Remesas y progreso en África: oportunidades y desafíos (ARI)

Remesas y progreso en África: oportunidades y desafíos (ARI)

Tema: El África subsahariana es el punto de origen de 16 millones de migrantes internacionales y en los últimos años los flujos de remesas han aumentado, aunque su repercusión en el desarrollo sigue sin quedar claro.

Resumen: En los últimos años ha aumentado el interés en el impacto de la migración, y concretamente de las remesas (el dinero que los emigrantes envían a sus casas) en los procesos de desarrollo de los países de origen. Este documento analiza los principales datos al respecto, resumiendo el efecto altamente heterogéneo de las remesas en las familias, las comunidades y los Estados africanos. Además, explora algunas de las consecuencias peor digeridas desde una perspectiva europea.

Análisis

Migración y remesas en el África subsahariana

En el mundo existen más de 190 millones de migrantes internacionales, de los cuales unos 16 millones tienen su origen en el África subsahariana. La actual dinámica migratoria dentro y fuera del subcontinente africano es muy diversa; abarca la emigración del medio rural al urbano, temporal y permanente, la migración de mano de obra a mayores distancias, los desplazamientos provocados por sequías y hambrunas, la emigración para escapar de la persecución y los conflictos violentos y los desplazamientos de estudiantes y profesionales. Dentro del subcontinente (al que, en lo sucesivo, nos referiremos como “África”), los países con mayores oportunidades en el mercado laboral (como Sudáfrica, Costa de Marfil, Ghana y Nigeria) han experimentado una inmigración considerable, especialmente partiendo desde países más pobres; y los países cuyos vecinos se enfrentan a conflictos violentos (como Tanzania, Chad, Uganda y Kenia) albergan a un gran número de refugiados. La mayoría (el 63%) de los africanos que emigran lo hacen dentro del subcontinente, una proporción muy superior a la de otras regiones del mundo con mayores niveles de emigración externa. La mayor población africana inmigrante registrada en otro país africano son los cerca de 1 millón de burkineses presentes en Costa de Marfil, seguidos de los aproximadamente medio millón de zimbabuenses afincados en Sudáfrica. Aun así, una minoría considerable también emigra a lugares situados fuera del subcontinente, en Oriente Medio, Europa Occidental y Norteamérica. Los mayores grupos vienen representados por los aproximadamente 249.000 sudaneses presentes en Arabia Saudí y los cerca de 204.000 angoleños de Portugal.[1]

Históricamente, en África, como en muchos otros lugares del mundo, el fenómeno migratorio no ha sido visto con muy buenos ojos. El colonialismo se apoyaba en la migración y la movilización estratégica (a menudo forzosa) de mano de obra, pero al mismo tiempo trataba de controlar esos movimientos, a menudo con el fin último de devolver a las personas que emigraban a sus territorios de origen. Desde la independencia, la migración se ha asociado a menudo a los problemas derivados de la rápida urbanización, así como al empobrecimiento y la fragmentación de las familias y las comunidades rurales. En resumen, la migración se ha presentado históricamente como uno de los problemas que el desarrollo ayudaría a resolver.[2] El reciente aumento del interés en los efectos potencialmente positivos de la migración en los procesos de desarrollo de los países de origen ha hecho gran hincapié en la importancia cada vez mayor de las remesas de los emigrantes internacionales. Aunque las remesas africanas siguen representando todavía un porcentaje relativamente pequeño de los flujos mundiales de remesas (tan sólo el 5% de los flujos de remesas hacia países en desarrollo en 2007), los flujos registrados han mostrado, ciertamente, un fuerte crecimiento en los últimos 20 años, desde tan sólo 1.900 millones de dólares en 1990 hasta 4.600 millones en 2000 y una estimación de 10.800 millones para 2007. En términos exclusivamente de volumen, los tres principales receptores de remesas son Nigeria (3.300 millones de dólares), Kenia (1.300 millones) y Sudán (1.200 millones).[3]

Hay esperanzas de que las remesas puedan ayudar a sacar de la pobreza a familias, comunidades e incluso países enteros. Sin embargo, bajo los recientes análisis de políticas subyace aún una visión algo sedentaria del desarrollo, conforme a la cual unas mejores condiciones en casa terminarán reduciendo, en última instancia, la emigración, una visión que refleja la famosa teoría de la “joroba” migratoria (migration hump).[4] Esto explica en parte el gran interés de los gobiernos europeos que tratan de reducir y controlar cada vez más la inmigración procedente de países no comunitarios. ¿En qué medida se justifican esas esperanzas? ¿Qué efecto tienen las remesas en los países de origen de los emigrantes que las envían?

