Se está comentando que el recién nombrado León XIV es un Papa de continuidad. Sin duda alguna, esta caracterización se someterá pronto a prueba en cuanto haga pública su postura respecto al conflicto palestino-israelí. Ante el actual genocidio israelí en Gaza, la anexión de territorios palestinos y el estatus de Jerusalén y sus santos lugares, a la Santa Sede le debería preocupar, en general, el futuro de la región y, en particular, el de la presencia cristiana en la zona. Un interrogante fundamental es saber si el Papa León XIV seguirá incluyendo Gaza como una pieza central de su programa de actuación. Un cambio de planteamiento podría erosionar la legitimidad ganada por la Iglesia católica, apostólica y romana en el sur global, y en el mundo árabe en particular, gracias a la solidaridad manifestada hacia el pueblo palestino en Gaza y, en especial, al interés y la preocupación del Papa Francisco por la comunidad cristiana de Palestina, una de las más antiguas del mundo.
El concepto de justicia era un elemento central de la política exterior de Francisco. Repitió en numerosas ocasiones que no habría paz sin justicia, algo que los palestinos entendieron muy bien como parte de la doctrina social de la Iglesia.
1. Contexto histórico
Desde el restablecimiento del Patriarcado latino de Jerusalén en el siglo XIX, la Santa Sede ha apostado con firmeza por consolidar una importante presencia católica en Palestina, principalmente a expensas de la Iglesia ortodoxa. Su red de instituciones, entre ellas varios centros sanitarios y educativos, dotaron a la comunidad católica de cierta prominencia en el seno de la sociedad palestina. Por lo tanto, la Santa Sede también era plenamente consciente de la inquietud que suscitaban entre los cristianos palestinos tanto el proyecto sionista como las posibles repercusiones que les acarrearía en el futuro.
Ese es un elemento importante para comprender los motivos por los que la Santa Sede se opuso en un primer momento al proyecto sionista y la Declaración Balfour,[1] y por los que ejerció presión al principio contra la partición de Palestina:[2] el temor a las posibles consecuencias para las comunidades católicas de la región y por el cambio en el statu quo de los santos lugares.[3] Este statu quo, consolidado por el Tratado de Berlín de 1878 que firmaron las potencias europeas con el Imperio otomano, establecía las modalidades de administración de los santos lugares. Las consecuencias de la creación de Israel en 1948, a la que los palestinos se refieren como Nakba (“catástrofe” en árabe), acabaron confirmando sus temores: docenas de parroquias tuvieron que ser cerradas, casi un 70% de los cristianos palestinos se convirtieron en refugiados y el porcentaje de cristianos en Palestina cayó de alrededor del 11% a menos del 3% en el transcurso de un año.
El fracaso a la hora de impedir la Nakba obligó a la Iglesia católica a centrarse más en los asuntos humanitarios que en los aspectos políticos de la cuestión palestina. Desempeñó una función importante al atender a los refugiados palestinos,[4] incluso a través de las Obras Misionales Pontificias, y solicitar que se respetase el statu quo de los santos lugares, causa que contó con el apoyo de la diplomacia de Bélgica, Francia, Italia y España en su condición de “países católicos” encargados de hacer valer los derechos de la Iglesia católica conforme a lo dispuesto en el statu quo.
El Papa Pablo VI viajó a Jordania y Palestina en 1964, en la que fue la primera visita papal tras la Nakba, y un decenio más tarde efectuó un llamamiento explícito para que Israel “reconociese los derechos y las aspiraciones legítimas” del pueblo palestino; el Papa Juan Pablo II estrechó relaciones entre la Santa Sede y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), entre otras cosas, concediendo en 1982 la primera audiencia a su líder, Yaser Arafat, cuando la organización abandonó el Líbano. Ese es el contexto en el que Arafat y el Papa recibieron información sobre lo ocurrido en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila,[5] lo que llevó a Juan Pablo II a insistir en la necesidad de encontrar una solución a la cuestión palestina, algo visible en la prominencia que la diplomacia vaticana concedió a ese tema a partir de entonces.
Yaser Arafat concedía una gran importancia a las relaciones con la Santa Sede y llegó a visitar al Papa Juan Pablo II en varias ocasiones. Sus asesores Nabil Shaath y Afif Safieh –este último, primer embajador de Palestina ante la Santa Sede– han asegurado que Arafat confiaba en la insistencia del Papa para desarrollar una “diplomacia de la paz”[6] y de hecho buscó su ayuda para hacer realidad una solución diplomática en Palestina. Así quedó patente en el peregrinaje histórico de Juan Pablo II a Palestina en 2000, cuando pidió el reconocimiento del Estado independiente de Palestina y reafirmó el carácter autóctono del pueblo palestino: “probablemente los pastores de Belén fueron vuestros antepasados”, llegó a comentar a los palestinos del campo de refugiados de Deheisheh.
