El proceso de “descomunistización” y la crisis de la Iglesia en Polonia (ARI)

El proceso de “descomunistización” y la crisis de la Iglesia en Polonia (ARI)

Tema: En este ARI se analizan la renuncia del obispo Wielgus al arzobispado de Varsovia y las relaciones de la Iglesia con el régimen comunista.

Resumen: El 7 de enero 2007 el obispo polaco Stanislaw Wielgus, tras reconocer haber sido colaborador de los servicios secretos del régimen comunista, renunció al cargo de arzobispo de Varsovia. Este acontecimiento no solo añadió tensión a la campaña de “descomunistización” lanzada por el actual Gobierno polaco contra los supuestos colaboradores del comunismo, sino que también provocó una situación de crisis en la Iglesia católica en Polonia. Este análisis examina algunos efectos del “proceso de lustración” en una sociedad que había realizado una transición modélica de la dictadura a la democracia en los años noventa y en la que ahora algunos políticos insisten en abrir las heridas del pasado. Se señala asimismo que los más activos en llevar acabo la lustración son anticomunistas de ahora que en la época comunista se callaban, o que no la llegaron a conocer bien por haber sido demasiado jóvenes. Están juzgando actitudes morales y conductas de gentes que actuaron en su momento con frecuencia entre el compromiso y la persecución y que sufrieron interrogatorios y chantajes.

Análisis

La transición y el proceso de “descomunistización” en Polonia

La transición desde la dictadura comunista a la democracia en Polonia comenzó con las negociaciones de la “Mesa Redonda” en febrero de 1989, unas negociaciones sin precedente en el bloque soviético entre el Gobierno comunista y la oposición política, que permitieron una salida pacífica del conflicto y abrieron el camino a la democratización del sistema político, primero en Polonia y luego en otros países comunistas de la Europa del Este.

La opinión sobre las negociaciones de la “Mesa Redonda” ha estado muy dividida. Sus partidarios estaban, y siguen estando, convencidos de que fue el comienzo de un largo proceso, pacífico y evolutivo, de democratización en Polonia, y que gracias a ello el país se salvó de unos posibles acontecimientos sangrientos, como los que tuvieron lugar en Rumanía en diciembre de 1989. Sus adversarios, sin embargo, opinan que en vez de negociar con los comunistas, se tenía que haber esperado algunos meses más para la desintegración total del Partido Comunista (Partido Obrero Unificado Polaco), y luego organizar una “revolución de terciopelo” como en la República Checa. Los comunistas hubieran gobernado quizá un poco más de tiempo, pero su partida definitiva habría estado despojada de la ambigüedad que, para algunos, produjeron las negociaciones de la “Mesa Redonda”.

Uno de los acuerdos de la “Mesa Redonda” fueron las primeras elecciones libres que se celebraron en junio de 1989 y que dieron una aplastante victoria a Solidaridad. Como resultado, se formó un Gobierno liderado por Tadeusz Mazowiecki, un activista de la oposición de gran prestigio y asesor de Lech Walesa. Mazowiecki desempeñó el cargo de primer ministro bajo el lema de “la raya gruesa”, que separaba el presente del pasado y responsabilizaba al Gobierno solamente por sus acciones y decisiones y no por las del ancien régime. La política de “la raya gruesa” tenía dos dimensiones. La primera, moral, trataba la cuestión de si los polacos como comunidad humana y política estaban dispuestos a suspender la justicia o a olvidar la venganza y no buscar culpables del pasado. La segunda dimensión se refería a la práctica política del período de transición, que exigía numerosos compromisos, porque obviamente no era posible cambiar todos los altos cargos, las instituciones y las políticas públicas de una vez.

Mientras tanto, un sector de la oposición, crítico al (según ellos) “destructivo” compromiso de la “Mesa Redonda”, lanzó un llamamiento a la “descomunistización”, o sea, a la purga de los comunistas. Desde entonces se produjeron varios intentos de llevar a cabo la llamada “lustración” (o procedimiento de revisión y verificación de personas llevado a cabo en instituciones, asociaciones y partidos políticos), que se han intensificado bajo el actual Gobierno del Partido Ley y Justicia liderado por los hermanos derechistas y católicos, Lech (presidente) y Jaroslaw (primer ministro) Kaczynski. Tanto los partidos de la coalición gobernante Ley y Justicia, la Liga de Familias Polacas y Autodefensa, como el partido principal de la oposición, Plataforma Cívica, están en favor de la “ley de lustración”, cuya nueva versión entrará en vigor a finales de febrero de 2007.

