Terrorismo a la baja, ¿o no?

Terrorismo a la baja, ¿o no? Mapa del impacto del terrorismo. Fuente: Índice de Terrorismo Global 2017, Institute for Economics and Peace. Blog Elcano
Mapa del impacto del terrorismo. Fuente: Índice de Terrorismo Global 2017, Institute for Economics and Peace.
Terrorismo a la baja, ¿o no? Mapa del impacto del terrorismo. Fuente: Índice de Terrorismo Global 2017, Institute for Economics and Peace. Blog Elcano
Mapa del impacto del terrorismo. Fuente: Índice de Terrorismo Global 2017, Institute for Economics and Peace.

Los números no engañan, ¿o sí? Por segundo año consecutivo, y siguiendo los datos que aporta el Institute for Economics and Peace en su Índice de Terrorismo Global (Global Terrorism Index), en 2016 se redujo el número de víctimas mortales producidas por atentados terroristas en todo el planeta. En concreto se contabilizaron 25.673, un 13% menos de las 29.376 registradas un año antes. Pero también es cierto que, junto a esa positiva noticia, el mismo informe señala que durante el pasado año se produjo al menos un atentado terrorista en 106 países (frente a 95 en 2015), de tal manera que mientras que en 79 países ha mejorado la situación, en otros 58 ha empeorado (con Irak, Afganistán, Nigeria, Siria, Pakistán, Yemen, Somalia, India, Turquía y Libia ocupando los primeros lugares). Eso significa, en resumen, que el clima mundial en este terreno ha empeorado un 4% en relación con un año antes y que 77 países han sufrido atentados en los que ha fallecido al menos una persona, lo que supone 12 más que en 2015.

Datos para todos los gustos que tanto pueden servir para concluir que la amenaza terrorista se está debilitando como para todo lo contrario. Desde luego, si se analiza lo ocurrido el pasado año en los países miembros de la OCDE el panorama resultante es claramente preocupante, dado que en 27 de sus 33 miembros (dejando fuera a Israel y Turquía) se produjo al menos un atentado (fueron 22 un año antes) y en 13 de ellos hubo alguna víctima mortal (11 en 2015). Eso hace que para esos países 2016 haya sido el año más mortífero en clave terrorista desde el 11-S. Ampliando un poco más la mirada, en el periodo 2014-2016 se produjo un incremento del 67% en el número de atentados y un 800% en el de muertes causadas en el seno de este exclusivo club de países desarrollados (622 en 2016, sin contabilizar las registradas en Israel y Turquía, frente a las 577 de un año antes y las 77 de 2014), con Daesh y afiliados como responsables del 75% del total. Pero una vez dicho eso hay que añadir de inmediato que de las alrededor de 10.000 personas muertas en atentados desde 1970 (más otras 5.000 en Israel y Turquía) el 58% de ellas se registraron antes del año 2000 y, sobre todo, que esa cifra apenas representa el 1% del total mundial contabilizado en dicho periodo.

Y es que, una vez más, la información disponible vuelve a confirmar sin ningún género de dudas que quienes han sufrido en mayor medida el impacto del terrorismo internacional fueron los países no desarrollados. En concreto, si se analiza por regiones, el 94% de todos los atentados y el 84% de todas las víctimas mortales se han producido en Oriente Medio, Norte de África, África Subsahariana y Sudeste Asiático (solo Norteamérica mejora en 2016 su balance entre las nueve regiones analizadas en el informe). En paralelo, a nivel nacional Irak, Afganistán, Nigeria, Siria y Pakistán suponen el 75% del total por número de víctimas, en un listado que muestra cómo el 99% de todos los muertos y atentados se registran en países caracterizados por estar inmersos en un conflicto violento o por sufrir altos niveles de terror político (ejecuciones extrajudiciales, torturas sistemáticas, encarcelamientos sin juicio…).

Del total estimado de unos 270 grupos terroristas, el 59% de todos los ataques han sido realizados por Daesh, Wilayat al Sudan al Gharbi (antiguo Boko Haram), los talibán y la red al-Qaeda. Por segundo año consecutivo Daesh volvió a ser el grupo más mortífero, con un saldo de 9.132 personas fallecidas en el cómputo total de sus ataques en 15 países (4 más que en el año anterior), en tanto que sus grupos afiliados mataron a un total de 2.417 en otros 11 países. Tanto en su caso como en el de Wilayat al Sudan al Gharbi la reducción de actividad en sus feudos originales, ya bien visible en 2015 como resultado del castigo militar ejercido contra ellos por poderosas coaliciones internacionales, explica en gran medida el incremento de sus acciones en otros escenarios.

Si traemos la mirada hasta la actualidad se repite la misma sensación. Por un lado, ya puede darse por confirmado el desmantelamiento del pseudocalifato que Daesh había instaurado en junio de 2014 en parte del territorio de Siria e Irak. Pero por otro, hay claros indicios de la vuelta a la escena de al-Qaeda (en realidad nunca ha dejado de estar activo), con renovados esfuerzos por crear nuevas entidades yihadistas ligadas a esa organización. En esa línea destaca la creada en marzo de este mismo año en el contexto saheliano, con el nombre de Jama’a Nusrat ul-Islam wa al-Muslimin (JNIM), liderada por el maliense Iyad Ag Ghali y conformada a partir de la fusión de efectivos de Ansar Dine, movimiento yihadista liderado en su día por el propio Ghali; la sección saheliana de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), encabezada por el argelino Djamel Okacha, alias Yahia Abou al-Hammam; y, finalmente, el Frente de Liberación de Macina, movimiento nacido hace dos años en el centro de Malí y liderado por el predicador fulani Amadou Koufa. Un ejemplo más de ese intento por volver a reverdecer los laureles de al-Qaeda es el anuncio de la muy reciente creación de Jama’at Ansar al-Furqan in Bilad al-Sham, supuestamente liderada por Hamza bin Laden (hijo de Osama), que aspira a sumar a los desencantados de Jabhat Fatah al-Sham (antigua Jabhat al-Nusra), el propio Daesh y cualquier otro que quiera continuar la lucha.

En definitiva, y mientras también los talibán se hacen cada vez más presentes en Afganistán, podemos volver a constatar que el terrorismo sigue ahí, que no es la amenaza existencial que algunos pretenden hacernos creer y que no hay solución militar al problema que representa. A estas alturas todo esto es sobradamente conocido. Sin embargo, el enfoque dominante sigue centrado en sobredimensionar su importancia y en insistir en una vía securitaria y militarista condenada al fracaso. Mientras seguimos esperando un giro estratégico que asuma seriamente la eliminación de los obstáculos que dificultan la cooperación internacional en esta materia y que atienda a los procesos que llevan de la exclusión a la radicalización, resulta muy útil leer el citado informe.