El final del papado de Juan Pablo II distanció al Vaticano de la situación de Oriente Medio. El Papa Benedicto XVI no mostró la misma cercanía hacia el pueblo palestino. El hecho de haber nacido y haberse criado durante el régimen nazi hizo que el papa alemán caminase con pies de plomo en lo tocante a su política exterior en la región. No obstante, prestó su apoyo a la campaña palestina para convertirse en Estado de las Naciones Unidas en 2011 y emitió una firme declaración a favor de la soberanía del Estado palestino durante su peregrinaje a Belén en 2009.
Al Papa Francisco no le llevó mucho tiempo transmitir el mensaje al pueblo palestino de que contaban con un amigo en la Santa Sede. En 2013, en su primera homilía de Pascua como Papa, departió sobre la necesidad de lograr la paz en Oriente Medio, con lo que dejó patente que ese tema no iba a ser una cuestión marginal durante su papado. Como argentino, Francisco conocía bien la importancia de la diplomacia vaticana por el conflicto del Beagle en 1978, cuando sirvió para evitar una guerra entre Argentina y Chile. Pese a que los elementos políticos de la cuestión de Israel y Palestina difieren sobremanera de los presentes en Sudamérica, el Papa Francisco intentó tener gestos que allanaran el camino para una solución política en Oriente Medio.
El concepto de justicia era un elemento central de la política exterior de Francisco. Repitió en numerosas ocasiones que no habría paz sin justicia, algo que los palestinos entendieron muy bien como parte de la doctrina social de la Iglesia. Reafirmó los principios en los que Juan Pablo II había basado el nombramiento del primer patriarca latino de Jerusalén de origen palestino, Michel Sabbah, al inicio de la primera intifada, dando prioridad a una Iglesia cercana a la lucha de su pueblo contra la injusticia igual que Juan Pablo II había participado en la lucha de Polonia contra el yugo soviético.[7]
En su condición de Papa que rehuía el protocolo, durante su peregrinaje de 2014 quedó claro que iba a tener un gesto importante con los cristianos palestinos, como así hizo en uno de los lugares que más dolor han provocado para el cristianismo: el muro de separación construido por Israel en pleno corazón de Belén. Allí rezó, rodeado de niños musulmanes del campamento de refugiados de Aida, para dirigir la atención internacional hacia la realidad de Belén bajo la ocupación israelí. Después, en el oficio celebrado en la mismísima plaza del Pesebre, abogó por una Palestina independiente, si bien empleando un tono moderado: durante la visita, intentó valerse de dos amigos traídos desde Argentina, un rabino y un imán, para enviar un mensaje de diálogo interreligioso. Este esfuerzo por buscar la igualdad entre israelíes y palestinos quedó desvirtuado por la insistencia de Israel en hacer caso omiso al llamamiento para poner fin a la ocupación por considerarlo una forma de “antisemitismo”. Aun así, el Papa Francisco siguió intentándolo y las visitas de grupos judíos a la Santa Sede se multiplicaron a lo largo de los años.
Entonces, en 2015, la Santa Sede decidió reconocer al Estado de Palestina. El anuncio tenía un peso considerable, puesto que usaba como referencia las fronteras de 1967 con Jerusalén Este incluida. Una vez más, el énfasis puesto por la Santa Sede en el Derecho internacional para lograr la pacificación no tuvo una buena acogida en Israel. Con el reconocimiento de Palestina se pretendió recabar el respaldo occidental más amplio posible para una solución política. Ocurrió tras la invitación extendida al presidente Mahmud Abás y el presidente israelí Simón Peres para rezar por la paz en el Vaticano, acto que se llegó a realizar e incluyó la plantación de un árbol en la Santa Sede. El mensaje político fue contundente: la invitación era para Peres, conocido por su participación en los Acuerdos de Oslo, y no para el primer ministro Benjamín Netanyahu, famoso por sus posiciones de línea dura contra la independencia palestina. Esta iniciativa apenas dio frutos, tanto por el escaso poder político de Peres, como por su reticencia a enfrentarse a Netanyahu durante su mandato como presidente de Israel. Todos estos movimientos se coordinaron con el gabinete de Barak Obama, quien en 2014-2015 intentó revitalizar el proceso de paz de Oriente Medio con resultados positivos.
Al mismo tiempo, el Papa Francisco se convirtió en una figura con autoridad moral para llevar a cabo la facilitación de otros procesos diplomáticos, entre ellos la reapertura de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos (EEUU) en 2014. Viajó a más países árabes que ningún otro Papa. Visitó Mosul tras la derrota de Estado Islámico y celebró el regreso a la ciudad de la población iraquí, incluida su antigua comunidad cristiana. Asimismo, entabló un diálogo con la Universidad de al-Azhar, gran centro de enseñanza del mundo suní en El Cairo, y manifestó su solidaridad hacia los cristianos y musulmanes de Irak, Jordania, Egipto, Marruecos y Emiratos Árabes Unidos, convirtiéndose en el primer Papa que visitaba la península Arábiga. También mantuvo una relación sólida con el Líbano, aunque no llegó a visitar el país durante su papado.
