Unos días después de protagonizar una icónica imagen en la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái junto a Xi Jinping y Narendra Modi, Vladímir Putin regresó de Pekín con el acuerdo energético más importante desde la invasión de Ucrania y la imposición de las sanciones internacionales por parte del G7. En la capital china, la rusa Gazprom cerró dos acuerdos de gran calado: un memorando de entendimiento para la construcción del gasoducto Poder de Siberia 2 y una ampliación sustancial de la capacidad de los gasoductos ya existentes que conectan Rusia y China, principalmente el Poder de Siberia 1.
Este gasoducto confirma el creciente alineamiento energético entre China y Rusia, consolidando un paraguas financiero ajeno al control estadounidense.
Las diferencias en la comunicación de estos acuerdos ilustran la asimétrica importancia que se les atribuye: mientras la parte rusa los presenta como jurídicamente vinculantes, los medios chinos optaron por la cautela, sin aportar detalles. La ausencia de un calendario y de condiciones comerciales concretas ha suscitado dudas sobre la relevancia del anuncio, reflejadas en la caída bursátil de Gazprom en las sesiones posteriores. No obstante, evidencia, pese a las presiones occidentales, un fortalecimiento de los vínculos entre Rusia y China, tanto en el plano político como en el energético.
Para Gazprom, significa mucho más que la construcción de un nuevo gasoducto. En la última década, la compañía ha perdido la carrera del gas natural licuado (GNL) frente a competidores domésticos como Novatek y, tras la pérdida del mercado europeo, se enfrenta a un horizonte incierto. A pesar de los elevados precios internacionales del gas, en 2023 Gazprom registró pérdidas por primera vez desde 1998, reflejo de una caída del 80% en las exportaciones a Europa y de la imposibilidad de redirigir esos volúmenes hacia otros destinos por la falta de infraestructuras. Para el Estado ruso, Gazprom ha pasado de ser una de las principales fuentes de ingresos fiscales a convertirse en una empresa centrada en la distribución de gas en el mercado doméstico, con exiguos márgenes y sin acceso a los mercados financieros ni tecnología occidental debido a las sanciones.
En este escenario, China se ha consolidado como la principal alternativa para monetizar las vastas reservas de gas natural de Siberia. Desde 2019, Rusia exporta gas al mercado chino a través del gasoducto Poder de Siberia 1, inaugurado tras más de 15 años de negociaciones. Esta compleja infraestructura conecta yacimientos de Siberia Oriental, diferentes de los que abastecían a Europa, y actualmente tiene una capacidad de 22.000 millones de m³ anuales (bcm), que, según lo acordado en Pekín, se duplicará para 2030.
El Poder de Siberia 2 es un nuevo gasoducto para un nuevo tiempo.
La pieza central de este paquete, sin embargo, sería el desbloqueo del gasoducto Poder de Siberia 2, diseñado para alcanzar una capacidad de 50 bcm, un volumen equiparable al del malogrado Nord Stream. Con más de 3.000 kilómetros de recorrido, se convertirá, una vez finalizado, en uno de los mayores gasoductos del mundo y según Gazprom, funcionaría bajo un contrato de 30 años denominado en rublos y yuanes, eliminando la referencia al dólar que regía tradicionalmente estos intercambios. Hasta ahora, el proyecto carecía de trazado definitivo, calendario y modelo de financiación, debido a las reticencias de Pekín. Las grandes petroleras chinas habían priorizado contratos de GNL (muchos de ellos con Estados Unidos –EEUU–) y el tímido crecimiento de la demanda de gas en China en los últimos años había reducido el apetito por grandes infraestructuras que generasen compromisos de compra a largo plazo.
Aunque para China el gas ruso es sustancialmente más barato que el GNL, Pekín se ha mostrado tradicionalmente reacio a fomentar una dependencia excesiva de un único proveedor o ruta de suministro. Según diferentes estimaciones, la entrada en operación conjunta del Poder de Siberia 1 y 2 elevaría la cuota rusa a más del 30% de las importaciones de gas para finales de la década de 2030, un riesgo mitigado parcialmente por el rápido incremento de la producción doméstica china, que ya cubre más de la mitad del consumo nacional. La inestabilidad en Oriente Medio en los últimos años, de donde China obtiene el 25% de su GNL, junto con las crecientes tensiones con EEUU y Australia, primer y segundo exportador mundial de este recurso, explicaría la preferencia de Pekín por aumentar los suministros procedentes de Rusia.
El giro coincide con dos gestos simbólicos. A finales de agosto, China recibió su primer cargamento de GNL procedente del proyecto ruso Arctic LNG 2, sancionado por EEUU, pocos días antes del encuentro entre Putin y Xi Jinping. La operación, que se ha repetido en las últimas semanas, representa una victoria política para Moscú, que afrontaba serias dificultades para comercializar la producción de este proyecto valorado en 20.000 millones de dólares. Esa misma semana, China anunció la reapertura de su mercado de deuda a las empresas energéticas rusas, desafiando las sanciones occidentales y facilitando la financiación de nuevos proyectos, entre ellos el Poder de Siberia 2.
Para Rusia, el acuerdo permite monetizar los yacimientos ya desarrollados de Siberia Occidental y, al mismo tiempo, movilizar industrias y personal que contribuirían a abandonar gradualmente la economía de guerra. Sin embargo, también confirma la creciente dependencia económica de China y anticipa condiciones de precio y comercialización mucho menos ventajosas que las que Gazprom disfrutaba en Europa. Para los mercados internacionales, si finalmente se construye el gasoducto, se rebajarían las expectativas de China como un gran consumidor de GNL en las próximas décadas, limitando las opciones comerciales de EEUU y Qatar, inmersos en ambiciosos proyectos de incremento de su capacidad de exportación, y reforzando las previsiones de un mercado de GNL con exceso de oferta, una buena noticia para Europa.
Lo más relevante, sin embargo, no es su dimensión comercial. Este gasoducto confirma el creciente alineamiento energético entre China y Rusia, consolidando un paraguas financiero ajeno al control estadounidense. El acuerdo también permite vislumbrar un futuro de bloques energéticos articulados en torno a alineamientos geopolíticos definidos por sanciones, embargos y aranceles. El Poder de Siberia 2 es un nuevo gasoducto para un nuevo tiempo.