Armenia y Azerbaiyán acarician la paz

De izquierda a derecha: Ilham Aliyev (presidente de Azerbaiyán), Charles Michel (presidente del Consejo Europeo en 2023) y Nikol Pashinián (primer ministro de Armenia) caminan por la alfombra roja rodeada de banderas en la entrada de la sede del Consejo Europeo, para la reunión con los mandatarios de Francia y Alemania (1/06/2023), tras los enfrentamientos entre Azerbaiyán y Armenia en la región de Nagorno Karabaj. Se destacan las banderas de Azerbaiyán, la UE y Armenia en primer plano.
Ilham Aliyev (presidente de Azerbaiyán), Charles Michel (presidente del Consejo Europeo) y Nikol Pashinián (primer ministro de Armenia) en la sede del Consejo Europeo en 2023. Foto: ©European Council, 2023.

La conclusión del último capítulo bélico del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán (septiembre de 2023) dejaba en el aire la duda de si, tras la estrepitosa derrota sufrida en Nagorno Karabaj a manos de las fuerzas azerbaiyanas, podría rebrotar la resistencia armenia contra Bakú; o si, por el contrario, aprovechando la coyuntura favorable, Azerbaiyán decidiría seguir adelante contra la propia Armenia para completar su victoria. Lo que ha ocurrido, afortunadamente, es que ambos actores han entendido que la continuación de la violencia es un camino condenado al fracaso mutuo y, por fin, parecen decididos a llegar a un acuerdo. Una lectura menos amable podría interpretar que a lo que estamos asistiendo es en realidad a la rendición armenia, aceptando, por un lado, la notable superioridad azerbaiyana y, por otro, la convicción de que Rusia no es un aliado fiable.

Una lectura menos amable podría interpretar que a lo que estamos asistiendo es en realidad a la rendición armenia, aceptando, por un lado, la notable superioridad azerbaiyana y, por otro, la convicción de que Rusia no es un aliado fiable.

Sea como sea, el hecho es que el pasado 10 de julio se reunieron en Abu Dabi el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, y el presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, para concretar los últimos detalles que permitan la firma definitiva del acuerdo anunciado en marzo pasado. Un acuerdo, por tanto, del que sólo existen borradores, pero que parece contemplar claramente la renuncia armenia a toda pretensión territorial sobre su vecino, así como el desmontaje de las estructuras diplomáticas creadas por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) para mediar en el conflicto (sin ningún resultado) durante estos últimos años.

Por el camino, Bakú logró eliminar la autodenominada República de Artsaj –un reducto de apenas unos 4.000 km2 habitados hasta 2023 por unos 150.000 armenios en pleno territorio azerbaiyano–, gracias no sólo a que triplica a Ereván tanto en términos demográficos como económicos y militares, sino también a la ventaja que le ha proporcionado el hecho de que el foco internacional estuviera ya concentrado en Ucrania, lo que significaba que ni Moscú ni Washington ni ningún otro actor relevante estaba dispuesto a diversificar sus esfuerzos para atender otra crisis. Aun así, en lugar de aprovechar la circunstancia para rematar la tarea, con el propósito de lograr un paso franco hacia el enclave azerbaiyano de Najicheván, tomando el control del corredor de Zangezur, a través de Armenia, Bakú ha preferido optar por la vía diplomática.

A la espera de que ambos gobernantes estampen su firma en el citado acuerdo, queda la impresión de que tan importante como la consecución de la paz tras décadas de violencia es el efecto geopolítico que de él se deriva. Por una parte, resulta evidente que la principal perdedora de lo ocurrido es Rusia, excluida en principio de la región del Cáucaso meridional por expresa voluntad de ambos países. Cabe recordar que Moscú era el garante de la seguridad de ambos y su principal referencia política; mientras que ahora, tanto Ereván como Bakú dejan claro su deseo de salirse de la órbita de Moscú. Rusia ha demostrado el fracaso de su política de equilibrio del poder entre Bakú y Ereván, al tiempo que ha vuelto a reforzar la idea de que no resulta fiable para sus aliados cuando las circunstancias obligan a pasar de las palabras a los hechos.

Aun así, resulta difícil imaginar que Rusia vaya a aceptar pasivamente su marginación en la zona. Buena muestra de ello es la visita que el pasado 20 de mayo efectuó su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, a Ereván para intentar recuperar los debilitados vínculos vecinales, al tiempo que aumentan los rumores sobre un intento de aumentar la presencia militar rusa en Armenia (una forma de presionar a su gobierno y de enviar un mensaje a la Unión Europea (UE), que ya despliega observadores en el país).

Por el contrario, Turquía emerge como un actor en alza. No solamente ya había consolidado unos fuertes vínculos con Azerbaiyán, hasta el punto de haberse convertido en su principal suministrador de armas, sino que también está logrando restablecer relaciones plenas con Armenia (están oficialmente rotas desde 1993, cuando Ankara se alineó con Bakú justo antes de la guerra que estalló un año después). La reunión en junio pasado entre el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan y el propio Pashinián es una buena muestra del proceso de acercamiento.

En el horizonte inmediato queda por ver lo que depararán las elecciones armenias previstas para el próximo mes de septiembre, con un Pashinián sometido a duras críticas de quienes lo consideran un traidor a la causa armenia y con un clima político muy enrarecido, hasta el punto de que ya se contabilizan cinco intentos de golpe de Estado en estos años pasados, el último con implicación directa de varios gerifaltes de la iglesia ortodoxa. Para más adelante habrá que ir analizando cómo se desarrolla el proceso de acercamiento a la UE, con un parlamento nacional que ya ha mostrado su voluntad de convertirse algún día en miembro del club comunitario. Por último, hay que contar asimismo con Estados Unidos –en enero firmó un acuerdo de cooperación estratégica con Armenia–, interesado obviamente en asegurar el alejamiento de ambos países de la influencia rusa.