Bush, Kerry e Irán

Bush, Kerry e Irán

Tema: Uno de los retos más complejos y apremiantes para la próxima Administración norteamericana, independientemente de que esté George W. Bush o John Kerry en la Casa Blanca, será desactivar la crisis de proliferación de armas nucleares con Irán, país que muchos analistas creen que adquirirá armas nucleares dentro de los próximos cuatro años.

Resumen: Evitar el terrorismo nuclear será el tema de seguridad nacional clave para la próxima Administración, y como tal, ilustra el contexto principal de la política exterior de EEUU. Tanto el presidente George W. Bush como el senador John Kerry han afirmado que la base de cualquier plan para impedir el terrorismo nuclear pasa por frenar los ya adelantados programas de Estados que aspiran a poseer armas nucleares. Una opinión muy extendida es que Irán está haciendo uso de su programa de energía nuclear civil para encubrir el desarrollo de armas aprovechando lagunas legales que permiten el enriquecimiento de uranio para fines pacíficos. El 18 de junio la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) informó que Irán tiene prácticamente completada la fase inicial de un ciclo de combustible nuclear. Ello lleva a muchos expertos a creer que Teherán construirá una bomba nuclear durante la próxima Administración (las previsiones de los servicios de inteligencia estadounidense e israelí apuntan hacia 2007 ó 2008). La Cámara de Representantes de EEUU aprobó el 6 de mayo la Resolución 398, con 376 votos a favor y 3 en contra, pidiendo al Gobierno estadounidense que empleara todos los medios apropiados para evitar, disuadir e impedir que Irán adquiera armas nucleares. Ello refleja la emergencia de un amplio consenso bipartidista de que contener a Irán deberá ser una de las máximas prioridades de seguridad nacional, independientemente de cuál sea la Administración que ocupe la Casa Blanca el próximo enero.

Análisis: Irán está en el centro de dos de las mayores preocupaciones sobre la seguridad nacional de EEUU: el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. El Informe de la Comisión del 11 de septiembre, que se hizo público el 22 de julio de 2004, sugiere que Irán podría haber estado más involucrado con al-Qaeda que Irak, reavivando el temor sobre el acceso terrorista a armas de destrucción masiva. Además, ha provocado una oleada de especulaciones sobre la posibilidad de una acción estadounidense contra Teherán.

Irán continúa apoyando a grupos militantes involucrados en varios conflictos regionales, incluyendo el palestino-israelí. Ciertamente, el descubrimiento el 3 de enero de 2002 de más de 50 toneladas de armas iraníes (incluyendo misiles Katyusha con 20 kilómetros de alcance, misiles antitanque y bombas de mortero de largo alcance) con destino a Palestina en el barco mercante Karine-A a principios de la Administración Bush fue el catalizador de la inclusión de Irán el 29 de enero de 2002 en el “Eje del Mal”, poniéndolo claramente bajo las miras de la nueva política de acción preventiva estadounidense. Irán también mantiene relaciones con centros de poder alternativos en Afganistán e Irak y podría incidir negativamente en ambos países tanto a corto como a largo plazo. Además, Irán se encuentra en una situación excepcional para bloquear el estratégicamente vital acceso al Golfo Pérsico.
Dada que la situación central que ocupa Irán en Oriente Medio, su conducta tanto interna como externa tiene amplias repercusiones para la región en su conjunto, así como para los intereses estadounidenses en ella. Desde la perspectiva de EEUU, un Irán antiamericano y con armamento nuclear sería una enorme amenaza para la seguridad en la zona.

Porqué Irán quiere la bomba: el “sándwich” americano
Lo paradójico es que la guerra que EEUU ha declarado al terrorismo simultáneamente aumenta y amenaza la posición estratégica que Irán ocupa en Oriente Medio. Por un lado, Irán posiblemente sea el país que más se ha beneficiado de la guerra contra el terrorismo porque ha eliminado a los enemigos tradicionales de Teherán: los talibán y Sadam Husein. Por otro lado, Irán se encuentra rodeado por fuerzas estratégicas norteamericanas que se han ido desplazando hacia el este: EEUU ha adquirido el derecho a establecer bases militares en Afganistán, Bahrain, Irak, Kuwait, Omán, Pakistán, Qatar, Arabia Saudí, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos y Uzbekistán, además de fuerzas aéreas y navales en el Océano Índico, el Golfo Pérsico y el Mediterráneo. Como resultado de este aumento de su presencia militar, EEUU se ha convertido en el garante de la seguridad en el Golfo Pérsico, y ostenta suficiente poder como para disuadir, o derrotar si fuera necesario, a Irán en una hipotética confrontación futura.

