Trumpismo: bilateralismo

Trumpismo: bilateralismo. El presidente electo Donald Trump y el vicepresidente electo Mike Pence el pasado agosto. Foto: Gage Skidmore / Flickr (CC BY-SA 2.0). Blog Elcano
El presidente electo Donald Trump y el vicepresidente electo Mike Pence el pasado agosto. Foto: Gage Skidmore / Flickr (CC BY-SA 2.0).
Trumpismo: bilateralismo. El presidente electo Donald Trump y el vicepresidente electo Mike Pence el pasado agosto. Foto: Gage Skidmore / Flickr (CC BY-SA 2.0). Blog Elcano
El presidente electo Donald Trump y el vicepresidente electo Mike Pence el pasado agosto. Foto: Gage Skidmore / Flickr (CC BY-SA 2.0).

Tras los ataques terroristas del 11-S de 2001, se dijo que el mundo había cambiado porque EEUU había cambiado. Con cada presidente cambia. Con la elección de Donald Trump se puede decir que el mundo ha empezado a cambiar antes incluso de que el nuevo presidente republicano se instale la Casa Blanca. Ronald Reagan fue el presidente del neoliberalismo; George Bush padre, el del fin de la Guerra Fría; Bill Clinton, el globalista; George Bush hijo, que en principio iba a ser el del aislacionismo, se convirtió en el del momento unipolar y unilateral; y Obama fue el de la transición hacia un mundo multipolar. Trump puede ser el presidente de un cierto repliegue y de la bilateralización de EEUU. Pero, el mundo cambiará menos que antes, dado el auge de los emergentes, con China a la cabeza. EEUU manda, pero ya no tanto como antes. Si deja de ser la “potencia indispensable”, como la llamó en 1998 la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright, EEUU perderá peso.

El lema de Trump de hacer “América grande de nuevo” (Make America great again), pues nunca ha dejado de serlo, no sólo por el poder de EEUU como Estado, como república imperial, como la calificara Raymond Aron, sino también por el tamaño e influencia de algunas de sus empresas, como Google, Apple y Amazon, aunque ahora cuenten con competencia.

Quizá lo más significativo de la visión de Trump de America First (“América Primero”) sea –como ha desgranado en videos en YouTube (de nuevo, su uso de las redes sociales) y en su conversación con The New York Times (aunque la parte de política exterior fue off the record) sobre lo que serán sus primeros 100 días –que denunciará el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en sus siglas en inglés) para reemplazarlo por acuerdos bilaterales con cada país. El bilateralismo puede ser su marca. Es, en parte, una respuesta a su electorado de clase obrera y media baja, que quiere ver que algunas industrias vuelven a EEUU (aunque no dice que retornarían, de hecho han empezado ya a hacerlo, altamente automatizadas, lo que no supondrá muchos puesto de trabajo). Y aunque Trump considere el TPP “un desastre potencial para el país”, denunciándolo, EEUU perderá apoyos y fiabilidad. De hecho, algunos de estos países están virando hacia China ante lo que puede significar Trump para sus intereses comerciales y de inversiones. Paradójicamente, el gran ganador de la victoria de Trump puede, al menos regionalmente, ser China. La confrontación con China, que Obama ha manejado con cautela, podría acabar definiendo la presidencia de Trump.

Con Rusia quiere entenderse, pues una prioridad de Trump es acabar con el terrorismo de Daesh (o Estado Islámico, EI) y su base territorial en Irak y Siria, y en esto hay coincidencia. Al acercamiento entre Washington y Moscú sobre Siria se opuso el Pentágono, algo que permitió insólitamente Obama. Naturalmente, esto puede tener consecuencias para Europa si Daesh pierde su territorio, se transforma, sus combatientes extranjeros en la zona regresan a sus países de origen o logra más simpatizantes locales en el Viejo Continente. Sí está claro que Trump no se propone reconstruir Estados, hacer nation-building: “No creo que debamos ser un constructor de naciones”, le dijo al equipo editorial de The New York Times. Pero tampoco Obama lo ha hecho.

Trump se propone transformar la OTAN para que los europeos hagan más por su propia defensa. De hecho, en la neutral Suecia se ha abierto un debate sobre si el país debe ingresar o no en la Alianza Atlántica, como propone uno de los partidos de la actual coalición gubernamental, el moderado (conservador), en contra de la falta de entusiasmo del ministro socialdemócrata de Defensa Peter Hultqvist. Pero no es seguro que toda Europa, aunque sí Alemania, quiera y pueda en tiempos aún de austeridad gastar más en defensa.

Hay dos acuerdos que Trump se podría replantear. Uno es el nuclear con Irán, cuando, además, la estabilidad del régimen de Arabia Saudí está en entredicho, y los europeos han levantado las sanciones y muchas empresas y gobiernos corren a Teherán. Una postura dura por parte de Trump podría, además, reducir las posibilidades de que el aperturista Rohaní fuera relegido presidente de Irán en 2017. Pero, con o contra EEUU, Irán vuelve a exportar petróleo e importar tecnología. Sería otro motivo posible de tensión con Europa y, en este caso, también con Rusia y China. El segundo podría ser el acuerdo con Cuba.

Los primeros nombramientos o designaciones de Trump son gente dura, como el general Michael Flynn como asesor de Seguridad Nacional, Michael Pompeo para encabezar la CIA y el senador Jeff Sessions como ministro de Justicia/Fiscal General. Todos, en el pasado, se han mostrado partidarios de una cierta tortura a los sospechosos de terrorismo, de la vigilancia masiva (que también han practicado las anteriores Administraciones desde que pueden) y de las detenciones indefinidas. Esto puede alejar a la Administración Trump de los valores europeos que se oponen a la tortura, a la pena de muerte y a la facilidad para que los ciudadanos compren armas, entre otros.

No es aislacionismo, sino bilateralismo, y la muerte del incipiente multilateralismo y de un nuevo derecho internacional que lleva años paralizado salvo por el acuerdo, de nuevo cuño, de París sobre el Cambio Climático, el llamado COP21 o COP22 tras la reunión de Marrakesh. Trump ha dejado de momento en el aire qué hará al respecto, un tema al que está abierto a la reflexión, aunque no por ello dejará de levantar los límites de Obama a nuevas explotaciones petrolíferas o de esquistos en EEUU. De nuevo, puede haber una diferencia de valores al respecto con Europa.

Trump será más pragmático, menos basado en valores (éstos a veces entran en conflicto con el principio anterior), y querrá que el mundo se adapte a la visión que acabe teniendo de él. Aunque el mundo, y sobre todo China pero también Europa, está creando sus propias estructuras paralelas.

Como señala Robert Kagan, partiendo de que EEUU dejará de ser la “nación indispensable”, Trump tiene poco interés en que Washington lleve el peso del orden mundial, aunque quizá pueda cambiar de parecer una vez los briefings diarios de la CIA en el Despacho Oval –que en parte ya ha comenzado a recibir– y mucha otra información. Si bien, como mínimo, hará bueno el principio que se le adjudicó a la Administración Obama de “liderar desde atrás”, es decir, con el mando a distancia. Puede que la ruptura de Trump con su predecesor sea menos drástica de lo que se pretende. Y que, al cabo, como ocurrió con Bush hijo, sean los acontecimientos a los que hay que reaccionar y la manera de hacerlo los que determinen la nueva presidencia.