Tema: Los atentados de 9 de noviembre en Jordania fallaron en su intento de desestabilizar el régimen del rey Abdalá, que no se ha visto debilitado. Sin embargo, el auténtico punto débil de Jordania es su economía
Resumen: Los atentados perpetrados el 9 de noviembre contra varios hoteles de Jordania pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de los reinos prooccidentales ante los ataques terroristas. Sin embargo, los suicidas estaban muy equivocados si pensaban que semejante barbarie debilitaría el régimen del rey Abdalá. Unidos para condenar la masacre, los jordanos cerraron filas en torno a su rey. Las amenazas terroristas contra Jordania no son nada nuevo y no van a conseguir que el rey Abdalá modifique las líneas maestras de su política. El rey ha dado prioridad al programa de reforma económica diseñado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), dejando en segundo término el proceso de democratización. Por el momento, apenas se han alcanzado resultados tangibles, aparte de una brecha cada vez más pronunciada entre ricos y pobres. La incapacidad para salvar esta brecha de riqueza podría ser una amenaza mucho mayor para la estabilidad de Jordania que el terrorismo.
Análisis: Los atentados terroristas perpetrados contra tres hoteles de Ammán en noviembre de 2005, en los que perdieron la vida alrededor de sesenta personas, no sorprendieron en exceso a las autoridades jordanas. La pregunta que estaba en el aire era cuándo se producirían, no si llegarían a producirse. “Seré sincero con ustedes. Nos encontramos en estado de guerra”, advirtió el rey Abdalá a mediados de 2004. “Es mi deber informarles de que estamos arrestando una media de un grupo terrorista cada dos semanas.” La amenaza, predijo, “probablemente seguirá presente al menos durante los próximos dos años”.[1]
El hecho de estar aliado con Estados Unidos y el Reino Unido, haberse reconciliado con Israel y haber apoyado, aunque de forma discreta, las intervenciones occidentales en Iraq y Afganistán, hacen de Jordania un blanco tentador para los terroristas. El problema se remonta a principios de los años noventa, cuando regresaron a sus hogares los cerca de mil jordanos que lucharon contra la Unión Soviética en Afganistán. Entre ellos se encontraba Abu Musab al-Zarqawi, el líder de la organización al-Qaeda en Iraq, que reivindicó la autoría de los atentados de Ammán. Los años transcurridos desde entonces han estado salpicados por una serie de atentados terroristas reales o frustrados. El último incidente antes de los atentados de Ammán se produjo en agosto de este mismo año, cuando militantes islamistas presuntamente vinculados a Al-Zarqawi lanzaron tres proyectiles Katyusha desde las afueras de la ciudad portuaria de Aqaba. Uno de los proyectiles falló por muy poco un buque de guerra estadounidense pero mató a un soldado jordano que se encontraba en el muelle. El segundó estuvo muy cerca de alcanzar un hospital militar, mientras que el tercero fue dirigido contra la cercana población israelí de Eilat, causando daños menores.
Por muy devastadores que fueran los atentados de Ammán, lo cierto es que no representaron una amenaza para la estabilidad del régimen. En los días posteriores, miles de jordanos tomaron las calles para expresar su condena a la barbarie y reafirmar su apoyo a la monarquía. Desde luego, si la intención de los terroristas era desestabilizar Jordania, fracasaron estrepitosamente: en términos políticos, el atentado cosechó un rotundo fracaso, pues provocó un acercamiento entre los jordanos y su rey.
Democratización
Pese a representar una grave amenaza, el terrorismo está muy lejos de ser un factor determinante de la vida política jordana. Prueba de ello es que no ha logrado distraer la atención del rey Abdalá de las líneas maestras de su política, ni en lo referente a los asuntos internos ni externos. Básicamente, el rey ha optado por consolidar las estrategias adoptadas por su padre, el rey Husein. No cabe duda de que es así como le gusta retratar su trayectoria, aunque en realidad ha hecho mucho mayor hincapié en la economía. “Antes de morir, mi padre dijo que deseaba emprender algunas reformas drásticas, tanto en el ámbito político como en el social y económico”, explica el rey Abdalá. “Mi opinión era que había que empezar con el capítulo social y económico. Era mucho mejor hacer una reforma política con el estómago lleno que con el estómago vacío”.[2]
Bajo el régimen del rey Abdalá, la “reforma política” –un eufemismo de democratización– ha quedado claramente aparcada. Aunque Jordania disfrutó de un breve idilio con la democracia bajo el régimen del rey Husein, lo cierto es que se rompió antes de su fallecimiento en 1999. Bajo el régimen del rey Abdalá, a pesar de su supuesto compromiso con la democratización, sigue existiendo una ausencia de democracia.
