Alemania en el epicentro de la tensión transatlántica: ¿cómo abordará el nuevo gobierno la polémica política con Estados Unidos?

2El presidente Donald Trump saluda al canciller alemán Friedrich Merz con un apretón de manos en el Despacho Oval. Ambos líderes visten trajes oscuros y permanecen de pie frente a un despliegue de banderas estadounidenses y estandartes militares. Un busto de Abraham Lincoln y fotografías enmarcadas son visibles en el fondo, junto con grandes ventanas que proporcionan luz natural. Alemania
El presidente de EEUU Donald Trump saluda al canciller alemán Friedrich Merz con un apretón de manos en el Despacho Oval (05/06/2025). Foto: Daniel Torok - The White House (United States government work)

Resumen[1]
El nuevo gobierno alemán encabezado por Friedrich Merz se enfrenta a tres retos principales por lo que respecta a sus relaciones con Estados Unidos (EEUU): (a) la guerra comercial y los datos económicos de Alemania, (b) el posible papel de Alemania en las negociaciones para un alto el fuego en Ucrania auspiciadas por EEUU y el apoyo continuo a Ucrania y (c) el futuro de la defensa europea, quizá sin EEUU. Esos tres retos políticos no tienen precedentes en la Historia alemana posterior a 1945 y exigirán que Alemania se replantee su función en Europa y en el marco de las relaciones transatlánticas.

Queda por ver si las recetas tradicionales del libre mercado aplicadas por Friedrich Merz para la economía alemana serán suficientes en un momento en el que la geopolítica impera y define en gran medida los datos económicos de los socios transatlánticos.

Elementos clave

  • Alemania es especialmente vulnerable a la guerra comercial y arancelaria con EEUU por sus años de crecimiento económico cero y su importante déficit comercial con el país norteamericano, pero no debería perder de vista el desafío económico que supone China.
  • Por lo que respecta a Ucrania y Rusia, Alemania actuará de consuno con el Reino Unido, Francia y Polonia para que EEUU continúe implicándose y para atribuir cualquier fracaso en ese sentido a Rusia y no a Ucrania. No obstante, Alemania no se ve a sí misma asumiendo un papel de liderazgo militar en una fuerza de disuasión.
  • Por lo que atañe al riesgo de retirada estadounidense de Europa, Alemania está intentando reforzar sus capacidades convencionales al tiempo que confía en una mayor presencia nuclear del Reino Unido y Francia. Berlín considera una responsabilidad propia ayudar a consolidar la disuasión en Europa del este.

Cabría argumentar que, en la Historia alemana posterior a 1945, no ha habido un momento más difícil para que un canciller alemán dirija el país con la vista puesta en el futuro. La segunda presidencia de Donald Trump ha puesto en entredicho los pilares de la política exterior alemana –transatlanticismo, integración occidental– y, al mismo tiempo, Europa está muy lejos del nivel de preparación defensiva del que hacía gala durante la Guerra Fría, mientras que Rusia reestructura su ejército con rapidez con ayuda de China y sigue constituyendo una amenaza para Ucrania y el resto de Europa. Asimismo, la competitividad económica de Alemania no se ve afectada únicamente por la guerra comercial y arancelaria con EEUU, sino en mayor medida por su prolongada dependencia de China como factor de crecimiento económico. En la actualidad, el exceso de capacidad exportadora de China ha hecho de Pekín el “maestro mundial de las exportaciones” y la competencia barata y subvencionada por el Estado perjudica a la industria alemana. ¿Cómo afrontará estos retos la nueva coalición alemana surgida de la alianza entre los dos partidos principales de centro, los socialdemócratas y los conservadores, bajo la batuta de Friedrich Merz, el sucesor (y, durante mucho tiempo, archienemigo) de Merkel? Sobre todo, ahora que los partidos de centro alemanes han perdido un número considerable de votos frente al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) y, por lo tanto, no pueden reunir una mayoría de dos tercios sin contar con populistas de izquierdas o de derecha. Tres cuestiones políticas situarán a Alemania en el epicentro mismo de la tensión transatlántica con EEUU: la guerra comercial y arancelaria, las tentativas estadounidenses de negociar un alto el fuego entre Ucrania y Rusia y, por último, el riesgo de que EEUU ponga fin a las garantías de seguridad en Europa.