El Papa Francisco cultivó una estrecha relación con el patriarca latino de Jerusalén, Pierbatista Pizzaballa, y lo nombró cardenal como muestra de la importancia que concedía al papel de la Iglesia en Palestina, algo que quedó aún más patente tras los brutales ataques perpetrados por Hamás contra Israel el 7 de octubre y la guerra genocida iniciada desde entonces por Israel contra la población palestina de Gaza.
El Papa Francisco mostró compasión hacia todas las víctimas y recibió a familiares de los rehenes israelíes y de los palestinos de Gaza, aunque quizás uno de sus gestos más memorables, que emocionó profundamente a la comunidad cristiana de Palestina, fueron sus llamadas diarias a la Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza. Así, recibía información actualizada sobre lo que ocurría en la Franja, entre otras cosas sobre la escasez de alimentos y los ataques contra la principal ciudad gazatí. Cuando un francotirador israelí mató a una madre y una hija, ambas cristianas, dentro del recinto de la iglesia, el Papa Francisco calificó el acto de “terrorismo”, término que empleó en más de una ocasión para referirse a los ataques contra la población civil.
Cuando empezaron a acumularse las pruebas de genocidio, el Papa Francisco fue el primer líder occidental que exigió que se llevara a cabo una investigación. Cuando empeoró su estado de salud, no dejó de interesarse por la parroquia de Gaza y conocía por su nombre a los sacerdotes, las monjas y algunas de las personas allí cobijadas. En su último cumpleaños, un coro improvisado de niños palestinos cristianos le cantaron Cumpleaños feliz en español y en árabe.
El patriarca latino de Jerusalén, al comunicar el fallecimiento del Papa Francisco el Lunes de Pascua, afirmó que “Gaza fue uno de los símbolos de su pontificado”. La diplomacia de la Santa Sede siguió una línea sin precedentes durante su pontificado y, pese a que no consiguió que se materializase la paz en Oriente Medio, atrajo la necesaria atención internacional hacia la catástrofe actual. Hoy en día, los palestinos se sienten un poco más solos ante la desaparición del Papa que llamaba a Gaza todos los días a las ocho en punto de la tarde para sembrar briznas de esperanza en mitad de un genocidio.
2. ¿Qué cabe esperar de León XIV?
El Papa León XIV representa la continuidad de la sencillez introducida por el Papa Francisco en la Santa Sede. No obstante, una diferencia de peso es que no cuenta en su historial con ninguna interacción importante con Oriente Medio. Su orden religiosa, los agustinos, no tiene una presencia destacada en el mundo árabe. En cualquier caso, el nuevo Papa se identifica en gran medida con la doctrina social de la Iglesia y es un firme defensor de los derechos humanos.
Pese a haber trascendido su condición de miembro registrado del Partido Republicano en EEUU, León XIV se ha opuesto públicamente al presidente Trump en materia de inmigración. Aunque se identifique con las políticas tradicionales del Partido Republicano, no cabe duda de que pertenece al bando de James Baker, quien hizo posible el proceso de paz de Oriente Medio al reafirmar el carácter ilegal de los asentamientos israelíes y oponerse a la anexión de Jerusalén por parte de Israel, en vez de seguir el enfoque evangélico del embajador nombrado por el presidente Trump, Mike Huckabee, quien recorre la Cisjordania ocupada amparándose en la Biblia para justificar los crímenes de guerra contra el pueblo palestino.
El Papa León XIV asume su cargo en un momento de exacerbación del conflicto en la Palestina histórica con niveles de violencia y destrucción rara vez vistos en el devenir histórico. El gobierno israelí ya ha anunciado un plan de ocupación prolongada de la Franja que, sin lugar a duda, supone una amenaza para la continuidad de la presencia cristiana en la ciudad de Gaza. Asimismo, se trata de un momento en el que los dirigentes mundiales han puesto de manifiesto sus carencias en cuanto a voluntad y capacidad para poner fin a la catástrofe que está teniendo lugar en Palestina. Por lo tanto, el liderazgo moral del Papa resultará más crucial que nunca. Hay familias asediadas en Gaza que todos los días se sentarán junto al teléfono a las ocho de la tarde a esperar una llamada del Vaticano.
[1] Livia Rokah (1987), The Catholic Church and the Question of Palestine, Saqi Books, Londres.
[2] En aquel momento, para los intereses de la Santa Sede habría sido mejor ampliar el Mandato que dividir Palestina. Véase más información en Paolo Zanini (2017), “Vatican diplomacy and Palestine, 1900-1950”, Jerusalem Quarterly, nº 71, otoño, pgs. 120-131.
[3] Silvio Ferrari (1984), “The Holy See and the postwar Palestine issue: the Internationalization of Jerusalem and the protection of the Holy Places”, International Affairs, vol. 60, nº 2, primavera, pg. 262.
[4] Maria Chiara Rioli (2020), A Liminal Church: Refugees, Conversions and the Latin Diocese of Jerusalem, 1946-1956, Brill, Leiden.
[5] Entrevista con Nabil Shaath.
[6] Afif Safieh (2010), The Peace Process: from Breakthrough to Breakdown, Saqi Books, Londres.
[7] Entrevista con el patriarca Michel Sabbah.