¿Qué podrían significar para el futuro de Europa los aranceles por las nubes y la política exterior escandalosamente desestabilizadora que han caracterizado los primeros meses de la presidencia de Trump? [1] A los observadores de toda índole les está costando encontrarle un sentido al nuevo discurso comercial de Estados Unidos (EEUU), puesto que va en contra de lo que nos dice la teoría económica que sería mejor para el país, es decir, la liberalización y la apertura. Mucha gente piensa que acabará imponiéndose la cordura porque las empresas estadounidenses que dependen de la economía mundial sabrán imponer sus exigencias, de modo que el régimen de comercio adopte una forma similar a la globalización producida tras la Guerra Fría y apuntalada por la alianza transatlántica.
Si la UE desea recabar la confianza y el apoyo necesarios para desempeñar el papel de entidad hegemónica estabilizadora del sistema económico mundial, deberá desarrollar su propia capacidad militar integrada que le permita configurar esa nueva etapa del orden político y económico mundial.
Por muy atractiva que resulte, esta esperanza pasa por alto un punto básico y crucial: todos los órdenes económicos mundiales se han basado en un orden político subyacente y el orden geopolítico de la época de posguerra ya ha cambiado para siempre. El descalabro autoinfligido de EEUU ha marcado con claridad ese punto final, aunque sigue habiendo una tremenda incertidumbre en torno a lo que sucederá a continuación. En cualquier caso, parece que cabe plantearse dos escenarios. El primero es retroceder a una situación de esferas de influencia de las grandes potencias, con un mundo menos próspero y más violento. La otra hipótesis es un nuevo orden mundial basado en una coalición bajo la batuta de la Unión Europea (UE). Este orden centrado en la UE conllevaría una globalización controlada y economías de Estado, si bien todo ello anclado en las instituciones y en la ley con el respaldo de una Europa remilitarizada. Aunque existe bastante escepticismo en torno a la capacidad de la UE para asumir ese nuevo protagonismo mundial, el deseo inquebrantable de muchos países de mantener una economía mundial abierta se podría sumar a los cambios en la UE como entidad política para llevarlo a la práctica.
1. Los movimientos de Trump en calidad de gran potencia
El primer escenario hipotético para el futuro del comercio y el orden mundial más amplio supone que las acciones e intenciones del presidente Trump deriven en una fragmentación del sistema internacional y el afloramiento de una nueva versión de las esferas de influencia. Aunque resulta complicado discernir con claridad el conjunto de principios ideológicos que rigen las acciones de la Administración Trump, parecen vislumbrarse paralelismos históricos con la Administración McKinley del siglo XIX. La presidencia de McKinley, conocida por perseguir objetivos pragmáticos de realpolitik que, según historiadores como Daniel Immerwahr, deberían entenderse como la creación de un “imperio oculto”, utilizó el floreciente poderío militar y económico estadounidense para ocupar y coaccionar a otros Estados con la intención de que se plegaran a su voluntad y suministraran materiales fundamentales como el guano, el recurso mineral esencial de la época. Estos primeros amagos de gran potencia parecen traslucirse también en las provocaciones territoriales respecto a Groenlandia y el ruido de sables en torno al canal de Panamá.
No obstante, existe otra analogía histórica menos obvia que incluiría algunos de los elementos clave del posicionamiento de EEUU y su gobierno durante el mandato de Trump: el sistema clientelar de los primeros años de la China moderna. En este último caso, los dirigentes chinos ejercieron su dominio en Asia a través de relaciones diplomáticas y económicas ritualizadas en las que los Estados extranjeros reconocían la autoridad del emperador chino mediante el envío de tributos o regalos y la práctica del koutou, el acto literal de postrarse, a cambio del reconocimiento y el establecimiento de vínculos comerciales con el Imperio. Esta proyección del poder hegemónico chino se erigió como una alternativa al modelo occidental del equilibrio de poder y las esferas de influencia, aunque supuso también una reestructuración jerárquica del orden político en Asia.
En cambio, lo que parece que estamos presenciando en la actualidad es que los actores principales del sistema internacional se resisten a esos retrocesos impuestos por la fuerza por EEUU. Sobre todo, Canadá, China y la UE, quienes se han negado a aceptar la imposición de aranceles por parte de EEUU y han respondido con medidas propias. Así las cosas, ¿qué ocurriría si, en vez de un orden mundial basado en los intentos erráticos estadounidenses de imponer su dominio, acaba conformándose un orden alternativo en oposición a la caprichosa destrucción protagonizada por Trump? ¿Un orden con una continuidad del mercado abierto y un compromiso firme con la democracia liberal y el Estado de derecho? La situación actual presenta una oportunidad meridiana para la única entidad política que podría dar un paso al frente y convertirse en el líder de ese nuevo orden mundial: la UE.
2. ¿La UE como líder del nuevo orden político mundial?