La guerra comercial y arancelaria

Durante mucho tiempo, en palabras de Constanze Stelzenmüller, el modelo económico de Alemania se podría haber resumido como: (a) externalizar la seguridad a EEUU, (b) externalizar el crecimiento económico a China y (c) externalizar las necesidades energéticas a Rusia. Este modelo, basado en una economía exportadora, ha cambiado con fuerza desde 2022. Antes de la llegada al poder de Donald Trump, Alemania ya había pasado a ser dependiente de EEUU en esos tres ámbitos –necesidades energéticas, seguridad y crecimiento económico– y el gigante norteamericano ha llegado a desbancar a China como principal socio comercial de Alemania. Muchos alemanes se sentían más cómodos dependiendo de EEUU que de Rusia o de China, pero el regreso de Donald Trump ha sumido esa relación en la inestabilidad. El presidente estadounidense se ha decantado por una agenda proteccionista radical, centrada sin ambages en reducir el desequilibrio comercial con un planteamiento perturbador y sin parar mientes en las numerosas desventajas económicas de esa decisión. Además, el presidente de EEUU tampoco ha rehuido la guerra comercial y arancelaria con la Unión Europea (UE). Alemania, pese a estar protegida en el seno de la Unión, se ha mostrado especialmente vulnerable a la presión estadounidense. Junto a México, Vietnam y China, Alemania completa el cuarteto de países con los que EEUU presenta un mayor déficit comercial. Aunque puede echar mano de la Comisión Europea y de sus competencias para que lleve a cabo las negociaciones comerciales en conversaciones directas con Washington, la incertidumbre arancelaria y económica está volviendo a hacer mella en una economía alemana que, además de no conocer el crecimiento económico desde antes de la pandemia, es la que menos crece de la UE. Gran parte de esta situación no se debe únicamente a la pandemia, sino a la dependencia prolongada del mercado chino y las exportaciones chinas como motores del crecimiento para Alemania. Las empresas y los políticos alemanes han tardado en darse cuenta de que el modelo económico de China, que consistía en absorber las exportaciones de los demás países, se ha transformado en que el gigante asiático exporta ahora sus propios artículos de alta tecnología. El nuevo gobierno alemán de Friedrich Merz ha optado por un enfoque bastante clásico para estimular la economía: reducir la carga tributaria de las empresas y eliminar el papeleo burocrático y las reglamentaciones relativas al clima, en lo que constituye un planteamiento liberal tradicional para revitalizar la economía que se contrapone al enfoque de toda la UE dominado por el Informe Draghi y el planteamiento de la Comisión Europea/París de mayor intervención estatal, más subsidios y más deuda conjunta para incrementar la competitividad industrial de la Unión. Queda por ver si las recetas tradicionales del libre mercado aplicadas por Friedrich Merz para la economía alemana serán suficientes en un momento en el que la geopolítica impera y define en gran medida los datos económicos de los socios transatlánticos.

Negociaciones sobre un alto el fuego

El nuevo gobierno alemán, junto a Francia, el Reino Unido y Polonia, tendrá el papel esencial de garantizar que cualquier acuerdo de alto el fuego en Ucrania auspiciado por EEUU no perjudique al país invadido. Aquí, Friedrich Merz se encuentra en una posición en la que, junto a otros socios europeos, trata de encauzar las ideas de Donald Trump y convencerlo de que hace falta presionar más a Rusia, y no a Ucrania, y de que aquella, y no ésta, representa el gran escollo para las negociaciones. Ese fue su principal argumento durante la visita al despacho oval para reunirse con Donald Trump. Ahora bien, el propio Merz manifestó de manera mucho más explícita su apoyo a Ucrania durante su etapa en la oposición, por ejemplo, al hablar sobre el envío de misiles alemanes Taurus de largo alcance, mientras que ahora que ocupa el poder ha optado por una postura más cauta. En su lugar, Alemania está apostando por el desarrollo de las capacidades propias de Ucrania para los ataques de largo alcance y el canciller Merz tampoco se ha comprometido a ningún tipo de participación militar en una fuerza de disuasión europea en Ucrania. Parece poco probable que Alemania pueda desentenderse por completo de una iniciativa así, pero esa circunstancia pone de manifiesto que, a pesar de aumentar su gasto en defensa, el país centroeuropeo no se ve en una posición de liderazgo militar en Europa, sino en una cooperación a cuatro bandas con Francia, el Reino Unido y Polonia. Ese sería también el formato más probable para encarar los problemas derivados de una posible retirada de las garantías de seguridad de EEUU en Europa.