Evaluación del impacto de las remesas

El efecto más obvio de las remesas es el observado en los hogares que las reciben. En algunos países de origen, las remesas suponen una proporción considerable de los ingresos domésticos. Por ejemplo, el análisis realizado por la encuesta de condiciones de vida de Ghana de 1998–1999[5] reveló que las remesas constituían, de media, el 9% de la renta de los hogares de Ghana: un 41% de los hogares recibía remesas al menos una vez al año, con un promedio de 218 dólares por hogar. En África, como en muchas otras partes del mundo, los estudios sugieren que las remesas pueden ser importantes para los hogares que las reciben y que, en general, una gran parte de ellas se destina al consumo.

Algunos estudios sugieren que las remesas pueden ayudar a quienes las reciben a afrontar las crisis, estabilizando los ingresos y el consumo en casos de crisis y ralentizaciones. Por ejemplo, un estudio sobre las remesas enviadas desde el medio urbano hacia el medio rural en Botswana reveló que éstas permitían a la población rural conservar activos sensibles a las crisis, como el ganado, y por tanto ayudaban a adoptar estrategias de sustento más arriesgadas que podrían resultar más lucrativas.[6] Un estudio realizado en la región Kayes de Malí también descubrió que las remesas tienen, al menos en parte, una motivación de carácter asegurador.[7] Sin embargo, otros estudios a nivel micro llegan a conclusiones distintas. Por ejemplo, un estudio de pequeños propietarios de Camerún reveló que las remesas no consiguen actuar como mecanismo efectivo de seguridad social cuando el emigrante no espera ninguna herencia sustancial.[8] El análisis de los datos obtenidos en las encuestas de hogares llevadas a cabo en la provincia central de Kenia también destacó la previsión de una herencia como importante motivación para que los hijos de medios urbanos envíen dinero a sus padres en los medio rurales.[9]

Incluso en los casos en que las remesas ayudan a impulsar la renta y a proteger de riesgos a las familias que las reciben, puede que éste no sea un mecanismo fiable a largo plazo. Por ejemplo, investigaciones llevadas a cabo en las aldeas ashanti de Ghana demuestran que, si bien las remesas pueden ser un factor importante en el bienestar de las familias que las reciben, a menudo esas familias terminan dependiendo enormemente de ellas y pueden volver a caer en la pobreza si el emigrante deja de ayudarles.[10] En este contexto, la cuestión de si las remesas se están empleando además de forma que pueda fomentarse claramente la independencia económica del hogar receptor suscita gran interés. Ciertamente, en muchos entornos, las remesas se destinan a aspectos que impulsan las formas de sustento locales: pueden reinvertirse en estrategias de sustento local, tanto antiguas como nuevas. Por ejemplo, investigaciones llevadas a cabo en el valle del río Senegal apuntan a la importancia de las remesas en el establecimiento de sistemas de riego.[11] Un estudio sobre emigrantes de retorno no pertenecientes a las clases sociales más altas en Ghana y Costa de Marfil reveló que la emigración y las remesas suponen una importante fuente de fondos para las pequeñas empresas.[12] Además, ciertas investigaciones llevadas a cabo en Nigeria y otros países destacan las inversiones en bienes inmuebles realizadas por los emigrantes en previsión de su futura jubilación y regreso a su lugar de origen y como forma de mantener los derechos de pertenencia en su comunidad natal.[13] Por último, en los casos en que la emigración y las remesas permiten a los miembros de la familia acceder a una mejor educación, esto puede suponer mejoras considerables del bienestar familiar a más largo plazo.

Dicho esto, las remesas también tienen efectos fuera de los hogares receptores, repercutiendo en el conjunto de la comunidad y del país. Aunque los efectos multiplicadores de las inversiones y los gastos de consumo se han analizado ampliamente en contextos latinoamericanos, donde han demostrado ser significativos,[14] existen pocos datos sobre el modo en que las remesas se recirculan en las economías africanas y sobre sus consecuencias más amplias.