Paradójicamente, el proyecto de ley lo han redactado jóvenes de treinta y pocos años vinculados al partido Ley y Justicia, demasiado jóvenes para conocer la época comunista. Están juzgando a la generación de sus padres, que hizo todo lo posible para educarlos y asegurarles un nivel de vida aceptable en “el ecosistema de la mentira institucionalizada”, como solía decir el Papa polaco Juan Pablo II. El comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa estimó que, desde el punto de vista del respeto a los derechos humanos, la propuesta de ley sobre la “lustración” es inadmisible. Hay quienes señalan que el problema es que la “lustración” sirve a los intereses políticos y no a “la ley”, ni siquiera a “la justicia”. Para bastantes observadores, la campaña de la “lustración” lanzada contra los colaboradores del comunismo tiene todas las características de una “caza de brujas”, probablemente con manipulación de fichas y expedientes, posibles chantajes y presiones. Lo cierto es que, aunque teóricamente está prohibido, varios medios de comunicación y páginas de Internet han publicado listados de personas acusadas de colaborar con el comunismo, sin comprobar los hechos.

Los archivos de los órganos de seguridad (SB) del régimen comunista están depositados en el Instituto de Memoria Nacional, que fue establecido en los comienzos de la transición (el 18 de diciembre de 1989) con el propósito de perseguir los crímenes contra la nación polaca. Sus funciones incluyen: (1) recopilar y administrar los documentos de los órganos de los servicios de seguridad nacional confeccionados entre el 22 de julio de 1944 y el 31 de diciembre de 1989; (2) investigar los crímenes del nazismo y del comunismo; y (3) organizar actividades educativas. La ley sobre la “lustración” permite “revelar los documentos de los órganos de seguridad nacional de los años 1944-1990”. Todos aquellos sobre quienes los servicios secretos buscaron información de manera secreta tienen derecho a pedir acceso a estos documentos y a ver sus expedientes desclasificados. Inicialmente, el Instituto recibía unas 1.200 solicitudes mensualmente, pero últimamente el número ha crecido a 2.200-3.000. Evidentemente, esto influye en el tiempo disponible para atenderlos. Aunque personas acusadas de colaborar con los servicios secretos pueden entablar demandas contra sus acusadores por infringir sus derechos personales, para ganar tienen que demostrar que la acusación es infundada, lo que no es tan sencillo.

Cuestionamiento o destrucción de los vínculos sociales y de la continuidad histórica

La victoria electoral del partido Ley y Justicia en septiembre de 2005 fue resultado del descrédito moral del partido poscomunista Alianza de Izquierda Democrática y de cierto vacío ideológico que se creó en aquel momento. Las elites que dirigieron Polonia desde 1989 estaban en crisis. Se habían alcanzado los objetivos estratégicos: democracia, mercado libre, derechos humanos, pluralismo político, partidos, medios de comunicaciones libres, OTAN y Unión Europea. Al mismo tiempo, se hicieron evidentes los altos índices de corrupción y delincuencia y, en general, se difundió la sensación de una falta de eficacia de la justicia. Apareció también el problema de la identidad de Polonia y de los polacos en unos tiempos difíciles de maduración del capitalismo, de integración europea y de globalización. Se consideró que ni la izquierda ni el centro eran capaces de gobernar el país a largo plazo. Los hermanos Kaczynski propusieron entonces un lenguaje distinto, que a la vez parecía antiguo –ya conocido– y nuevo. Su partido, Ley y Justicia, emplea la retórica del antiguo movimiento Solidarnosc, muestra preocupación por los que se vieron perjudicados por los cambios que llegaron con el mercado libre y el capitalismo, y subraya los valores patrióticos y nacionalistas. Es el Gobierno de los polacos que no pudieron ser los ganadores en los tiempos de la transición y la transformación. Además, el Gobierno actual disfruta de una coyuntura económica excelente y de los logros de los anteriores Gobiernos, a quienes critica acerbamente. Sin embargo, no parece capaz de aprovechar esta situación para modernizar y desarrollar Polonia. Se concentra más bien en combatir al gran enemigo de Polonia que, según el partido Ley y Justicia, no es tanto la herencia comunista como la poscomunista, es decir, el período de los grandes acontecimientos en Polonia después de 1989.

