Brexit me, Brexit me mucho…

Vernon e Irene Castle. Dominio público.
 Vernon e Irene Castle. Dominio público. Brexit
Vernon e Irene Castle, pioneros del baile de salón. Foto: Biblioteca del Congreso / Wikimedia Commons (dominio público).

La solista desgranaba la enésima versión de la melodía de Consuelito Velázquez, mientras la orquesta interpretaba la última pieza de la temporada de bailes de salón. La pareja danzaba arrastrando pesadamente los pies sobre la pista. No había motivos para volar en una despedida. Ella, la Política Europea de Seguridad y Defensa, había intentado en vano conquistar el amor de su pareja de baile durante años. Él, el Reino Unido, se había resistido a formalizar sus relaciones porque seguía considerando como a su pareja del otro lado del Atlántico como su mejor opción, y sus principios le impedían prodigarse en un baile a tres que, como cualquier británico sabe, es un número adecuado para jugar al golf, pero no para una pista de baile.

Todo hubiera seguido igual de no ser porque él trató de ordenar sus prioridades de una vez por todas y encontró más ventajas en abandonar su pareja europea que en mantenerla. La cabeza le llevaba a seguir afianzando la relación profesional y personal. Vivían cerca, cada día tenían más en común y cada uno podía volver a su propio domicilio al concluir su agenda de baile. Por el contrario, el corazón le llevaba a evitar el compromiso y le hacía creer que la unión le llevaba inevitablemente a perder su libertad y que pronto ya no habría vuelta atrás. ¿No le habían educado en la desconfianza hacia personas de otro continente? ¿No perdería su libertad a cambio de unos cajones en el armario común? ¿Y cómo sería ella unos años más tarde? ¿Merecía la pena plantearse en serio una vida en común?

Bésame, bésame mucho,
Como si fuera esta noche la última vez
Bésame, bésame mucho,
Que tengo miedo a tenerte y perderte después

Ahora bailaban abrazados, con sus mejillas pegadas mientras sus pensamientos se distraían en adivinar el futuro que les aguardaba por separado. Lo veían venir, pero no creían que les pudiera pasar a una pareja de baile tan consolidada. Como todo bailarín de salón que se precie, él sabía que le correspondía a él -y no a ella- marcar el ritmo y articular los pasos del baile. Y por eso se enfadaba cada vez que ella se resistía a seguir sus pasos y pretendía moverse con mayor autonomía. Para evitarlo, él apoyaba la mano derecha en la cintura europea de ella con energía para vencer su inercia, mientras la mano izquierda apuntaba con sutileza el sentido anglosajón del giro. Su cultura de baile era superior, contaba con una gran tradición histórica y pertenecía a la escuela clásica. Por el contrario, ella era una recién llegada al circuito de los bailes de salón y dudaba entre concursar ya en las grandes ligas o reservarse para las ligas menores donde no ganaría grandes trofeos pero tampoco cosecharía graves fracasos.

Para las grandes ligas, él solía volver con su pareja americana de siempre. Habían ganado juntos tantos concursos que no se imaginaba fuera de su lado en otra final mundial. Sentía tener una relación especial con ella, pero se planteaba últimamente si el sentimiento era común porque era consciente de que ella había tomado el mando y a él ya sólo le quedaba dejarse llevar. Sus dos parejas de baile se conocían y tenían una relación ambivalente, llena de celos artísticos, que les llevaba a no poderse entender cuando estaban juntas y a buscarse desesperadamente cuando alguna desaparecía del salón. Mientras una se había apuntado al circuito de Asia-Pacífico, el que parecía más importante para el futuro, la otra prefería seguir adiestrándose por los mismos escenarios de siempre en Europa y Oriente Medio. Su galán pronto tendría que optar por uno de ambos circuitos ya que hacía tiempo sabía que había dejado de estar en forma para competir en todos ellos.

Mientras avanzaba la melodía, ella no podía dejar de pensar en qué haría tras su partida. Sabía que la separación les dolería a ambos y que ninguno volvería a ser, por separado, lo que pudieron ser juntos. Ella recordaba el éxito del concurso en Saint Malo, al que siguieron los triunfos de Helsinki, Colonia y tantos otros. Pero luego llegaron los malos resultados de Maastricht, Lisboa y tantos otros intentos fallidos de estabilizar su relación profesional. Sabía que para bailar no importa tanto la capacidad atlética como el corazón, y ella tenía muchas facultades físicas pero le faltaba corazón para competir. El corazón que él ponía en la pista y que ahora había decidido llevarse.

Quiero tenerte muy cerca,
Mirarme en tus ojos,
Y tenerte junto a mí

Piensa que tal vez mañana
Estaré muy lejos,
Muy lejos de ti

Para evitar las lágrimas, el bailarín tiró de de recuerdos y los tiempos mejores le llevaron a sus años de juventud, cuando él introdujo a su pareja americana en la Liga Europea para defender su hegemonía en las pistas. Recordó los tiempos triunfales eliminando a las parejas del Este en la competiciones invernales y los grandes bailes de exhibición del Gran Oriente. Pero también recordó cuánto habían cambiado los gustos de los espectadores y los jurados. Como las nuevas parejas traían a concurso nuevas disciplinas de baile al tiempo que se desinteresaban por los estilos clásicos.

Mientras se acababa el baile y tenía que distanciarse de su pareja europea comenzó a tener dudas. ¿Se habría equivocado? ¿Podrían volver a bailar juntos? ¿Con quién volvería a bailar? ¿Y en qué concurso o con qué baile?

Bésame, bésame mucho,
Que tengo miedo a perderte
Perderte después