Los datos sobre el efecto de las remesas en la igualdad también están fragmentados y no resultan concluyentes. Parecería que, al igual que en otros contextos, depende mucho de la escala a la que se realicen los análisis (si se examina la igualdad a nivel de comunidad, a nivel rural–urbano, a nivel regional o a nivel nacional). Otros factores clave son la etapa de la migración y la escala geográfica (a medida que se hace más común la emigración a mayores distancias y aumenta su rentabilidad, se reducen los costes de emigrar y personas con menor poder adquisitivo empiezan a tener también la oportunidad de hacerlo), así como la distribución de las remesas (cuando las remesas son recibidas por hogares en mejor situación económica, pueden aumentar las disparidades, pero cuando son recibidas por hogares más pobres, pueden aumentar la igualdad).[15] Por ejemplo, durante la década de 1990, cuando empeoraron los términos de intercambio de los cultivos destinados a la venta y se deterioró el empleo en las zonas urbanas, emigró un número creciente de ghaneses pobres.[16] Sin embargo, el estudio ghanés a gran escala mencionado anteriormente encontró importantes diferencias entre las remesas internas (recibidas por un 35% de los hogares, con una media de 199 dólares) y las remesas externas (recibidas tan sólo por un 8% de los hogares, con 454 dólares de media). Mientras que las externas eran de mayor valor, las remesas enviadas a nivel local alcanzaban a segmentos más pobres de la población.[17] Existe un gran interés en el efecto de las remesas en la reducción de la pobreza, un aspecto que ocupa un lugar destacado en los programas de desarrollo de muchos países. Un análisis reciente de estudios económicos pertinentes sobre el fenómeno migratorio africano sugiere que los análisis econométricos demuestran que, en general, las remesas sí contribuyen de manera significativa a reducir la pobreza en Burkina Faso, Ghana y Lesoto.[18]

Por último está la controvertida cuestión de si las remesas facilitan el crecimiento económico. Mientras que, por lo general, en 2006 las remesas registradas representaron un 1,6% del PIB africano, para algunos países esas entradas de fondos fueron muy significativas, sobre todo para Lesoto (25% del PIB), Gambia (13% del PIB) y Cabo Verde (12% del PIB).[19] Como aspecto positivo, a nivel macroeconómico las remesas proporcionan una fuente de ahorro e inversiones que puede relajar las restricciones de tipo de cambio y ayudar a financiar déficit externos, mejorando la solvencia de un país. Como aspecto más problemático, unos grandes flujos de remesas pueden llevar a una apreciación de los tipos de cambio, lo cual podría reducir la competitividad de las exportaciones; si se reducen el esfuerzo de trabajo y la moral de los trabajadores, podría reducirse al mismo tiempo la productividad.[20] En general, África aporta escasos datos, y poco concluyentes, sobre los efectos de las remesas en términos de desarrollo económico a largo plazo. Las regiones con una elevada emigración “hacia fuera” suelen seguir dependiendo de las remesas durante largos períodos de tiempo. Por ejemplo, en la región Kayes de Malí, extremadamente pobre, desde las repetidas sequías de la década de 1970 la migración se ha convertido en una importante estrategia de sustento. Se calcula que un 10% de la población ha emigrado: “la región Kayes de Malí depende enormemente de las remesas, que han mejorado las vidas de los residentes y aportado escuelas y clínicas, pero que no parecen haber llevado al establecimiento de grandes cantidades de negocios que aseguren un desarrollo en el país de origen”.[21]

Más allá de sus efectos económicos, las remesas también tienen una dimensión social y política que no debería pasarse por alto. Al igual que los migrantes no son “sólo mano de obra”, las remesas no son “sólo dinero”, sino que reflejan unas relaciones sociales subyacentes. Por ejemplo, las personas de Zambia que emigran del campo a la ciudad envían regalos en especie a sus padres y otros parientes como forma de mantener las relaciones sociales, a menudo en previsión de que en última instancia puedan regresar a su medio rural de origen.[22] Las remesas en efectivo de los refugiados somalíes reflejan algunos cambios en las relaciones sociales familiares: las mujeres cada vez tienen un papel más activo en el apoyo a miembros de la familia en circunstancias difíciles.[23] Las relaciones sociales, familiares y de otro tipo, así como los distintos papeles generacionales y de género, pueden renegociarse como resultado de la emigración. La migración y las remesas pueden influir también, de forma interesante, en unas prácticas socioculturales más amplias.