El propósito del Gobierno actual de romper con el pasado y borrar la Polonia de los tiempos del régimen comunista y de una buena parte de la transición democrática no es seguramente viable, ya que siempre existe cierta continuidad histórica, y vive todavía mucha gente que recuerda con orgullo como reconstruyeron su país, rescatándolo de las ruinas de la II Guerra Mundial, por no hablar de la transición e, incluso, de un pasado anterior. La nación polaca sobrevivió 120 años de particiones, ocupación alemana y ocupación soviética porque quería preservar los vínculos y la memoria de una comunidad histórica. Millones de polacos vivieron unas vidas “normales”, adaptándose a las circunstancias históricas. El año 1989 trajo un cambio profundo del sistema político sin romper aquella continuidad histórica y, por lo mismo, se reforzaron los vínculos sociales en aquellos años ochenta que, probablemente, eran más fuertes –contra el “sistema-enemigo”– que ahora –en un ambiente de acusaciones y condenas contra otros conciudadanos–. Los que quieren borrar del todo los tiempos de la Polonia comunista, parecen querer romper la continuidad histórica y social y destruir estos vínculos sociales, creando un ambiente de desconfianza en el que en vez de juzgar a los verdugos se condena a sus víctimas.

La delicada situación de la Iglesia

Dos años después de la muerte del Papa Juan Pablo II la Iglesia en Polonia se encuentra en crisis. En el pontificado del Papa polaco se habló mucho de ajustar cuentas con el antiguo régimen, pero nunca se trató de revisar el pasado con detalle. Ahora es la Iglesia misma la que ha sido acusada de no haber llevado a cabo la “lustración” entre sus sacerdotes. Es una situación llena de paradojas. La Iglesia había dado muestras de desconfianza hacia los liberales y las gentes de izquierdas, pero el ataque reciente procede de los católicos tradicionales y de la derecha. La Iglesia se ha centrado en reivindicar una mayor presencia del cristianismo en la Constitución Europea, y ahora es atacada por aquellos que quieren más cristianismo en la vida pública.

Roma locuta, causa finita, ha enseñado la Iglesia desde siempre. En Polonia, justo cuando el Papa Benedicto declaró su confianza en el obispo Wielgus, empezó la campaña de los medios de comunicación revelando los datos sobre la colaboración del obispo con los servicios secretos comunistas. Stanislaw Wielgus fue reclutado por la policía secreta cuando estudiaba Filosofía en la Universidad Católica de Lublin, de la que luego llegó a ser rector. Según el semanario conservador Gazeta Polska, gracias a sus informes, Wielgus obtuvo un permiso para ir a estudiar a Alemania en los años setenta, cuando el régimen comunista luchaba contra la Iglesia polaca y perseguía a muchos sacerdotes. Los servicios secretos siempre intentaron infiltrarse en el clero. El obispo, que en principio había negado las acusaciones de contactos con los órganos de la seguridad nacional, admitió finalmente su colaboración con los servicios secretos durante más de 20 años: “Jamás hice todo lo que me pedían, solo me limité a informarles y nunca hice daño a nadie con mis declaraciones”. El Vaticano canceló el acto de investidura programado para el domingo 7 de enero de 2007 en la catedral de Varsovia. El debate saltó a las calles y las encuestas realizadas por el instituto OBOP indican que dos de cada tres polacos opinaban que Wielgus debía renunciar.