Aun sin ser un demagogo al estilo de otros líderes regionales, el rey Husein no era ningún demócrata. En 1957 prohibió los partidos políticos e impuso la ley marcial. Las elecciones generales fueron poco frecuentes y los resultados a menudo eran manipulados. Asimismo, abundaron las torturas y demás violaciones de los derechos humanos, especialmente después de la guerra civil de 1970-1971, que enfrentó al rey y los habitantes de Transjordania –que dominaban el país– contra los palestinos.
De pronto, en 1989, el rey Husein abrazó la democracia, dando luz verde a las primeras elecciones del reino desde 1967 y las primeras en la historia del país que fueron libres y justas. El parlamento electo incluía fuerzas que, aun sin desafiar al régimen, se alejaban en gran medida de la elite conservadora y tribal que se había impuesto tradicionalmente en el país. El 25% de los 80 escaños fueron ocupados por el movimiento fundamentalista de los Hermanos Musulmanes, mientras que entre 25 y 30 (dependiendo de la definición utilizada) fueron ocupados por islamistas independientes, izquierdistas, panarabistas, liberales y reformistas. El parlamento vigente durante el período 1989-1993 fue diferente al de cualquier otro período de la historia jordana, pues se debatieron cuestiones que realmente preocupaban al público en general, logrando, con frecuencia, poner al régimen en una situación embarazosa e incómoda. La ley marcial fue abolida en 1991 y poco después, en 1992, se legalizaron los partidos políticos. En 1993, una nueva ley sobre los medios de comunicación suavizó algunos de los severos controles que se habían impuesto a la prensa, lo cual derivó en un auge de los medios de comunicación.
Sin embargo, la recién estrenada democracia jordana no fue fruto de una repentina conversión política del rey Husein. La recesión económica de la década de 1980 había culminado en una crisis financiera, y se decidió recurrir al FMI. A cambio de créditos de emergencia, el FMI exigió medidas de austeridad, incluidos recortes en los subsidios a los bienes básicos. Estas medidas provocaron a su vez graves disturbios en las poblaciones del sur de Jordania en el año 1989. Anteriormente, los disturbios habían estado limitados, sobre todo, a Ammán y otras ciudades del norte, donde existe una alta concentración de jordanos de origen palestino. Los disturbios de 1989 sorprendieron sobremanera al rey Husein puesto que fueron orquestados por habitantes de Transjordania, un sector de la población que se había perfilado hasta entonces como una importante fuente de apoyo y que le había proporcionado gran parte del personal que integra el ejército jordano y demás cuerpos de seguridad. En definitiva, las elecciones de 1989 fueron una respuesta táctica a la discordia de un sector políticamente relevante de la población. Por encima de todo, la “primavera jordana” fue un ejercicio de democracia defensiva.
El experimento democrático –que no implicó ningún tipo de reducción de los poderes de la monarquía– fue breve. En 1993, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) firmó la paz con Israel a través de los Acuerdos de Oslo, allanando el camino para que Jordania firmara su propio tratado de paz con los israelíes en 1994. Entre los jordanos –sobre todo el alto porcentaje de la población con origen palestino– la medida fue muy mal acogida y de hecho fue objeto de duras críticas en el Parlamento y los medios de comunicación. El rey Husein, enfurecido, respondió con medidas drásticas. En 1993, en el período previo a la firma del tratado, se implantó un nuevo sistema electoral que fue diseñado para evitar avances sucesivos de los Hermanos Musulmanes. Asimismo, se aprobaron una serie de leyes de prensa de carácter restrictivo, al tiempo que las autoridades sometían a las organizaciones no gubernamentales y asociaciones profesionales a una presión cada vez mayor. El resultado fue que las elecciones generales de 1993 y 1997 produjeron parlamentos mucho más serviles que el de 1989-1993.
