Europa no debería apostar contra Trump

Europa no debería apostar contra Trump (Federica Mogherini y Donald Trump se dan la mano durante la cumbre UE-EEUU, 25/5/2017). Foto: Etienne Ansotte – EC Audiovisual Service / ©European Union, 2017. Blog Elcano
Europa no debería apostar contra Trump (Federica Mogherini y Donald Trump se dan la mano durante la cumbre UE-EEUU, 25/5/2017). Foto: Etienne Ansotte – EC Audiovisual Service / ©European Union, 2017.
Europa no debería apostar contra Trump (Federica Mogherini y Donald Trump se dan la mano durante la cumbre UE-EEUU, 25/5/2017). Foto: Etienne Ansotte – EC Audiovisual Service / ©European Union, 2017. Blog Elcano
Europa no debería apostar contra Trump (Federica Mogherini y Donald Trump se dan la mano durante la cumbre UE-EEUU, 25/5/2017). Foto: Etienne Ansotte – EC Audiovisual Service / ©European Union, 2017.

Quiere ser reelegido en 2020. Donald Trump lo ha afirmado con rotundidad al asegurar en una reciente entrevista al periódico británico Mail on Sunday que “todo el mundo quiere” que se presente. Muchos en Europa creen que perderá el control del Congreso en las elecciones de noviembre próximo y que dos años después sufrirá una derrota, si es que no es destituido antes. Pero el pescado no está vendido. Y, en todo caso, Trump va a dejar un poso duradero, porque EEUU ha cambiado (y empezó a hacerlo con Obama, quien presidió la retirada del mundo). Europa, pese a los insultos de que ha sido objeto por Trump, debe desarrollar una estrategia propia, pase lo que pase.

Para empezar, no hay que cometer el error de óptica política. La popularidad de Trump está muy baja en los sondeos: el 45% lo aprueba y el 53% lo desaprueba, de media. Pero entre sus votantes –especialmente, varones blancos– aún se sitúa en un 88%. Y lo que le interesa son sus votantes, pasados y potenciales, especialmente cuando parte de los de Trump eran antiguos electores demócratas. Le favorece que debido al sistema de registro en el censo o simplemente por descreencia, 92 millones de estadounidenses elegibles para votar no lo hicieran en las presidenciales de 2016. Había algo más de 230 millones de ciudadanos elegibles para votar pero sólo participaron 138 millones. Trump, además, ganó no por el voto popular (Hillary Clinton le sacó casi 2,9 millones de votos más) sino por Estados y representantes en el colegio electoral, que al final elije al presidente. Hay unos seis millones de estadounidenses sin derecho a voto por razones judiciales.

En el siglo XXI ningún republicano (ni George W. Bush ni Trump) ha llegado a la Casa Blanca ganando el voto popular. Eso lo saben bien los demócratas, que están en una campaña para aumentar la participación, especialmente de las minorías afroamericana e hispana. Pero no lo tienen fácil. El Center for America Progress (demócrata) pide un registro automático en el censo electoral, la posibilidad de apuntarse el día mismo de la votación o por Internet, el pre-registro (como en Florida, donde ha logrado un aumento de 4,7% del voto joven), el voto anticipado y la restauración del derecho a votar de los que han sido condenados, entre otras medidas. Si consiguen aumentar marcadamente la participación, y se están empleando a fondo con todas las nuevas y viejas tecnologías políticas, tendrán grandes posibilidades de ganar.

Claro que para ello también necesitan no sólo un electorado más amplio, sino un buen programa y un buen candidato, o candidata, de cara a noviembre y a 2020. En la citada entrevista, Trump afirmó no ver ningún demócrata capaz de ganarle: “Los conozco a todos y no veo a ninguno”. De momento, es verdad que no abundan precandidatos demócratas de estatura, tanto que el nombre que más se baraja es el de Joe Biden, actualmente de 75 años, y vicepresidente con Obama. Brillante orador, no es, sin embargo, un Obama, el presidente más popular que ha tenido EEUU en tiempos recientes. Se empieza a hablar de Michelle Obama, pero tampoco parece una opción adecuada.

En cuanto al programa, en las filas demócratas vuelve a utilizarse con cierta soltura el término “socialismo”. Pero faltan ideas. La economía marcha bien (aunque el nivel de empleo absoluto, no relativo, no ha llegado aún al existente antes de la crisis de 2008), pero la desigualdad ha aumentado. En cuanto a la guerra comercial con China y Europa, en dos años puede rebotar contra las empresas estadounidenses y contra Trump. Pero el proteccionismo es aún popular y empezó antes que Trump. Por ejemplo, la propia Hillary Clinton se pronunció contra el TTIP, el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión.

Un Trump que hubiera perdido en noviembre próximo la mayoría republicana en el Congreso quedaría maniatado, pero aún con amplios márgenes de maniobra. Incluso con un Congreso dominado por el Partido Demócrata, la posibilidad de un impeachment, una destitución de Trump, se podría volver contra los demócratas si intentaran poner en marcha un proceso que no resulta popular.

Ante esta situación, Europa debe desarrollar una estrategia propia, pues, hay que insistir, EEUU ha cambiado, aunque no necesariamente en contra de la idea de Occidente que Trump parece aborrecer. Pero incluso si ganan los demócratas, algunos cambios se habrán asentado.

Para empezar, los europeos deben impulsar su integración en diversos campos, desde la defensa y la autonomía estratégica que proclama, hasta el dominio de las nuevas tecnologías y la regulación de las plataformas con un impacto global, como ha puesto de manifestó la multa de 4.340 millones de euros de la Comisión Europea a Google, contra la que Trump ha prometido actuar. Defender el multilateralismo y la apertura económica ha de ser parte del plan europeo. El acuerdo UE-Japón es un buen ejemplo, y China lo ha aplaudido. Japón ha relanzado el TPP, el Acuerdo de Asociación Transpacífico, ahora sin EEUU, pues Trump la rechazó. Europa puede, asimismo, llenar el hueco con China que deje la guerra comercial con EEUU. El Consejo de Análisis Económico francés, próximo al gobierno, se plantea una estrategia comercial mundial sin EEUU para circunvalarla en la Organización Mundial del Comercio y profundizar en la liberalización comercial entre los países que lo deseen. Aunque plantea medidas de represalias “proporcionadas” contra los ataques al multilateralismo.

No es lo que aconseja el economista Dani Rodrik, que pide no responder con la misma medicina a los aranceles que impone Trump –para forzar una negociación de comercio a cambio de defensa–, sino que Europa mantenga en lo que pueda el comercio en beneficio de sus propias empresas y ciudadanos, lo que no significa tanto como poner la otra mejilla. Nada en broma, el escritor y activista Timothy Cooper propugna medidas precisas e inteligentes, como la de boicotear el consumo de crema de cacahuete importada de EEUU, pues con ello se dañaría a varios Estados (Georgia, Florida, Mississippi, Carolina del Norte y del Sur, Texas, Alabama y Oklahoma) en los que ganó Trump en 2016, y que con Virginia y Nuevo México suponen el 99% de este cultivo en el país.

Trump es una oportunidad para Europa, más vacuna que virus, como hemos señalado en otras ocasiones. Lo que no es seguro es que Europa, la UE, esté en una forma suficiente para aprovecharla.