Por consiguiente, las ambiciones nucleares iraníes parecen obedecer a una serie de cálculos estratégicos racionales y reflejar la creencia de que el elemento más valioso para mejorar su poder de negociación con Washington es la posesión de algún tipo de programa nuclear viable. Sin embargo, la determinación de Irán de hacerse con tal programa podría llevarle a sobreestimar su influencia potencial y, en última instancia, al debilitamiento de su propia seguridad.

¿Cuál es el estado actual del programa nuclear de Irán? Ambigüedades persistentes
Irán ha confesado que su programa nuclear está en una fase mucho más avanzada de lo que había admitido anteriormente, reconociendo que está desarrollando un ciclo completo de combustible nuclear. Dichas declaraciones se produjeron tras haber revelado en agosto de 2002 los Mujahideen al-Khalq –el mayor y más militante partido de oposición– que Irán ya había desarrollado, entre otras cosas, una importante instalación de enriquecimiento de uranio en Natanz y una planta de producción de agua pesada en Arak que podría producir suficiente plutonio como para construir un arma nuclear por año.

Ciertamente, la construcción por Irán de grandes instalaciones de centrifugación para el enriquecimiento de uranio se hizo evidente tras las investigaciones de seguimiento realizadas por la AIEA, el organismo de control nuclear de la ONU. El enriquecimiento del uranio es un proceso esencial en la producción de material para bombas. Las centrifugadoras (que producen uranio poco enriquecido para su uso en reactores nucleares, pero que también pueden producir uranio altamente enriquecido para su uso como material explosivo en armas nucleares) giran a velocidades supersónicas a fin de separar los isótopos de uranio fisibles de los no fisibles. La AIEA ha informado que Irán tiene previsto instalar 50.000 centrifugadoras tan sólo en Natanz; dichas instalaciones empezarán a operar a principios de 2005. Irán únicamente necesitaría poner en marcha 750 centrifugadoras durante un año para poder enriquecer el uranio necesario para producir una bomba nuclear.

El 19 de febrero de 2004, los inspectores de la AIEA también descubrieron componentes no declarados pertenecientes a una avanzada centrifugadora para el enriquecimiento de uranio en la base de las fuerzas aéreas de Doshan-Tappeh en Teherán, lo que constituye el primer vínculo conocido entre el programa nuclear de Irán y su fuerzas armadas. Además, los inspectores informaron el 24 de febrero que Irán había experimentado con polonio, una sustancia radioactiva capaz de detonar una explosión nuclear.

Irán también admitió en febrero que había adquirido equipo nuclear en el mercado negro. Esto ha sido particularmente polémico, pues anteriormente Irán había informado a la AIEA de que no había recibido componentes para centrifugadoras de fuentes externas. La admisión se hizo pública después de que Abdul Qadeer Khan, el principal científico nuclear Paquistaní, confesara el 4 de febrero que había vendido secretos nucleares a Irán, Libia y Corea del Norte. Ciertamente, los inspectores de la AIEA pudieron comprobar que los componentes de las centrifugadoras iraníes coincidían con los planos del equipo encontrado en Libia y suministrado por la red clandestina paquistaní.

Estas revelaciones, junto con la serie de alarmantes datos surgidos tras posteriores inspecciones de la AIEA (incluyendo el descubrimiento el 1 de junio de planos de la llamada centrifugadora avanzada P-2, que se adecua más a la producción de armas que la P-1, y que Irán ha confirmado que posee) sugieren la existencia de un esfuerzo multidireccional para adquirir y/o producir materiales fisibles, aumentando así la urgencia de las estimaciones de los servicios de inteligencia sobre la capacidad nuclear iraní y el tiempo restante antes de que éste alcance el umbral nuclear.

El sofisticado programa de misiles de Irán ha exacerbado la preocupación sobre dichas actividades nucleares. En agosto de 2003 Irán desplegó el nuevo Shihab-3, un misil balístico de medio alcance transportable por tierra y con el que podría atacar Israel, Turquía, Rusia y partes del sur de Europa. Esto representa un gran avance en el poder de proyección de Teherán.