En el frente político, las remesas pueden tener efectos complejos sobre la responsabilidad política de los países de origen. La propia emigración puede suponer cierta válvula de seguridad, reduciendo las tensiones y el desempleo a nivel nacional. Las remesas pueden ayudar a las personas a llegar a fin de mes y a cubrir déficit presupuestarios, reduciendo la presión a que están sometidos los gobiernos para aplicar reformas (hay quien ha afirmado que éste es el caso de Zimbabue y otros países). En términos más generales, no cabe duda de que las remesas suelen ir acompañadas de otras formas de intervención transnacional, como la presión política y la recaudación de fondos para movimientos políticos de oposición e insurgencias armadas o las donaciones a proyectos sociales en las comunidades de origen de los emigrantes.

A la hora de medir los efectos de las remesas existen muchos problemas de carácter conceptual y metodológico.[24] Uno de los ellos es la falta de estudios comparativos en África. Es particularmente importante cimentar el análisis de la dinámica y los efectos de las remesas en un entendimiento más amplio de las causas y los procesos de la migración y los regímenes políticos que tratan de regularlos. Las causas y los procesos de la migración tienen consecuencias potencialmente críticas en lo que respecta a sus múltiples efectos en el país de origen. En general, este breve análisis sirve para destacar la considerable heterogeneidad de los efectos de las remesas en los países africanos de origen.

Oportunidades y desafíos

La frecuente afirmación de que las remesas son “buenas para el desarrollo” no tiene demasiado sentido dada la escasez de datos empíricos disponibles sobre las remesas en los países africanos y la compleja y controvertida naturaleza del “desarrollo”. No obstante, los entornos de política pública desempeñan un papel claro en cuanto a los efectos de las remesas en los países y lugares de origen de los emigrantes. Las políticas que facilitan unas contribuciones beneficiosas varían en cuanto a su alcance.[25] En primer lugar, en uno de los extremos del espectro figuran algunas políticas centradas específicamente en los flujos de remesas, por ejemplo alentando la provisión de servicios de transferencia de dinero baratos y efectivos y ofreciendo bonos especiales a la diáspora o deducciones impositivas. Otras políticas relacionadas alientan un amplio espectro de relaciones transnacionales, como la transferencia de conocimientos, la participación política a través del voto, etc.

En segundo lugar, en el otro extremo del espectro tenemos las políticas no centradas directamente en los emigrantes y las remesas, que pueden también, no obstante, contribuir a canalizar las interacciones entre los procesos de migración y de desarrollo en el país de origen. Los datos anteriormente analizados sirven para enfatizar que, aunque las remesas mejoran el bienestar de los receptores y tienen repercusiones generales en las economías locales y nacionales, esto no se traduce automáticamente en un desarrollo de base más amplia en el país de origen, como a veces sugieren los documentos más optimistas sobre la relación migración–desarrollo. Es poco probable que los flujos de remesas, de por sí, vayan a reducir considerablemente las limitaciones estructurales generales. Quizá la mejor forma de maximizar los efectos potencialmente positivos de las interacciones relacionadas con la migración sea mejorar la infraestructura económica y política general, así como el entorno de inversión. Por ejemplo, la mejora del acceso a los servicios financieros y de la calidad de éstos beneficia a un amplio abanico de personas, incluidos los receptores de las remesas. Una mediación más institucionalizada respecto a los fondos de las remesas también beneficiará a la comunidad en su conjunto: “es probable que la migración tenga un mayor efecto en el desarrollo si existen instituciones locales que reúnan los ahorros de los hogares de los emigrantes y los pongan a disposición de los productores locales, es decir, en los casos en que los emigrantes no tengan que desempeñar a la vez el papel de trabajador, ahorrador, inversor y productor.[26]