Cuando el Vaticano anuló el nombramiento del obispo Wielgus al arzobispado de Varsovia, en la catedral de Varsovia se produjeron protestas de fieles en desacuerdo con la decisión del Papa y estalló el ataque de los medios de comunicación a la jerarquía de la Iglesia polaca. Han sido los medios de comunicación los que han provocado el linchamiento de Wielgus, mucho antes de haberse revelado la información sobre su pasado. Las cosas han llegado tan lejos que se puede hablar de cierto cisma dentro de la Iglesia entre dos alas radicales: la de quienes están en favor de la “lustración” y la de los seguidores de Radio Maryja (emisora de radio ultra-católica y nacionalista creada en diciembre de 1991 por el Padre Tadeusz Rydzyk), que están en contra. La presión mediática procede de una generación de periodistas de edades comprendidas entre los treinta y los cuarenta años, que desplazó en los medios de comunicación –incluyendo los católicos– a los comentaristas que, en los difíciles tiempos de la censura comunista, aprendieron a dialogar. Estos fueron capaces de crear un concepto de Iglesia abierta; hoy día, los jóvenes, nacidos al final del régimen comunista, se muestran muy agresivos y reivindicativos, muy duros en juzgar el pasado que no llegaron a conocer y, además, apoyan a alguna de las tendencias existentes dentro de las alas radicales: la “lustración” o Radio Maryja.

El Gobierno polaco, liderado por los hermanos Kaczynski, ha jugado y juega el papel decisivo en el desarrollo de estos acontecimientos, y la Cancillería del presidente negoció con el Vaticano la anulación del nombramiento. El Gobierno había llegado a poner la “lustración” por encima de la razón de Estado, y a actuar contra el espíritu de un Concordato que garantiza que el Estado y la Iglesia son mutuamente independientes y autónomos. Parece como si el Gobierno quisiera decidir sobre los nombramientos en la Iglesia polaca y hacer que su elección dependa de la información proporcionada por sus órganos, en especial el Instituto de Memoria Nacional. Desde los tiempos de Wladyslaw Gomulka no había habido en Polonia un ataque tan directo contra la Iglesia católica. Todo el mundo ha podido ver a la Polonia católica cuestionando al Vaticano.

En los últimos años, se han producido acusaciones contra los clérigos por colaborar con los servicios secretos del régimen comunista que han puesto a la Iglesia en una situación difícil. Durante la visita del Papa Benedicto XVI en 2006, muchos comentaristas se fijaron sobre todo en la prudencia de su discurso en la catedral de San Juan en Varsovia: “Hay que evitar una postura arrogante de jueces de las generaciones pasadas, que vivían en otros tiempos y en otras circunstancias”. Hasta ahora, frente a la crisis, la Iglesia se ha defendido y ha acusado a sus adversarios de anticlericalismo. Pero hoy día no sirve la táctica de siempre y tampoco las buenas palabras de los observadores políticos, repetidas desde hace muchos años, sobre las divisiones ideológicas y las facciones dentro de la Iglesia. Es difícil definir quién es el adversario y quién el aliado. La discusión sobre la “lustración” en la Iglesia pone de manifiesto posturas opuestas entre los polacos y entre los católicos, y contiene dos debates. La primera controversia trata de la “lustración” misma, y la segunda del futuro de la Iglesia en Polonia.

Dos controversias sobre la memoria polaca y el futuro de la Iglesia

La primera controversiatrata del sentido y los métodos de la “lustración” y del ajuste de cuentas con la Polonia comunista. Ya en 2001, al revelar la historia de la masacre de judíos en Jedwabne, se abrió el debate sobre cómo escribir la historia nacional. Ahora, al descubrir la participación de los clérigos y la colaboración con los servicios secretos del régimen comunista, han vuelto los dilemas de “la raya gruesa” de Mazowiecki frente a la “lustración”. Aquí se mezclan cuestiones de la memoria polaca en general y de la memoria de la Iglesia en particular. En concreto, ¿cómo escribir la historia de una Iglesia cuya importancia en la vida de Polonia ha sido y es incuestionable, pero cuando, al mismo tiempo, se ha comprobado que algunos de sus sacerdotes aceptaron colaborar con el régimen comunista? Desde el año pasado la Iglesia busca un modelo para ajustar cuentas con el pasado comunista. Su supuesto básico es que no todos los colaboradores fueron iguales, que hay que establecer unos criterios. ¿Fue una colaboración consciente? ¿Estaban informados los superiores sobre ella? ¿Cuáles fueron las intenciones de cada clérigo? ¿Por qué colaboró el clérigo en cada caso: dinero, carrera, escándalo sexual? ¿O quizá la razón fue tan trivial como la necesidad de conseguir cemento para la renovación de un templo? ¿Fueron perjudiciales las informaciones que los agentes secretos consiguieron? Los comentaristas políticos discuten hasta qué punto se puede confiar, en general, en los informes de los agentes de los servicios secretos. Se han visto casos en que los documentos contienen falsedades, en que las personas acusadas nunca colaboraron o que algunas personas que los servicios secretos intentaban reclutar estaban registradas como colaboradores sin su conocimiento o acuerdo. Los adversarios de esta postura de relativización temen, sin embargo, que las actas secretas serán desacreditadas como fuente histórica verosímil y que cualquier graduación de la colaboración puede mitigar la “lustración”, con el resultado de que los verdaderos culpables no serán juzgados.