Irán ratificó el Tratado de No Proliferación (TNP) en 1970. Aunque el TNP permite a los signatarios el enriquecimiento de uranio para proveerse de combustible para reactores, la misma tecnología también puede utilizarse para enriquecer uranio para armas nucleares. Por consiguiente, la AIEA insiste en que cualquier programa de enriquecimiento se declare y proteja en su totalidad. El problema de Irán es que ya sufre el estigma de haber mentido a la AIEA, y mientras que Teherán tiene razón al afirmar que bajo las condiciones del TNP le está permitido poseer un ciclo completo de combustible nuclear, el desarrollo de dicho ciclo se considera actualmente inaceptable tanto por los EEUU como por los países europeos.

La respuesta internacional hasta ahora
La Administración Bush ha respondido a estos acontecimientos con una mezcla de dura retórica y presión internacional. La alarmante naturaleza de las revelaciones ha contribuido a crear un inusual consenso multilateral en torno a la necesidad de amonestar a Irán. Esto ha propiciado un esfuerzo sin precedentes por parte de la comunidad internacional para presionar a Irán en lo relativo a sus actividades nucleares, un esfuerzo respaldado por la amenaza implícita tanto de sanciones económicas como de acciones por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Esta presión multilateral produjo un nuevo acuerdo negociado por el Reino Unido, Francia y Alemania el 21 de octubre de 2003 mediante el cual Irán se comprometía a firmar el Protocolo Adicional del TNP, que exige una más exhaustiva verificación de materiales y actividades, tanto declaradas como no declaradas. Los iraníes también acordaron suspender sus actividades de enriquecimiento de uranio; a cambio, Europa ofrecía suministrar a Irán combustible nuclear.

Sin embargo, desde entonces la relación de Irán con la AIEA se ha deteriorado debido al flujo constante de nuevos hallazgos sobre el verdadero alcance de sus actividades nucleares. Por ejemplo, basado en documentación entregada por Irán a la AIEA el 23 de octubre, el 11 de noviembre esta última informó de al menos nueve ocasiones de asistencia externa no declarada anteriormente, en las que se vieron involucradas entidades de al menos cuatro países que proporcionaron componentes, material e información utilizados en el programa de enriquecimiento de Irán. Además, aunque Teherán firmó el Protocolo Adicional el 18 de diciembre, el Parlamento de Irán se ha negado a ratificarlo.

El 18 de junio de 2004 la AIEA aprobó su resolución más dura efectuada hasta la fecha, centrando su atención en las omisiones existentes en los informes de Irán y su falta de cooperación. La AIEA y la comunidad internacional parecen estar convergiendo en la conclusión, articulada por la Administración Bush ya hace más de un año, de que Irán no ha cumplido con las obligaciones establecidas en el TNP.

Contrariada por la dura reprimenda de la AIEA, Teherán canceló su acuerdo con Europa el 24 de junio, y el 31 de julio declaró que había retirado los precintos colocados en las centrifugadoras por la agencia para impedir su utilización. De hecho, y a pesar de las inspecciones de la AIEA, Irán ha instalado más de 920 centrifugadoras de gas, 120 de las cuales se montaron en tan sólo dos meses y medio, entre noviembre de 2003 y enero de 2004.

El acuerdo de octubre probablemente no pueda ya salvarse, especialmente dada la decisión iraní de reanudar la construcción de centrifugadoras. Los compromisos de Irán en el acuerdo eran extensos, e implicaban la total suspensión de sus actividades relacionadas con el enriquecimiento y reprocesamiento (incluyendo la producción de componentes, el montaje y prueba de centrifugadoras y la producción del insumo hexafluórido de uranio) y de la construcción del reactor de agua pesada en Arak. El desafío de Teherán, por lo tanto, parece estar dirigido a ser socavar las condiciones originales del acuerdo y de minar el difícil consenso sobre este tema alcanzado por EEUU y Europa.

Gran parte de esta actitud más agresiva de Teherán se inició tras la victoria conservadora en las controvertidas elecciones parlamentarias del 18 de febrero de 2004, que alteraron el equilibrio de poder. Irán ahora parece estar intentando mantener el impulso de su programa nuclear evitando al mismo tiempo una confrontación directa con la comunidad internacional. Funcionarios británicos, franceses y alemanes se reunieron con sus homólogos iraníes en París el 30 de julio, pero abandonaron cualquier esfuerzo de salvar el acuerdo de octubre cuando el presidente Mohammed Khatami anunció que Irán “tendrá” un programa de enriquecimiento para producir combustible nuclear. También resaltó que cualquier acuerdo con Europa debería reconocer el derecho de Irán a disponer de tecnología nuclear avanzada.

