Europa no debería apostar contra Trump
Europa, pese a los insultos de que ha sido objeto por parte de Donald Trump, debe desarrollar una estrategia propia, pase lo que pase.
Europa, pese a los insultos de que ha sido objeto por parte de Donald Trump, debe desarrollar una estrategia propia, pase lo que pase.
En estos tiempos de salida de una larga crisis y de cambio de orden mundial, los tres vértices –y por consiguiente, los lados– están saltando a la vez.
Pese a que está cambiando profundamente y que ha perdido en coherencia y centralidad, las noticias sobre la muerte de la OTAN resultan prematuras.
La Copa del Mundo de Fútbol de la FIFA en Rusia está ayudando a romper el aislamiento internacional, o al menos con Occidente, del régimen de Putin.
Los problemas de la UE no vienen sólo de dentro, sino también de fuera. Lo que hacen los gobiernos de otros países, no miembros, influye en la diversidad de constelaciones en la que se está descomponiendo la Unión, unas divisiones ya más complejas que las Norte-Sur, Oeste-Este o prestamistas-prestatarios.
Detrás de la guerra comercial que ha puesto en marcha el actual presidente estadounidense, hay un conflicto de percepciones con consecuencias políticas que va más allá.
Italia y España no sólo son muy diferentes, sino que se han distanciado. Más aún con los últimos cambios políticos en ambos países.
En general, la religión ha perdido peso en Europa Occidental tanto en términos de creencias y de práctica religiosas como de instituciones. Menos en términos de identidad.
El debate sobre la soberanía ha entrado en la esfera digital. En el fondo, la soberanía es el control sobre el propio destino.
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