¿Vuelve a crecer el antisemitismo en Europa, cuando menos judíos hay en el Viejo Continente? Los últimos atentados, como en Francia contra un supermercado kosher en París y la profanación de tumbas judías, o como en Dinamarca o antes en Bruselas, podrían indicarlo. Este antisemitismo no se limita a algunos musulmanes radicalizados, o a un yihadismo que busca objetivos judíos (entre otros) en Europa. Con toda razón el primer ministro francés, Manuel Valls, ha afirmado que el renacimiento del antisemitismo en Francia refleja una crisis de la democracia. En Francia ha surgido una polémica cuando Roland Dumas, ex ministro de Asuntos Exteriores, ha afirmado que Valls estaba “bajo influencia judía” (por su mujer), a lo que éste replicó que tales propósitos “no honran a la República”. Y cabe añadir que el mismo fenómeno en otros países de Europa marca una crisis de la propia idea europea.
El aviso, en plena campaña electoral, del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, de que los ataques terroristas seguirán en Europa por lo que los judíos no ven garantizada su seguridad y por tanto deben mudarse a Israel “que es su hogar”, tiene mucho de electoralismo. Ha sentado muy mal a los gobiernos europeos más concernidos, en este caso el francés y el danés. Puede añadir leña al fuego. Vivir en Israel no es garantía de mayor seguridad. Y Oriente Medio se está redibujando.
En muchas sociedades europeas, crecen los “antis”: anti-inmigración, anti-extranjeros (pero los judíos que habitan en países de Europa no son extranjeros, como tampoco lo son los musulmanes de segunda o tercera generación, nacidos en Europa), anti-islam y antisemitas, éstos últimos casi 70 años después de que el final de la Segunda Guerra Mundial pusiera al descubierto el Holocausto perpetrado por los nazis y al que algunos otros prestaron ayuda.
El antisemitismo parece repuntar en buena parte de Europa cuando hay en ella menos judíos. Eran 9,5 millones (el 57% del total mundial) los que en 1939 vivían en el Antiguo Continente. En el Holocausto murieron, según las cifras habitualmente manejadas, unos 6 millones. En 1960 eran sólo 3,2 millones y en 2010 habían bajado a 1,4 millones (el 0,2% de la población europea, frente a 14 millones de judíos en el mundo), sobre todo porque muchos de ellos se han marchado a Israel (creado en 1948) desde Europa del Este y la antigua Unión Soviética, según datos aportados por el Pew Research Center.
En otra encuesta comparativa de la Liga Antidifamación, una organización judía con sede en EEUU, de los europeos, los griegos y los franceses aparecen como los más antisemitas, seguidos por los españoles. Un 69% de los griegos, un 37% de los franceses y un 29% de los españoles contestó positivamente a estereotipos como que “los judíos son más leales a Israel que a España”. En España, país que ha asumido bastante bien la inmigración sin haber generado, hasta ahora, movimientos xenófobos significativos, unas proporciones preocupantes de ciudadanos asumen los tópicos antisemitas más ramplones. En un sondeo impulsado en 2010 por el Ministerio de Asuntos Exteriores (Casa Sefarad-Israel) para rebatir otro anterior del Centro Pew muy agitado desde el Congreso de EEUU, un 58,4% de los españoles encuestados (y la mitad de ellos universitarios) consideraba que “los judíos tienen mucho poder porque controlan la economía y los medios de comunicación”. Aunque según esta encuesta el antisemitismo de los españoles se había reducido algo, del 48% en 2008 al 34,6% en 2010. Ahora bien, el 48% expresó una opinión favorable sobre los judíos, lo que indicaría que este país tiene mucho antisemita, pero no es un país anti-judío. La visión de los musulmanes es mucho peor: un 53% de los españoles tenía en 2010 mala imagen de ellos. Aunque hay una diferencia básica que no explica este antisemitismo en España, pues los judíos registrados, según sus representantes, suman sólo en torno a 45.000, mientras los musulmanes superan el millón.
Según el Observatorio de Antisemitismo en España, que en su informe de 2012 relata casos de agresiones e insultos en pintadas, redes sociales y tergiversaciones en algunos medios, “se trata de un rechazo hacia lo judío”, sin que la mayor parte de la población española conozca directamente a un judío, dadas las escasas dimensiones de la comunidad hebrea española.
¿Tiene este antisemitismo que ver con lo que está ocurriendo en Oriente Medio, la falta de avance en el proceso de paz entre israelíes y palestinos, y las simpatías hacia estos últimos? Sin duda influye. Pero en el estudio de 2010, sólo un 17% de los encuestados españoles está de acuerdo con que la “antipatía a los judíos” se debe al “conflicto de Oriente Medio”. Shlomo Ben Ami, citando una encuesta de 2012, señala que en Europa la violencia contra los judíos “se alimenta de actitudes antisemitas muy antiguas y no de un sentimiento anti-israelí”.
Cuidado. Como recomienda The Economist, “dada su historia terrible de odio a los judíos…, los europeos deben estar siempre alerta ante cualquier signo de antisemitismo, ya sea de la especie endémica cristiana o de la variedad islamista más reciente”. El antisemitismo es un síntoma más de que en Europa, de la mano de la crisis económica y de la política, de la pérdida de identidad, están resurgiendo actitudes de los años 20 y 30, o incluso anteriores. Es parte del espejo en el que nos miramos todos los europeos. Y lo que vemos no nos gusta.