La “primavera jordana” marcó un hito. Anteriormente, el régimen no había realizado ningún esfuerzo por enmascarar su naturaleza autoritaria. Desde entonces –tanto bajo el rey Husein como el rey Abdalá– ha caminado por la cuerda floja. Por un lado, ha tratado de mantener un semblante liberal, tanto para apaciguar el sentimiento nacional como para conservar el apoyo de sus aliados extranjeros, sobre todo Estados Unidos. Por otra parte, ha tomado medidas para impedir cualquier tipo de desafío planteado desde la oposición, especialmente sobre cuestiones como el tratado de paz con Israel y la invasión y posterior ocupación de Iraq liderada por las fuerzas estadounidenses.
El estallido de la segunda intifada palestina en septiembre del año 2000 reflejó hasta qué punto había fracasado el Proceso de Oslo y suscitó manifestaciones de apoyo en Jordania. En julio de 2001, el rey Abdalá retrasó las elecciones generales previstas para noviembre de ese mismo año. El pretexto fue la necesidad de obtener tiempo adicional para poner en práctica los nuevos procedimientos administrativos y demás requisitos vinculados a la nueva ley electoral, pero el verdadero motivo que se escondía tras su decisión fueron los temores a que se produjeran disturbios asociados a la intifada. Se decidió ampliar el plazo para la celebración de elecciones a la luz de la “difícil situación regional”: los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos y la consiguiente “guerra contra el terrorismo” emprendida por el presidente Bush, empezando con la invasión de Afganistán, y, desde finales de 2002, la invasión inicialmente inminente y después real de Iraq que lideró Estados Unidos. La violenta confrontación que se produjo entre los islamistas locales y las fuerzas de seguridad en la localidad sureña de Ma’an a finales de 2002 sin duda sirvió para que las autoridades se reafirmaran en su decisión de retrasar las elecciones.
La ausencia de una asamblea legislativa no impidió que se promulgaran nuevas leyes. Durante el período comprendido entre 2001 y 2003, fueron promulgadas alrededor de 220 “leyes temporales” por real decreto, muchas de ellas con graves consecuencias para la democracia y las libertades civiles. En octubre de 2001, se aprobaron enmiendas al Código Penal que introdujeron duras penas por publicar artículos que pudieran perjudicar a la unidad nacional, incitar actos delictivos, estimular el odio o dañar la dignidad o reputación de individuos y del régimen en su conjunto. Por otra parte, una ley de reunión pública obligaba a los organizadores de manifestaciones a obtener un permiso con tres días de antelación y les hacía personalmente responsables de cualquier daño a la propiedad que pudiera producirse. Asimismo, se promulgó una ley del tribunal de seguridad del Estado denegando el derecho de apelación a las personas condenadas por delitos menores. Cabe destacar también una ley de municipalidades que otorgaba al Gobierno el derecho a nombrar al presidente y la mitad de los miembros de los consejos municipales, mientras que antes todos los miembros, excepto los de la Municipalidad del Gran Ammán, eran electos.
Finalmente, las elecciones se celebraron en junio de 2003. Los Hermanos Musulmanes obtuvieron 17 escaños y otros cinco fueron a parar a islamistas independientes, si bien la abrumadora mayoría de escaños cayeron una vez más a manos de la conservadora elite tribal y urbana de Transjordania, que se caracteriza por su apoyo incondicional a la monarquía y a sus decisiones.
