La crisis del Mediterráneo

(*) Publicado el 30/4/2015 en El Universal (México).

Ante la sucesión de muertes producidas en el Mediterráneo en las últimas semanas se alzan voces que reclaman más generosidad al conjunto de la Unión Europea (UE) y se critica la cicatería con que las instituciones están respondiendo a la crisis. El jueves 23 de abril se celebró un Consejo Europeo extraordinario dedicado a este tema, pero el resultado ha vuelto a decepcionar y levantar acusaciones de egoísmo e inmovilismo. ¿Qué impide a la UE actuar de forma más decidida y eficaz? El problema es la contradicción entre los criterios humanitarios y los económicos y de seguridad.

La inmensa mayoría de la población de la UE se escandaliza ante el hundimiento de barcos cargados de inmigrantes y ve signos de decadencia moral en la escasa respuesta europea para evitarlo. Por otra parte, esa misma población lleva años dando muestras claras de rechazo al aumento de la inmigración, sea la económica o la de refugiados, un rechazo que nutre en casi todos los países europeos la formación de partidos xenófobos.

Por su parte, las élites políticas temen el impacto que pueda tener la llegada de grandes números de peticionarios de asilo o de inmigrantes laborales sobre los sistemas económicos nacionales y sobre la seguridad. Ésta segunda se ha convertido en elemento central de preocupación en las políticas migratorias desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los sucesivos ataques protagonizados en suelo europeo por musulmanes, inmigrantes de primera o segunda generación. Y la gran mayoría de los que intentan llegar ahora a Europa desde África son musulmanes.

El suceso ocurrido el 15 abril en una barca que iba de Libia a Sicilia, cuando tras una discusión religiosa 15 inmigrantes de Mali, Senegal y Costa de Marfil tiraron por la borda a 12 inmigrantes cristianos de Nigeria y Ghana, fue la peor señal de alarma que advertía sobre el riesgo de importar a Europa el sectarismo religioso violento por la vía de la inmigración y el refugio.

Respecto a la economía, todos saben que la demografía europea languidece y que necesita la aportación de inmigrantes. Sin embargo, la inmigración que Europa busca es la de alta cualificación, mientras que los inmigrantes de origen africano y especialmente los del Cuerno de África han mostrado mayores dificultades de integración laboral y social que los provenientes de otras regiones del mundo, como China, Europa del Este, India o Latinoamérica, y muchos refugiados que vienen de sociedades tribales se han convertido en permanentes beneficiarios de los servicios sociales, incapaces de integrarse en una sociedad moderna.

Por último, la recepción de refugiados divide desde hace décadas a Europa entre un Norte acogedor (Suecia, Alemania, Holanda o Reino Unido) y un Sur que apenas acepta demandas de refugio, hasta el punto de que la mayor parte de los que llegan a las costas italianas se dirigen después a países del Norte para pedir asilo allí, y esta desigualdad ha causado en el Norte poca receptividad ante las demandas del Sur de mayor apoyo económico para atender a los inmigrantes. Ha sido necesario que la tragedia alcanzase cifras tan altas como las actuales para que el Norte aceptase incrementar sustancialmente los fondos europeos destinados a la vigilancia y el rescate, que se van a triplicar. Este es el principal resultado del Consejo del 23 de abril junto con un aumento a 10 mil personas del número de refugiados sirios que Europa acepta reasentar. ¿Poca cosa? Sí, pero es un triunfo claro de los criterios humanitarios frente a los de seguridad y los económicos.

Carmen González Enríquez es investigadora principal de Demografía y Migraciones Internacionales del Real Instituto Elcano | @cgzalez_elcano