Así, la primera controversia, la disputa sobre el sentido y métodos de la “lustración”, no ha sido resuelta desde la caída del comunismo en 1989.

La crisis del nombramiento del obispo Wielgus y el consiguiente debate sobre los expedientes secretos de los clérigos ha dado paso a la segunda controversiaentre católicos y laicos sobre el funcionamiento y el futuro de la Iglesia en Polonia. Parece que la división fundamental en el catolicismo polaco no se da entre conservadores y liberales, ni entre la Iglesia abierta o cerrada, ni entre laicos y creyentes. La cuestión divisoria es ¿Cómo debería reaccionar la Iglesia hoy a las acusaciones? Los católicos están de acuerdo en que la Iglesia polaca salió sana y salva, victoriosa y airosa de las persecuciones del régimen comunista. El número de clérigos que en aquellos tiempos se distinguieron por posturas heroicas supera, sin duda, el de los que colaboraron con el régimen. Además, no parece justo que el estigma moral caiga solamente sobre los que colaboraron y no sobre los funcionarios de los servicios secretos, que cobraban por espiar y captar a los colaboradores por medio de amenazas y chantajes de todo tipo. En la disputa sobre cómo debe reaccionar la Iglesia a las acusaciones, la pregunta clave es ¿cómo se reconstruye en la actualidad la autoridad de los obispos y sacerdotes? Algunos opinan que la Iglesia como tal goza de autoridad y lo demuestra a través de los nombramientos dentro de su jerarquía. Volviendo al caso del arzobispo Wielgus, conviene recordar que el Vaticano publicó una declaración, cosa nunca antes vista en práctica, afirmando que el Papa Benedicto XVI tenía una confianza absoluta en el candidato. Se supone que la declaración del Papa debería haber disipado todas las dudas. Pues no, dicen otros. La autoridad de la Iglesia se comprueba por los hechos. Incluso si el Papa tuvo confianza en la inocencia del obispo, se debería haber clarificado la situación cuando aparecieron los rumores. Por lo visto, la Iglesia nunca pidió información al Instituto de la Memoria Nacional. El futuro de la Iglesia se juega no tanto en los medios de comunicación como cada día en las parroquias, en el confesionario, en las clases de catecismo. Se dice que Polonia tiene una Iglesia que instruye pero que no escucha. En otras palabras, no tanto la jerarquía como la posición y comportamiento de los sacerdotes son lo fundamental para los fieles.

De esta forma se dibuja una línea divisoria sobre el futuro de la Iglesia. Algunos opinan que no hay ningún peligro de laicización del país, que ya se temía cuando el pluralismo y el mercado libre llegaron a Polonia con la caída del comunismo y la transición hacia la economía del mercado. El 75% de los adultos se declaran creyentes practicantes y el número de fieles que acuden a misa los domingos sólo ha descendido unas décimas en comparación con los años ochenta. Sin embargo, no se deben ignorar otros síntomas: el 47% de los polacos acuden a misa el domingo, pero en Varsovia este porcentaje es solamente del 25%. La Iglesia en Polonia debe afirmar cada día su autoridad histórica, especialmente tras la muerte del Papa polaco Juan Pablo II.