Jordania presume de tener alrededor de 30 partidos políticos, pero lo cierto es que todos salvo los Hermanos Musulmanes y algunas pequeñas facciones nacionalistas y de izquierdas son agrupaciones que giran fundamentalmente en torno a líderes conservadores, cuyas plataformas políticas resultan bien difíciles de discernir, bien difícilmente diferenciables entre sí. El rey Abdalá ha expresado su deseo de reforzar los partidos de izquierdas, derechas y centro que estén basados en programas concretos. Sin embargo, habrá restricciones, que serán definidas por el propio rey. “Nos gustaría reforzar los partidos políticos”, explica. “Pero he de ser sincero. Quiero reforzar los partidos adecuados. Tengo un proyecto para el país y hay sectores de nuestra sociedad cuyo punto de vista difiere del mío en 180 grados. Mi opinión personal es que si los Hermanos Musulmanes se hicieran con el poder no habría democracia.” Cuando se le preguntó cuál era el calendario previsto para materializar el proyecto de crear una Jordania con partidos políticos plenamente operativos y basados en programas, el rey Abdalá respondió de la siguiente manera: “Depende del poder que adquieran los partidos en el sentido correcto. Seré sincero: si veo que el poder se concentra en manos de los Ijwán (Hermanos Musulmanes) va a llevar mucho más tiempo. No comparto su visión de Jordania”.[3]
Es posible que la elite jordana a menudo no tenga que rendir cuentas ante la sociedad por sus acciones, pero su caso no es equiparable al de Siria o Arabia Saudí. Aunque las libertades existentes en el período comprendido entre 1989 y 1993 han sido menoscabas, la libertad para debatir y efectuar críticas sigue siendo amplia, al menos si se compara con los estándares regionales. Es evidente que el Parlamento no tiene una gran influencia y que la libertad de prensa está restringida. Tampoco conviene olvidar el caso de los disidentes, que son constantemente vigilados y, en ocasiones, detenidos. Sin embargo, normalmente son detenidos durante breves períodos de tiempo, no es habitual que se les someta a malos tratos y el sistema jurídico les ofrece cierto grado de protección. Son interesantes los resultados de una encuesta de opinión realizada en el año 2004 por el Centro de Estudios Estratégicos (CSS) de la Universidad Jordana, que revelaron que sólo el 3% de los jordanos opina que “promover la democracia y la libertad de expresión” es el mayor problema al que se enfrenta el país. El grado relativamente alto de libertad responde en gran medida a la cultura política favorable del régimen. Excepto cuando se han sentido acorralados, los reyes jordanos han preferido gobernar por consenso en lugar de por temor. “Jordania puede ser un país cruel a veces, pero en términos generales no lo es”, apunta Mustafa Hamarneh, director del CSS.[4]
La economía
El programa de liberalización diseñado por el FMI y lanzado en 1989 fue implantado con recelo por el rey Husein, que era consciente de su poder deestabilizador. De hecho, en 1996 se volvieron a producir disturbios vinculados a la economía en el sur de país, una región crucial a efectos políticos. A diferencia de su padre, el rey Abdalá cree ciegamente en estos programas y su fe permanece intacta a pesar de la violencia registrada en Ma’an en el año 2002, que fue provocada en parte por la difícil situación económica por la que atravesaba el país. El rey ha impulsado una privatización acelerada de los activos del Estado en sectores como el de las telecomunicaciones, la energía y el transporte. Asimismo, ha suprimido los mecanismos de control de los precios y realizado esfuerzos para reducir el gasto público, recortando incluso los subsidios a los bienes básicos. En abril del año 2000, Jordania se adhirió a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en octubre de ese mismo año se convirtió en el cuarto país –después de Israel, Canadá y México– en firmar un Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos. En el año 2001, suscribió un acuerdo con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, en sus siglas en inglés) y un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea en el año 2002.
Los resultados han sido mixtos y por el momento no hay signos claros que apunten a un estado más saneado de la economía. En el período comprendido entre los años 1995 y 1999, el producto interior bruto (PIB) de Jordania (en precios constantes) aumentó en una tasa media anual del 3,5%. En el período 2000-2003, la cifra aumentó a un 4,3%, registrando una leve mejoría. Sin embargo, los incrementos del PIB siguen estando seriamente minados por el crecimiento demográfico, a pesar de que la población jordana crece hoy a una media anual del 2,8% frente al 4,8% del período 1961-1979 y el 3,3% de 1998-1999. En el año 2003, el PIB per cápita se situó en 1.574 dólares –una cifra que no difiere en exceso de los 1.521 dólares de 1995–. La inflación, que alcanzó tasas muy elevadas a finales de la década de 1980, está hoy bajo control, aunque ha vuelto a repuntar desde 1999. Las exportaciones también han aumentado significativamente, al igual que las importaciones, de ahí que no se haya producido una reducción sustancial de la balanza comercial. Aunque por lo general la balanza de pagos ha registrado un superávit, sigue siendo altamente vulnerable a los avatares de la ayuda extranjera. Gran parte de los 992 millones de dólares excedentarios de 2003, por ejemplo, fueron fruto de un incremento de los fondos proporcionados por Estados Unidos en relación a la crisis iraquí. Por mucho que se haya reducido la deuda jordana, lo cierto es que sigue representando una carga muy pesada para el país: la deuda nacional y exterior representó el 101% del PIB en el año 2003.