También está pendiente de solución un acuerdo entre Irán y Rusia sobre la devolución del combustible usado del reactor de agua ligera de Bushehr. En ausencia de inspecciones y verificaciones consistentes, las barras de combustible usado de Bushehr se podrían destinar a la producción de un cuarto de tonelada de plutonio por año, que sería suficiente para construir al menos 30 bombas atómicas. Pero Moscú da una gran importancia al mantenimiento del proyecto de Bushehr porque, de hecho, Irán ha salvado el sector de energía nuclear ruso. La industria rusa se enfrentó a un futuro incierto después de haber perdido clientes tras la caída del comunismo, y el acuerdo con Irán genera la mayor parte del trabajo realizado por miles de empresas rusas.

En octubre de 2003 EEUU convenció a Rusia para que retrasara la entrega de barras de combustible destinadas a Bushehr, cosa que ha ralentizado el programa nuclear iraní, así como la inauguración del reactor de 800 millones de dólares, que se pospuso recientemente hasta octubre de 2006. Mientras tanto, Rusia e Irán siguen inmersos en prolongadas negociaciones sobre la construcción de entre tres y cinco instalaciones adicionales, con un coste de 3.200 millones de dólares.

Aun en el caso de que Teherán cumpliera con sus compromisos recogidos por el TNP y el Protocolo Adicional, la sofisticada naturaleza de sus instalaciones revela que Irán se está acercando a la autosuficiencia. Si Irán llega a alcanzar el punto en el que ya no necesite ayuda externa para adquirir un arma, es poco probable que las medidas tradicionales de contraproliferación afecten su agenda nuclear. Dado que los iraníes han prometido reiniciar las actividades de enriquecimiento de uranio tan pronto como la AIEA termine sus verificaciones, el acuerdo de Octubre puede haber sido una táctica de demora mientras que Irán avanza paulatinamente hasta obtener armas nucleares.

La brecha entre Irán y la comunidad internacional es ya tan importante que no existe ningún consenso sobre el camino a seguir. De momento, Europa intenta quitar hierro al asunto –afirmando que está esperando los resultados completos de las investigaciones de la AIEA este otoño– porque teme que si se ejerce demasiada presión sobre Irán, éste pueda cancelar su adhesión al TNP. Mientras tanto, la marcha atrás de Irán ha alentado al ala más dura del gobierno norteamericano, que desea hacerle frente.

A pesar de estar empeñada en resistir las presiones de Washington para conseguir que la ONU apruebe una resolución y sanciones, Europa se mantiene a la expectativa. EEUU solicitará una reunión de la AIEA el 13 de septiembre para declarar que Irán incumple el TNP, como preludio de una petición a la ONU para que apruebe la imposición de sanciones. Sin embargo, la AIEA probablemente intentará mantener el balón en juego hasta después de las elecciones presidenciales estadounidenses en noviembre. Por consiguiente, presumiblemente Irán recibirá una amonestación en septiembre, que retrasará la crisis hasta la siguiente reunión de la AIEA en diciembre.

El efecto regional del abandono iraní de los acuerdos
Si Irán lograra acceder a armamento nuclear se iniciaría una reacción en cadena (con un enorme incremento en efectivos militares y de inteligencia estadounidenses dirigidos contra Irán, una activa planificación israelí para cualquier contingencia iraní y una posible proliferación nuclear en los países vecinos a Irán) que dejaría a Irán en peor situación que si no hubiera desarrollado armas nucleares. En efecto, no está muy claro cuán cuidadosamente ha evaluado Irán las consecuencias estratégicas de traspasar el límite y construir la bomba.

No cabe ninguna duda de que si Irán se retirara formalmente del TNP y construyera abiertamente una bomba nuclear el efecto dominó sería rápido y muy grave. Además, pondría en duda el futuro del mismo TNP (al demostrar cómo cualquier Estado puede usarlo con el fin de obterner la capacidad de construir las bombas que quiera) y de la infraestructura de control armamentístico puesta en marcha al entrar en vigor el tratado en 1968.