Precisamente, pensando en el futuro, parece que están ganando posiciones aquellos que proponen tener cuidado con los documentos de los servicios secretos, pero al mismo tiempo quieren que la Iglesia revele estas actas y se enfrente públicamente con el pasado. El presidente de la Conferencia Episcopal, Jozef Michalski, anunció que la Iglesia polaca va a revisar su relación con el régimen y las actividades de los obispos; los informes se llevarán al Vaticano para que el Papa decida. La Iglesia polaca decidió que la Comisión Histórica creada hace unos meses para analizar las denuncias filtradas sobre las actuaciones de algunos religiosos revisará también a todos los prelados. Polonia cuenta con unos 90.000 religiosos, de los cuales unos 27.000 son sacerdotes seculares. Las estimaciones de algunos historiadores que estudiaron las fichas de los servicios secretos apuntan a que el 10% de ellos colaboraron de alguna forma con el régimen.

Conclusión: Con el caso del obispo Wielgus, la postura radicalmente anti-“lustración” ha sido moralmente desacreditada. Por su parte, el proyecto de una “lustración” radical ha ganado adeptos y muchos piensan que este proceso ya no se podrá parar. Pero son muchos también los que piensan que si la “lustración” prosigue, lo importante es hacerlo del modo más civilizado posible. Parece que los polacos quieren leer los archivos de los servicios secretos. Para algunos esto es un acto de justicia, para otros de revancha. Como se ha señalado antes, la “lustración”, especialmente “la lustración salvaje”, ha arruinado las vidas de muchas personas inocentes acusadas públicamente, pues los expedientes secretos no siempre son genuinos –algunos fueron falsificados o manipulados y muchas personas registradas como “fuentes de información” fueron chantajeadas y presionadas–. Tiende a prevalecer la opinión de que no se debe juzgar a nadie solamente porque firmó una declaración de colaboración.

Por otra parte, muchos demócratas se oponen a quienes acusan a los antiguos comunistas y ponen de relieve la complejidad de los sentimientos de la sociedad. La cineasta Agnieszka Holland, preguntada en una entrevista sobre el triunfo del cinismo político en Polonia, responde que “viene de los complejos y una convicción de que el mal está en otros, no en nosotros mismos”. A lo largo de la historia de Polonia, los polacos siempre han atribuido los males al exterior: a los rusos, alemanes, comunistas o judíos. Ahora esta división entre “nosotros-buenos” y “ellos-malos” sirve para condenar a casi toda la población que vivió bajo el régimen comunista. Como es bien sabido, los regímenes políticos autoritarios o totalitarios son mantenidos por un tejido de mentiras cotidianas en el que participan de alguna forma los ciudadanos intentando llevar adelante sus vidas. Solo unos pocos opositores estuvieron abiertamente en contra de aquel régimen, y a los partidarios de la “lustración” les cuesta reconocerlo, porque ellos mismos pertenecían a esta inmensa mayoría silenciosa. Juzgar hoy, desde el punto de vista de un país democrático y libre, las elecciones y comportamientos de aquel tiempo, es simplemente inadecuado. Vaclav Havel sugirió que cada uno reflexione sobre su propia responsabilidad por haber apoyado al régimen comunista. Zygmunt Bauman ha dicho que la memoria histórica en Polonia está siendo utilizada como una herramienta en la lucha de una nueva clase gobernante, en su mayor parte compuesta por recién llegados, para atribuirse el mérito de haber derribado de alguna manera el régimen comunista. Por ello, quita méritos a los opositores anticomunistas y desacredita cualquier postura moral y política diferente.

Tal como van las cosas, parece que el proceso de abrir los archivos secretos se puede posponer y modular, pero no se puede parar. No importa cuanta información secreta sea revelada y no importa cuantas veces se pida perdón: para los partidarios de la “lustración” siempre será insuficiente. Esto puede provocar una división traumática de la nación y una erosión de la gran autoridad que la Iglesia había ganado gracias a su postura independiente durante el régimen comunista. La ironía histórica es que ha sido la misma derecha católica la que ha provocado la crisis de la Iglesia en Polonia y así facilitado los ataques laicistas contra la jerarquía de la Iglesia polaca. Son los radicales de la derecha, los conservadores religiosos, los que apoyan la “lustración” en la Iglesia, con una sorprendente falta de respeto a los obispos. Su postura y sus acciones pueden tener unas consecuencias muy importantes. El futuro mostrará si servirán para fortalecer la democracia y la Iglesia, o para debilitarlos.

Izabela Barlinska
Investigadora asociada de Analistas Socio-Políticos, Gabinete de Estudios