La economía política del referéndum en Grecia

(*) Publicado el 3/4/2015 en eldiario.es.

Hay consenso entre los economistas en que Grecia tiene que reestructurar su deuda. Esto no solo lo piensa Varoufakis, que de macroeconomía sabe un poco, también lo creen, por el lado progresista Stiglitz, Krugman y Piketty, y por el lado conservador Rogoff, Feldstein y el Fondo Monetario Internacional. Entonces, si los números están claros, ¿por qué no se hace? Para responder a esta pregunta es importante comprender las limitaciones del análisis estrictamente económico. Los economistas tienen serios problemas para entender dos conceptos claves en la sociedad: el dinero y el poder.

Como es así suelen evitar hablar de ellos. Tratan el dinero como si fuese una unidad de cuenta, un medio de intercambio y una reserva de valor neutral. El dinero simplemente sirve para engrasar la maquinaria de la economía. Nada más. Pues bien, esta definición es errónea. Todo dinero es deuda, y por lo tanto siempre es una relación social entre acreedor y deudor. Y sucede que toda relación social, intrínsecamente e ineludiblemente, está basada en una interacción de poder, es decir, en la economía política.

La unión monetaria europea es un área social enorme que cuenta con 330 millones de personas, que a su vez entran en cada instante en miles de millones de transacciones entre acreedores y deudores. Cada billete que tenemos en nuestro monedero representa una relación de deuda, y por lo tanto hay un deudor y un acreedor. ¿Quién es el acreedor de los 20 euros que tengo en el bolsillo? Yo. ¿Quién es el deudor? El resto de los ciudadanos de la zona euro, que me deben 20 euros en bienes y servicios. Tradicionalmente, el deudor sería el soberano. Es por eso que en su día teníamos al Rey Juan Carlos I grabado en nuestras monedas.

Pero, claro, la zona euro no tiene un soberano. El euro se construyó sobre la lógica economicista de que el dinero es neutro y por lo tanto se puede (e incluso se debe) despolitizar. Es por eso que hemos hecho del Banco Central Europeo el más independiente de los bancos centrales de la historia. Craso error. Tanto el dinero como el banco central, como cualquier interacción social, siempre están sujetas a relaciones de poder, y por lo tanto la política siempre estará presente. ¿Qué tiene que ver todo esto con el referéndum en Grecia este domingo? Mucho, ya que desde que empezó la crisis en 2009 el problema es qué hacer con la deuda acumulada.

La solución a esta pregunta está en cómo se desarrolle la interacción de poder entre los acreedores y deudores. En un Estado soberano, normalmente esto se realiza a través de las urnas y el parlamento. Ahí se decide, de una manera democrática y legítima, quién va a cargar con los costes de la crisis. El problema está en que en la zona euro no hay un soberano ni hay un parlamento para decidir legítimamente la distribución de estos costes. Es por eso que se enfrentan las democracias entre sí. El gobierno griego de Syriza, democráticamente elegido, le pide a sus acreedores en el Eurogrupo una quita en su deuda. Estos, sin embargo, que también fueron democráticamente elegidos por sus pueblos, dicen que no.

A veces la izquierda se olvida de esto. Se dice que esta es una batalla del pueblo griego frente a la troika. Nada más lejos de la realidad. Esta es una batalla entre un gobierno de izquierdas griego que se enfrenta a 18 gobiernos conservadores o socialdemócratas. ¿Quién es más democrático? Todos. Todos han sido elegidos por sus ciudadanos. Por lo tanto lo que sucede en el Eurogrupo es que hay una asimetría de poder. Syriza no ha conseguido ningún apoyo en cinco meses y se ha quedado solo. Esto no es antidemocrático. Es democracia en estado puro. La mayoría conservadora-socialdemócrata gana. Si Varoufakis quiere cambiar las reglas del juego tiene que conseguir una mayoría, lo que no vale es decir que el sistema es antidemocrático porque no hace lo que quiere una pequeña minoría.

Es verdad que Syriza tiene apoyos en toda Europa, pero también es cierto que encuentra mucho rechazo. En general, las poblaciones del norte de Europa le tienen muy poca simpatía. El finlandés, eslovaco y estonio que ha tenido que soportar reformas estructurales y bajada de salarios para mantenerse competitivo en la era de la globalización no entiende como el griego no hace lo mismo para poder tener una economía moderna y sostenible. Si además se les dice que el griego se jubila antes de los 60 el desapego es todavía mayor. El caso es que Syriza se asocia con cuatro características que encuentran enorme rechazo en Alemania: populismo, nacionalismo, chulería y comunismo. No es de extrañar que Schäuble sea tan duro, y que el 70% de los alemanes lo apoyen.

Sin embargo, sería un error limitar las relaciones de poder entre acreedores y deudores a los Estados. Éstas también se producen en cada uno de los países de la Unión. Demografía, formación y poder económico juegan un papel determinante. La gente mayor, que tiene ahorros y activos, suele ser acreedora, mientras que los jóvenes que están estudiando o tienen una hipoteca son deudores. Igualmente, la gente con estudios y con poder económico alto es acreedora, mientras que la gente con estudios mínimos está más endeudada. Es por eso que si se va hoy a Atenas la mayoría de la gente mayor y con recursos va a votar Sí (porque tienen mucho más que perder), mientras que los que tienen menos votarán No, porque creen que Tsipras logrará una quita de la deuda y por lo tanto tendrá más para repartir. Lo más normal es que el grupo más grande gane el referéndum.

Lo interesante es que estos dos grupos se encuentran a lo largo y ancho del continente. Los ciudadanos más conservadores o liberales, por edad, ideología o por activos, piensan que se tendría que votar Sí, y viceversa, los más progresistas apoyan el No. Estas posiciones enfrentadas han quedado claras tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales. Esta dialéctica es de lo más positivo que ha traído el referéndum griego, independientemente del resultado. Por primera vez estamos presenciando la formación de una opinión pública transeuropea, algo que no existía. Algunos piensan que el drama griego está dividiendo el continente. No estoy de acuerdo. Lo está politizando. Y eso no es necesariamente malo. Todo sabemos que la política es combativa. Si queremos ver algún día una demos europea, vamos a tener que acostumbrarnos a las batallas ideológicas.

Eso sí, hay que aprender de las experiencias. La tragedia griega demuestra que si queremos mantener el euro (y ojalá Grecia sea parte de él) necesitamos construir estructuras democráticas legítimas, es decir, un soberano europeo que decida cómo se reparten los costes de la crisis. Como he indicado, las relaciones de poder entre acreedores y deudores no están limitadas a los estados miembros, son transnacionales, o mejor dicho, trans-europeas, y por lo tanto se tienen que dirimir a nivel europeo. Si no al final tendremos a naciones acreedoras y deudoras enfrentadas unas contra las otras y todos sabemos en qué acaba eso.

Miguel Otero-Iglesias
Investigador Principal de Economía Política Internacional del Real Instituto Elcano
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