Gaza, cada vez más cerca de la “solución final” israelí

Zona urbana devastada en Gaza con escombros, edificios colapsados y personas caminando entre las ruinas. Gaza
Zona urbana devastada en Gaza con escombros, edificios colapsados y personas caminando entre las ruinas. Foto: Jaber Jehad Badwan (Wikimedia Commons/CC BY-SA 4.0)

¿Había que esperar a Eurovisión para que nuestros gobiernos se diesen por enterados de lo que el gobierno israelí está haciendo en Gaza desde hace 20 meses (por no decir años)? Así parecería si se atiende a la sucesión de declaraciones que han surgido desde el pasado sábado, basculando entre la mera crítica sobre lo insoportable de la situación humanitaria en la Franja y la supuesta intención de tomar medidas para parar lo que unos denominan abiertamente genocidio y otros rebajan a crímenes de guerra.

Por un lado, si algo distingue lo que Benjamín Netanyahu y los suyos están haciendo hoy de otras salvajadas colectivas del pasado es que, en lugar de esconder sus abominables actos, son los mismos perpetradores de la barbarie los que se encargan de ponerlos ante nuestros ojos, mientras sus portavoces declaran sin disimulo alguno su intención asesina con respecto a los palestinos de Gaza y Cisjordania. De hecho, ya ni siquiera recurren al manido e insostenible argumento de que sus acciones militares son en legítima defensa, dirigidas a eliminar a este o aquel líder de alguno de los grupos armados que todavía hay en Gaza, de tal manera que la muerte de civiles serían indeseables efectos colaterales. Sencillamente, matan civiles y destruyen sus casas y todo tipo de infraestructuras porque alimentados por su credo supremacista constatan que, como acaba de declarar el ministro de economía, Belazel Smotrich, “llevamos año y medio acabando con Hamás y desmantelando la Franja de Gaza, dejándola con un nivel de destrucción completo y sin precedentes, y el mundo aún no nos ha parado”. “Y no nos va a parar”, podría añadir de inmediato.

¿Había que esperar a Eurovisión para que nuestros gobiernos se diesen por enterados de lo que el gobierno israelí está haciendo en Gaza desde hace 20 meses (por no decir años)?

No puede extrañar que así piensen cuando, tras haber cruzado todas las líneas rojas que establecen tanto la ética más elemental entre humanos como la ley internacional, ni siquiera los miembros de la Unión Europea de Radiodifusión se han atrevido a prohibir la participación de Israel en un simple festival musical, echando mano del mismo argumento que les sirvió anteriormente para dejar fuera a Rusia. Por eso conviene no dejarse llevar por los titulares de estos días, que parecerían dar a entender que, aunque demasiado tarde, los gobiernos occidentales por fin están decididos a cambiar de actitud para castigar a Israel por su barbarie.

Tomemos dos ejemplos recientes. El gobierno español, cuyo comportamiento sobre el tema hay que valorar positivamente si se compara con los que han permanecido callados todo este tiempo, dice ahora que no comercia con un Estado genocida (en clara referencia a Israel). Por una parte, es obvio que las relaciones comerciales no se han roto en ningún momento, ni siquiera en el delicado terreno del comercio de armas; y la indicación más clara de ello es que ha habido que esperar hasta esta misma semana para que se ponga en marcha un proceso para aprobar una ley (que el partido mayoritario en el gobierno dice apoyar) que contemple la prohibición de la compraventa de armas con ese país. Señal evidente de que, hasta ahora, lo que había era únicamente un cúmulo de declaraciones más o menos explícitas que, en ningún momento, ha supuesto la cancelación de dicho comercio. Por su parte, el gobierno británico acaba de emitir un comunicado verbalmente muy duro, del que cabría deducir en primera instancia que Londres va a cerrar sus relaciones comerciales con Israel por considerar que lo que hace en Gaza es “monstruoso” e “intolerable”. Sin embargo, si se va más allá del llamativo titular, lo que se entiende es que lo único que se apunta es la suspensión de la negociación sobre un tratado de libre comercio (que ya estaba paralizada desde la llegada del gobierno de Keir Starmer) y la aplicación de algunas sanciones a algunos colonos de los asentamientos (ilegales) de Cisjordania. Mientras tanto, la Unión Europea (UE) sólo se ha atrevido, 15 meses desde que España e Irlanda lo reclamaran, a poner en marcha una revisión del Acuerdo de Asociación UE-Israel que, echando mano de su artículo 2, le permite el cierre de relaciones con Tel Aviv por sus sistemáticas violaciones de los derechos humanos.

Y todo eso después de que haya innumerables pruebas del incumplimiento de las obligaciones que Israel tiene como potencia ocupante con respecto al bienestar y a la seguridad de la población que habita Gaza y Cisjordania, así como de su violación sistemática del derecho internacional y del derecho internacional humanitario. No puede extrañar, por tanto, que los gobernantes israelíes sigan manteniendo el rumbo que creen que les acerca a la posibilidad de controlar finalmente todo el territorio existente entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, previamente vaciado de una población que termine de asumir que allí no hay sitio para ella. Unos gobernantes que, en el colmo del sarcasmo, ponen ahora en marcha una operación que de ningún modo puede ser calificada de ayuda humanitaria, con un doble objetivo: generar un titular que sirva a sus simpatizantes para intentar convencer a sus críticos de que no tienen afán asesino (como si las decenas de miles de civiles muertos y el cierre total a la ayuda humanitaria desde el pasado 2 de marzo no fueran prueba suficiente de lo contrario) y bloquear una posible reacción internacional combinada para obligarle a actuar de modo al menos humanitario.

Seamos claros, el desencadenamiento de la operación Carros de Gedeón ya está en marcha, con cinco divisiones de las fuerzas israelíes desplegadas en la Franja. Una operación que llegará hasta donde Netanyahu considere conveniente, sabiendo que, desgraciadamente, nadie va a ir más allá de declaraciones destinadas tan sólo a ocupar los titulares mediáticos por unas horas.