de llegadas había aumentado considerablemente. La actitud de permitir que la situación se deteriorase en Lampedusa, sin sacar de la isla a los inmigrantes ni ofrecer medios para su atención, tampoco ha jugado a favor de la imagen italiana en Europa. Respecto al pasado, Italia es conocida por su gestión ambigua de la inmigración, combinando un discurso restriccionista y en algunos casos xenófobo con la tolerancia de hecho con la presencia de un alto número de inmigrantes irregulares. A la vez, Italia es uno de los países europeos que menos refugiados y asilados políticos acoge. Tampoco esto ha contribuido a despertar la solidaridad de los europeos. Por último, el descrédito de la clase política italiana encabezada por un primer ministro sospechoso de una amplia gama de delitos no promueve  la simpatía de sus socios europeos. ¿Habría sido la misma la respuesta de la UE si la avalancha migratoria se hubiera producido en un país más respetuoso con las normas propias y europeas? Probablemente no.

¿Una respuesta coherente de la UE a Italia? Europa aprieta pero no ahoga

Sin embargo, pese a la negativa del Consejo de Ministros de Interior del 11 de abril de aceptar el reparto de los irregulares tunecinos entre los países europeos, la Comisión ha dejado abierta una puerta falsa a Italia para que estos inmigrantes puedan transitar por el espacio Schengen. La comisaria de Interior ha aceptado que los permisos de residencia temporal “por razones humanitarias” que Italia ha concedido a los tunecinos y los “documentos de viaje de extranjeros” que ha emitido para ellos son válidos dentro del espacio Schengen y que, por tanto, ningún otro país del grupo Schengen puede negar la entrada en su territorio de los titulares de estos permisos y documentos. Con ello, la Comisión ha dejado la pelota en el campo de juego de Francia e Italia, enfrentados por este asunto. El gobierno francés ha reiterado que no admitirá en su suelo a inmigrantes irregulares, sin un título de viaje válido (pasaporte) y que no puedan demostrar medios de vida en Francia. La estrategia italiana ya ha salvado los dos primeros escollos: ha convertido a los inmigrantes en regulares al otorgarles un permiso temporal “por razones humanitarias” (interpretando de forma creativa sus propias normas sobre la concesión de permisos de residencia) y les ha entregado un título de viaje que la Comisaria ha aceptado como válido, ese “documento de viaje de extranjeros”. Ahora sólo queda que los propios inmigrantes, con familiares y amigos al otro lado de la frontera francesa, se las arreglen para demostrar medios de vida en Francia. Los primeros 20 tunecinos de este grupo llegado a Italia entre finales de diciembre y el 4 de abril entraron legalmente en Francia el 15 de abril y otros tantos lo hicieron el día 16. Pero el día 17, domingo, Francia decidió impedir la entrada de trenes procedentes de Ventimiglia (Italia), con el argumento de que existían riesgos de orden público. Los tunecinos que se refugian en el centro de la Cruz Roja de esa ciudad fronteriza se encuentran ahora a la expectativa.

¿Qué nos dice esto sobre la UE y su política migratoria?

Más allá de la interpretación en clave nacional de estos acontecimientos (la presión tanto en Francia como en Italia de los grupos anti-inmigrantes, como la Liga Norte o el Frente Nacional, y la proximidad en ambos casos de elecciones, municipales en mayo en Italia y presidenciales en el 2012 en Francia), puede extraerse de ellos alguna conclusión sobre la política europea de inmigración, o, más en concreto, sobre la política de evitación de la inmigración irregular: La gran fragilidad en la que descansaban los acuerdos firmados con regímenes autoritarios del Magreb (Túnez y Libia) obliga ahora a la UE a dedicar más medios e idear nuevas fórmulas para incentivar a regímenes democráticos a aceptar acuerdos de repatriación, en un contexto turbulento –el de cualquier transición democrática– en el que este tema no es en absoluto prioritario en sus agendas. Es un reto difícil. Por otra parte, el doble y contradictorio mensaje de la UE a Italia, el público del Consejo de Ministros de Interior (no es aceptable el reparto de los irregulares) y el discreto de la Comisión (permitan que salgan hacia otros países Schengen y arréglenlo en disputas bilaterales), no dice nada bueno sobre la posibilidad de avanzar hacia responsabilidades compartidas y políticas comunes. No es generando enemistades como se hace amigos. Por último, es el propio espacio Schengen, la desaparición de las fronteras internas, lo que se pone en peligro, y éste es, junto con el euro, uno de los principales activos y símbolos de la UE ante sus ciudadanos. En definitiva, ambivalencias como ésta profundizan una crisis del europeísmo que ya es grave.