En tercer lugar, en algún lugar intermedio del espectro se encuentra la controvertida cuestión de las políticas dirigidas a la dinámica migratoria. Está claro que las remesas son resultado de la migración, sin embargo, en los debates sobre la relación entre remesas y desarrollo, este aspecto, incómodo desde un punto de vista político, se ha dejado bastante de lado. En parte de la bibliografía reciente más optimista, las remesas se presentan como un flujo financiero algo independiente; por ejemplo, a menudo se hace hincapié en que las remesas “están sometidas a menos barreras y controles políticos que los flujos de productos o capital”.[27] Aunque no debería olvidarse que el impulso de regularización de los flujos financieros internacionales tras el 11–S ha afectado a las infraestructuras de transferencia de remesas, esta afirmación parecería ser válida, pero no tiene en cuenta el contexto más general. Evidentemente, las remesas no existirían si no existiera emigración, pero ésta sí está, de hecho, sujeta a considerables barreras y controles políticos. Ambos surgen como consecuencia de los contextos de desarrollo locales y ambos influyen en ellos a su vez.

Los gobiernos europeos tienden a ignorar la cuestión, más espinosa, del control migratorio al debatir las remesas y las cuestiones de política conexas. A pesar de la demanda de mano de obra, ampliamente reconocida, y el duro trabajo realizado por muchos subsaharianos en empleos a menudo mal pagados y onerosos, en los dos últimos decenios han crecido las preocupaciones de los gobiernos europeos en torno al impacto de la inmigración, sobre todo para la cohesión social. Aun así, las políticas restrictivas no consiguen evitar o controlar la inmigración de la forma deseada por esos gobiernos, y a medida que más personas tratan de emigrar, van aumentando los costes humanos asociados a los cruces no autorizados de fronteras en puntos clave como la frontera entre España y África.[28] Al aumentar los controles migratorios, los gobiernos europeos están ignorando flagrantemente las advertencias formuladas en los estudios sobre remesas de países como Malí, en los que se afirma que “toda medida destinada a reducir los flujos de inmigración procedentes de países en desarrollo podría privar a hogares rurales sin recursos de un medio efectivo de hacer frente a los riesgos”.[29]

La idea de que puede ser posible “gestionar” la migración abordando también sus causas ha adquirido popularidad en los círculos políticos. A menudo se afirma que combatiendo la pobreza y los conflictos en África, por ejemplo, sería posible detener (o al menos reducir sustancialmente) la inmigración procedente del subcontinente. En los últimos años, la migración circular y el apalancamiento de las remesas han pasado incluso a formar parte de esa idea, promoviéndose como “soluciones” que beneficiarían a todas las partes (los países receptores, los países de origen y los propios inmigrantes) y en última instancia acabarían con la presión migratoria.[30] Quizá el fallo más importante de este razonamiento sea que no reconoce que, en realidad, los procesos de desarrollo generan migración. La migración, como los conflictos, ha sido un elemento integral de los procesos de creación de Estados y cambio social tanto en Europa como en África. Los procesos de democratización y ajuste estructural, elementos centrales del modelo de desarrollo contemporáneo dominante, han contribuido de forma considerable a las convulsiones económicas y los conflictos políticos presentes en África, responsables de una elevada migración tanto en la región como fuera de ella. El modelo de la “joroba” migratoria sugiere de hecho que cabe esperar un aumento temporal de la migración como parte de un “desarrollo normal”.[31] Se prevé que un aumento de la riqueza provocará un aumento de la emigración, ya que más personas podrán permitirse el coste del desplazamiento. A medida que la riqueza va aumentando cada vez más (en parte por los efectos de la emigración) y los emigrantes establecen redes que permiten reducir aún más el coste del desplazamiento, se acelera el proceso, dado que las personas más pobres son capaces de emigrar. En última instancia, sin embargo, se espera que una mejora de la situación en el país de origen hará disminuir la emigración. Las investigaciones llevadas a cabo sugieren que una vez que se reduzcan a 1:4 o 1:5 las diferencias en los salarios y el rápido crecimiento económico y de empleos creen la expectativa de mejoras continuadas, se reducirá considerablemente la emigración motivada por consideraciones de carácter económico.[32] En ese momento, los países pueden incluso empezar a convertirse en importadores netos de mano de obra, como ha podido observarse anteriormente en casos como España, Irlanda, Italia, Grecia, Malasia, Corea del Sur y Taiwán.[33] Sin embargo, a largo plazo, si la situación en el país de origen no sigue mejorando, la emigración puede estancarse llegado un punto, en vez de disminuir.[34]