El papel de EEUU en Europa (y su posible fin)

El gobierno alemán y su canciller Friedrich Merz se decantan por una estrategia dual para hacer frente al riesgo derivado de una posible desaparición de las garantías de seguridad estadounidenses en Europa: (a) ganar tiempo y mantener involucrado a EEUU y (b) desarrollar las capacidades de defensa europeas sin cerrar la puerta a EEUU (es decir, que la “autonomía estratégica europea” no conlleve desvincularse del todo del país norteamericano). Para Berlín, el escenario más probable es que se produzca una reducción de la presencia convencional estadounidense en Europa, manteniendo intacto el paraguas nuclear. Washington podría retirar de Europa los 20.000 efectivos adicionales que desplegó en el continente tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, o incluso más. Esta retirada de tropas podría afectar también a Europa del este y a la presencia de las fuerzas disuasorias de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) allí destacadas después de 2014. Estará todo más claro cuando se escenifique el cambio de postura de las fuerzas estadounidenses, pero no hay lugar para la ingenuidad: en el Pentágono predominan los euroescépticos a los que les gustaría retirarse de Europa y centrarse en la zona del Indo-Pacífico. Por mucho que los legisladores del Congreso intenten oponerse a esa mentalidad, sigue siendo una posibilidad muy verosímil. El embajador estadounidense ante la OTAN, Matthew Whitaker, ha afirmado en repetidas ocasiones que se llevaría a cabo una retirada escalonada de las tropas estadounidenses que no debería dar pie a generar “lagunas estratégicas”, pero no hay ninguna certidumbre al respecto. EEUU también podría optar por trasladar las armas nucleares estacionadas en Alemania a la vecina Polonia, país que lo ha solicitado.

Para Alemania, una reducción de la presencia convencional estadounidense plantearía dos problemas.

En primer lugar, si esa reducción abarcase también Europa del este, ¿cómo se podría sustituir de forma creíble esa presencia convencional estadounidense en la zona? Alemania encabeza la presencia en Lituania y acaba de prometer que estacionará allí una brigada como elemento disuasorio. Sin embargo, ya está teniendo graves problemas para movilizar una sola brigada con el equipo necesario. Ir más allá de una brigada, por ejemplo, para incluir una presencia en los demás países bálticos, supondría un lastre importante para el ejército alemán. Además, en última instancia, la presencia de tropas alemanas tiene menos poder disuasorio que la de las tropas estadounidenses, lo que podría exigir el despliegue de un número mayor de efectivos.

En segundo lugar, si EEUU redujese su presencia militar convencional, ¿qué credibilidad pasaría a tener su paraguas nuclear? Esta es una pregunta que políticos europeos como Helmut Schmidt se plantearon una y otra vez durante la Guerra Fría: ¿cómo convencer a Moscú de que, en caso de atacar a un aliado europeo, EEUU arriesgaría una de sus propias ciudades en un intercambio nuclear para defender a su aliado? La solución era y siempre ha sido que la presencia convencional de tropas estadounidenses reforzaba esa credibilidad, puesto que la agresión a un soldado de EEUU conllevaría siempre una respuesta del país. Además, la retirada de tropas estadounidenses, aunque fuese en coordinación con los aliados europeos, ¿acaso no se entendería desde Moscú y Pekín como una luz verde para expandir sus propias áreas de influencia?

El planteamiento del nuevo gobierno alemán gira en torno a mantener la credibilidad de EEUU a toda costa. Nada más ser elegido, Friedrich Merz habló abiertamente de la necesidad de independizarse de Washington, pero ahora ese discurso ha desaparecido por completo. La estrategia actual consiste en no poner en tela de juicio públicamente el compromiso estadounidense con Europa para prolongarlo en la medida de lo posible, ganar tiempo hasta que los europeos hayan reforzado sus capacidades de defensa y esperar que el resultado sea un fortalecimiento del pilar europeo en una OTAN continuista encabezada por EEUU, en vez de una OTAN europea sin presencia estadounidense. Con ese objetivo, Alemania ha dado el paso más importante al echar mano del margen fiscal que le permite su deuda para invertir a gran escala en defensa (todo lo que exceda del 1% del PIB en gasto en defensa se puede financiar ahora mediante deuda), una decisión que pocos países europeos podrían emular. Básicamente, permite llevar a cabo un gasto ilimitado en defensa y ha sido clave para que Alemania aceptase el objetivo del 5% que exigía Donald Trump (en la versión de Mark Rutte de un 3,5% para gasto directo en defensa y un 1,5% para resiliencia, infraestructuras, etc.). Gracias a esta decisión, Alemania ha respondido a una de las críticas más importantes de la Administración Trump –la ausencia de inversiones de Alemania en su propia defensa– y ha abierto la puerta a efectuar inversiones considerables en la defensa europea. Todo esto ocurre justo en puertas de la Cumbre de la OTAN en La Haya, donde temas como el gasto en defensa, la guerra comercial y arancelaria o incluso las negociaciones con Ucrania y Rusia podrían truncar la cumbre de muchas maneras posibles cuando salgan a relucir. Esa será la primera prueba de fuego para determinar el éxito de la estrategia de Alemania para lidiar en el futuro con estas tensiones transatlánticas interconectadas.


[1] Texto basado en una presentación preparada para el taller sobre “El futuro de la relación transatlántica”, celebrado el 8 de abril y organizado por la Cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetown, el Real Instituto Elcano y FLAD.