Brexit: el fin del principio

(*) Una versión anterior de este texto artículo fue publicada el 30/1/2020 en ABC.

Durante los últimos tres años y medio, siempre que se ha planteado la salida del Reino Unido de la Unión Europea en el Real Instituto Elcano, nunca ha faltado alguien que apostillara: ‘si se produce…’ Pues bien, el Brexit se producirá por fin el 31 de enero, pero eso no significa que se vayan a disipar las incertidumbres que nos acompañan desde ese fatídico 23 de junio de 2016 en el que 17.4 millones de británicos votaron a favor de abandonar la UE, mientras otros 16.1 optaban por la permanencia.

Como diagnosticó Churchill tras la batalla de El Alamein, esto no es el fin, ni siquiera es el principio del fin, sino más bien el fin del principio. Se abre ahora una etapa transitoria decisiva, en la que se negociará la relación futura entre el Reino Unido y la UE, tarea que deberá completarse antes de finalizar el año, salvo que Boris Johnson solicite la prórroga que hasta ahora ha rechazado, en cuyo caso el proceso podría prolongarse hasta dos años más. De no alcanzarse un acuerdo, se produciría automáticamente el tan temido Brexit duro, ya que a diferencia del negociado por Teresa May (y rechazado por el Parlamento), el Acuerdo de Salida aprobado no contempla como salvaguarda la permanencia del Reino Unido en un mínimo nivel de integración con la UE (excepto para Irlanda del Norte). Y dado que muy pocos expertos creen posible la negociación de un acuerdo tan complejo en plazo tan breve, cabe vaticinar que el Brexit seguirá provocando muchos quebraderos de cabeza.

“Aunque todavía no sepamos cómo será la relación definitiva entre Londres y Bruselas, debemos preguntarnos por las consecuencias del Brexit para la UE”.

El Reino Unido se enfrenta hoy a su mayor reto colectivo desde la Segunda Guerra Mundial, ya que el Brexit afectará a su futuro económico, su modelo social, su cohesión territorial, y su papel en Europa y el mundo. Los más optimistas sueñan con un ‘global Britain’ (o incluso un ‘Singapore-on-Thames’), es decir, una economía de servicios altamente competitiva, que se librará por fin de la pesada carga de una UE esclerotizada por la burocracia y la sobrerregulación. Sin embargo, esta visión no parece tener en cuenta que el Reino Unido vende a la UE el 46% de sus exportaciones en bienes y servicios, ni que le compra el 54% de sus importaciones. Por otro lado, la esperanza de que un ambicioso acuerdo comercial con Washington pueda amortiguar las consecuencias del Brexit no parece muy realista, dadas las preferencias del actual inquilino de la Casa Blanca. La paradoja de fondo es que al Reino Unido le ha ido bastante bien en la UE, y no está claro que su salida vaya a tener consecuencias netamente positivas. Y menos aún, que el chovinismo (e incluso la xenofobia) que han acompañado en ocasiones el debate sobre el Brexit augure nada bueno para el conjunto de una sociedad tan abierta, multicultural y cosmopolita como la británica.

A corto y medio plazo, el Brexittambién generará serias tensiones territoriales. En Escocia, los nacionalistas utilizarán el deseo mayoritario de la población de permanecer en la UE para justificar el secesionismo. Y en Irlanda del Norte, donde los partidos nacionalistas superaron a los unionistas por vez primera en las recientes elecciones generales, la posibilidad de permanecer alineados con la UE durante cuatro años, que pudieran ser ocho, podría hacer muy atractiva una futura reunificación de Irlanda.

Aunque todavía no sepamos cómo será la relación definitiva entre Londres y Bruselas, debemos preguntarnos por las consecuencias del Brexit para la UE. Obviamente, el Reino Unido no es un estado miembro cualquiera: sus 65 millones de habitantes representan el 13% de la población de la Unión; su economía aporta el 15% de su PIB; y sus fuerzas armadas, el 22% de sus tropas desplegables en el exterior. Sin embargo, según una encuesta reciente de la Fundación Bertelsmann, solo uno de cada cuatro europeos teme que su salida afecte negativamente al conjunto de la UE, mientras que cuatro de cada diez predicen que el Reino Unido estará peor cuando se marche. Lejos de generar un ‘efecto llamada’, el Brexit parece haber vacunado a muchos ciudadanos del virus euroescéptico, actuando incluso de ‘federador externo’, como definía el General de Gaulle a Estados Unidos.

Aunque lamenten la marcha del Reino Unido, los partidarios del proyecto europeo seguramente no pueden dejar de ver el Brexit con cierto alivio. Por motivos geográficos, históricos y culturales conocidos, muchos británicos siempre vieron con reticencia esa ‘unión cada vez más estrecha’ que contemplan los tratados. La UE pierde a una de sus economías más dinámicas, pero ésta jamás se habría integrado en el euro, dificultando a medio y largo plazo la consolidación de la moneda única. En su día Londres fue un impulsor entusiasta del proyecto del mercado interior, pero sus dudas actuales sobre la libre circulación de personas empañan esa trayectoria. Sin el Reino Unido, la UE posiblemente desarrolle un perfil más ‘social’, que es precisamente lo que reclaman muchos de nuestros ciudadanos. Quienes sostienen que sin los británicos la UE será un actor global menos relevante deben preguntarse si sus armas nucleares y su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU realmente contribuían a evitarlo. Y quienes temen por el futuro del vínculo transatlántico ya conocen el valor que otorga la administración estadounidense actual a su ‘relación especial’ con Londres. La UE del futuro posiblemente esté más supeditada al liderazgo franco-alemán, pero los británicos ya se resignaron a ello al autoexcluirse de su núcleo duro.

Es probable que la presencia del Reino Unido haya dificultado el desarrollo y la profundización del proyecto europeo, pero su marcha no garantiza el éxito de este. Seguiremos viviendo en una complejísima Unión de estados y ciudadanos, cuyo lema, ‘unida en la diversidad’, refleja más una aspiración que una realidad. Sin embargo, la UE nos ofrece la mejor –quizás la única– posibilidad que tenemos de enfrentarnos con éxito a los grandes retos globales de nuestro tiempo. Por su parte, el Reino Unido se marcha de la UE, pero no de Europa, y estará a nuestro lado en muchas de esas batallas, sobre todo si estuviesen en juego nuestra democracia y libertad.

Charles Powell
Director del Real Instituto Elcano | @CharlesTPowell