La renuncia de Menem y el futuro de Argentina

La renuncia de Menem y el futuro de Argentina

Tema: El 14 de mayo pasado Carlos Menem renunció a presentarse como candidato a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. De esta manera dejaba expedito el camino a la presidencia a Néstor Kirchner, pero, al mismo tiempo, con su actuación irresponsable vaciaba de contenido a las instituciones democráticas y restaba legitimidad de origen al nuevo presidente.

Resumen: El 18 de mayo se iba a celebrar la segunda vuelta para elegir al nuevo presidente argentino. De acuerdo con los resultados de la primera ronda, realizada el 27 de abril pasado, la contienda se iba a resolver entre dos candidatos peronistas: el ex presidente Carlos Menem y el gobernador de la provincia de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Sin embargo, tras muchos cabildeos, Menem optó por renunciar y dejó expedito el camino a la presidencia a su rival político. Los motivos de la renuncia de Menem son muy variados y responden a cuestiones personales y a intereses del entramado que lo rodea, aunque lo más importante son las consecuencias negativas que se pueden sacar sobre el funcionamiento de la democracia argentina. La conducta irresponsable de Menem resta legitimidad de origen al nuevo presidente, que asumirá su cargo sólo con un respaldo popular del 22% (la cifra alcanzada en la primera vuelta) y no con un caudal de votos cercano al 70% que le auguraban las encuestas. Sin embargo, aun en el caso de que esto hubiera ocurrido, el futuro de su Administración era complicado, y la búsqueda de acuerdos y consensos amplios para gobernar era algo que debía, y con más motivo deberá estar, a la orden del día. La forma en que Kirchner logre armar su coalición de gobierno, resolver los problemas en el interior del Partido Justicialista (PJ) y dirimir su relación con el actual presidente Eduardo Duhalde será decisiva para la gobernabilidad del país.

Análisis: El 22 de agosto de 1951, en la amplia avenida 9 de Julio de Buenos Aires, se celebró el famoso Cabildo Abierto del Justicialismo, que debía proclamar la fórmula presidencial Perón-Eva Perón para las elecciones de 1952. Esta fórmula era expresión de la presión sindical y popular que veía en Evita un elemento clave en su movilización y en la obtención de muchas de sus reivindicaciones políticas, sociales y económicas. Sin embargo, la candidatura de su esposa fue recibida sin demasiado entusiasmo por Perón, que temía la respuesta negativa de los militares, de la Iglesia y de otros importantes centros de poder, así como la competencia por el liderazgo dentro del peronismo con la propia Evita. En dicho acto, y ante la sorpresa y los gritos de rechazo del casi millón de asistentes, se vio finalmente a una Evita doblegada ante las fuertes presiones recibidas que señalaba de manera inequívoca su voluntad de dimitir: “Compañeros: yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores”.

Este acto, conocido como “El día del renunciamiento”, junto con la gran movilización popular del 17 de octubre de 1945, “El día de la lealtad”, forman parte de las esencias del peronismo. Por eso no fue nada casual que en su discurso televisivo de renuncia, pronunciado desde su La Rioja natal, el ya ex candidato Carlos Menem parafraseara las palabras de Evita (“renuncio a los títulos, pero no a la lucha”) para así remarcar su pertenencia y sus señas de identidad peronistas. Menem fue más allá y también rescató del pasado el enfrentamiento ocurrido entre 1973 y 1976 entre Perón y sus seguidores contra el ala izquierda del peronismo, liderada por los Montoneros, al resaltar del pasado de Kirchner su vinculación militante a la Juventud Peronista, integrante de la llamada Tendencia Revolucionaria y muy próxima a (o integrada en) la entonces organización guerrillera: «Había dos fórmulas, una la de un integrante del montonerismo y otra, la mía, que combatía a los montoneros». Menem intentaba, en un gesto sin futuro, recostarse sobre lo que, según él, son las verdaderas esencias del peronismo, con un doble objetivo. Por una parte legitimar su conducta en la tradición peronista y, por la otra, intentar aglutinar en torno suyo a la mayoría del PJ, un objetivo condenado con anterioridad al fracaso más absoluto, en función de los apoyos que el menemismo tiene en el peronismo.