La mayoría de los países a lo largo y ancho del planeta no quieren que se desmantele por completo la globalización, sino que les interesa que haya flujos económicos de bienes, servicios y dinero relativamente abiertos, con una moneda de reserva internacional sólida y de confianza. Por lo tanto, antes de bajar el testuz ante el ejercicio de poder de EEUU y el cierre de los mercados mundiales, todo ello aderezado con amenazas territoriales y una jerarquía escenificada, lo más probable es que recibiese un apoyo considerable una concepción del liderazgo mundial basada en la legalidad, las instituciones y la diplomacia, aspectos que constituyen la esencia fundacional de la UE. Esta postura se aprecia en países como Canadá, que ya ha indicado una serie de canales para trabajar con la UE, pero también en los países del sur global, preocupados como están por el giro de la política exterior estadounidense. Los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre ellos Japón y Corea, también podrían subirse al carro de la UE si la consideran una alternativa al revisionismo de gran potencia de Trump. Incluso China, pese a su propio régimen autoritario interno, podría ver más atractivo el compromiso de la UE con la apertura que el posible regreso al proteccionismo y los bloques regionales ante el vacío de liderazgo dejado por EEUU. En ese escenario, la UE podría negociar en mayor profundidad acuerdos comerciales con todos los aliados del momento y convertirse en el polo de atracción en torno al que gire el nuevo orden mundial tras la hegemonía estadounidense.
Ahora bien, ¿cuenta la UE con la capacidad y la voluntad de asumir ese papel? El economista Charles Kindleberger nos recuerda que, históricamente, la economía política mundial funciona mejor cuando un Estado puede aportar al mundo tres cosas como mínimo: (a) un mercado abierto en periodos de dificultades económicas, (b) confianza en que podrían ser prestamista de última instancia en momentos de crisis y (c) la voluntad de conceder préstamos anticíclicos en caso necesario. El Mercado Único de la UE y sus compromisos institucionales e ideológicos con el libre comercio garantizan el primero de los tres elementos. El Banco Central Europeo también cuenta con potencial para hacer las veces de prestamista mundial de última instancia pese a sus tendencias hacia la austeridad en el pasado. De hecho, el valor del euro ha subido cuando los inversores lo han visto como una moneda en la que refugiarse ante las medidas perturbadoras de Trump. Las peticiones a la UE para que establezca unos eurobonos permanentes como alternativa a la inestabilidad galopante de los valores del Tesoro estadounidense son ya un clamor incluso entre quienes integran el establishment. Sin embargo, hasta que la UE no cuente con una capacidad real de gasto en materia fiscal, el tercer punto de Kindleberger relativo a los préstamos anticíclicos seguirá siendo difícil de alcanzar, lo que supone una amenaza para la economía mundial en épocas de recesión.
La capacidad fiscal de la UE también resulta esencial por lo que respecta a otra lección histórica básica sobre cómo se conforman los órdenes políticos mundiales. No sólo hace falta el liderazgo económico benigno defendido por Kindleberger, sino también un poder político hegemónico sin ambages para crear sistemas de gobierno estables a nivel mundial, tal y como propugnaba el teórico de las relaciones internacionales Robert Gilpin. Ese es el mayor escollo para una UE que ha dependido durante toda su existencia de las garantías de seguridad ofrecidas por EEUU y que se configuró en principio como un proyecto de paz orientado al mercado. Si la UE desea recabar la confianza y el apoyo necesarios para desempeñar el papel de entidad hegemónica estabilizadora del sistema económico mundial, deberá desarrollar su propia capacidad militar integrada que le permita configurar esa nueva etapa del orden político y económico mundial. Además, para financiar ese cometido, debe contar con un flujo de ingresos a nivel europeo, algo que encaja a la perfección con los deseos del mercado respecto a los eurobonos.
Aquí es donde la lucha de la UE por desarrollarse como potencia militar ante, por un lado, la ruptura de la alianza transatlántica y, por el otro, la amenaza planteada por el expansionismo de la Rusia de Putin plantea las condiciones necesarias para que la Unión se convierta por fin en una auténtica potencia mundial. La senda hacia el activismo de mercado y la reestructuración estratégica de los mercados de la UE por motivos tanto internos como geopolíticos está bien instaurada en la Unión. Los primeros meses de la presidencia de Trump han llevado a la UE a romper distintos tabúes con iniciativas como el Plan ReArmar Europa, pero sigue habiendo grandes obstáculos para crear una arquitectura de seguridad autónoma y eficaz, así como importantes impedimentos en materia de capacidad. No obstante, tampoco se puede descartar que la UE pueda impulsar un nuevo orden mundial ante la tormenta perfecta generada por la implosión de EEUU como líder hegemónico mundial, el deseo de la mayoría de Estados de preservar una economía mundial bien gobernada y relativamente abierta y el hecho de que la Unión esté viéndose obligada a garantizar su propia seguridad. Ha llegado el momento de reimaginar la nueva etapa geopolítica en la que nos encontramos y las lógicas políticas y económicas en juego imponen sin lugar a dudas un nuevo papel para Europa.
[1] Texto elaborado para el taller Is There a Future for the Transatlantic Alliance in a Post-Western World? [¿Tiene futuro la alianza transatlántica en un mundo posoccidental?], celebrado el 8 de abril y organizado por la Cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetown, el Real Instituto Elcano y FLAD.