A pesar de la retórica del Gobierno sobre la necesidad de reducir el papel económico del Estado, el gasto público como porcentaje del PIB alcanzó el 23% en el año 2002, lo cual no representó ningún tipo de avance con respecto a los niveles correspondientes a la década de 1990. El Gobierno continúa siendo con diferencia el principal empleador del reino, absorbiendo casi la mitad de la población activa si incluimos los 100.000 miembros de las fuerzas armadas y las fuerzas paramilitares del Ministerio del Interior. Se trata de la misma proporción que existía a principios de los años noventa y, ciertamente, durante los años setenta. A pesar de los reiterados mensajes de “buen gobierno” y “transparencia”, la wasta –obtención de favores a través de contactos familiares o personales– y demás formas de corrupción siguen estando a la orden del día.
Las ventajas y desventajas del programa de liberalización económica son debatibles. Sin embargo, si algo está claro es que ha fracasado estrepitosamente a la hora de mejorar las condiciones de vida de un porcentaje significativo de jordanos. Los altos precios derivados de la subida de impuestos y los recortes de las subvenciones han afectado de forma desproporcionada a los más desfavorecidos. Una encuesta oficial realizada en 1997 reflejó que un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, con un 12% en condiciones de pobreza extrema. La situación se ha agravado desde entonces. El desempleo continúa siendo un mal crónico. Oficialmente, la tasa media de desempleo de 2003 fue del 14,5%, pero se estima que la cifra real ronda el 25%. El crecimiento demográfico, que sigue siendo pronunciado, implica que alrededor de 60.000 jóvenes se incorporan al mercado laboral cada año, lo cual no sólo garantiza la persistencia del desempleo y la pobreza en el futuro inmediato, sino que constituye a su vez una fuente significativa de descontento popular.
“Se lo diré con total sinceridad”, dijo el antiguo viceprimer ministro de Asuntos Económicos, Muhammad Halaiqah, que ha sido una figura prominente en el programa de reforma económica jordana. “Liberalizamos. Privatizamos. Redujimos personal. En definitiva, hicimos todas las ‘iones’ posibles en Jordania: liberalización, privatización, etc. Durante los últimos diez años nos hemos concentrado en el frente económico y hemos hecho muy poco en el ámbito social. No hemos hecho suficiente”.[5] Mazen al-Ma’aytah, el presidente de la Federación Jordana de Sindicatos, insistió en que la economía había estado “en recesión” desde finales de la década de 1980 y responsabilizó de ello a la situación regional en lugar del Gobierno. “No tenemos esperanzas reales: sólo promesas y esperas”, afirmó.[6]
Las autoridades reconocen sin reparos la persistencia de la pobreza y el desempleo en el país, pero insisten en que la situación mejorará con el tiempo. “El discurso que está en boca de todos es que el impacto [de las reformas] todavía no se aprecia en la sociedad y soy muy consciente de que los pobres dirán, ‘seguimos siendo pobres’. Sólo cuando la clase media-baja y la clase baja empiecen a decir ‘Ahora vivimos mejor’, podremos empezar a bajar la guardia y, sinceramente, creo que todavía nos queda un largo camino por recorrer para llegar a ese punto”, afirma el rey Abdalá. A pesar de los resultados obtenidos hasta la fecha, sin duda mixtos, su fe en la estrategia económica permanece intacta. “Tenemos que mantenernos firmes”, declara.[7]
Asuntos externos