Bastante se ha especulado sobre las razones de Menem para dar semejante paso. Según su propia interpretación, «no esta[ba]n dadas las condiciones para una segunda vuelta. Era una elección tramposa». Sin embargo, como más de un analista ha insistido en recordarle, las denuncias sobre irregularidades electorales se formulan ante la justicia y no ante la opinión pública, una evidencia concluyente de su falta de pruebas sobre el fraude electoral de la Administración Duhalde. Sus palabras desesperadas muestran que su renuncia (espantada, según algunos) responde a otras cuestiones. Una duda sobre el tema tiene que ver con el origen de la iniciativa. ¿Fue la misma una idea del propio Menem o éste se vio forzado a dar semejante paso, forzado en parte por un sector de su entorno, claramente preocupado por su futuro político? ¿Cuánto influyo en la medida la amenaza de nuevos, o viejos y desempolvados, juicios vinculados a temas de corrupción? En una de las tantas y tensas reuniones celebradas con sus colaboradores más cercanos en las horas anteriores a su renuncia, uno de los tres gobernadores que abiertamente lo respaldaban (La Pampa, La Rioja y Salta) le dijo: “Vas a perder también en mi provincia, y no podés arrastrarnos a todos». Esta frase ejemplifica las motivaciones de aquéllos, como su hermano Eduardo, que temían ser arrastrados por la derrota y que no dudaron ni un instante en sacrificar al jefe antes de terminar incinerados.

Pese a todo, Menem era claramente consciente de lo que hacía al señalar instantes antes de grabar su último mensaje como candidato ante las cámaras de televisión: «voy a quedar como un cobarde». Menem sabía que su actitud contradecía de forma clara uno de los ejes de su campaña electoral durante la primera vuelta: la virilidad. Ésta no es una cuestión menor en una sociedad que exhibe una cultura política tan machista como la argentina, ya que el propio ex candidato había insistido una y otra vez en su futura paternidad. Hasta ese momento, Menem todavía era un hombre capaz de dejar preñada a una mujer, aunque fuera mediante inseminación artificial. Hoy todo eso ha desaparecido, y su renuncia fue rechazada duramente por la opinión pública y también por analistas y humoristas. Mientras los primeros insisten más finamente en la cobardía de la acción, los segundos optan por hablar de la espantada (Menem se rajó, Menem maricón), del helicóptero (en el que huyó de la Rúa al final de su gobierno), de la falta de arrestos del ex presidente y en algunos casos se inclinaban por otras expresiones más groseras.

De esta manera tragicómica se ponía fin a lo que el director de La Nación de Buenos Aires calificó de “un carnaval de 36 horas”, marcado por los exabruptos de unos y otros, por la incertidumbre, los desmentidos y los más infames rumores. Entre ellos destaca la maniobra que pretendía involucrar a Ricardo López Murphy en la operación y que fue tajantemente desmentido por el interesado y su partido en una rueda de prensa en la que atacó simultáneamente a Menem y al presidente Duhalde: “Frente a las circunstancias que vive el país, somos concientes una vez más que su salida política está vinculada al respeto total y absoluto a las normas constitucionales, la ley y la justicia. Esto significa que el ballotage [segunda vuelta] debería hacerse y, de no ser posible por renuncia de una de las dos fórmulas, consagrar automáticamente a la otra, como prevé el Código Electoral Nacional. Las instituciones deben salir fortalecidas de estos desatinos.”

La conducta de Menem evidenciaba su más frontal desprecio por las instituciones democráticas y dejaba claro su carácter autoritario, vinculado a las más profundas esencias del peronismo, las mismas que intentaba invocar con su recuerdo de Evita y sus denuncias sobre el “montonerismo” de Kirchner. El desprecio por las instituciones y su vuelta al populismo y a lo más profundo del pensamiento de la caverna peronista también quedó reflejada en la siguiente frase: «Que Kirchner se quede con su 22 por ciento, yo me quedo con mi pueblo… Gané la primera vuelta y me voy; no abandonaré la lucha». Unas declaraciones de su compañero de fórmula, el gobernador de Salta, Juan Carlos Romero, evidencian aún más este extremo al declarar con gran desagrado: “les hemos privado el gusto de votar contra Menem”. Romero publicó el sábado 17 de mayo un artículo totalmente justificatorio en el diario Clarín que retrata claramente al entorno de Menem más vinculado a la política provincial.

En los meses previos a la votación, sostuve en repetidas oportunidades la posibilidad de que, en caso de una segunda vuelta, se produjera en Argentina algo similar al efecto Le Pen en las presidenciales francesas, dado el elevado índice de rechazo generado por Menem. Su renuncia impidió constatar este extremo, aunque todas las encuestas pronosticaban de forma rotunda y sin demasiadas dudas un resultado próximo al 70–30 a favor de Néstor Kirchner. La comparación con Francia permite extraer otra conclusión sobre la renuncia, ya que, a diferencia de Le Pen, detrás de Menem no hay ningún proyecto político de largo aliento, más allá de la obscena administración del poder por su grupo de influencia. Por eso, es bastante posible que este paso implique el suicidio político del menemismo, lo que afectaría tanto al propio Menem como a aquellos pocos leales que todavía lo rodean. A estas horas ya son muchos (incluyendo a algunos diputados) los que se han bajado de un barco en franco hundimiento.