El modo en el que Irán despliegue su fuerza nuclear determinará el impacto en la seguridad de la zona, incluyendo las posibles respuestas tanto de sus vecinos como del resto de países en términos de estrategias de seguridad nacional unilaterales, bilaterales y multilaterales. Se podrían dar muchas situaciones hipotéticas, pero probablemente cuanto más benignas sean las circunstancias en las que Irán adquiera poder nuclear (por ejempo, desarrollando una bomba de forma encubierta, que ni se desplegara ni se admitiera su existencia), más manejable sería la consecuente crisis. Sin embargo, si Irán desarrollara y desplegara un poder medio (un poder nuclear declarado de varias docenas de cabezas nucleares y capaz de resistir ataques preventivos por parte de adversarios regionales) cambiaría radicalmente la ecuación de poder en Oriente Medio. Ciertamente, la reacción regional y global a un creciente poder nuclear iraní se vería probablemente influenciada por razones geopolíticas más que por consideraciones ideológicas sobre los males de las armas nucleares.

Arabia Saudí, Egipto y Turquía probablemente verían un programa nuclear iraní (al igual que la fuerza nuclear no desvelada pero dominante de Israel) como una amenaza, y ello reforzaría sus argumentos para al menos considerar la opción nuclear. En cada país entrarían en juego una serie diferente de consideraciones y cálculos.

En el caso de que Irán desplegara una bomba, las opciones unilaterales a disposición de los Estados más pequeños del Golfo Pérsico serían limitadas y la respuesta natural de los árabes del Golfo sería estrechar aun más los vínculos militares con EEUU. Sin embargo, Arabia Saudí es el vecino de Irán con más probabilidades de adoptar un programa de armas nucleares y con la capacidad de poder considerar algún tipo de disuasión nuclear, probablemente en cooperación con Pakistán (país que almacenaría cabezas nucleares para un arsenal Saudí de misiles CSS-2 de alcance intermedio, en un acuerdo que no infringiría el TNP). Las consideraciones saudíes en torno a la opción nuclear vendrían determinadas por el estado de sus relaciones con EEUU, protector de último recurso del reino hasta hace poco. Sin embargo, fue la presencia estadounidense en Arabia Saudí lo que contribuyó al auge de Osama bin Laden.

Aunque Egipto se adhiere al TNP, le contraría el poder nuclear de Irán. Si éste último traspasara el umbral nuclear, Egipto probablemente reconsideraría sus propios compromisos en virtud del TNP dado que no vería ninguna ventaja en continuar perteneciendo al mismo.

El futuro de Turquía depende de si en diciembre de 2004 consigue una fecha de negociación para su entrada final en la Unión Europea. Si lo consigue, el plan de seguridad de Ankara se vería moderado por sus expectativas de unirse a la UE. En caso contrario, las presiones islámicas en Turquía podrían dar lugar a la creación de una capacidad militar independiente, junto con el compromiso nacional de adquirir una opción nuclear. La OTAN, de la que ha sido miembro Turquía durante más de 50 años, no se estructuró para defender a Turquía de un Irán nuclear. Turquía posee excelentes infraestructuras industriales y científicas de las cuales podría hacer uso para construir por cuentra propia armas nucleares en menos de una década.

Además, el abandono iraní de los acuerdos llevaría con toda seguridad a la creación de una doctrina estratégica norteamericana para Oriente Medio bastante más explícita sobre el modo de abordar amenazas nucleares causadas por Irán. Dicha doctrina incluiría probablemente un programa acelerado que permitiera el despliegue misiles balísticos defensivos en la zona, además de un sistema de defensa proactivo para interceptar misiles iraníes en su fase de despegue. Las represalias que se tomaran contra Irán tendrían el impacto final de debilitar aún más su postura de defensa global.

Cómo hacer frente a la situación de Irán: cambio de régimen o relaciones limitadas
Existe una división entre “halcones y palomas” en Washington sobre cómo tratar con Teherán. Algunas opiniones de línea “dura”, especialmente entre los neoconservadores, argumentan que el régimen no se puede rehabilitar y que las condiciones son favorables para una inminente revolución que lleve consigo un cambio democrático completo en Irán. Aunque muchos analistas consideran este argumento excesivamente optimista, estas previsiones han ayudado a dar forma a la política de EEUU con respecto a Teherán, condicionando a la Administración Bush a realizar un acercamiento hacia supuestos líderes de la oposición y haciendo que sea reacia a tratar con el régimen actual a fin de evitar su perpetuación en el poder.