La ubicación de Jordania en el corazón de una región volátil es un factor clave para comprender su política exterior. Otros tres factores son: su régimen monárquico, conservador y proocccidental; sus escasos recursos y la consiguiente dependencia perpetua en la ayuda exterior; y el elevado porcentaje de palestinos, cuyas opiniones, por lo general más radicales que las de los habitantes de Transjordania, el Gobierno siempre ha tenido que tener en cuenta. A menudo la conjunción de estos factores ha producido paradojas. Aunque oficialmente estuvo en guerra con Israel hasta 1994, Jordania adoptó un discreto modus vivendi con su vecino occidental que incluía reuniones secretas entre el rey Husein y los líderes israelíes. En la década de 1980 Ammán entabló una relación estrecha con el Iraq radicalmente nacionalista de Sadam Husein, pero en el año 2003 respaldó la operación orquestada por Estados Unidos para derrocar a Sadam. Pese a la postura de Jordania hacia Occidente y otros Estados prooccidentales de la región, la política exterior del reino ha sido marcadamente pragmática. El régimen ha demostrado lo que Milton-Edwards y Hinchcliffe describen como un “deseo persistente de serlo todo para todos, no sólo en la región sino también a escala internacional”.[8]
La crisis iraquí, que estalló a finales de 2002 y sigue abierta, ha sido el mayor reto con el que se ha encontrado el rey Abdalá hasta la fecha en materia de política exterior, pues le ha obligado a encontrar un equilibrio entre sus alianzas estratégicas con Washington y Londres y el pronunciado sentimiento pro-Sadam (y, para ser más exactos, antiamericano) de la mayoría de los jordanos, especialmente los de origen palestino. Demostrando gran habilidad –a diferencia de su padre durante la crisis kuwaití de 1990-1991–, el rey ha sido capaz de satisfacer a ambos bandos. Antes de que estallara la guerra, advirtió repetidamente de los peligros y dificultades y se negó a asumir un papel directo. Sin embargo, al mismo tiempo, permitió que Estados Unidos instalara baterías antimisiles en Jordania para contener posibles ataques iraquíes contra Israel. De forma más discreta, también ha permitido que fuerzas especiales de Estados Unidos y el Reino Unido lleven a cabo operaciones desde bases remotas en el desierto oriental de Jordania. Su recompensa inmediata ha sido un aumento significativo de las ayudas económicas y militares de Estados Unidos.
Jordania se ha posicionado firmemente como el nuevo y más importante aliado regional de Bagdad, con la vista siempre puesta en las generosas recompensas económicas que puede recibir a cambio. En el año 2003, implantó un programa bianual de 1.000 millones de dólares destinado a formar a 32.000 cadetes de la policía iraquí. Asimismo, está formando a personal para las nuevas fuerzas armadas iraquíes. Por otra parte, Ammán ha acogido una serie de conferencias y seminarios sobre la reconstrucción de Iraq, y las empresas locales se han ofrecido a asumir el papel de intermediarios para las empresas internacionales. En abril de 2004, Jordania se convirtió en el primer Estado árabe que se ofreció a enviar tropas de mantenimiento de la paz a Iraq, y los planes para consolidar una relación de gran alcance fueron trazados durante la primera reunión del Alto Comité Conjunto bilateral, celebrada en noviembre de 2004. Durante dicha reunión, se aprobaron proyectos conjuntos para reactivar las aduanas y puestos de inmigración a ambos lados de la frontera; crear una zona fronteriza de libre comercio; construir una autopista nueva de 642 kilómetros de extensión hasta la frontera desde el puerto de Aqaba, en el Mar Rojo; modernizar el puerto para que puedan gestionar volúmenes superiores de cargamentos con destino a Iraq; construir un ferrocarril que enlace a los dos países; y construir un gasoducto para transportar 350.000 barriles diarios de crudo iraquí a la refinería jordana de Zarqa, cerca de Ammán. En la misma reunión, se acordó crear comisiones conjuntas para promover la colaboración en los ámbitos de finanzas, tecnología, comercio, transporte, petróleo y energía, mano de obra, formación y promoción de la inversión, así como en cuestiones militares y de seguridad. Recordaba de manera inquietante a la década de los ochenta, cuando Jordania era el principal aliado de Iraq en la guerra contra Irán. Por aquel entonces, se acordaron proyectos muy semejantes, algunos de los cuales fueron puestos en práctica, e Iraq era con diferencia el principal mercado de exportación de Jordania.