Kirchner llega a la presidencia en medio de unas condiciones muy poco favorables, y lo hace en medio de un escándalo y no gracias a una elección casi plebiscitaria que le hubiera dotado de una amplia legitimidad de origen, tan necesaria para afrontar las difíciles tareas que tiene por delante. La renuncia de Menem ha puesto sobre la mesa de una forma descarnada las profundas raíces políticas de la actual crisis argentina y los déficit institucionales del país, un tema sobre el que el presidente deberá ponerse a trabajar de inmediato si quiere sacar a Argentina de su actual situación. Desde un punto de vista político, el nuevo presidente deberá impulsar la regeneración del sistema de partidos (comenzando por el suyo propio, pero también por el radicalismo), y desde un punto de vista institucional, deberá preocuparse seriamente por la renovación del Parlamento (en agosto y septiembre próximos), por el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia y por la relación entre el poder central y los Gobiernos provinciales.

La madeja de insidias armada por Menem en torno a su renuncia explica el tono crispado del discurso del ya presidente ante el inminente anuncio de que ésta iba a hacerse efectiva. El suyo fue un discurso propio de una campaña electoral, pero no de un presidente electo, que debe gobernar por encima de banderías políticas y sectoriales, en el que manifestó que: «en el día de ayer hemos vivido una de las jornadas más oprobiosas y bochornosas de las que se tenga memoria. Un país en vilo y sus instituciones democráticas, jaqueadas. No es la primera vez que esto ocurre en nuestro país». También se refirió a ciertos grupos económicos beneficiados por la gestión menemista cuando señaló que la renuncia del ex presidente «es absolutamente funcional a los intereses de grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con privilegios inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación financiera y subordinación política». Agregó que esos mismos intereses “cooptaron el Estado y compraron la política y …corrompieron a los dirigentes y arruinaron la vida de los ciudadanos”.

Según algunas interpretaciones, Kirchner estaba aludiendo a una empresa privatizada que puso mucho dinero para financiar la campaña de Menem. En este punto, sería bueno recordar la calurosa bienvenida que durante la campaña se le dio a Menem en la Cámara de Comercio Española en Argentina y la añoranza por los excelentes negocios hechos en otros tiempos. Hubo algunos empresarios vinculados a empresas españolas que en contra de la lógica empresarial decidieron apostar por la política y perdieron. Sería bueno en este punto hacer una reflexión de cara al futuro sobre éstas y otras situaciones similares (como el respaldo a Fujimori en Perú) que tanto daño hacen a la imagen de España y a la propia defensa de los intereses económicos españoles en la región. En su dilatada gestión al frente de la provincia de Santa Cruz, Kirchner ha demostrado saber lo que quiere. Su estilo de gobierno no pasa por negar los valores de la economía de mercado ni por la quiebra de las reglas de juego o de la seguridad jurídica, pero sí por poner duras condiciones a las empresas que han invertido en su provincia con el fin de incrementar los ingresos fiscales, algo que, por otra parte, resulta totalmente normal en las economías capitalistas.

En el mismo discurso, Kirchner también dijo de manera rotunda «No he llegado hasta aquí para pactar con el pasado. Ni para que todo termine en un mero acuerdo de cúpulas dirigenciales. No voy a ser presa de las corporaciones». El mensaje sobre el pasado iba dirigido claramente a tomar distancia de la experiencia menemista, pero también tenía en mente, al mismo tiempo, a su teórico protector, el actual presidente Duhalde. La referencia a las corporaciones fue entendida por la prensa económica española, e inclusive por ABC en su edición del 17 de mayo, como una posible alusión a las empresas españolas con intereses en Argentina. Sin embargo, me parece que no hay demasiado lugar para el victimismo y que, por el contexto del discurso, habría que pensar más en cierto aviso a los sindicatos peronistas, que tanto amargaron la existencia a los dos anteriores presidentes radicales: Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, e inclusive en un reciente banco de capital “nacional”, donde convergen algunos bancos provinciales e intereses vinculados al menemismo y al alfonsinismo. 