El contraargumento realista, tanto dentro como fuera de la Casa Blanca, es que el régimen iraní se encuentra demasiado arraigado como para que la influencia estadounidense lo pueda cambiar; controla todos los instrumentos de poder y la oposición no presenta un grado suficiente de unidad como para presentar un reto coherente al sistema actual. Por tanto, si Washington desea seguir teniendo relaciones con Irán, deberá tratar con el régimen existente.

Un creciente grupo de expertos en política exterior estadounidense recomienda un diálogo limitado con Teherán. Un estudio de julio de 2004 realizado por el Consejo de Asuntos Exteriores titulado Iran: Time for a New Approach sostiene que el régimen de Teherán es esencialmente estable y que una intervención militar directa por parte de EEUU para cambiar el régimen no es viable (Irán es tres veces el tamaño de Irak y posiblemente presentaría más hostilidad a una ocupación extranjera). Además, el ejército norteamericano ya se encuentra al máximo de su capacidad debido a su presencia en Afganistán e Irak.

El estudio sostiene que Washington debería incrementar sus esfuerzos por conseguir la cooperación de Irán en temas de interés común, porque la falta actual de relaciones estables con Irán va en detrimento de los intereses estadounidenses. Concluye que, debido a la importancia económica y geoestratégica de Irán, el Gobierno estadounidense debería revisar su estrategia de acercamiento, fomentando el diálogo con Teherán como preludio a una normalización diplomática.

De hecho, el despliegue masivo de fuerzas militares estadounidenses en la periferia de Irán ha llevado a una fracción crítica del poder en Irán (formada por pragmáticos, reformistas y clérigos conservadores) a reconsiderar la importancia de una relación racional con Washington. Los pragmáticos agrupados en torno del poderoso presidente anterior, el Ayatolá Akbar Hashemi Rafsanyani, creen que el régimen debe centrarse en reformas económicas, que requerirían una política nacional exterior que acabara con el aislamiento en el que se encuentra Irán con respecto a la economía mundial. Para conseguir esto, Irán no sólo debe atraer a sus vecinos inmediatos, sino también alcanzar un acuerdo con EEUU. Los pragmáticos, a diferencia de los reformistas, pueden poseer la influencia necesaria para poder cumplir sus promesas debido a la posición dominante que ocupan en el aparato de seguridad nacional y a sus lazos con el líder supremo, el Ayatolá Ali Jamenei.

Sin embargo, en última instancia, cualquier acercamiento con Teherán sólo sería posible en el contexto de un progreso significativo en los temas que más preocupan a EEUU: armas nucleares, terrorismo y estabilidad de la zona. Como resultado, la próxima Administración estadounidense se enfrentará a la presión de tener que comprometerse, sin ningún tipo de ambigüedades, o a una política de cambio de régimen o a una de relaciones limitadas y dirigir sus acciones en consecuencia.

La respuesta unilateral: no es simplemente otro Osirak
Se especula ampliamente que Israel y/o EEUU tienen la intención de atacar la planta nuclear de Bushehr, así como otras instalaciones en Irán antes de que Rusia entregue las barras de combustible a finales de 2005. El Presidente Bush ha afirmado que no tolerará el desarrollo de armamento nuclear iraní. El líder del Mossad, Meir Dagan, comentó recientemente que las armas nucleares iraníes presentan, por primera vez, una amenaza a la existencia de Israel. Ciertamente, no se puede descartar un ataque preventivo (parecido al que Israel llevó a cabo contra el reactor iraquí de Osirak en 1981).

Sin embargo, las opciones de Israel para contrarrestar la amenaza nuclear de Irán son limitadas. Si Israel se decidiera a actuar solo, se enfrentaría a un reto mayor de lo que supuso Osirak porque la distancia es mayor. Además, los objetivos se encuentran muy bien protegidos (algunos incluso en profundas instalaciones subterráneas) y no es probable que Turquía, Arabia Saudí o Jordania permitieran a Israel sobrevolar su espacio aéreo en dirección a Irán. Si Israel utilizara la ruta de Jordania hacia Irán, EEUU se vería obligado a permitirle sobrevolar espacio aéreo iraquí, lo que sería visto como una complicidad de EEUU en dicho ataque. Otro escenario posible sería que EEUU atacara las instalaciones nucleares de Irán utilizando misiles de crucero y misiles guiados desde bombarderos invisibles, que con toda probabilidad serían más efectivos que lo que Israel pudiera utilizar.