En lo que se refiere a Palestina, que, al igual que Iraq, es tanto una cuestión de política interior como de política exterior, Jordania ha respaldado los intentos de Occidente de alcanzar un acuerdo de paz. En concreto, el rey Abdalá ha invertido gran parte de su prestigio personal en la denominada Hoja de Ruta, anunciada por Washington en junio de 2002 pero todavía muy lejos de ser aplicada. El tratado de paz de Jordania con Israel sigue vigente, pero dada la extrema sensibilidad nacional que suscita el conflicto con Palestina, las relaciones del reino con Israel son meramente correctas.
En lo que concierne al resto de la región, Jordania ha mantenido lazos cordiales con sus vecinos poderosos: Siria, Arabia Saudí y Egipto, cuidadosamente ajustando su retórica para adaptarse al enfoque del “todo para todos” que caracteriza su política exterior. Tradicionalmente, Jordania ha mantenido una estrecha relación con las monarquías conservadoras del Golfo, donde viven y trabajan multitud de jordanos, y que han sido importantes, aunque a veces inestables, fuentes de ayuda presupuestaria y demás ayudas. La postura adoptada por Jordania durante la crisis kuwaití de 1990-1991, llevó a Kuwait y otros vecinos a congelar las relaciones con el reino, lo cual representó un coste elevadísimo. Tras su liberación, Kuwait expulsó a 400.000 jordanos, la mayoría de origen palestino, que habían vivido y trabajado en el país durante décadas y cuyas remesas habían sido cruciales para la economía jordana. Hubo que esperar hasta finales de los noventa para que se lograra un acercamiento entre Jordania y Kuwait, así como otros países del Golfo, y el rey Abdalá ha trabajado duro para evitar retrocesos en este sentido. Más allá del ámbito regional, Jordania ha mantenido relaciones estratégicas estrechas con Estados Unidos y el Reino Unido, respaldando sin reservas la “guerra contra el terrorismo” emprendida por el presidente Bush y, más discretamente, las invasiones de Afganistán e Iraq. Al mismo tiempo, se ha esforzado por reforzar los vínculos con Europa –otra fuente importante de ayudas– y Rusia, que sigue siendo una potencia de peso a pesar de las precarias condiciones en las que viven sus habitantes.
Conclusión: A punto de cumplirse siete años desde su llegada al trono, el rey Abdalá tiene motivos para estar satisfecho, pero no confiado. Por encima de todo, su régimen sigue gozando de estabilidad. Por mucho que su legitimidad esté cuestionada por grupos como al-Qaeda, lo cierto es que cuenta con el respaldo de la mayoría del pueblo jordano. En lo referente a la política exterior, el rey Abdalá ha actuado de forma encomiable. Huelga mencionar que ha sabido capear la tormenta iraquí. Ahora bien, es evidente que Jordania no está hoy más cerca de la democracia de lo que lo estuvo antes, y quizá sea aún menos democrática que en 1999. Pero no cabe duda de que sigue siendo un oasis de liberalismo en una región en la que la represión pura y dura es la norma. El punto débil es la economía. Los problemas económicos de Jordania se derivan fundamentalmente de sus limitados recursos y de su vulnerabilidad frente a las crisis económicas producidas como resultado de los acontecimientos políticos regionales. El margen de maniobra del Gobierno en el ámbito económico es muy limitado. Dicho esto, no conviene olvidar que la agenda económica neoconservadora adoptada por el rey ha contribuido a ampliar aún más la brecha que existe entre ricos y pobres, representando una grave amenaza para la estabilidad del país. La amenaza no es tanto de índole terrorista, aunque seguramente la amenaza terrorista seguirá latente. Más grave, si cabe, es la amenaza que representa el descontento popular, como en el caso de los disturbios producidos en 1989 y 1996 y de la sublevación de Ma’an de 2002.
Alan George, Profesor asociado, St Antony’s College, Universidad de Oxford, y autor de “Jordan: Living in the Crossfire” (Zed Books, Londres, 2005) y “Syria: Neither Bread Nor Freedom” (Zed Books, Londres, 2003).
[1] Alan George, Jordan: Living in the Crossfire, Zed Books, Londres y Nueva York, 2005, p. 62.
[2] Ibídem, p. 47.
[3] Ibídem, p. 187.
[4] Ibídem, p. 243.
[5] Ibídem, p. 76.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem, p. 246.
[8] Beverley Milton-Edwards y Peter Hinchcliffe, Jordan: A Hashemite Legacy, Routledge, Londres, 2001, p. 95.