¿Qué demuestra el bombardeo estadounidense contra Irán?

Vista satelital captada por el satélite Terra (NASA) del estrecho de Ormuz, que conecta el golfo Pérsico con el golfo de Omán y separa Irán (al norte) de la península Arábiga (al sur). Irán
Vista satelital del estrecho de Ormuz. Foto: MODIS Land Rapid Response Team - NASA GSFC (Wikimedia Commons / Dominio público)

Una vez dada luz verde a Israel para atacar a Irán, la intervención directa de EEUU era sólo cuestión de tiempo. Para ganar esta guerra, Israel necesita destruir el programa nuclear y/o derrocar a la República Islámica. Por su parte, el régimen iraní sólo necesita sobrevivir y mantener la capacidad de continuar el programa nuclear. Por sí solo, Israel no podía destruir el programa nuclear iraní, y hubiese dejado la tarea a medias, una humillación que EEUU no podía permitir.

Aun así, el trabajo no ha acabado. Se dice que las instalaciones nucleares de Fordo, epicentro del programa nuclear iraní y el objetivo del ataque estadounidense el pasado domingo 22 de junio, no han sido destruidas por completo, y que los iraníes trasladaron el uranio enriquecido a algún otro “lugar seguro”, lo que brinda a Israel y a EEUU una excusa para continuar la guerra hasta el colapso del régimen. Israel ya ha anunciado que tiene “otros objetivos” y continuará atacando Irán.

Hoy Israel intenta reordenar Oriente Medio no a su imagen, sino según sus deseos, y lo hace con el pleno apoyo de EEUU.

¿2003 déjà vu?

La guerra actual tiene grandes similitudes con la invasión estadounidense de Irak en 2003, pero una comparación detallada revela importantes matices. Israel presionó a EEUU para que declarara la guerra contra Irak, y el deseo de avanzar los intereses israelíes fue un factor importante, ya que, en gran medida, Washington analiza Oriente Medio desde la perspectiva israelí. Si bien EEUU no fue a la guerra en 2003 porque Israel se lo pidió, en esta guerra contra Irán en 2025, Israel lleva claramente la batuta. Hoy Israel intenta reordenar Oriente Medio no a su imagen, sino según sus deseos, y lo hace con el pleno apoyo de EEUU.

En cuanto a la posibilidad de que desemboque en una invasión terrestre, es importante desentrañar las diferencias entre 2003 y 2025. Con armamento dirigido por Inteligencia Artificial y un uso desenfrenado de la fuerza, Israel espera poder vigilar Irán desde el aire, como lo hace en Cisjordania, Gaza, Líbano y Siria, con drones sobrevolando constantemente Beirut y Damasco. La destrucción y masacre de Gaza sirven como ejemplo y advertencia. Israel apenas ha empleado tropas terrestres allí y su campaña ha sido casi exclusivamente aérea.

En primer lugar, Israel tendrá serias dificultades para vigilar Irán de una manera parecida, dada la distancia que separa a los dos países (más de 1.000 kilómetros) y el tamaño de Irán (1.650 millones de kilómetros cuadrados), y la ayuda de EEUU en esa tarea será necesaria –y, aun así, casi seguramente insuficiente, lo que hace más probable una invasión terrestre–. Pero Israel ya ha cruzado la línea roja que buscaba para abrir el camino a un flujo constante de ataques contra cualquier intento de la República Islámica de reconstruir su programa nuclear y de misiles, a fin de mantener al gigante persa en un estado de debilidad permanente. Lo ha insinuado, llamando al pueblo iraní a alzarse contra su liderazgo, aunque Israel no se hace ilusiones sobre un cambio de régimen. Lo que sí busca es derrocar al liderazgo actual y crear un Estado fallido, cuya soberanía pueda seguir violando a voluntad sin temor a represalias, tras establecer su total ventaja cualitativa armamentística.

Es discutible si el régimen iraní podrá soportar la ofensiva israelí-estadounidense. Unos argumentan que la contienda está alimentando profundas divisiones preexistentes. Otros que, por el contrario, está uniendo al país y fomentando el patriotismo. Los iraníes de hoy no son los mismos que entraron en la guerra con Irak en 1980 y demostraron durante ocho años de contienda militar una resiliencia extraordinaria. Desde la revolución islámica, ha crecido precipitadamente una clase media que podría estar indispuesta a sacrificar sus comodidades por la República Islámica. Pero, sin duda, un porcentaje de la población –casi 100 millones– sigue comprometido con el régimen. Parte del resto considera que la ofensiva israelí es una violación intolerable a su soberanía –similar al golpe de Estado de la CIA de 1953, que marcó a la población– y estará dispuesta a resistir. Además, incluso si se produjera un cambio de régimen, es improbable que surgiera un nuevo liderazgo afín a Israel y EEUU, ni a corto ni a medio plazo –22 años después de la invasión de Irak miles de tropas estadounidenses permanecen en Irak–. No obstante, algunos insisten en que esta guerra acelerará un proceso de pragmatismo hacia Israel.