Sin ninguna duda, las relaciones entre Duhalde y Kirchner serán una prueba constante de los progresos de la nueva Administración. Éstas no serán nada fáciles. En primer lugar tenemos el deseo de Duhalde de seguir controlando al futuro presidente y al partido, en lugar de abandonar definitivamente su papel protagónico en la vida política argentina. El problema de los grandes líderes de la transición (Alfonsín, Menem o Duhalde, entre otros) es que no han querido o no han sabido irse a tiempo y propiciar la tan necesaria renovación generacional. En segundo lugar también hay que contar con la fuerte figura de Kirchner, un político de maneras duras, hábil negociador y poco acostumbrado a compartir el poder. Para aderezar algo más esta situación de pre-confrontación hay que, como dirían los franceses, prestar atención a las mujeres. Ahí están tanto la actual primera dama, Chiche Duhalde, como la futura y actual senadora, Cristina Fernández de Kirchner, ambas con una fuerte personalidad y una gran ambición de poder. Kirchner y Duhalde fueron los principales ganadores de la primera vuelta y la renuncia de Menem les despejó el terreno, resta ahora ver cómo recomponen sus fuerzas y la unidad del PJ. Kirchner va a ser presidente ahora, Duhalde quiere serlo en 2007, pero este último deseo va ligado, irremediablemente, al triunfo de Kirchner. Su fracaso será el fracaso de Duhalde, pero su triunfo será sólo suyo, ¿o no? ¿En qué medida Duhalde se convertirá en la pieza clave para la gobernabilidad del país? ¿Podrá Kirchner gobernar utilizando únicamente sus, de momento, escasos recursos políticos, más allá de los inherentes a su cargo, que no deben ser despreciados en absoluto?

Conclusiones: Como se ha visto, el futuro de Argentina está ligado, en buena medida, al futuro inmediato del peronismo. La situación actual no podía ser peor, con un partido fracturado y feudalizado, dado el poder creciente de los gobernadores provinciales. Para colmo, existen hoy varios líderes enfrentados entre sí intentando hacerse con el control del partido. El problema es que la premisa para que esto ocurra es la destrucción de los contrarios, aunque éste sea el propio presidente de la República. Esto lo intentó Menem con su renuncia y también lo intenta el populista Adolfo Rodríguez Sáa, hoy agazapado en una expectante segunda línea, al justificar la renuncia de Menem. En lo que respecta a Rodríguez Sáa, la incógnita radica en saber si intentará volver al seno del peronismo para hacerse con su control o si seguirá apostando por seguir jugando fuera de las estructuras, como hizo en esta elección. En este caso armó una coalición de signo totalmente populista, quizá la más peronista de todas, pero que al tiempo que manifestó una total admiración por el comandante Hugo Chávez de Venezuela incluyó a importantes componentes extrapartidarios, comenzando por el candidato a vicepresidente, de origen radical, o el ex militar carapintada Aldo Rico, de tono claramente autoritario.

Pero éstos no son los únicos actores que se disputan el control del PJ. También están Duhalde y Kirchner, los mejor colocados para controlarlo en el futuro inmediato, aunque esto no implique necesariamente que en los meses venideros seguirán haciendo la guerra de común acuerdo. Kirchner y Duhalde vienen de experiencias políticas diferentes. Duhalde controla la provincia de Buenos Aires, la más importante del país; Kirchner, la segunda en orden inverso. Duhalde siempre se ha manejado en el territorio de la ortodoxia peronista, Kirchner proviene de su ala izquierda, y entre sus votantes hay un buen número de no peronistas que lo hicieron por su postura desarrollista y nacionalista. En los próximos días conoceremos el Gabinete del nuevo presidente, señal evidente de cómo funcionan las relaciones entre estos dos hombres centrales en la actual política argentina. Los nombres de los futuros ministros también nos darán una pista del grado de consenso alcanzado para gobernar con un cierto margen de maniobra un país bastante complejo y tan dado a las sorpresas cotidianas y a las emociones fuertes, y nos indicarán el modelo elegido por Kirchner para gobernar el país. El presidente de Fiat Argentina le pidió que optara por Lula y no por Hugo Chávez. Sería deseable que el nuevo presidente escuche una opinión tan reputada. Argentina comienza un nuevo periodo de su quebrada historia institucional. Dados los fuertes lazos existentes con España es importante que a la asunción del nuevo Gobierno acuda una representación que ostente la más alta representación, no sólo del Estado, sino también del Gobierno.

Carlos Malamud
Investigador Principal, Área América Latina
Real Instituto Elcano

Carlos Malamud es investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático de Historia de América en la UNED

Escrito por Carlos Malamud

Carlos Malamud es investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático de Historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina, ha sido seleccionado como uno de los “50 intelectuales iberoamericanos más influyentes” según Esglobal. Ha sido Senior Associate Member (SAM) en el Saint Antony’s College, Universidad de […]