Sin embargo, un ataque militar tendría muy pocas posibilidades de éxito para frenar el programa nuclear iraní. El ataque que Israel llevó a cabo en Osirak hizo muy poco en realidad para frenar las aspiraciones nucleares de Irak. Aunque sí retrasó temporalmente el poder de Irak, lo que realmente hizo fue aumentar los deseos de Sadam de poseer un arsenal nuclear. Un ataque preventivo contra las instalaciones iraníes podría incrementar las perspectivas nucleares de Irán a largo plazo, ya que le daría a Teherán una justificación para emprender un auténtico programa de disuasión nuclear.

Además, a diferencia de Irak en 1981, Irán ya no depende de las importaciones extranjeras de tecnología nuclear, y ya posee la materia prima, además de la mayoría de técnicas y diseños necesarios para dedicarse de pleno a un programa de armas nucleares. Incluso en el caso de que se destruyeran sus instalaciones principales, Irán ya dispone de los conocimientos necesarios y la capacidad como para desarrollar un programa de armas nucleares aún más pujante a largo plazo.

Un ataque militar preventivo también suscitaría duras represalias por parte de Teherán. Irán ya ha amenazado con destruir el reactor nuclear de Dimona en Israel si el Estado judío ataca sus instalaciones nucleares. Una situación también probable sería un contraataque con misiles por parte de Irán a las bases estadounidenses del Golfo Pérsico, seguido por un serio esfuerzo de desestabilización de Irak. Irán también podría optar por desestabilizar Arabia Saudí y otros Estados del Golfo y provocar al Hizbulah libanés para que lanzara ataques con misiles contra el norte de Israel.

Por consiguiente, la utilidad estratégica de un ataque preventivo unilateral contra dichas instalaciones nucleares tendría probablemente muy corta duración y podría acarrear efectos adversos a los intereses estadounidenses en Oriente Medio.

La respuesta multilateral: una carrera entre la cooperación y el enfrentamiento
El patrón de conducta de encubrimiento de Irán y la sofisticada naturaleza de las actividades que se han descubierto indican que sus líderes están decididos a considerar todas las opciones nucleares. Debido a ello, la próxima Administración estadounidense probablemente intentará construir y mantener un amplio consenso internacional en torno a un esfuerzo continuo de impedir el progreso iraní hacia una capacidad armamentística nuclear.

Han existido grandes desacuerdos entre EEUU y Europa sobre cómo tratar con Irán. Los países europeos han abogado por el mantenimiento de relaciones, mientras que las administraciones de Clinton y Bush se han inclinado por una combinación de sanciones económicas unilaterales y críticas públicas al régimen de Irán. Ninguna de estas estrategias ha funcionado por sí sola. En vez de eso, EEUU, junto con sus aliados regionales y europeos, probablemente deberá utilizar una combinación de incentivos y amenazas para convencer a Irán de que sus intereses estarán mejor servidos si abandonara sus ambiciones de lograr un ciclo completo de combustible nuclear.

Europa deberá jugar un papel de liderazgo. Por ejemplo, podría aceptar un plan estadounidense más amenazador si, al mismo tiempo, Washington ofreciese más incentivos: es decir, un compromiso directo con Teherán. Esto es algo que Teherán lleva buscando durante mucho tiempo y se podría ofrecer a cambio de que éste renunciara a sus ambiciones nucleares. Dado el creciente papel que los intereses económicos están asumiendo en el condicionamiento de las opciones políticas de Irán, la perspectiva de establecer relaciones comerciales con EEUU podría convertirse en una poderosa arma en el arsenal de Washington.

De todos los problemas a los que se enfrenta la relación transatlántica, el de Irán es el más grave. La próxima Administración estadounidense se dedicará probablemente a una tenaz política de gestión de alianzas diseñada a inclinar la balanza europea firme e inequívocamente hacia el bloque proamericano (y a reactivar el atlantismo en la política europea). Si esto falla, la colisión entre EEUU e Irán es probable.

Conclusión: El nexo de unión entre el terrorismo y las armas de destrucción masiva se ha convertido en el paradigma principal de la política exterior estadounidense. En ese contexto, Irán se convertirá en el mayor reto al cual se deberá enfrentar la próxima Administración estadounidense. Si EEUU y Europa no consiguen construir una coalición internacional que contenga las ambiciones nucleares de Irán, un enfrentamiento entre Washington y Teherán parece inevitable.

Soeren Kern
Analista de política exterior estadounidense y ex redactor jefe de Arms Control Today