Otros analistas argumentan que este conflicto entre Israel, EEUU e Irán se asemeja más a la invasión de Irak de 1991, ya que es la antesala de un debilitamiento de Irán como el que sufrió Irak, que se convirtió en una especie de Estado zombi durante la década siguiente, pero no provocó un colapso del régimen. Esta última tesis perdió fuerza después de que el presidente Trump afirmase tras el ataque que no descarta un cambio de régimen, para lo que EEUU necesitaría tropas sobre el terreno.

Irán en 2025 no es Irak en 2003

Al contemplar una invasión de Irán como la de Irak en 2003, es fundamental profundizar en las diferencias entre ambos y comparar el estado de Irak, entonces, con el de Irán hoy. Irán posee yacimientos petrolíferos más grandes que Irak y reservas de gas mucho mayores (las segundas más grandes del mundo después de Rusia). Tiene el doble de población y el triple de tamaño. Desde la guerra entre ambos países (1980-88), sus economías –ambas con la experiencia de muy severas sanciones– evolucionaron de forma diferente. Irak finalizó su guerra de ocho años contra Irán en una posición económica más sólida –como indica un informe desclasificado de la CIA–, pero en 2003 se había convertido en uno de los países más pobres y subdesarrollados del mundo. Su industria había dejado de existir.

Por su parte, Irán entró en un nuevo período de expansión económica tras la guerra contra Irak y logró consolidar un proceso de industrialización. Desarrolló su capital humano, creando una sólida clase profesional, incluyendo una elite académica altamente cualificada. Irán se encuentra bajo sanciones estadounidenses desde la revolución islámica de 1979, que se intensificaron exponencialmente en 2010. Sin embargo, mientras que Irak fue doblegado, Irán logró atenuar los efectos de las sanciones. La estrategia iraní de supervivencia fue dar un giro hacia Asia, que se consolidó tras el abandono del acuerdo internacional sobre el programa nuclear de Irán de 2015, el Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA, por sus siglas en inglés), por parte de Trump en 2018 durante su primer mandato, y el consiguiente régimen de sanciones de “máxima presión”, que empujó a Irán a abrazar a Rusia y a China (que hoy en día compra el 90% del petróleo iraní).

Como consecuencia, la economía iraní está en crisis, con una tasa de inflación anual de un promedio superior al 30% en los últimos siete años, y el impacto de las sanciones se ve agravado por problemas internos, como la corrupción. No obstante, Irán ha logrado diversificar su economía y cuenta con el auge de su sector de servicios, lo que le permite mantener una tasa de desempleo manejable del 7,9%.

Alarma regional y global

Steve Bannon, quien sirvió como estratega principal de la Casa Blanca durante el primer mandato de Trump y se ha posicionado en contra de la intervención estadounidense en Irán, ha afirmado que, con la guerra entre Israel e Irán, ha comenzado la Tercera Guerra Mundial. Bannon, miembro de la corriente anti-intervencionista America First, piedra angular de la base del presidente, exagera sin duda, pero las tensiones aumentan regional y globalmente.

Israel, el aliado más cercano de EEUU y su principal fuerza subsidiaria, está estableciendo una hegemonía absoluta e irrestricta sobre la región, violando diariamente el espacio aéreo de múltiples territorios soberanos para llevar a cabo ataques en tres países a la vez. No es de extrañar que la ofensiva israelí-estadounidense contra Irán sea interpretada como una amenaza por otros Estados, dentro y fuera de la región, y ya está provocando una carrera armamentística con el anuncio del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, de aumentar la producción de misiles. Algunos analistas consideran que la principal víctima del ataque estadounidense ha sido el Tratado de No Proliferación, pues argumentan que el ataque va a provocar una carrera nuclear.

China observa atentamente, ya que, si bien el petróleo iraní constituye “sólo” el 13% de su suministro total, casi el 40% del petróleo que importa proviene del Golfo Pérsico, e Irán ha amenazado repetidamente con cerrar el estrecho de Ormuz. Mientras, el ministro de Exteriores iraní, Abbas Araghchi, viajó a Moscú tras el ataque estadounidense –aunque la visita estaba ya prevista antes de dicha intervención. Aunque es prematuro especular sobre el tipo de desestabilización regional que producirá y las repercusiones globales que esta guerra tendrá, es seguro que las habrá, pues lo que está aconteciendo es una reordenación regional.