Conclusiones: En resumen, las soluciones al problema de la migración no serán baratas. Una crítica reiterada a los actuales enfoques de política basados en las “causas” es que a quienes los aplican les preocupa mucho más controlar la inmigración que mejorar seriamente las condiciones de vida de las regiones más pobres del mundo. En la práctica, en las iniciativas pertinentes al respecto, suelen detallarse y especificarse medidas para controlar la inmigración, mientras que las medidas destinadas a reducir las presiones migratorias aparecen definidas, a menudo, con bastante vaguedad.[35] Parecería, de hecho, que la inmigración es “consecuencia de la incorporación de las naciones a la economía mundial”.[36] La historia sugiere que si los países europeos quieren realmente que mejore la situación en los países de origen de los inmigrantes hasta el punto de que disminuya la emigración, quizá tengan que prepararse para un aumento temporal de ésta, replantear seriamente el comercio europeo y otras políticas que actualmente obstaculizan a las economías africanas y mantener una verdadera solidaridad a largo plazo con los países africanos (gestionando los procesos de cambio y conflicto social), que hasta la fecha ha estado notablemente ausente.[37]

Anna Lindley
Departamento de Desarrollo Internacional, Universidad de Oxford

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[1] Datos migratorios obtenidos del Banco Mundial (2008) y la base de datos on–line sobre cifras de migración bilateral del Banco Mundial/la Universidad de Sussex. Véase http://go.worldbank.org/TGZNEJBXD0, último acceso el 30/IV/2008.

[2] Para un análisis detallado y reseñas de documentos pertinentes al respecto, véase Bakewell (2007).

[3] Datos sobre remesas obtenidos del Banco Mundial (2008) y de la base de datos on–line sobre remesas de dicho Banco (http://go.worldbank.org/M35MDDOEU0), último acceso el 30/IV/2008. Obsérvese que los datos de 2007 son una estimación. El registro macroeconómico de las remesas depende de la naturaleza de los sistemas oficiales de información financiera y el grado en que se empleen mecanismos no oficiales que provoquen un registro incompleto de las remesas enviadas a África y muchas otras partes del mundo. Parte del aumento percibido en los últimos años puede deberse a un mejor sistema de información financiera o a que el dinero ha pasado a enviarse por canales oficiales tras las enérgicas medidas adoptadas contra los canales no oficiales tras el 11–S.

[4] Martin y Taylor (1996), Bakewell (2007) y De Haas (2008).

[5] Mazzucato et al. (2007).

[6] Stark y Lucas (1988).

[7] Gubert (2002).

[8] Schreider y Kneer (2000).

[9] Hoddinott (1992).

[10] Kabki et al. (2004).

[11] Shaw (2007).

[12] Black, Tiemoko et al. (2003).

[13] Osili (2004).

[14] Durand et al. (1996).

[15] Jones (1999).

[16] Litchfield y Waddington (2003).

[17] Mazzucato et al. (2007).

[18] Shaw (2007).

[19] Datos sobre remesas obtenidos del Banco Mundial (2008) y la base de datos on–line sobre remesas de dicho Banco (http://go.worldbank.org/M35MDDOEU0), último acceso el 30/IV/2008.

[20] Banco Mundial (2006).

[21] Martin et al. (2002), p. 88.

[22] Cliggett (2005).

[23] Lindley (2007).

[24] Banco Mundial (2006). Por ejemplo, si tener o no en cuenta las contribuciones domésticas perdidas de los emigrantes al calcular la contribución de las remesas a los ingresos de los hogares, cómo calcular los efectos multiplicadores o determinar el efecto de las remesas en diversos tipos de pobreza.

[25] Véase Carling (2005).

[26] Massey et al. (1998), p. 261.

[27] Jones (1998), p. 4.

[28] Carling (2007).

[29] Gubert (2002), p. 285.

[30] De Haas (2007).

[31] Martin y Taylor (1996), Massey et al. (1998) y Schiff (1994).

[32] Martin y Taylor (2001), p. 115.

[33] De Haas (2007).

[34] Martin y Taylor (1996).

[35] Por ejemplo, muchos de los planes de acción elaborados por el Grupo de Trabajo de Alto Nivel sobre Inmigración y Asilo tienden a citar proyectos de desarrollo en curso, impulsando planes de control migratorio mucho más detallados (Van Selm, 2002).

[36] De Haas (2007), p. 832.

[37] De Haas (2007).