Las consecuencias energéticas del conflicto de Ucrania

Las consecuencias del pulso entre  Rusia y la UE en Ucrania sobre la geo-economía del gas en Europa pueden ilustrarse con algunas cifras indicativas de la magnitud del desafío tanto para la UE y Ucrania como para la propia Rusia. Empezando por la UE, que en conjunto importa cerca del 30% de su gas de Rusia, el gas ruso que transita por Ucrania supone el 36% de las importaciones alemanas de gas, el 27% de las de Italia y el 23% de las de Francia, por citar a los tres principales importadores comunitarios. Casi el 60% del gas importado por Ucrania proviene directamente de Rusia, y parte de las importaciones restantes son en realidad re-exportaciones de gas ruso desde otros países europeos. Gazprom  se ha apresurado a recordar a las nuevas autoridades ucranianas que el país mantiene una deuda por sus suministros de gas superior a los 1.500 millones de dólares, y que en abril se aplicarán subidas de precios tras quedar sin efecto el precio acordado a principios de 2014, cuando se redujo a la tercera parte.  Del lado ruso, por Ucrania transitan las dos terceras partes  de sus exportaciones de gas hacia la UE, así como las destinadas a Turquía.

No obstante, para la UE y Ucrania, la coyuntura es mejor que la vigente en las interrupciones de 2006 y 2009. El invierno ha sido suave y toca a su fin, lo que se traduce en stocks de gas superiores a la media, tanto en la UE como en Ucrania, donde se calculan en unos 4 ó 5 meses. Pese a ello, la reacción de los mercados de gas fue fulminante, con aumentos de precios cercanos al 10% en el ICE londinense para abril, e incrementos semejantes en Holanda y Alemania. Si la tensión geopolítica con Rusia se mantiene, este incremento puede agravar el diferencial con los precios del gas en Estados Unidos, planteando crecientes problemas de competitividad a la industria europea.

Para Ucrania, aunque a corto plazo no hay riesgo de desabastecimiento, la subida de precios y el abono de impagos supone un coste muy elevado para una economía en quiebra técnica. Además, la situación de inestabilidad en el país inhibirá las inversiones previstas para explorar los hidrocarburos del Mar Negro y, sobre todo, los importantes recursos de gas no convencional. Se desvanecerían así las esperanzas del país de reducir su dependencia energética de Rusia, así como las de la UE para diversificar sus importaciones con la nueva producción ucraniana.

Pero una crisis prolongada también presenta riesgos para Rusia, que ha visto menguada su influencia en la UE gracias a la política comunitaria de competencia. El conflicto ha supuesto un fuerte deterioro del rublo y de la bolsa rusa, especialmente de las acciones de Gazprom, que ya atraviesa una delicada situación económica y tiene dificultades para acometer las inversiones planeadas. Una postura agresiva por su parte podría endurecer aún más la actitud comunitaria para con Gazprom en los mercados europeos. Si Rusia intentase pasar de la presión sobre los precios y la deuda a los cortes de suministro, Ucrania podría repetir la estrategia de 2006 y 2009, quedándose con el gas ruso destinado a Europa y obligándo a Rusia a interrumpir el suministro a sus clientes europeos, con el consiguiente coste en términos de credibilidad y fiabilidad.  Rusia puede  a medio plazo intentar acelerar el proyecto South Stream por el Mar Negro para sortear el tránsito por Ucrania, replicando la estrategia del Nord Stream que une Rusia con Alemania por el Báltico y ha reducido  el porcentaje de gas ruso destinado a la UE en tránsito por Ucrania  del 80% al 50% desde su inauguración en 2011.

Sería deseable que la interdependencia  cooperativa entre  la UE, Ucrania y Rusia primara frente a la competencia geopolítica,  pero es previsible que Rusia recurra de nuevo al gas en su pulso ucraniano. En el corto plazo podrían darse variaciones en los precios y modificaciones de contratos en Ucrania, y prolongarse las subidas del precio del gas en los mercados europeos. Tampoco puede descartarse que se reproduzcan las perturbaciones en el suministro de gas ruso a Ucrania, con efectos de desbordamiento sobre el resto del continente. Es cierto que Europa está ahora mejor pertrechada que en 2006 y 2009 para afrontar este reto, pero un enfrentamiento abierto puede suponer un coste económico importante para la UE y, sobre todo, para Ucrania. El coste para Rusia también sería elevado, pero resulta difícil predecir hasta dónde puede llegar la apuesta de Putin en defensa de su Unión Euroasiática, que muchos interpretan como una estrategia neo-imperial del Kremlin para anclar  a los países del espacio post-soviético a su área de influencia pero que el pensamiento estratégico ruso concibe como una cuestión de supervivencia.

Gonzalo Escribano es director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano | @g_escribano